Desde casi el primer día en que Donald Trump empezó su loca carrera política, existe una categoría especial de intelectuales y políticos conservadores dedicados a la racionalización y saneamiento político. Cuando el amado líder lanza alguna propuesta absurda, estrafalaria, alocada o irracional (es decir, doce veces por semana), estos individuos dedican todos sus esfuerzos a convertirla en una estrategia racional o coherente. No importa lo extraña, estúpida o fascista que sea la ocurrencia del presidente; su trabajo es interpretar sus sabias palabras como una demostración de su genio político, una pieza clave de un gran concepto intelectual para el futuro del país, digno de la grandeza del líder.
Dentro de este grupo de entusiastas pagafantas intelectuales se incluye un nutrido contingente de analistas de Wall Street. Durante años, estos tipos se han dedicado a analizar las palabras de Trump como brillantes declaraciones políticas o rebuscadas tácticas negociadoras. El presidente dice toda clase de cosas contrarias a los principios más obvios de la macroeconomía, pero su agenda real es mucho más sutil y complicada, parte de una visión que, sin duda, está completamente centrada en el bien de la economía del país y la buena salud de las grandes empresas americanas.
Trump tiene un plan, señores. Todo va a ir fabulosamente bien.
Los acuerdos de Mar-a-Lago
Desde hace unos meses, los analistas económicos más cool y más informados sobre la verdadera estrategia de la Casa Blanca están hablando de la revolucionaria estrategia que explicaría todas las acciones de esta administración. Resulta que el equipo de Trump está preparando una redefinición completa del orden internacional, en la que Estados Unidos emergerá triunfante como la gran potencia económica del siglo XXI. Se llama “los acuerdos de Mar-a-Lago” y van a revolucionar el mundo entero.
El componente principal de estos “acuerdos” consiste en que Estados Unidos va a reindustrializarse, redirigiendo su economía hacia las exportaciones. Para conseguir este objetivo, la administración va a negociar un gran acuerdo global para devaluar el dólar, haciendo las exportaciones más competitivas, reduciendo el déficit comercial y, a la vez, manteniendo el papel del dólar como la divisa dominante en el sistema internacional.
Para conseguir este objetivo, la administración tiene en mente cuatro estrategias. Primero, Trump va a exigir que el resto de países acepten cambiar los bonos del Tesoro americano que tienen en sus reservas por deuda a 100 años. Segundo, crearán un fondo soberano de inversión para comprar divisas y depreciar el dólar. Tercero, impondrán aranceles a la industria americana. Cuarto, utilizarán la amenaza de estos mismos aranceles o de retirar a Estados Unidos de acuerdos de defensa o seguridad militar para forzar al resto de países a aceptar este acuerdo o sufrir represalias económicas.
No hace falta ser economista para percatarse de que este “plan” es completamente inviable. Estados Unidos estaría exigiendo una montaña de concesiones (dólar depreciado, superávit comercial, renegociación de deuda, mantenimiento de la hegemonía del dólar) a cambio de mantener alianzas militares existentes y evitar ser castigado con aranceles. Aunque la economía americana es enorme y su protección militar algo deseable, el coste de enviarles a pastar es probablemente menor que sufrir una quita de deuda, sacrificar a tus exportadores y dejar que te inunden con sus productos. Más aún cuando todo el mundo está hasta el gorro de sus ocurrencias, burradas, aranceles aleatorios y traiciones abyectas a aliados, y su credibilidad está por los suelos.
Si eres economista, el plan es aún peor. Si quieres depreciar el dólar, eso requiere que otros países vendan sus reservas en esta moneda, es decir, sus bonos del Tesoro americano. Al haber muchos más bonos en venta, su precio bajará; en el mercado de bonos, esto significa que el tipo de interés subirá, haciendo que el gobierno federal tenga que pagar más dinero para cubrir sus deudas y reduciendo la inversión, lo que dificultará la reindustrialización. Este es el motivo por el que se exigiría un canje de la deuda, pero retirar bonos del Tesoro del mercado haría el mercado menos líquido, reduciendo el atractivo del dólar como moneda de reserva internacional.
