¿Y si los demócratas acertaron?
...Y el retorno del fantasma de Epstein
El gobierno federal reabrió sus puertas el miércoles, tras permanecer 43 días cerrado. Los presupuestos votados en ambas cámaras eran, esencialmente, lo que la mayoría republicana había exigido desde el inicio. Un grupito de ocho senadores demócratas decidió romper con la disciplina de voto y votar a favor.
A principios de semana, cuando escribí mis primeras impresiones sobre el acuerdo, hablé de rendición inexplicable, de una maniobra de una irresponsabilidad y torpeza inexplicables.
Han pasado unos cuantos días desde entonces, y creo que quizás esa impresión debe matizarse un poco.
El final de la escapada
El origen de mis dudas se debe, principalmente, a que no estoy del todo seguro de que el cierre hubiera podido terminar de otra manera.
El fin de semana pasado, los demócratas tenían a Trump y a los republicanos en una situación política increíblemente incómoda. El partido se había llevado palizas descomunales en Virginia y Nueva Jersey; los votantes les culpaban del cierre, la posición demócrata sobre sanidad era muy popular, y el presidente, con su obcecación por dejar sin dinero a programas sociales vitales como SNAP, no estaba más que acentuando el problema.
El GOP, además, estaba dividido, con el presidente culpando del cierre a la derrota en las urnas y pidiendo al partido que aboliera el filibuster en el Senado para sacar los presupuestos en solitario, y varias facciones insinuando que quizás era hora de hacer concesiones. Con la popularidad de Trump en barrena, todo apuntaba a que la semana iba a ser una noticia atroz tras otra para los republicanos.
El problema era que, por muy malas que fueran las noticias, era improbable que nadie en el GOP cambiara de opinión. Trump no iba a dar un céntimo a la sanidad, porque el hombre detesta a Obama y su ley de sanidad. Muchos republicanos en la Cámara de Representantes opinan lo mismo, haciendo muy difícil llegar a un acuerdo. Los republicanos en el Senado no iban a abolir el filibuster, porque muchos temen (con razón) que a medio plazo eso ayudaría a los demócratas. Este enrocamiento favorecía, por ahora, al partido de la oposición, pero esto quizás no se mantuviera así a medio plazo.
Dudas
Para empezar, el cierre estaba empezando a hacer daño de verdad. Los empleados federales llevaban un mes sin sueldo; cada semana adicional era una tortura. La interrupción de SNAP, las pagas para comprar comida a familias pobres, iba a dejar a más de 40 millones de personas en situaciones muy precarias. El tráfico aéreo iba camino de convertirse en un caos.
La constante, en la era Trump, es que al presidente todas estas cosas le importan un comino, porque lo único que quiere es ganar todas las peleas en las que se mete. Los demócratas, en cambio, estaban realmente preocupados por las consecuencias acumuladas del cierre.
Segundo, según las cosas empezaran a empeorar más, era cada vez más aparente que mantener la disciplina de mensaje entre los demócratas iba a ser casi imposible. Si había gente en voz alta planteándose si debían ceder, los republicanos iban a poder echarles a ellos la culpa del cierre. Era perfectamente posible que los votantes empezaran a ver el bloqueo como un problema demócrata.
Tercero, y algo con lo que no contaba, un número considerable de senadores demócratas no querían que los republicanos abolieran el filibuster, dejando el control de los presupuestos completamente en manos de Trump. Las reglas de la cámara alta, además, dan un poder considerable a cada legislador, y era obvio que no querían perderlo.
Soy de la opinión de que el filibuster es una de las principales causas de la disfuncionalidad que reina en el Congreso, así que obligar al GOP a abolirlo me parecía la mejor salida posible a este entuerto. Pero dado que algunos legisladores demócratas querían preservarlo, eso hacía que ese curso de acción quedara cerrado por completo; estos senadores siempre preferirían ceder antes que empujar a los republicanos a reformar la cámara.
