La crisis de la industria cultural en Estados Unidos
¿Una hegemonía con pies de barro?
Versalles
Uno de mis documentales favoritos de los últimos años es “The Queen of Versailles” (la Reina de Versalles), de Lauren Greenfield. La historia empieza a mediados del 2007, cuando David y Jackie Siegel, los propietarios de una inmobiliaria en Florida, empiezan a construir la que iba a ser una de las mansiones más grandes de Estados Unidos.
Como os podéis imaginar, el edificio en cuestión era todo lo que uno se puede esperar de un nuevo rico de Florida con una mujer décadas más joven que él, desde el nombre (Versalles) a la decoración y estilo. Con el edificio a medio construir, los Siegel se dieron de bruces con la gran recesión y el hundimiento del mercado inmobiliario en Estados Unidos, así que el documental, que empieza como una hilarante mirada al exceso y despilfarro de gente con mal gusto, se convierte poco a poco en la historia de una caída, un matrimonio en crisis y (para qué negarlo) una oda al Schadenfreude.
El año pasado Stephen Schwartz, el creador del musical “Wicked”, anunció un musical basado en la película. Aunque tengo muchas pegas con “Wicked”1, “Queen of Versailles” iba a tener a Kristin Chenoweth2 y F. Murray Abraham3 en el reparto, la clase de nombres que llenan un teatro en Broadway. El primer montaje, en Boston4, tuvo malas críticas5, pero la versión estrenada en Nueva York parecía ser bastante mejor. A principios de esta temporada de teatro, parecía uno de los firmes candidatos a ganar dinero y dar un puñado de nominaciones a los Tony a su reparto.
Esas expectativas no se han cumplido. Tras menos de un mes en cartelera, “Queen of Versailles” anunció que echaban el cierre el 4 de enero. El musical, con una capitalización de 22,5 millones de dólares, estaba recaudando alrededor de un millón a la semana, pero la demanda era floja, requiriendo cada vez más descuentos, así que los inversores perderán todo su dinero6.
Fracasos y teatro musical
Que un musical fracase en Broadway no es noticia; lo habitual cuando alguien pone dinero en un musical es perder dinero7.
Lo que es menos habitual, y bastante preocupante, es que estos últimos años ningún musical parece estar funcionando en absoluto; de los 18 musicales estrenados este año, nadie ha conseguido recuperar la inversión. En los últimos meses, “Tammy Faye”, “Cabaret”, “Gypsy” (con Audra McDonald), “Smash”, y “Sunset Boulevard” (tras ganar una montaña de Tonys) han recibido buenas críticas, pero no han sido rentables. Desde la pandemia, se han estrenado 46 espectáculos nuevos, con una inversión total de 800 millones; sólo tres (“Six”, “MJ”, “&Juliet”) han tenido beneficios, y todos fueron estrenados con subvención.

Los motivos son variados. El número de espectadores aún sigue un poco por debajo de los picos pre-pandemia, y las restricciones a la inmigración y turismo de esta administración no están ayudando demasiado. En años recientes han habido más estrenos de lo habitual, según espectáculos que estaban listos el 2020-2021 finalmente llegaron a escena. El precio de las entradas sigue siendo tan alto como siempre.
Lo que ha cambiado son los costes. La capitalización necesaria para un musical básicamente se ha duplicado tras la pandemia, y básicamente no hay ningún espectáculo “grande” que esté costando menos de 20 millones de montar. Tras cuatro años de naufragios, los inversores finalmente parecen haber pillado el mensaje, y este otoño, aparte de “Queen", el único musical que se ha estrenado es “Two Strangers Carry a Cake Across New York”, que tiene un reparto de dos actores (y seguramente ganará dinero).
De momento, lo que se están haciendo son obras de teatro normales, sin coros y danzas, a menudo con actores de Hollywood de primera fila. Muchos de ellos están dispuestos a cobrar menos por el prestigio (y el subidón, no lo neguemos) de subirse a un escenario, y dado que las producciones son mucho más baratas y no necesitas meses y meses para amortizarlas, pueden ganar dinero.
Los musicales en Broadway, a pesar del dinero que mueven, no dejan de ser un nicho; Nueva York es el centro del mundo teatral del país, pero es una ciudad. Por muy desorbitado que sea el peso cultural de Broadway (y lo es - su influencia en el resto del sector audiovisual es extraordinaria), quizás es una crisis sectorial. Lo curioso, y que está sucediendo en paralelo en la otra punta del país, es que Hollywood parece estar en una crisis igual o peor que Broadway, con la industria cinematográfica perdiendo puestos de trabajo a marchas forzadas.
