Tras tres meses de pausa, la administración Trump finalmente ha hecho lo que siempre quiso hacer: mover a Estados Unidos hacia la autarquía. La Casa Blanca ha anunciado aranceles contra esencialmente todo el planeta, prácticamente sin excepciones. Los países con los que Estados Unidos tiene superávit comercial pagarán un 10%, los que tienen un déficit reducido un 15%, y el resto, una cifra más o menos aleatoria que oscila entre el 20 y el 41%.
Que las cifras parecen escogidas al azar no es una exageración. Suiza pagará un 39% (Estados Unidos tiene un déficit comercial considerable con ellos al exportar fármacos), Brasil un 50% porque Trump quiere proteger a Bolsonaro (literalmente), Siria un 41%, Laos un 40%. Con la excusa del fentanilo (ficticia), Estados Unidos subirá los aranceles a Canadá del 25% al 35%.
En el más puro estilo de una república bananera corrupta, los aranceles tienen, en muchos lugares, complicadas excepciones, exclusiones, y tratos especiales para empresas influyentes. Las aerolíneas tienen lobistas a mansalva y necesitan importar piezas y comprar aviones, así que el sector aeroespacial no paga impuestos. Apple y las telecos venden productos visibles, caros y que todo el mundo usa, así que los teléfonos móviles están exentos. Algunos aranceles son básicamente ficticios; a pesar de los iracundos insultos a Canadá, la letra pequeña excluye los productos cubiertos por el tratado comercial firmado por Trump durante su primer mandato, o un 94% del comercio con el país vecino.
Los aranceles aprobados hoy se suman a toda esa retahíla de tasas universales separadas para toda clase de productos y materias primas, desde automóviles a acero o cobre.
Una política económica incoherente
A finales del año pasado escribía sobre cómo Trump parecía haber convencido a dos facciones conservadoras con ideologías contradictorias que iba a ser su paladín y líder. El sector nacional-patriótico creía que Trump iba a ser un peronista a la americana, nacionalista, proteccionista, y vagamente autoritario. Los techbros, mientras tanto, esperaban una terapia de shock, desmantelando ministerios enteros a mayor gloria de la eficiencia libertaria futurista con AI, criptomonedas y libertad desatada.
Trump ha resultado ser un franquista-peronista en política económica, un reaccionario que se ha dedicado a desmantelar los departamentos que le caen mal políticamente (ciencia, universidades), y que lejos de reducir el déficit fiscal, lo ha disparado, dedicándose a recortar impuestos a los ricos como un republicano tradicional.
Es una agenda económica peligrosa. Estados Unidos tiene un déficit fiscal del 6,3%, con la economía a pleno empleo. Esto tiende a devaluar la moneda, encareciendo las importaciones; sumado a los aranceles1, empuja la economía hacia la inflación y tipos altos. Trump está en una guerra casi abierta con la reserva federal para que bajen los tipos, cosa que aceleraría la inflación. La pérdida de confianza en la moneda puede acabar provocando una salida de capitales y haciendo que la ultra segura deuda pública americana sea vista como un activo que tiende a depreciarse, o peor aún, como dudosa. Con déficits tan altos y una deuda enorme, si los inversores empiezan a exigir intereses más altos a los bonos del tesoro Estados Unidos puede meterse en un embolado presupuestario enorme mucho más rápido de lo que parece.
Trump, por descontado, no quiere que eso suceda, y por eso anda intentando convencer al mundo para que inviertan en Estados Unidos. Si la inversión llegara, eso haría subir el dólar, negando cualquier beneficio de los aranceles. Lo más probable es que no lo haga, porque nadie va a apostar por meter dinero reindustrializando Estados Unidos si lo único que protege tu inversión son unos aranceles establecidos por decreto, impopulares, y que nadie sabe si son legales o no.
Una autoridad cuestionable
Porque, como comentaba hace una temporada, es muy probable que no lo sean. La administración tuvo una vista oral espantosa en el tribunal de apelaciones ayer sobre su autoridad para imponer aranceles sin la intervención del Congreso.
El argumento legal de la administración para defender su autoridad legal es maravilloso. Su teoría es que la ley da la potestad al presidente de declarar una “emergencia”, y que eso es una decisión basada en su criterio político. Dado que el congreso le dio la autoridad para decidir qué es una “emergencia”, el poder judicial no puede evaluar si esa declaración es correcta o no, y, por lo tanto, no puede pronunciarse sobre las medidas que tome el presidente para responder a ella.
