No está del todo claro cuándo empezó la pelea.
La ley dice que un empleado externo al gobierno federal sólo puede trabajar hasta un máximo de 130 días antes de tener que ser dado de alta como un asesor o cargo político, con todas las restricciones y normas adicionales que ello conlleva1. Elon Musk quería aventura y acción, pero no responsabilidad o tener que compartir sus secretos con la plebe, así que todo el mundo esperaba que abandonara la Casa Blanca antes de cumplir ese plazo.
Los rumores de desencuentros y malestar, sin embargo, venían de antes. Donald Trump es alguien que detesta que le hagan sombra, y la omnipresencia inicial de Musk (además del hecho de que el tipo parecía seguirle a todos lados) empezaron a cansarle. El resto del gabinete estaban hartos de que el tipo se presentara al azar en sus departamentos y se pusiera a despedir o nombrar gente.
Musk, a su vez, no tardó en darse cuenta de que su influencia en la administración estaba disminuyendo, y que la política económica de los republicanos iba a menudo en dirección contraria a lo que quería. El hecho de que no entendiera en absoluto cómo funciona el gobierno o el congreso, sin duda, no le ayudaron demasiado. Muchos de sus recortes estrella acabaron siendo más cosméticos que otra cosa2; las negociaciones presupuestarias le superaban totalmente.
El día de su despedida, Trump y Musk se lanzaron elogios y se abrazaron cordialmente. Hablaron de su admiración mutua y del gran trabajo hecho hasta ahora. Pero el romance parecía haber terminado.
Los reproches
Apenas había salido de la Casa Blanca, Musk concedió una entrevista en CBS en la que criticó con dureza el One Big Beautiful Bill3, la mega-propuesta legislativa que incluye toda la agenda legislativa de Trump. La ley, decía, aumenta el déficit y no recorta el gasto, haciendo inútil su labor en DOGE.
Eso debió irritar a gente cercana a Trump. Días después, el New York Times publicaba la clase de artículo que suena a venganza: dos reporteros explicaban en detalle el desaforado consumo de drogas de Musk. Esta es la clase de reportaje que un periódico como el Times sólo publica si tiene múltiples fuentes y pueden probar absolutamente todo lo que escriben. Era obvio que media Casa Blanca había hablado con el periódico, ansiosos de enviar a parir a Musk.
El hombre más rico de la tierra tendrá sus virtudes, pero el autocontrol no es una de ellas. Hace un par de días se plantó en esa red social que se compró por 42.000 millones de dólares hace una temporada, y se dedicó a enviar a parir la agenda legislativa republicana, refiriéndose a la mega-ley como una “abominación desagradable”.
Eso parece que acabó con la paciencia de Trump. Ayer, en un intercambio de insultos cruzados en redes sociales delirante, el presidente de los Estados Unidos y su antiguo aliado se dedicaron a enviarse a parir en público durante horas.
La batalla
Musk empezó el día quejándose del déficit; Trump respondió durante su rueda de prensa con el pobre canciller alemán4 diciendo que Elon es un llorica que no quiere que los republicanos eliminen las subvenciones a coches eléctricos. Elon se lanzó una orgía de tuiteo sobre presupuestos, insistió que Trump no hubiera ganado las elecciones sin su ayuda y acabó llamándole pedófilo y amigo de Jeffrey Epstein. Trump le amenazó con cancelar todos sus contratos federales. Al caer la tarde Musk estaba diciendo que los aranceles iban a provocar una recesión y pidiendo el impeachment; gente cercana a Trump, mientras tanto, pedía abiertamente que deportaran a Musk a África. Se dice que la Casa Blanca está empezando a exigir a aliados que declaren su lealtad al presidente y critiquen a Musk.
Es un espectáculo dantesco; un matrimonio fallido de Liz Taylor con Richard Burton con armas nucleares, retransmitido en directo en redes sociales.
Consecuencias
Lo primero que queda claro de todo este asunto, me parece, es que a estas alturas parece obvio que todos esos mega-millonarios de Silicon Valley que apoyaron a Trump son idiotas. Era completamente obvio que Trump, una vez en el poder, iba a volar por los aires las universidades, expulsar inmigrantes, reventar los presupuestos e imponer aranceles, porque esto es lo que llevaba diciendo toda la campaña. Inexplicablemente, Musk y sus mariachis se convencieron de lo contrario.
Ahora, por supuesto, andan todo confundidos, sorprendidos que el leopardo les está comiendo la cara a dentelladas. En este bendito país nadie se tomó a Trump en serio, y ahora resulta que era exactamente tan patán como decía ser.