El naufragio de Hollywood
En 2022, en el condado de Los Ángeles había 142.000 trabajando en la industria del cine. A finales del 2024, esa cifra se había reducido a 100.000. Los días de rodaje anuales de TV se desplomaron de 18.560 el 2021 a 7.716 el año pasado; las producciones cayeron un 37% en Estados Unidos. Los datos parecen haber empeorado aún más durante el 2025, con un 22% de caída en días de rodaje el primer trimestre en cine. Aunque California sigue siendo el lugar del mundo donde se produce más cine y TV, el porcentaje está en mínimos históricos, un 20%.
Este caída de actividad está sucediendo al mismo tiempo que la economía del estado crece con más fuerza que nunca; California es la cuarta economía del planeta en PIB, sólo por detrás de Estados Unidos, China y Alemania. Un comentario habitual en Hollywood es que la ciudad va camino de convertirse en “Detroit, pero con mejor clima”.

Los orígenes de esta crisis se deben a una combinación de factores. La burbuja productiva post-pandemia (con rodajes de muchos proyectos atrasados) iba a venir seguida, inevitablemente, por una contracción. También era de esperar que, tras años de sobreproducción de series con la burbuja del streaming hubiera vacas flacas. Finalmente, las dos huelgas (de WAG, el sindicato de guionistas, y SAG, de actores) dejaron secuelas importantes en proyectos cancelados.
Una crisis anunciada
Los problemas centrales, sin embargo, son de modelo, audiencias y costes. Hollywood ha sido extremadamente torpe en adaptarse al streaming. Estudios como Netflix, Apple o Amazon suelen tener ventanas de exclusividad en cines increíblemente cortas8, y las majors, inexplicablemente, han copiado el modelo. Muchos espectadores, sabiendo que podrán ver todo en casa en uno o dos meses, ni se plantean en ir a ver en salas cualquier cosa que no sea una superproducción o una peli de terror (que siguen teniendo buena taquilla), así que la recaudación de todas esas películas de “medio presupuesto” que eran la columna vertebral de Hollywood se ha hundido. Este verano ha sido el peor desde 1981, excluyendo la pandemia, en los cines americanos.
Hollywood, además, se enfrenta a un entorno mucho más competitivo que antes. El cine, a diferencia de Broadway, se enfrenta con todo el resto del sector audiovisual, desde TikTok y Youtube a los videojuegos (la experiencia del teatro en vivo es irreplicable en internet por ahora), con una cantidad esencialmente infinita de historias y creadores en internet peleándose por atraer la atención del espectador. Incluso si estuvieran haciéndolo todo bien, mantener la audiencia hoy es mucho más complicado.
El gran factor es, sin embargo, el coste. Muchas ciudades descubrieron, hace unos años, la infinita voracidad de los estudios de Hollywood para perseguir créditos e incentivos fiscales, básicamente cazando subvenciones como locos. Este es el motivo por el que Disney ha filmado todo el universo Marvel en Atlanta, Georgia, o por qué las calles más reconocibles de “Nueva York” están en Vancouver, Canadá. A pesar de que hay múltiples estudios que señalan que esta clase de gasto público genera entre cero y nada retorno de inversión a largo plazo9, medio país y parte del extranjero se han apuntado al carro, convirtiendo a la industria en un circo itinerante.
La combinación está siendo especialmente letal para Los Ángeles, pero también para la industria en general. Hollywood sólo parece ser capaz de ganar dinero de forma medio fiable con grandes franquicias con presupuestos millonarios, pelis de miedo, y animación (siempre que sean secuelas o de una IP conocida). Una peli enorme de Marvel puede costar 250 millones, pero no emplea cinco veces más gente que cinco thrillers (digamos, “El Informe Pelícano” o “Michael Clayton”) que es lo que nutría a los cines pre-Netflix. Mientras tanto, las series para streaming quizás sean abundantes, pero son mucho más cortas que las temporadas de TV clásicas pre-Netflix (que solían tener más de 20 episodios), así que generan también menos empleo. Y por supuesto, esas series también andan por medio mundo buscando subvenciones.
