La tradicional rendición demócrata
Porque pelear o defender algo quizás sea demasiado cansado
Los demócratas habían prometido que este sería el momento de luchar.
Durante las primeras semanas de la administración Trump, las bases habían estado reclamando sin cesar que el partido alzara la voz, se quejara, se opusiera ruidosamente a los recortes salvajes de Elon Musk y sus intentos extraconstitucionales de demoler departamentos enteros del gobierno federal. Exigían una respuesta decidida, enérgica, firme; alguien que les ofreciera un liderazgo sólido y real.
La respuesta de sus líderes fue, por un lado, atacarse entre ellos y, por otro, pedir paciencia. Los demócratas estaban en minoría en ambas cámaras del Congreso; su única oportunidad real de extraer concesiones era la próxima vez que una ley requiriera sesenta votos en el Senado. En marzo, el Legislativo debía aprobar una de esas leyes para evitar el cierre del gobierno federal. Era entonces cuando podrían plantarse con un mensaje claro y valiente y poner límites al reinado de terror de Musk.
La votación para aprobar la resolución de gasto (continuing resolution, en jerga americana) era esta semana. Los demócratas en la Cámara de Representantes se mantuvieron firmes, votando en bloque contra la medida. En el Senado, los republicanos necesitaban 60 votos; si los demócratas eran disciplinados, no podrían cerrar el debate y sacarla adelante.
El miércoles prometieron que iban a bloquear la ley, forzando una negociación para evitar el cierre del gobierno. El jueves, Chuck Schumer, senador por Nueva York y líder del partido en la cámara, anunció que votaría a favor de la medida y, junto a él, suficientes senadores del partido para que fuera aprobada.
¿Esa “lucha” con un “mensaje claro” y “firmeza” para defender las instituciones? Nah.
La brillante estrategia
Los líderes de la oposición creían tener una estrategia. Durante los dos últimos años, la mayoría republicana en la Cámara de Representantes tomó por costumbre fracasar en sus intentos de aprobar cualquier medida presupuestaria y acabar dependiendo de votos demócratas. La jugada maestra que tenían planeada consistía en mantener la disciplina de voto en la cámara baja, dejar que el GOP se empotrara y forzar que fuera el Senado quien tuviera que tomar la iniciativa, requiriendo 60 votos y, por lo tanto, un acuerdo con ellos.
Había un pequeño problema: el plan era una mierda.
Los incentivos de los legisladores republicanos en la Cámara de Representantes habían cambiado. Con Biden en la Casa Blanca, sabían que, en último término, cualquier presupuesto necesitaba ser negociado porque el presidente tenía que firmarlo. Así que a los extremistas del partido no les costaba nada hacer postureo para animar a las bases, montar bulla, cargarse a un Speaker o dos y acabar con sus líderes suplicando votos a los demócratas.
Con Trump al mando, sin embargo, cargarse unos presupuestos representaba, primero, el peligro de ser objeto de las iras del jefe y de unas primarias financiadas por Elon Musk. Segundo, el papel de minoría de bloqueo lo tenían ahora los demócratas del Senado, que eran quienes corrían el riesgo de cargar con las culpas de un cierre del gobierno federal. La estrategia racional para el GOP, entonces, era aprobar algo tan a la derecha como fuera posible en la Cámara baja, pasar la pelota al Senado y retar a la oposición a tumbar la ley.
Un dilema impostado
Una vez la resolución llegó a la cámara alta, los líderes demócratas tenían dos opciones.
Por un lado, podían votar a favor de la propuesta republicana. Esta incluía varios recortes considerables, entre ellos un hachazo arbitrario a los presupuestos de la ciudad de Washington. Dada la naturaleza “temporal” de la ley (técnicamente no son unos presupuestos, sino una especie de prórroga), el Congreso no necesitaba definir con exactitud partidas de gasto, algo que muchos analistas consideraban que abría la puerta a Musk y sus secuaces para recortar sin rubor ni limitación alguna.
La segunda opción era votar en contra, dejando al gobierno federal sin autoridad para gastar dinero (aparte de defensa y programas con partidas preasignadas, como pensiones o sanidad) y forzar un cierre. Esto implicaba enviar a cientos de miles de funcionarios a casa sin sueldo, suspender cualquier servicio no esencial o urgente y hacer que los empleados encargados de ellos (desde controladores aéreos hasta quienes vigilan armas nucleares) trabajaran sin sueldo. Bastantes analistas temían que esto abriría la puerta a que la administración declarara a cualquier burócrata que no trabajara durante el cierre como un gasto inútil y no los volviera a llamar.
