Escribo este boletín el viernes por la noche, en la víspera de las manifestaciones de “No Kings” que van a celebrarse por todo el país mañana. La primera, en verano, fue un éxito inesperado. Durante toda esta semana, toda la oposición a Trump, desde demócratas moderadísimos a la gente más hiperventilada en BluSky, están esperando, un tanto ansiosos, a lo que sucederá mañana sábado.
Las manifestaciones no suelen cambiar gran cosa en política, al menos a corto plazo, pero Estados Unidos tradicionalmente no ha sido un país de grandes manifestaciones. Este es un lugar que cuando un organizador saca un par de centenares de personas a pasearse con pancartas delante de un capitolio estatal se considera un éxito. En verano, el hecho que hubiera miles de personas en decenas de ciudades de todo el país pilló a todo el mundo por sorpresa, incluyendo a los medios de comunicación. Sospecho que mañana, de haber gente, los medios van a prestarle algo más de atención.
Así que mañana estaré de manifestación, como el españolito cabreado medio. Ya contaré como van las cosas.
La semana mediática en política americana, mientras tanto, ha girado, esta vez sí, alrededor del cierre del gobierno. El bloqueo del que hablaba el martes sigue más o menos intacto; las únicas novedades han sido un juez bloqueando los despidos masivos durante el cierre, el divertido hecho de que la mayoría de los trabajadores que vigilan el arsenal nuclear americano van a quedarse en casa sin cobrar, y la recurrente noticia de la fiscal general despidiendo a todo subalterno que se niegue a acusar de delitos a los enemigos de Trump debido a detalles tan triviales como “no inventarse leyes” o “creer que no han hecho nada ilegal”. Trump ha seguido bombardeando barcos civiles en el Caribe y amenazando a Venezuela, y el almirante al mando de las fuerzas armadas en esa región ha dimitido, según parece porque esto de matar gente sin justificación alguna está mal.
La semana, sin embargo, ha tenido dos noticias encantadoramente divertidas. O al menos la clase de noticias que serían divertidas si esto no fuera el mundo real: Milei y George Santos.
Rescatando Argentina
La historia de cómo Javier Milei metió a Argentina en otra crisis financiera no es demasiado inusual. Milei hizo campaña como una especie de perturbado excéntrico con estridencias y astracanadas constantes, una tendencia a hablar con canes de ultratumba, un peinado cuestionable y un extraño gusto por las motosierras. Una vez en el poder, sin embargo, ha resultado ser un gobernante no ya ortodoxo, sino incluso bastante convencional. Su ministro de economía, Luís Caputo, formó parte del gabinete de Macri y fue presidente del banco central. Federico Sturzenegger, el ministro de desregulación, es también un exbanquero central y profesor de Harvard.
Aunque Milei suena como un chiflado psicótico peligroso, la realidad es que su estrategia económica bastante normal. Como explicaba Paul Krugman por aquí, su programa de gobierno es lo que los economistas llaman una estabilización basada en tipos de cambio. Para controlar la inflación, la enfermedad crónica de la economía argentina, el gobierno por un lado reduce el gasto, y por otro devalua la moneda de forma controlada. A corto plazo, eso es atractivo para los inversores, que deciden que tener activos en pesos deja de ser tan arriesgado, reduciendo los tipos y haciendo que la economía crezca.

El problema es que hablamos de Argentina, un lugar donde el estado “normal” de la economía es “un paseo aleatorio de una mala idea a otra, camino de otro impago de deuda soberana”. Esta misma estrategia fue la que siguió el país a finales de los setenta (la tablita), y ya entonces acabó saliendo espantosamente mal.
El problema, en ambos casos, es que la inflación cae de entrada, pero nunca lo hace suficiente. Recortar gasto es más difícil de lo que parece, y suele ser impopular. Los precios acaban por subir más rápido de lo que se devalua su moneda, haciendo que el tipo de cambio real suba. Eso ahoga a los exportadores, provocando una recesión, asusta a su vez a los inversores, que empiezan a salir por piernas. Eso asusta a otros, que temen una crisis, y a poco que te despistas, el banco central se queda sin reservas para evitar el desplome del peso y tienes otra crisis financiera.
