Cuando un presidente llega a la Casa Blanca, reporteros, opinadores y tertulianos de Estados Unidos inevitablemente acaban por mencionar “los cien días”, uno de los tópicos más manidos del periodismo político en cualquier democracia. Es una referencia a uno de los momentos centrales de la mitología presidencial americana, los cien primeros días de mandato de Franklin Delano Roosevelt, en 19331, y cómo en un corto, intenso, frenético espacio de tiempo, la nueva administración redefinió el país por completo.
Aunque esta resulta ser una de las leyendas que resultan tener bastante de cierto (Roosevelt aprobó quince leyes relevantes en ese periodo, sacó al país del patrón oro y reformó de arriba a abajo el sistema bancario2), la obsesión por acciones decisivas y rápidas de muchos comentaristas es bastante absurda, ya que parte de un análisis torpe del sistema político americano. Como no me canso de insistir, los poderes que la constitución otorga al presidente de Estados Unidos son en realidad bastante limitados. El presidente no tiene iniciativa legislativa ni control alguno sobre la agenda del congreso, tiene un papel secundario en la elaboración de presupuestos, y el gobierno federal tiene una lista muy reglada y limitada de competencias directas. La inmensa mayoría de funcionarios (y gran parte del gasto público) están en manos estatales y locales3. Por añadido, los legisladores de su partido han sido todos escogidos en elecciones y campañas separadas a la suya, sin que exista relación jerárquica o institucional de partido, y dada la enormidad del país, la variedad de opiniones y ausencia de disciplina interna hace que construir mayorías legislativas sea complicado.
Querer las cosas muy fuerte
Los medios americanos suelen caer en lo que Brendan Nyhan, un politólogo de Darmouth, llama la “teoría linterna verde de la presidencia”. Las linternas verdes, en los cómics, son unos superpolicías espaciales que tienen un anillo que les permite crear cualquier cosa que quieran, con el único límite de su imaginación y fuerza de voluntad. Lo que muchos analistas parecen creer es que un presidente, si actúa con energía, virilidad, y decisión, puede hacer que pasen cosas, derribando la oposición del congreso, superando barreras legales y redefiniendo el mundo a su alrededor gracias a su liderazgo inspirador y mágico4.
En realidad, las instituciones existen, los poderes formales de la presidencia son limitados, y los actores con capacidad de veto suelen usarlo cuando algo no les gusta, y el líder del mundo libre acaba viéndose frustrado por la obstinada oposición de un congresista medio desconocido de Wisconsin o un juez que no está de humor a que el ejecutivo tome demasiados atajos legales.
Inexplicablemente, mucha gente que se gana la vida hablando sobre política en este país parece incapaz de entender cómo funciona su sistema político, así que encontraréis cientos de columnas y noticias hablando de “liderazgo”, “capital político” y bobadas semejantes. Lo que importa, sin embargo, es mucho más simple; votante mediano en el congreso, votante mediano en el senado, tribunales, y el lento, glacial ritmo del proceso legislativo en el congreso y del procedimiento administrativo para redactar reglamentos.
Ilusionismo y poder
Durante este primer mes de mandato, Donald Trump, Elon Musk y compañía viven en este juego de percepción, realidades políticas, imagen y expectativas para sacar adelante su agenda presidencial. Dado que las atribuciones reales del jefe del ejecutivo son mucho menores de lo que parecen, la Casa Blanca siempre intentará crear la impresión de poder. Si consigues convencer a suficientes actores que mandas y gobiernas y nadie te lleva la contraria, puedes, en teoría, sacar adelante tu agenda. Como todo aquel presidente que le ha precedido en el cargo, Trump está haciendo cosas, tomando decisiones, actuando con energía, proclamando su fuerza y autoridad a todo aquel que quiera escucharle5.
El ruido y la furia de estos días, el constante bombardeo de idioteces, fascistadas, recortes indiscriminados y traiciones a aliados, ha dejado al sistema político del país aturdido, aparentemente incapaz de reaccionar. Los periodistas no saben qué polémica cubrir; los demócratas andan perdidos por completo buscando un mensaje coherente6; los republicanos han perdido la cuenta sobre cuántos elogios dedicar al amado líder. La idea es dar la impresión de una avalancha, una ola abrumadora de autoridad presidencial.