Musk decía querer un cierre del gobierno federal precisamente para hacer estas cosas. Los republicanos iban por Washington poco menos que jaleando a los demócratas a que se atrevieran a cerrar el gobierno.
No estaba nada claro que un cierre pudiera tener estas consecuencias. No estaba nada claro que los votantes fueran a culpar a los demócratas del cierre. Chuck Schumer, sin embargo, llegó a la conclusión de que era demasiado arriesgado y anunció, con un largo artículo en el NYT, que votaría a favor de la resolución. Ayer viernes, diez senadores demócratas1 apoyaban los presupuestos.
Una apuesta cobarde y errónea
Mi opinión es que Schumer y el resto de líderes del partido están cometiendo un error grave. Para empezar, Elon Musk ya está dinamitando departamentos y ministerios enteros ahora mismo, sin autorización alguna del Congreso. Nada hace pensar que la resolución aprobada vaya a detenerlo, y, de hecho, es bastante probable que la Casa Blanca interprete el texto como una autorización implícita para gastar lo que le plazca, destruyendo servicios públicos y reguladores sin impedimento alguno. Los cavernícolas nihilistas de esta administración han hablado abiertamente de sus planes de ignorar leyes de gasto y litigarlo hasta el Supremo, con el objetivo de dar al Ejecutivo control sobre los presupuestos. Que esto sea completamente contrario a 250 años de jurisprudencia y al texto explícito de la Constitución es lo de menos; este tribunal ya ha reescrito la ley fundamental de forma extravagante varias veces2.
Segundo, los republicanos controlan la presidencia y el Congreso. El votante medio no tiene la más remota idea sobre las reglas y procedimientos del Senado, y los sondeos indican con bastante claridad que le echarían la culpa del cierre al GOP. Como señala Nate Silver, además, el cierre obligaría a Trump a tener que defender, simultáneamente, que quiere reducir el gasto de forma dramática y que las consecuencias del cierre (servicios suspendidos, colas en aeropuertos…) y el caos resultante no son culpa suya. Por encima de todo, el jaleo haría mucho más visibles los recortes indiscriminados de Trump, recordaría a muchos votantes el caos constante de su administración y reforzaría la idea de que sus políticas, cada vez más erráticas, están dañando la economía.
El presidente es impopular, y sus guerras comerciales, despidos masivos y bandazos regulatorios están asustando a los mercados. Musk es increíblemente impopular. Poner el foco del debate en los recortes y el caos era una buena idea, y tenía, además, la ventaja añadida de que quizás podían extraer alguna concesión o poner en vereda a Musk (algo que, por cierto, agradecerían muchos legisladores del GOP3).
Era un riesgo, ciertamente, pero era un riesgo más que aceptable. Era una maniobra política que valía la pena probar. Schumer y el establishment demócrata en el Senado se han cagado.
Y siento decirlo, pero esa es la palabra politológica correcta.
Consecuencias
Os habréis fijado en que la persona a quien cito como partidario de un cierre del gobierno es Nate Silver, alguien que está muy, muy lejos del ala izquierda demócrata. Lo interesante, tras esta rendición de Schumer, es que la división del partido no es entre progresistas y moderados, sino entre el sector de las bases y cargos electos que quiere que el partido luche y se oponga abiertamente a Trump, y los partidarios de una oposición más comedida y paciente, confiando en que el caos y la crisis económica traigan a los votantes de vuelta.
La división es realmente transversal. Muchos demócratas moderados y republicanos anti-Trump están indignados por la decisión de Schumer, y andaban alabando a Ocasio-Cortez y sus declaraciones pro-cierre. Los sindicatos que representan a los funcionarios federales, que son muy centristas y nunca quieren un cierre de gobierno porque perjudica a sus afiliados, están aullando contra esta rendición. Y lo vemos incluso en políticos estatales. Esta mañana me topé con un video de Bob Duff, un senador estatal de Connecticut al que nunca he escuchado enfadarse o hablar sobre temas nacionales, expresando en BlueSky lo decepcionado que estaba. Duff es un tipo decente, un demócrata mainstream que nunca pasaría por radical. Durante el día he visto decenas de declaraciones parecidas: políticos normales absolutamente hartos de que sus líderes eviten tomar cualquier riesgo, asustados de su propia sombra, haciendo más caso a consultores y donantes que a sus bases.
Este punto, creo, es el más importante. El Partido Demócrata está ahora mismo en una posición que recuerda vagamente a los republicanos en 2009: han perdido unas elecciones contra un candidato que sus bases consideran inaceptable, el partido en el poder está adoptando una agenda que los tiene aterrorizados, y sus líderes han llegado a la conclusión de que deben moderarse. La reacción fue una explosión de ira e indignación ante la cobardía del establishment, protestas que empezaron en town halls y se extendieron, y una oleada de nuevos activistas que tomaron el partido por asalto, purgando moderados y blandengues en primarias por todo el país. El Tea Party acabó llevando al GOP a ganar las legislativas de 2010, redefiniendo el partido.