Y aquí es donde entra la administración Trump. Al presidente de Estados Unidos le cae bien Javier Milei, al que ve como un chiflado iconoclasta neoreaccionario aliado, y quiere ayudarle. Así que ha pedido a su secretario del tesoro, Scott Bessent, que haga algo para ayudarle. Resulta que, casualidades de la vida, muchos conocidos de Bessent habían invertido muchísimo dinero en Argentina, así que rescatar (otra vez) a esa inagotable fuente de ejemplos de pifias económicas tampoco le ha parecido mal.
El problema de fondo de Milei es que su estrategia para controlar la inflación es mantener el peso artificialmente alto. Eso requiere conseguir que los mercados ignoren alegremente que mantener la divisa hinchada está destruyendo la economía del país; para hacerlo, lo más habitual es subir los tipos de interés (cosa que destruye al resto de la economía) e intervenir en los mercados comprando pesos. Llega un momento en que los inversores se dan cuenta de que esto no es sostenible y se largan.
La estrategia de Bessent y Trump, ahora mismo, consiste en… comprar pesos. Básicamente, el contribuyente americano está comprando deuda y divisas argentinas para defender la cotización de su moneda, dedicando entre 20.000 y 40.000 millones en el empeño. En teoría, esto debería calmar a los mercados, ya que Estados Unidos respalda al gobierno. Lo que han conseguido, sin embargo, es confirmar los temores de los inversores de que Argentina iba camino de un callejón sin salida, especialmente tras las declaraciones de Trump diciendo que, si Milei pierde las elecciones legislativas en ciernes, no habrá rescate.
Resulta que la gente sabe leer encuestas.
Dos notas finales. Lo más divertido de todo este asunto es que, como comentaba Greg Makoff por Odd Lots, es que, aunque Milei y Trump comparten el neo nihilismo reaccionario en su retórica política, los dos son diametralmente diferentes en política económica. Milei es, en el fondo, un liberal bastante ortodoxo con una política económica convencional que está intentando solucionar los problemas endémicos del viejo peronismo argentino1. Trump, mientras tanto, es lo más parecido a un peronista ortodoxo que uno puede encontrar fuera de Argentina; proteccionista en política comercial, obsesionado con dirigir los destinos de la economía desde el gobierno, y con ningún interés por mantener disciplina fiscal alguna.
Mi otra pregunta es más pedestre: a estas alturas, ¿quién demonios decide prestar dinero a Argentina? El país ha tenido seis impagos de deuda soberana desde 1982, y tres desde el 2005. Los hedge funds que se han pillado los dedos se merecen perder todo lo invertido. Lo que sucederá, por desgracia, es que serán los primeros en cobrar gracias al “rescate”.
La leyenda de George Santos
Supongo que recordaréis a uno de los personajes más extraordinarios de la política americana reciente, el maravilloso, enorme, genial, inconmensurable George Santos.
Este buen hombre era un timador de medio pelo que hizo ser candidato al congreso un lucrativo modelo de negocio. Todo iba bien hasta que tuvo la poca fortuna de ganar las elecciones, hacer que alguien en el New York Times se preguntara quién era ese hombre, y acabaran por revelar que era un estafador.
Santos acabó siendo expulsado de la cámara de representantes, acusado de una montaña de delitos, y condenado a siete años de cárcel. Hasta que Trump, en un acto de clemencia, ha decidido reducir su condena, reduciendo su sentencia a la nada. George santo, el maestro, el gurú, la leyenda, es hoy un hombre libre.
Es el décimo congresista republicano condenado por corrupción que indulta Trump. Aparte de los detenidos por al asalto al Capitolio (1500 indultos), no hay ningún grupo que haya recibido más clemencia presidencial que el colectivo de expolíticos corruptos. Solidaridad de clase, lo llaman.
Bolas extra
Las subidas de precios en los seguros médicos empiezan a ser anunciadas en varios estados.
Trump quiere construir un arco del triunfo en Washington.
Un chat de las juventudes republicanas estaba lleno de comentarios diciendo que les gustaba Hitler, la esclavitud, y las violaciones. Era tan horrible que incluso en el GOP ha causado indignación y ha habido dimisiones, empezando por un senador estatal de Vermont.
El único que no está indignado es J.D. Vance, que dice que el chat es “lo que dicen los chavales”. El problema es que las “juventudes” del GOP son como la de casi cualquier partido, y eran casi todos treintañeros.
Trump quiere cambiar el sistema de inmigración para que sólo ultraderechistas blancos europeos cristianos antiinmigrantes puedan pedir asilo político en Estados Unidos. No, no es broma.
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Que las recetas argentinas ortodoxas hayan fracasado es, obviamente, algo muy argentino también.