Y si eso era lo que iba a acabar sucediendo tarde o temprano, era mejor hacerlo ahora, cuando has ganado dos elecciones cruciales y el presidente se ha llevado un revolcón considerable en los sondeos, que doblar la apuesta y arriesgarte a perder lo ganado.
Un problema de comunicación
Asumiendo que los demócratas tenían que acabar cediendo, lo lógico y natural es que los líderes del partido hubieran preparado un mensaje más o menos coherente para evitar que la historia fuera de desertores y guerra civil demócrata. Algo del estilo de “hemos luchado durante más de un mes para recuperar la sanidad, y la respuesta de Trump ha sido dejar a gente sin comida. Lo responsable es proteger a quien sufre por ahora, y llevar la sanidad a las urnas en 2026”, o similar.
¿Recordáis eso de que los partidos americanos son confederaciones enloquecidas sin líderes que escogen sus estrategias a base de probar cosas al azar y gritarse entre ellos? Bueno, pues eso mismo. No ha habido disciplina que valga.
Una victoria parcial
Incluso con el berrinche general de las bases, es difícil entender el cierre, en agregado, como un fracaso para los demócratas. No han conseguido dinero para la sanidad, cierto, pero los votantes se han pasado semanas escuchando ese mensaje con Trump a la defensiva. El daño en los sondeos es más que real, y por lo que hemos visto en presidencias recientes, una vez la imagen del inquilino de la Casa Blanca sufre un revés así, es muy difícil recuperarse.
Esta caída en los sondeos de Trump ha tenido, además, dos efectos secundarios importantes.
Recordaréis las polémicas por el gerrymandering en Texas y cómo los demócratas temían que el GOP iba a cambiar los mapas electorales en medio país para sacar escaños a la fuerza. Cuando haces un gerrymandering, lo que sucede es que estás “moviendo” votantes de tu partido desde distritos donde ganas de forma abrumadora a otros más parejos. En vez de tener una circunscripción muy favorable y otra competitiva, pasas a crear dos distritos que te favorecen bastante, pero sin pasarse.
En condiciones normales, este cambio vale la pena; si tus nuevas circunscripciones daban, digamos, 5–7 puntos de margen a tus candidatos de media, en un año tranquilo los ganarás de calle. Lo que vimos en Nueva Jersey y Virginia, sin embargo, sugiere un electorado que quizás esté dándoles seis u ocho puntos de ventaja a los demócratas. Si tú eres un legislador en un distrito que habitualmente ganas por diez y te piden que lo “rebajes” a uno que ganarías por siete, eso hace que tus midterms pasen de ser plácidas a tener que luchar por tu supervivencia. El resultado es que muchos estados dominados por republicanos han decidido apostar por la cautela y mantener sus mapas actuales en vez de arriesgarse a perder más escaños.
El otro efecto a tener en cuenta es que Donald Trump, ahora mismo, parece haberse convertido en un lame duck, el mote que reciben los presidentes en su segundo mandato cuando pierden su capacidad de maniobra. Los republicanos en el Senado se han pasado dos semanas negándose a hacer lo que les pedía sobre el filibuster; el Tribunal Supremo parece que va a cargarse los aranceles, y no tienen una agenda legislativa que puedan aprobar. Como he comentado otras veces, el poder de la presidencia es más ilusorio que real; si el resto de Washington cree que el presidente tiene poder, lo tiene, pero este se esfuma en cuanto esa convicción desaparece.
Otros presidentes (Clinton y Obama, sin ir más lejos) se han recuperado de caídas de popularidad y han conseguido gobernar más o menos bien después. Trump, por descontado, ha demostrado ampliamente que no tiene remilgos en hacer lo que quiere sin el Congreso. Pero el daño está hecho, y gobernar va a ser más difícil ahora.
El fantasma de juergas pasadas
Jeffrey Epstein ha vuelto. De hecho, Epstein nunca se fue del todo.
