Los que me lleváis leyendo desde hace tiempo sabéis que mis predicciones suelen caer en dos categorías diferenciadas.
Por un lado, tenemos las que tienen que ver con percepciones políticas: cómo funcionará un mensaje, sondeos, elecciones, y cosas que se mueven dentro de cierta incertidumbre sobre qué hará el electorado. Mi tasa de acierto en estos temas suele ser bastante modesta, cuando no mala.
Por otro, tenemos las predicciones relacionadas con el funcionamiento de las instituciones, del funcionamiento del sistema político. Saber si se aprobará una ley o no, lo que podrá hacer un legislador o un presidente, si un partido mantendrá su cohesión o no. Aquí suelo acertar bastante más que el comentarista medio, en no poca medida porque la mayoría de los analistas suelen ser bastante ignorantes sobre cómo funciona el sistema político americano en la práctica1.
Expectativas
En febrero, cuando Trump echa a andar la maquinaria de su administración, me tomé un momento para hablar sobre los límites institucionales de la presidencia.
Mi punto de partida, que repetía también en mi artículo de ayer en VP, es que el presidente de los Estados Unidos es un cargo relativamente débil, que construye gran parte de su poder político sobre dos pilares bastante inestables. Primero, su condición de ser el único cargo electo a nivel nacional de todo el sistema político, algo que le permite apelar a la opinión pública para persuadir a otros actores. Segundo, la creencia por parte de otros actores dentro del sistema de que el presidente es poderoso y que cuando pide algo es necesario escucharle.
Estas dos percepciones se retroalimentan mutuamente; un presidente popular anima al resto de actores a seguirle, y un presidente capaz de aprobar medidas y actuar de forma decisiva tiende a hacerse popular. La relación también funciona en dirección contraria, obviamente; un presidente que cae en la impotencia suele ser rechazado por el electorado, y eso hace más difícil aprobar nada.
En febrero explicaba cómo el sistema político americano está diseñado de tal forma que genera mucha fricción; todos los actores, pero especialmente el presidente, tienen que vencer muchas resistencias para poder actuar: Esto suele funcionar… hasta que la fricción inherente en el sistema político americano empieza a imponerse.
“Al principio, no parece gran cosa. Una de las órdenes ejecutivas estrella del presidente es bloqueada en los tribunales, después otra. La imagen decisiva e imparable del presidente se resiente; los intentos de actuar al margen de lo que piden los tribunales generan más titulares negativos. Un caso o dos llegan al supremo, y la corte decide frenar al ejecutivo. Los titulares dejan de ser “Trump ordena” y pasan a ser “Trump sufre revés judicial”. (…)
Inevitablemente, alguien publica un par de sondeos en los que el presidente pierde apoyo, o alguna polémica reciente es muy impopular. A un legislador republicano se le ocurre hacer un town hall (esa cosa tan americana en la que un político responde a preguntas del público), es abucheado, y el video se hace viral. Un par de malas noticias económicas, y poco después tenemos un artículo en el WaPo, NYT, o Politico con un titular como “la luna de miel de Trump se ha terminado”, y lo que parecía un coloso imparable con el poder de mover montañas pasa a ser, simplemente, el presidente de los Estados Unidos, el cargo público más incomprendido de la Tierra.”
Sondeos
Echemos un vistazo a los sondeos publicados estos últimos días sobre la presidencia de Trump, entonces:
El NYT lo tiene en -12, Fox News en -11, AP en -20, Center Square, CBS en -10, CNN en -182. La semana pasada ABC lo tenía en -16 y Pew en -19. Todos los sondeos de casas más o menos reconocidas (hay un número considerable de encuestadores abiertamente republicanos), tienen a Trump con la aprobación un poco por encima del 40%; dos (ABC y AP) lo tienen en 39%.
Lo más preocupante para el presidente es que sus cifras son peores cuando se pregunta a los votantes sobre temas concretos. En el NYT, por ejemplo:
Trump está en negativo en inmigración y en economía, tradicionalmente sus puntos fuertes. Y la cosa empeora cuando en vez de preguntas abstractas se centran en polémicas concretas; un 76% se opone a que Trump se niegue a obedecer resoluciones del supremo.
Otros sondeos indican que el apoyo al presidente entre las bases del partido republicano, hasta ahora indestructible, está empezando a agrietarse. Sólo un 54% de republicanos (AP) cree que Trump está centrándose en temas prioritarios. Como señala CNN, las cifras de Trump, ahora mismo, son las peores de cualquier presidente en los últimos setenta años en este punto de su mandato.
Lo peor está por llegar
Estas cifras no son demasiado sorprendentes si tenemos en cuenta la cantidad de burradas que ha hecho esta administración en menos de cien días. Son también un recordatorio de que Trump, a pesar de todo, sigue siendo humano, y que sus escándalos, aunque sea por acumulación, acaban por generar rechazo en la opinión pública.
Todo parece indicar, además, que lo peor no ha pasado. El Congreso está debatiendo esa mega ley fiscal de Trump, y los republicanos van a descubrir durante los próximos días que muchas de sus provisiones son impopulares. También tendrán que lidiar con la realidad de que aceptar las demandas de un presidente detestado por un 60% de los votantes es políticamente peligroso, así que es muy probable que el debate se alargue, si no acaba encallándose por completo.
Los aranceles, mientras tanto, siguen en vigor, así como la crónica estabilidad de la administración manejándolos. Los efectos en precios y escasez de productos (porque la habrá: las importaciones desde China han caído a cero) aún no han empezado a notarse, ya que muchas empresas acopiaron inventarios. Este mes entrante, sin embargo, empezaremos a ver esos impactos. Y a eso hay que sumarle el fiasco de Ucrania, el choque cada vez más directo con el Supremo en derechos civiles, recortes en servicios públicos indiscriminados y los cada vez más impopulares decretos semi autoritarios procedentes de la Casa Blanca. Trump tiene un camino muy complicado por delante.