Fricción, pifias y bloqueos
Esto suele funcionar… hasta que la fricción inherente en el sistema político americano empieza a imponerse.
Al principio, no parece gran cosa. Una de las órdenes ejecutivas estrella del presidente es bloqueada en los tribunales, después otra. La imagen decisiva e imparable del presidente se resiente; los intentos de actuar al margen de lo que piden los tribunales generan más titulares negativos. Un caso o dos llegan al supremo, y la corte decide frenar al ejecutivo. Los titulares dejan de ser “Trump ordena” y pasan a ser “Trump sufre revés judicial”.
La Casa Blanca, tarde o temprano, acaba pinchando en hueso en algunas de sus decisiones. Quizás uno de los programas o departamentos donde quieren imponer recortes es más importante o popular de lo que creían. Quizás despiden un montón de controladores aéreos días después de un accidente. Un favor descarado a un político aliado se convierte en una polémica que acaba con dimisiones, y un juez nombrando a un letrado especial antes de decidir el caso. Una serie de maniobras extrañas de política exterior generan alguna (tímida) suspicacia en tu partido. Los recortes indiscriminados en agencias importantes hacen que algunos republicanos filtren su preocupación en privado.
Es entonces cuando los periodistas empiezan a aburrirse de sus propias historias sobre el audaz presidente en sus primeros cien días, y empiezan con las dudas. Lo que eran maniobras audaces y recortes de personal valientes pasa a alternarse con historias de humildes científicos que estaban investigando una cura contra el cáncer cruelmente despedidos. Una idea lanzada al vuelo sobre retirar la autonomía del servicio postal americano es cubierta como ilegal de entrada7. El congreso empieza a legislar, y el partido se divide en temas polémicos y los representantes y senadores en escaños vulnerables empiezan a exclamarse.

Inevitablemente, alguien publica un par de sondeos en los que el presidente pierde apoyo, o alguna polémica reciente es muy impopular8. A un legislador republicano se le ocurre hacer un town hall (esa cosa tan americana en la que un político responde a preguntas del público), es abucheado, y el video se hace viral. Un par de malas noticias económicas, y poco después tenemos un artículo en el WaPo, NYT, o Politico con un titular como “la luna de miel de Trump se ha terminado”, y lo que parecía un coloso imparable con el poder de mover montañas pasa a ser, simplemente, el presidente de los Estados Unidos, el cargo público más incomprendido de la Tierra.
La administración Trump, ahora mismo, parece estar a punto de entrar en esta dinámica. La hiperactividad normativa da paso a polémicas. Las proclamas sobre grandes reformas resultan no tener impactos inmediatos sobre los problemas que habían prometido solucionar. Trump, el candidato, se presentó como alguien que iba a combatir la inflación y deportar inmigrantes ilegales; Trump, el gobernante, está vendiendo un aliado a Rusia, hablando sobre crear Marina D’Or II en Gaza, y dándole las llaves del gobierno federal al hombre más rico de la tierra para que despida a empleados públicos indiscriminadamente.
Los presidentes, al llegar al cargo, suelen ser “invencibles” hasta que una pifia, patinazo, o derrota política les hace vulnerables. Para Biden fue la retirada de Afganistán9, para Trump el cierre de las fronteras a musulmanes, para Obama, las protestas en town halls sobre la reforma de la sanidad, para Bush hijo, Katrina (su primer mandato se había encallado en una reforma fiscal antes del 11-S). No estoy seguro cuál será la noticia que va a poner a Trump a la defensiva durante este mandato, pero entre Ucrania, los presupuestos, y los alaridos de Elon Musk, hay múltiples candidatos.