Por supuesto, los teapartiers creían que Obama era inaceptable por ser “extranjero” (negro) y la agenda “antiamericana” era una ley de sanidad y evitar el hundimiento del sistema financiero internacional, pero ese es otro tema. Lo importante es que, potencialmente, tenemos a las bases demócratas con esa clase de energía y enfado con sus élites. El Tea Party también era un caos ideológico de cuidado, así que tener a moderados y socialistas tirando piedras en el mismo bando es menos extraño de lo que parece.
Esto no quiere decir, por descontado, que estemos camino de ver un Tea Party demócrata; un Four Freedoms, si me dejan escoger el nombre a mí. Como repito siempre, los partidos americanos no tienen un líder y una facción opositora, sino que son un conglomerado de campañas y políticos semindependientes con problemas de coordinación interna. La emergencia del Tea Party, como organización, requirió también inyecciones considerables de dinero privado y emprendedores políticos bien financiados, y no está nada claro que esta clase de “inversores” existan en el lado demócrata. Las bases demócratas, además, son mucho más caóticas que las republicanas.
Si fuera un cargo electo demócrata estos días, sin embargo, especialmente si he hablado un poco demasiado sobre consenso y bipartidismo en años recientes, yo me empezaría a mirar las fechas de las siguientes elecciones primarias. Por si acaso.
Bolas extra:
En su afán por purgar todo lo woke, el Departamento de Defensa ha borrado la información sobre soldados negros, hispanos y mujeres enterrados en Arlington, además de referencias a la Guerra Civil.
La administración Trump se plantea prohibir la entrada a ciudadanos de hasta 43 países.
Trump se refiere a sus enemigos como basura, amenaza con encarcelar jueces y políticos, y llama a varios medios organizaciones criminales en un discurso. Lo normal un viernes.
Trump sigue despidiendo empleados federales alegremente, ignorando resoluciones judiciales.
El senado intentará revertir los recortes en el gobierno municipal en Washington DC.
Escribí un artículo sobre costes de construcción de infraestructura en Connecticut en un medio local.
Casualmente, sólo uno de ellos se enfrenta a una reelección el 2026.
Sí, tenía que salir Nixon.
El Tea Party fue una ideologización (fidelización ideológica) de "perdedores", algo que desde el principio ya era prometedor dada la distribución de clientela, y que además tenía bastante trabajo hecho por espontáneos. Organizar un 4 Freedoms sería completamente distinto de arriba abajo y si el Tea Party fue descaradamente apoyado desde el principio era porque su recorrido era claramente previsible, o al menos eso pensaban los que se dedican a montar estos negocios, pero ahora, incluso si el Tea Party tuviese lugar en estas circunstancias todo sería más imprevisible. Además, un Tea Party actúa claramente como un disciplinador de minorías, es muy difícil hacer eso con una mayoría salvo que acotes claramente un enemigo existencial que mantenga firme la cosa.
Respecto a lo que está Nerón con la lata de gasolina, es difícil articular una política homogénea porque es un disparate detràs de otro. La política donde más se transparenta lo que hacen, por obvios motivos, es la de Ucrania. Pretenden que los rusos les den una tregua de 30 días, sacar a las tropas de los calderos, y estabilizar el tinglado que está con la popa al.aire, así, descaradamente y porfa, y los incentivos a Rusia son cero patatero. Obviamente, los rusos pasan totalmente de ellos y siguen a lo suyo, sin darles contexto para papagayadas. Pero el tipo dice que quiere la paz de una manera muy rara, sigue enviando armas, eso sí, no por los canales de Biden ni con los comisionistas previos, sino con los suyos (se dice que con comisiones más suculentas, obviamente no han venido aquì a pagar las cosas de su bolsillo), y respecto a la arquitectura global de seguridad reclamada por Rusia desde la intemerata, no está ni se la espera.
Creo que los demócratas deberían hacer lo mismo que los rusos. Agarrar un tema donde puedan ganar, hay muchos, hacerlo a la rusa, adelante y sin parar hasta conseguirlo, esto tiene una capacidad de atracción y disciplina a prueba de cagones. Y te das a respetar que no veas.
Los demócratas son unos cobardes, así de simple. Siempre están con el buenismo y lo políticamente correcto, y están compitiendo con gente a la que no le importa nada más que lanzar su agenda, cueste lo que cueste.