El miércoles pasado, en la reunión de su gabinete celebrando los 100 días de gobierno, Donald Trump reconoció que su política arancelaria podía provocar que algunos productos fueran más caros y difíciles de encontrar. En su opinión, eso no tenía por qué ser un problema; los niños americanos quizás deberán conformarse con “dos muñecas en vez de treinta”, pero eso no le parecía mal. Son cosas que “no necesitamos”:
Autarquía
Es francamente divertido escuchar al multimillonario líder del partido republicano, adalid del crecimiento económico y la gran empresa, hablando como el decrecentista de facultad de sociología medio, llamando a los americanos a abandonar los placeres terrenales, pero aquí estamos.
La reacción oficial del presidente y sus compañeros de filas ante la noticia de que la economía americana tuvo una caída en su PIB del 0,3% el primer trimestre ha sido surrealista. Por un lado, Trump se ha pasado los últimos días diciendo que todo lo bueno que sucede en la economía es gracias a él y todo lo malo es por culpa de la herencia recibida de Biden. Los sondeos, de forma unánime, dicen que los votantes opinan lo contrario, quizás porque Trump lleva semanas dando coces con sus aranceles y alardeando que van a ser mágicos.
Por otro, muchos en el GOP están hablando tranquilamente de la necesidad patriótica de empobrecerse para reducir la dependencia de Estados Unidos hacia el exterior, y haciendo todo lo posible para evitar que el congreso retire la autoridad al presidente para imponer aranceles.
Es una apuesta curiosa, pero hasta cierto punto racional. Para el presidente, los aranceles son su medida favorita, está convencido que van a funcionar y, por lo tanto, los defiende como un poseso, a pesar de que sus proclamas autárquicas recuerden al franquismo de postguerra. Aunque cada vez es más obvio que no tiene ni la más remota idea sobre cómo funciona el comercio internacional (insistiendo, por ejemplo, que no comerciar con China es bueno, ya que no estamos “perdiendo un billón de dólares al año”), el buen señor está la mar de feliz con sus ideas. Negociar con él es perder el tiempo, porque en el fondo no quiere llegar a acuerdos, ni sabe qué clase de acuerdo sería “bueno” para Estados Unidos.
Para los legisladores y políticos republicanos que no tienen el cerebro anclado en las ideas económicas de Juan Antonio Suanzes y saben que la guerra comercial con China probablemente va a provocar una recesión, sus reacciones son algo más cínicas, pero bastante lógicas.
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