Escaladas y guerras abiertas
La duda ahora es si estos dos personajes seguirán enzarzados en una guerra abierta e irán a hacerse daño. Las empresas de Musk son increíblemente dependientes de contratos y ayudas federales, así que, si Trump se lanza en una alegre campaña de venganza, bien puede arruinarle. Las acciones de Tesla se desplomaron ayer, con los inversores aterrados ante esta perspectiva.
Musk no tiene el gobierno federal detrás, pero puede hacerle también un daño tremendo. Aunque Twitter no es lo que era, sigue teniendo un impacto desproporcionado en el debate político americano. Musk tiene un altavoz enorme, puede torpedear la agenda legislativa de Trump a golpe de primarias, y es probablemente la única persona del país que es capaz de que toda la prensa cubra cada una de sus palabras. Si él tuitea sobre Jeffrey Epstein sin cesar, los medios hablarán de ello.
Si acaban a tortas de veras, lo más probable es que Musk pierda y acabe siendo deportado a Sudáfrica, con SpaceX y Starlink nacionalizadas. Pero de llegar a ese extremo, el coste político para Trump sería atroz. Musk es un nazi drogadicto megalomaníaco, pero tiene mucho dinero y muchos aliados. Cada uno de estos pasos sería un escándalo tremebundo para la Casa Blanca.
La (posible) tregua
Lo racional, entonces, sería que acaben por hacer las paces. Musk “abandona” la política y Trump deja sus empresas en paz, y fingen que todo esto no ha sucedido nunca. Dudo que el presidente consiga reducir a Elon al abyecto baboseo lamebotas de Marco Rubio, pero la mejor opción es detener las hostilidades. La Casa Blanca, ayer por la noche, estaba dando señales de una détente.
Pero a la vez, tenemos esto:
Estos dos merluzos están convencidos de que internet y Twitter son el mundo real. Toda la carrera política de Trump ha consistido en liarse a porrazos con todo aquel que le mire mal, y Musk está tomando toda clase de productos medicinales divertidos que le hacen un pelín errático y/o psicótico.
Si tuviera que apostar (y no lo haré, porque me equivoco siempre), creo sin embargo que la desescalada es un resultado más probable. Trump es alguien que se apunta a todas las juergas, pero que a su vez no suele tener enemigos o rencores permanentes. Musk no quiere arruinarse o perder el control de sus empresas, y parece estar sinceramente harto de la política. Quizás tengamos un par de días más de hostilidades y alguna escaramuza ocasional, pero no llegaremos a un escenario de destrucción mutua asegurada.
Una lástima, la verdad, porque el espectáculo de ayer fue divertidísimo.
Bolas extra:
Connecticut se ha dedicado a poner anuncios en Nueva York proclamando tener la mejor pizza del país. Esto es estrictamente cierto. Si queréis que hable de pizza, hablaré de pizza.
Trump ha decidido prohibir la entrada a Estados Unidos a viajeros de 19 países, incluyendo Cuba y Venezuela, por motivos de seguridad nacional.
Los republicanos están teniendo problemas para cuadrar votos y números de su mega-ley en el senado. Musk, por cierto, tiene razón: la ley dispara el déficit.
Uno de los daños colaterales del conflicto Musk-Trump es que el presidente ha decidido retirar la nominación de Jared Isaacman, un aliado de Musk, para dirigir la NASA. Una lástima, porque Isaacman era un muy buen nombramiento.
Entre otras, tener que hacer pública su declaración financiera al completo.
La única agencia que realmente ha destruido es USAaid, la ayuda al desarrollo, una maniobra que costará la vida a cientos de miles de personas.
Este es el nombre oficial de la maldita ley.
Nadie en Washington parece acordarse que eso sucedió hoy. La visita más ignorada de la historia.
Queremos que hables de pizza
Esta gente cambió de caballo más o menos cuando defenestraron a Biden, pero venían rumiando desde hacía tiempo. Son los nuevos barones del ferrocarril. Musk es quien más tiene que perder ante el tsunami chino. Sus coches son una mierda comparados con los.chinos y encima subvencionados. Su SpaceX depende totalmente de dinero federal (muchísimo) y todos sus proyectos son militares de tapadillo, empezando por Starlink. En China hay como 20 empresas (o más, ya es difícil de seguir) que lo van a arrollar por completo. A los demócratas les permitieron una agenda a la izquierda tan increíble en estos tiempos de lo desesperados que estaban, ahora que no les han servido de nada, obviamente no tienen que conceder nada (en su punto de vista). No sé qué pasa exactamente en este caso pero no es difìcil de barruntar. Efectivamente, una forma de arreglar esto es deshacerse de este hombre y tirar abajo el escaparate a martillazos (ya es lo que han hecho colocando ahí a Trump). Pero esto no les va a arreglar el problema, más bien lo contrario.