Una vez el presidente es visto como alguien impopular, además, las instituciones que son atacadas por la administración tienen muchos más incentivos para oponer resistencia en vez de tragar. Los bufetes de abogados que la Casa Blanca ha intentado intimidar últimamente se han rebotado todos; Harvard en vez de firmar una rendición como hizo Columbia ha respondido con pleitos a mansalva.
Queda partido
Esto no significa, por cierto, que la administración Trump esté acabada. Para empezar, quedan más de tres años de mandato, y echar un presidente vía impeachment es casi imposible. El hombre va a estar en el cargo durante mucho tiempo, y aunque tendrá menos poder e influencia, tener un idiota militante al frente del gobierno federal sigue siendo extraordinariamente peligroso.
Segundo, no está de más recordar que el predecesor con peores cifras de popularidad que Trump era Dwight Eisenhower, que llegó a la Casa Blanca bastante perdido y se encontró con el marrón de McCarthy y la guerra de Corea. Eisenhower se recuperó y acabó siendo justamente recordado como un gran presidente. Trump no es ni de coña Ike, y dudo mucho que cambie lo suficiente como para convertirse en alguien remotamente decente. A pesar de todo, lo cierto es que podría recuperar muchísimo terreno si decidiera quedarse en un rincón y no hacer nada. La economía, en enero, iba como un tiro, y Estados Unidos es un país productivo y rico. Desaparecer de la escena sería una idea excelente.
No recuerdo de quien era el chiste (creo que Bob Hope), pero durante la campaña presidencial de 1960 corría el chascarrillo de que no sé por qué insistían en tener unas elecciones entre Kennedy y Nixon. Podían dejar la Casa Blanca vacía cuatro años más y las cosas seguirían tan bien como hasta ahora.
Insisto: Eisenhower fue un muy buen presidente, y el chiste no era merecido. Pero no sería una mala estrategia política.
Bola extra: 60 Minutes
La semana pasada Bill Owens, el productor ejecutivo de 60 Minutes, anunció su dimisión.
60 Minutes es uno de los programas de más prestigio de la televisión americana. En antena desde 1968, es un informativo de una hora de duración que cubre varios temas en profundidad. Tiene reputación de ser imparcial, tener periodistas increíblemente competentes (por el programa han pasado casi todas las leyendas del medio) y ser inmisericorde. Si tu empresa o administración recibe una llamada de un productor de 60 Minutes, es hora de que empieces a rezar.
Owens anunció su marcha por un motivo muy simple: CBS, la cadena que emite el programa, no estaba dejándole hacer su trabajo. Todo empezó con una entrevista que el programa hizo a Kamala Harris, que Trump insistió que había sido manipulada para hacerla parecer más inteligente y presentó una demanda contra ellos exigiendo una rectificación. Owens, el tercer director de 60 Minutes en los 57 años de emisión, se negó en redondo, y rechazó de plano cualquier disculpa.
Paramount, sin embargo, la propietaria de CBS, está intentando una fusión con Skydance, una transacción que debe ser aprobada por las autoridades federales. Shari Redstone puede ganar una fortuna vendiendo la compañía, así que decidió no sólo intentar llegar a un acuerdo extrajudicial con Trump (con la intención de darle una montaña de dinero, un soborno en toda regla) sino que se puso a dar “sugerencias” a Owens sobre cómo cubrir a Trump para no molestarle.
Sobre las implicaciones de esta historia para la prensa independiente en Estados Unidos y otros lugares hablaremos otro día. Ayer 60 Minutes cerró el programa con este segmento extraordinario enviando a parir a su propia compañía:
Ayuda bastante el hecho que me he pasado más de diez años intentando sacar leyes adelante en un Capitolio estatal.
Zogby es un antro republicano.
Es más fácil ver la política exterior (si queremos llamarla así) que la interior de EEUU. Es más descarada, transparente, y refleja muchísimo lo que pasa dentro, es como el escaparate, con todas las limitaciones de la comparación. Además en mi opinión (y tiene sentido si admitimos lo anterior), influye mucho más de lo que parece en la interior. Lo que hacen todos los presidentes es intentar avanzar agendas (que suelen ser múltiples) de grupos concretos, para nada ocultos ni escondidos ni agazapados. La novedad de este onvre es la *forma* de hacer su trabajo. Me llama la atención muchísimo de que muchas de las barbaridades que hace podría hacerlas por el método tradicional (no todas, claro), no sé si será por esa reducción de costos generalizada que trajo el liberalismo que no es por no hacerlo a la tradicional, es que hacerlo pa ná, es tontería.
Aunque parezca que sí, no hay ningún bandazo en la política exterior. Simplemente se intentó una cosa cuyo destinatario final sigue siendo el mismo de siempre desde hace mucho tiempo, China, salió como tenía que salir, como el culo, porque Blinken y Sullivan no son tan diferentes de Rubio, y desde luego más incompetentes que Witkoff, y ahora se trata de cerrar el asunto y buscar joder por otro sitio. Ese magma de intereses ha quemado a tanta gente buscando imposibles, que ahora lo único que tienen es el... tipo inefable este.
Y sigo insistiendo que cuando les deje de servir, lo retiran y ponen a Vance. Están en modo turbo, no van a esperar a otras elecciones y menos aún con la posibilidad de que les salga el tiro por la culata, que les está saliendo en todas partes.
Muchas gracias!!