Empeorando el problema, las barreras de entrada a la industria son mucho menores. Pre-internet, estrenar y distribuir una película en todo el mundo era complicado, y las majors, por escala y capacidad, tenían una ventaja abrumadora. El número de canales de TV, incluso con cable, eran limitados también, y muchos estudios estaban integrados verticalmente, así que tenían menos competencia. Con streaming, una buena serie tiene distribución mundial esencialmente inmediata, y el número de “canales” es ilimitado. Netflix y el resto del sector se ha dado cuenta que hay mucha gente con mucho talento fuera de Estados Unidos haciendo buenas series, así que tenemos por primera vez éxitos globales filmados fuera de USA/UK en idiomas distintos al inglés.
Declive
Durante décadas, y especialmente desde los años noventa, Estados Unidos ha disfrutado de una hegemonía cultural casi sin precedentes, dominando la cultura popular, cine, música, televisión de forma extraordinaria. Me parece curioso que estas industrias, que han sido centrales en el inmenso “poder blando” del país durante décadas, estén ahora en crisis en parte por una explosión de costes, en parte por su dificultad en adaptarse a un nuevo contexto.
Siempre hablo sobre esa maldición de cualquier proyecto de infraestructuras en Estados Unidos debido a sus enormes costes, algo que se extiende a cosas como la sanidad o incluso a camiones de bomberos. Es curioso ver esta clase de ineficiencias meterse en el sector privado.
Epílogo
Los problemas de la industria en Los Ángeles tienen un lado bueno - con tantos platós vacíos, estamos viendo una resurrección (relativa) del cine independiente. Hollywood ha tenido ciclos parecidos antes; la competencia con la TV y el aumento de presupuestos acabaron por hundir muchos estudios, pero eso abrió la puerta a la explosión de creatividad en los setenta. El (mal) cine de los ochenta y la quiebra de varios estudios dieron alas a Sundance y la oleada de indies de los noventa. Hay señales de que hay algo de eso en ciernes, especialmente en TV.
En Broadway costará ver algo parecido a corto plazo, porque el teatro no-musical es una buena alternativa. Hasta que alguien produzca un nuevo exitazo estilo “Hamilton”, los inversores se vengan arriba, y volvamos al ciclo de siempre.
Bolas extra:
Cuando la marina de Estados Unidos destruyó una lancha por primera vez, el primer misil partió la embarcación en dos, provocando que las dos mitades volcaran y matando a siete de sus ocupantes en el acto. Dos hombres sobrevivieron, aferrándose a la desesperada a los restos de su embarcación, intentando enderezarla. Durante 41 minutos, el almirante Bradley, al cargo de la operación, y el resto de oficiales contemplaron las imágenes, tomadas desde un dron. Bradley concluyó que la lancha seguía flotando porque contenía cocaína, así que dio la orden de atacar de nuevo, matando a los dos náufragos.
Esto es increíblemente cruel. Y es un crimen de guerra. Bradley debería acabar en la cárcel de por vida. Si los hubieran rescatado, el ataque seguiría siendo ilegal, por supuesto. Llevan 87 personas asesinadas así.
Un tribunal de apelaciones dictaminó, hace unas semanas, que el gerrymandering de Texas era inconstitucional porque había sido dibujado siguiendo criterios explícitamente raciales. La sentencia, de 160 páginas, cita las instrucciones de la Casa Blanca, que hablan de raza abiertamente. El Supremo ha admitido a trámite el recurso y ha decidido suspender de forma cautelar esa decisión, porque… patatas, básicamente. Han recurrido a un auto de emergencia sin argumentación legal alguna, como hacen a menudo, siempre dándole la razón a Trump.
Muchas. Tiene sólo dos o tres canciones realmente buenas, el segundo acto es un peñazo, e incluso las composiciones medio conocidas son bastante cargantes. Pero ese es otro tema.
Wicked, Pushing Daisies.
Absolutamente de todo, desde Amadeus a Grand Budapest Hotel.
Muchos musicales se estrenan de forma preliminar en otras ciudades antes de ir a Nueva York, a modo de prueba, y son retocados antes de ir a Broadway. New Haven, por cierto, tiene una larga tradición de esta clase de estrenos; el clímax de la película “Eva al Desnudo” tiene lugar aquí por ese motivo.
Porque Schwartz es un poco paquete, pero esa es mi batalla personal.
Cómo se financian los musicales en Broadway es, de por sí, una cosa fascinante. Es una forma fabulosa de perder dinero. Hay películas y musicales sobre ello.
Tradicionalmente, sólo un 20% de musicales recuperan la inversión.
Netflix, de hecho, sólo estrena películas en salas para poder participar en los Óscar, no para ganar dinero.
Connecticut ha malgastado toneladas de dinero en estas tontadas.

