El miércoles por la tarde, Donald J. Trump, presidente de los Estados Unidos, decidió volar la economía de su propio país por los aires. En un discurso lleno de vaguedades, idas de la olla y mentiras, anunció que su administración iba imponer aranceles a todo el mundo, con unos porcentajes aparentemente aleatorios.
Los mercados financieros se desplomaron de inmediato, y siguieron su hundimiento ayer jueves. En CNBC, Bloomberg, Forbes y demás medios financieros, analistas económicos de prestigio declaraban su enorme sorpresa ante la escala de las tasas anunciadas por Trump. Banqueros, directores de fondos de inversión, empresas, avisaban que se iban a ver forzadas a revisar a la baja sus previsiones. Las élites económicas de Estados Unidos estaban atónitas ante la escala del desastre.
Ya sé que esto empieza a hacerse repetitivo, pero… quizás deberían haber escuchado lo que decía Trump. No este mes, no durante la campaña, no durante su primer mandato. Durante toda su vida.
Trump es quien dice ser
Este es Donald Trump, hablando con Oprah Winfrey, en una entrevista en 1988:
Trump está hablando sobre comercio internacional, balanzas comerciales, y aranceles. Y lo hace exactamente con la misma retórica que su discurso de ayer.
Voy a repetir, por enésima vez, mi teoría sobre Trump: el hombre es exactamente quien dice ser. Si está proponiendo ideas estúpidas y hablando con total convicción sobre cómo tener una balanza comercial negativa significa que estás perdiendo y se están aprovechando de ti, no es retórica de campaña ni una estrategia negociadora. Trump realmente cree que el comercio internacional funciona así, y ha tenido esta idea en la cabeza durante los últimos 37 años.
El presidente no tiene un plan, ni una visión, ni un modelo económico para reindustrializar el país, ni un concepto sobre crecimiento económico, ni una hoja de ruta para garantizar la hegemonía americana, acceder a materias primas, abrir mercados o nada por el estilo. Trump cree que los aranceles son una buena idea, arancel (tariff) es su palabra favorita, y va a imponer aranceles a todo Dios porque eso es lo que quiere hacer y punto.
Lleva 37 años diciéndolo. Donald Trump es esto.
Trump desatado
Durante su primer mandato, Trump quería imponer aranceles. En esa época, sin embargo, el partido republicano aún tenía un contingente de veteranos de Wall Street, grandes empresas, y ultraliberales en materia económica de toda la vida, tanto en el Congreso como dentro de su propia administración. El presidente nunca fue capaz de vencer las reticencias internas de su equipo económico, que incluía gente muy competente (Steven Mnuchin era genuinamente brillante, y la excepcional respuesta económica a la pandemia es en gran parte mérito suyo), ni entre los legisladores de su propio partido.
Tras la derrota en las presidenciales del 2020, y el fallido intento del partido para sacárselo se encima, Trump se concentró a purgar al GOP de desafectos al régimen. Los moderados del partido han sido desplazados o se han ido; un 68% de los representantes republicanos en la cámara baja llegaron al cargo después del 2016, un porcentaje enorme comparado con el ritmo de reemplazo habitual. De ese partido lleno de la vieja ortodoxia económica conservadora no queda apenas nadie.
Trump, además, acabó convencido que durante su primer mandato su gabinete estaba lleno de traidores desleales que saboteaban sus propuestas geniales. Así que en este mandato ha formado un gobierno de personajes leales a su persona, o con ideas igual de idiotas que las suyas, y a un puñado de republicanos de la vieja guardia dispuestos a humillarse y traicionar sus principios de la forma más lamentable posible (léase: Rubio, Marco).
Al menos en este punto tiene razón, porque realmente medio gobierno se dedicó a ignorarle o bloquear su agenda. Concretamente todas sus ideas estúpidas, como coser a aranceles a todo el mundo.
Una medida sin sentido
Lo más increíble de esta historia, por cierto, es que en esta ocasión la soberbia estupidez de la administración es más explícita que nunca. Pongamos, por ejemplo, el cálculo utilizado para establecer la tasa arancelaria. Aunque hablan de “reciprocidad”, no miran las barreras comerciales de otros países. Simplemente cogen el déficit comercial de Estados Unidos con ese país, lo dividen por el total de importaciones de ese país, y dividen el resultado entre dos.

El cálculo genera cifras completamente absurdas. Brasil, un país genuinamente proteccionista (aranceles medios del 13%, alto comparado con el resto del mundo), tiene un arancel del 10%. Nauru, una minúscula islita en medio del pacífico con 12.000 habitantes y que supongo debió enviar un coco a Estados Unidos en algún momento en las tres últimas décadas, pagará un 30%. Trump incluso ha impuesto a aranceles a las islas Head McDonald, un archipiélago deshabitado que forma parte de Australia y está literalmente a parir de lejos de cualquier sitio.
Increíblemente, es muy probable que Trump no tenga autoridad legal para imponer estos aranceles en absoluto. La ley que están utilizando para justificarlos, la International Emergency Economic Powers Act de 1977, permite al presidente regular el comercio internacional en caso de emergencia cuando el país sufra una amenaza exterior. La noción de que el país más rico y poderoso de la tierra, con una economía en expansión y una tasa de paro del 4% (cuando empezó su mandato) está en riesgo urgente de nada es risible. A la mayoría republicana en el congreso, por supuesto, eso de que el presidente se haya arrogado por las bravas a grito de EMERGENCIA la mayor subida de impuestos desde 1968 les importa un pimiento. Si lo dice el líder, va a misa.
De momento, ya hay un grupo de abogados iracundos llevando los aranceles a los tribunales, pero no tengo ni idea si tiene visos de prosperar o no.
Conclusión: Ugh
La conclusión de todas estas historias, por cierto, es que nadie en su sano juicio debe ver estas acciones de Trump como algo racional, ni a esta administración como alguien con quien se puede negociar. A Trump le gustan los aranceles, y cualquier intento de llegar a acuerdos no hará más que reforzar aún más su amor por estas medidas. Lo único que le moverá es o bien el Congreso derogando la ley o votando que no existe tal emergencia (algo que quizás acabe ocurriendo, si las consecuencias económicas son lo suficiente horrendas) o bien que otros países devuelvan el sopapo con intereses.
Insisto: no está fingiendo. Lo que dice es lo que piensa. No hay nada más.
Bolas extra
Laura Loomer, activista de ultraderecha, tuvo una reunión con Trump en la que le exigió que despidiera a seis altos cargos de los servicios de inteligencia americanos. Al día siguiente los echaron.
Loomer está completamente chiflada y vende toda clase de conspiranoias. Que una tarada así tenga acceso a la Casa Blanca es de locos. Nadie sabe exactamente por qué Trump escucha a esta mujer, aunque hay teorías. Que no voy a repetir.
El NYT intenta discernir la estrategia detrás de las repetidas declaraciones de Trump que quiere un tercer mandato. Diez años con Trump en política, y en el NYT siguen sin entender que Trump dice lo que piensa.
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No veo un espíritu porteccionista o patriótico real en Trump, veo mas la capacidad de aprovecharlo en su provecho personal. Por ejemplo , con simples publicaciones en x puede forzar , de forma casi controlada, bajadas de bolsas para comprar a precio de saldo
Roger porfa, un artículo de un pequeño agricultor de Iowa en el que no salga Trump.