En cuanto la Cámara de Representantes se reuniera de nuevo para votar la reapertura del gobierno, los demócratas iban a añadir a una nueva legisladora de Arizona, Adelita Grijalva1, a su grupo parlamentario. Lo primero que iba a hacer era ser la legisladora número 218 en firmar una discharge petition (petición de descargo), una maniobra parlamentaria que obliga al Speaker a someter a votación en el pleno la ley o resolución contenida en ella.
El martes de la semana que viene, si no cambian las cosas, la Cámara de Representantes votará una resolución para obligar al Departamento de Justicia a publicar todos los documentos sobre el caso Epstein, y se espera que haya muchas deserciones republicanas apoyando la moción. En el Senado no está tan claro que pueda llegar a 60 votos (porque habrá filibuster), pero no es en absoluto descartable.
Y todo el mundo sospecha que Trump, siendo como era íntimo amigo de Epstein, está en esos documentos, probablemente haciendo cosas poco edificantes.
Para suerte de los demócratas, el retorno de Epstein se adelantó de forma considerable gracias a la publicación de más de 20.000 correos electrónicos del millonario pedófilo fallecido por parte de un comité del Congreso que estaba investigando el caso. Los documentos provienen del fondo que gestiona la herencia de Epstein (trust; creo que la mejor traducción es fondo fiduciario), y Trump aparece en ellos constantemente.
No, no hay ninguno en que salga el presidente diciendo que es un pedófilo (Trump, en toda su carrera, nunca envía correos electrónicos ni deja nada por escrito), pero sí hay toneladas de mensajes en los que Epstein referencia que Trump sabía todo lo que estaba haciendo y probablemente había hecho cosas bastante feas.
En los correos también hay múltiples menciones de otros famosos, incluyendo algunos demócratas de cierto nivel (Larry Summers). La reacción de la Casa Blanca es que los correos son una farsa, todo el asunto Epstein es un invento de los demócratas, y el presidente está ordenando imperiosamente a la fiscal general que investigue a Bill Clinton, que era amigo de Epstein y “seguro que ha hecho algo terrible”.
La fiscal general, Pam Bondi, que hace cuatro meses decía que de Epstein no había nada que investigar, ha aceptado el encargo de inmediato. Bill Clinton, por cierto, no sale en los correos por ningún sitio.
Es fascinante que todo el tema pueda ser una enorme invención y un pufo, y a la vez sea urgente investigar a los enemigos políticos de Trump porque quizás eran amigos de Epstein y pedófilos; pero desde cuándo a esta gente le importa la coherencia.
La cuestión es que la historia va a seguir, y lo hará durante semanas, porque, como comentaba hace unas semanas, hay muchos republicanos muy intrigados con el tema. Ayuda mucho que Trump, que insiste en su inocencia, esté actuando como si fuera más culpable de delitos que nadie, dando motivos para que todo el mundo se pregunte qué demonios hay en esos documentos sobre la investigación que está intentando ocultar desesperadamente.
Bolas extra:
Lo más divertido de los correos de Epstein es que toda esta gente tan rica y famosa escribe fatal, con faltas de ortografía constantes. No me extraña que estén tan obsesionados con ChatGPT.
Trump siempre insiste en que los aranceles no suben los precios, pero la Casa Blanca está eliminando aranceles a muchos productos agrícolas para combatir la inflación.
Si yo fuera Venezuela, me empezaría a preparar ante una más que probable intervención militar.
La gran ironía del caso Epstein es que es Trump quien, durante la campaña de 2016, insiste en atacar a Hillary Clinton por la relación de su marido con Epstein. Lo hace a pesar de que era conocido que Trump había sido íntimo amigo del millonario pedófilo, algo que los medios, en su obsesión con reírle las gracias, apenas mencionaron.
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En un alarde de renovación, Grijalva ocupará el escaño que ocupaba su padre, Raúl Grijalva, fallecido en marzo a los 77 años.