Problemas a la vista: Ucrania, Musk, presupuestos
De Ucrania ya hablé el otro día; si hay algo que parece ser una constante en los sondeos es que Musk es un problema. El hombre es tremendamente impopular, y lo que es más preocupante para Trump, la idea de que un megamillonario ande por el gobierno federal despidiendo gente al azar es radioactiva. Aunque Elon es menos detestado que Mark Zuckerberg (que es odiado por un 67% del país), lo que está haciendo es muy, muy, muy impopular. Agravando el problema, Musk no sólo es un personaje cada vez más detestable, sino que es increíblemente bueno atrayendo la atención de los medios dado su comportamiento cada vez más excéntrico/nazi y que es propietario de una red social enorme dedicada a su enorme ego. Trump tiene al tipo más enloquecido de su administración haciendo las cosas más impopulares, con el altavoz más grande que uno puede comprar.
Inexplicablemente, Trump admira de veras a Musk, así que no parece que se lo vaya a sacar de encima a corto plazo. Buena noticia para los demócratas.
La otra trampa que le espera a Trump las próximas semanas son los presupuestos. Durante la campaña prometió bajar impuestos, y el GOP está encantado con la idea. El problema, en este caso, es que el déficit fiscal americano es enorme estos días, y las rebajas fiscales tienen que venir acompañadas de recortes fiscales. Musk anda por ahí despidiendo controladores aéreos y guardas forestales, pero esto es calderilla. El grueso del presupuesto federal va a pensiones (22%), defensa (13%), Medicare (sanidad para jubilados, 17%) y programas federales contra la pobreza (24%)10. Incluso en este último apartado, la partida más grande es Medicaid, la sanidad para personas con pocos recursos, que cubre a más de 70 millones de personas, incluyendo minusválidos, residencias de mayores, y muchos, muchos, muchos menores de edad. Trump prometió aumentar el gasto en defensa y no tocar sanidad y pensiones, así que todo apunta que tocará recortar Medicaid… un programa que es enorme, complicado, y muy, muy, muy popular.
Para sorpresa de absolutamente nadie, los republicanos están muy, muy divididos sobre qué recortar y cómo. Están divididos sobre si es necesario recortar el déficit o recortar impuestos por las bravas, sin más. Están divididos en la clase de magufadas contables que están dispuestos a tragar con tal de creerse las proyecciones. El partido fue incapaz de tener una posición unificada en temas fiscales durante los últimos dos años (cargándose a su propio Speaker en el proceso), requiriendo votos demócratas para sacar las cuentas adelante. Con Trump en la Casa Blanca, no pueden contar con ellos, así que es perfectamente posible que consigan cerrar el gobierno ellos solitos mientras se atizan por el gasto. Trump, por supuesto, no entiende nada del presupuesto, y esta semana alababa la propuesta del GOP en la cámara de representantes (con recortes salvajes a Medicaid) mientras prometía que nunca iba a permitir recortes a Medicaid.
La idea de un bonito caos presupuestario amenizada con un troll hasta las cejas de drogas blandiendo una motosierra es la clase de imagen que suele dejar a muchos votantes nostálgicos de tiempos pasados, la verdad. No garantizo que vaya a ser el caso, pero el imparable avance del fascismo quizás parezca menos imparable de aquí un par de semanas.
El fascismo que no duerme
Cosa que no quita, por supuesto, que tengamos que preocuparnos. Ayer viernes por la noche, cuando los presidentes lanzan sus malas noticias, Trump despidió al jefe del estado mayor y la almirante al mando de la marina. Al mando de las fuerzas armadas ha colocado a Dan Caine, un teniente general de la fuerza aérea que no cumple con los requisitos mínimos para ocupar el cargo, pero que dicen es muy fan de Trump. Junto a estos despidos, también ha echado a tres de los jefes en el cuerpo de los JAG (abogados, los letrados que llevan los asuntos legales dentro de las fuerzas armadas), la clase de cambio de personal que te deja super tranquilo sobre órdenes ilegales y crímenes de guerra. Los acusan de ser demasiado woke.
Purgar a las fuerzas armadas de elementos desleales. Qué puede salir mal.
Bolas extra
La administración Trump se ha topado con el problema de que deportar inmigrantes es difícil y requiere personal, así que las cifras de expulsados están siendo muy bajas.
Gran parte de la fortuna de Elon Musk está en acciones de Tesla. La compañía tiene una valoración muy por encima que cualquier otra empresa del sector, y la radioactividad creciente de su CEO está reduciendo las ventas.