Este argumento quizás suene ridículo (es más, es ridículo), pero es más que probable que el caso acabe en el Tribunal Supremo. Y esta clase de “lógica” es básicamente la clase de argumento que ese tribunal ha utilizado con alegría y desparpajo estos últimos años en todo lo que respecta a Trump.
Esta es la clase de caso, sin embargo, que puede que sea demasiado baboseo incluso para estos jueces. La constitución menciona a los aranceles explícitamente como algo que está en manos del Congreso. La interpretación trumpiana de la ley que usan para imponerlos, que ni siquiera los menciona directamente, es que cuando el texto dice “regular” eso les autoriza a crear impuestos, algo que de ser aceptado permitiría al presidente llevar una política fiscal sin tener que contar con el legislativo en absoluto.
Lo más probable, sin embargo, es que decidan recurrir a su táctica favorita de inventarse algún tecnicismo extraño que les impide decidir sobre el fondo del caso y les obligue a enviarlo de vuelta al tribunal de primera instancia para que lo “clarifique”, esencialmente dejando todo como está durante unos añitos más mientras los abogados litigan sobre una sentencia escrita de la forma más chapucera posible.
Con estos niveles de seguridad jurídica, sin embargo, buena suerte convenciendo a alguien que confíe en el dólar mientras Trump siga en la Casa Blanca.
Perspectiva
Los aranceles impuestos hoy dan cierta perspectiva al acuerdo firmado por la UE hace unos días. Era un acuerdo malo, sin duda, pero la alternativa no era una guerra comercial y un trato mejor, sino Trump decidiendo unilateralmente un arancel más alto. Por descontado, el pacto firmado no tiene garantía alguna de ser sostenible, y si Pedro Sánchez dice algo feo sobre el amado líder es perfectamente posible que decida que la UE tiene fentanilo y ahora nos toca lidiar con un 35%.
No lo olvidemos: aunque hablemos de “imponer aranceles”, quienes los pagan, en última instancia, son los consumidores del país que los crea. Trump ha aprobado hoy por decreto una de las mayores subidas de impuestos de la historia del país. La UE no tiene por qué hacer lo mismo contra sus propios ciudadanos, al menos a corto plazo.
Los aranceles tienden a tener una recaudación decreciente ya que los consumidores dejan de importar.
Esto es parte de un plan más vasto. Igual que EEUU se dedicó a desmantelar escrupulosamente todos los cambios que hizo (la administración) FDR en las décadas siguientes, y más que eso, EEUU lleva tres décadas desmantelando el orden mundial salido de Yalta-Potsdam. Ya no es sólo el abandono de tratados militares de los años 60-70-80, estamos viendo el desmantelamiento de todo el sistema comercial que estaba precisamente pensado como un guante para afirmar la hegemonía de los EEUU. Esto ya empezó con Nixon y Bretton Woods, cuando uno se carga el pilar maestro poco delito màs es tirar los tabiques, es acelerar lo ya inevitable. Tenemos p.ej. el TNP, funcionó razonablemente mal desde el principio, pero se lo saltaron los macarras de Occidente (con su inestimable ayuda) en Oriente Próximo o potencias no tan menores como Indis y Pakistán. El tito Kim no se equivocó, si no tuviera sus pepinos nucleares ya le habrían hecho un Yugoslaviaz Iraq, Libia o Siria (o..., o...), sólo el fanatismo religioso de los ayatolas está frenando lo inevitable, porque todo lo que está pasando en Oriente Medio no estaría pasando si Irán fuese nuclear. Este es el mundo al que vamos. Los BRICS son un gallinero sin iniciativas, se unen porque los EEUU se está autodemoliendo. La desdolarización no la hacen por gusto, la hacen por supervivencia. Bozo es Olivares, el supercorrupto que vino a limpiar la corrupción de Lerma (un tipo que ante todo, procuró no menesr un tinglado que hacía unos cracks de la hostia, por eso cometió el error este sí imperdonable de robar a los de su clase, cosa lógica por cierto que ya se encargó de demostrar su sucesor para la posteridad). Hace sus mismas imbecilidades, y sus recetas van a tener el mismo resultado.
Me quedo a la espera de que comentes la aprobación de la construcción de la nueva pista de baile de La Casa Blanca, no sé si para montar raves, o bailes de salón con Wagner de fondo, o que…