Los New York Yankees, el equipo más arrogante, exitoso, y odiado del beisbol (imaginad al Real Madrid, pero con diez veces más ego) ha decidido cambiar una de sus tradiciones: la prohibición de que sus jugadores tengan barba. La regla databa de los setenta, cuando los dueños del equipo decidieron que los Yankees no debían ser refugio de hippies barbudos, degenerados y malolientes y sólo emplear a gente decente.
La verdad, no me gusta el cambio: los Yankees son el equipo rico, desagradable e insufrible del beisbol, y lo de las barbas era la clase de regla estúpida que les hacía aún más irritantes. Según dicen, habían perdido la oportunidad de contratar algún jugador que no quería afeitarse, pero no es excusa. Si eres el mal tienes que aceptar tu esencia.
Tristemente, no es una referencia napoleónica.
El éxito de las medidas no fue ni de lejos completo; el New Deal es un tema complicado. Pero de eso hablamos otro día.
Y los estados tienen competencia exclusiva en regular las finanzas de sus municipios.
Quizás en España sería la teoría Pablo Coelho sobre el poder político.
Y sonando como un fascista en el proceso.
Esto no es nada nuevo; los demócratas están así siempre. Dejar a esta gente aturdida es algo que cualquiera puede hacer. Basta un matasuegras y soplar muy fuerte.
El servicio de correos es la única agencia mencionada explícitamente en la constitución, regulada por el congreso, no el ejecutivo.
A menudo es un sondeo con una muestra pequeña en la que la mitad de los votantes no saben de qué les hablan, y la otra mitad están indignados.
Que era buena idea, fue heredada de Trump, y ejecutada de forma decente.
El 24% que falta se va a partes iguales a intereses de la deuda; todo lo que queda es el otro 12%.
Si perdemos de vista el balón y nos dejamos liar en las tanganas, mal rollo. Yo siempre fui reticente a llamar golpe de estado a lo del Capitolio, puede ser considerado así, todo depende de cómo se define, es decir, qué amplitud se le quiera dar a la definición. Pero me parecía contraproducente porque la gravedad en sí de los hechos no necesitaban tanta prolijidad, a fin de cuentas Al Capone se fue al trullo por un delito fiscal que no debió de ser ni el 1% de todos los que cometió (ni el más grave, ni de lejos a distancia). Y ahora pasa que *sí está dando un golpe de estado*, con todas las letras, además a la romana, me salto todas las leyes porque yo lo valgo (o sea, lo vale Roma porque Roma c'est moi).
Se cuentan con los dedos de la mano los analistas de la prensa generalista, blogs dedicados, etc., que están llamando a esto por su nombre: golpe de estado.
A largo plazo, mucho de esto será, revertido no, parcialmente reparado. Otros daños que está haciendo ahora mismo son irreversibles. Es el trabajo que tienen que hacer, destrozar todo, hasta donde puedan y todo lo que puedan, si se queman por el camino a lo kamikaze, pues mejor, màs ruido, se tiran estos y se ponen los siguientes que continuan donde estos hasta aquí han llegado. Es un ataque berzerk total y sin reparar en gastos.
El primero que es amortizable es el propio Musk, hasta donde llegue y papelera. Y después es el que le toque. El propio Bozo está amortizado, tiene su sustituto detrás respiràndole en el cogote.
Toda esta ola fascista es lo mismo que el fin de la república romana. La república se fue a la mierda entre otras cosas porque ya no le servía a ninguno de los grupitos que tenían la sartén por el mango (eran todos la misma clase social), la razón real fue la total desigualdad rampante social y el acúmulo de riqueza en un puñado de clanes. No hay sistema político que sobreviva a eso.
Estos quieren cargarse todo el sistema constitucional. No les sirve ya. Lo harán como en Roma, pareciendo que todo sigue como siempre. Y con la misma carnavalada.
Te veo extrañamente optimista, Roger. Yo ahora mismo no veo cómo el vicepresidente Vance va a certificar su propia derrota en las presidenciales el 6 de enero de 2029. Suponiendo que pierda, que visto lo de noviembre igual hasta gana legítimamente.