Sabios buscando significado
Incluso con estas contradicciones internas, hay toda una industria de analistas en Wall Street dedicados, casi en exclusiva, a estudiar y debatir los “acuerdos de Mar-a-Lago”. Tenemos una escuela entera de expertos analizando con avidez un artículo escrito hace unos meses por Stephen Miran, un economista aleatorio de un fondo de inversión que ahora preside el consejo de asesores económicos de Trump. Las palabras de Scott Bessent, secretario del Tesoro y persona que ha elogiado el trabajo de Miran, son estudiadas con devoción. Los aranceles no son el objetivo, dicen. Son un instrumento para llegar a este gran acuerdo. Confiad en el líder y leed sus planes secretos con nosotros.
Como todo lo relacionado con Trump, sin embargo, la realidad es bastante más prosaica. A Trump le gustan los aranceles. Trump cree que el resto de los países se aprovechan de Estados Unidos. Trump impone aranceles como venganza. Trump muestra fortaleza, Trump líder. América mola. Sonidos guturales variados. Viva Trump.
No hay un plan. Trump tiene ideas de política económica y relaciones internacionales estúpidas y anticuadas. El hombre cree que el mundo es un juego de suma cero, ve el comercio desde un punto de vista estrictamente mercantilista y no entiende nada más complicado que un contrato de arrendamiento o un plan parcial para construir un hotel. Cuando Trump dice en voz alta que quiere hacer algo increíblemente estúpido e irracional que hará daño a la economía del país y enfurecerá a sus aliados, no está negociando ni tiene una jugada maestra que explique sus delirios. Trump es exactamente quien dice ser, y no hay más estrategia que las burradas que suelta en voz alta.
Trump lleva una década dando tumbos por la política americana. A estas alturas, uno esperaría que todos esos expertos y analistas que ganan montañas de dinero explicando a los titanes de la industria qué pueden esperar durante el segundo mandato de este hombre entendieran este concepto tan básico. Los líderes empresariales del país deberían ser capaces de anticipar sus acciones, porque Trump tiene la costumbre de repetir todas y cada una de sus ideas económicas en voz alta todo el santo rato. Además, no deberían tener demasiados problemas para acordarse de los planes completos de Trump, porque se resumen en “aranceles bien, inmigrantes mal”. Se los pueden apuntar enteros en una tarjetita.
Lo que vemos, en cambio, es a mucha gente, en teoría inteligente, intentando crear elaboradísimas justificaciones intelectuales para explicar por qué Trump está obsesionado con los aranceles, y un artículo tras otro de empresarios y banqueros anónimos sorprendidos de que Trump esté pegándole fuego a la economía americana.
Los humanos, como especie, tenemos una tendencia natural a intentar buscar orden en el caos. Ante una situación confusa o inexplicable, siempre buscamos explicar, razonar, entender el mecanismo que produce ese evento. Nuestros cerebros aborrecen el ruido y el caos; queremos imponer el orden en el mundo que nos rodea. Wall Street lleva diez años intentando “explicar” qué quiere Trump y por qué dice cosas raras por este motivo. El presidente, sin embargo, es exactamente quien dice ser.
Ideas espantosas
Una nota final: lo más interesante de toda esta saga de los acuerdos de Mar-a-Lago es que, si este fuera realmente el plan de Trump e intentaran implementarlo, sería una idea horripilante que nunca daría los resultados esperados. Aparte de volar por los aires el sistema de alianzas internacionales, el resultado más probable sería una crisis financiera global derivada de la destrucción del mercado de deuda pública americana. En su afán por explicar las malas ideas de Trump, sus defensores han acabado defendiendo que quiere implementar algo mucho peor y se han autoconvencido de que funcionaría bien.
Y hay gente que les paga por ello.
Bolas extra
Trump indulta los tres fundadores de BitMEX y a uno de sus empleados, un portal de criptomonedas, tras ser acusados de blanqueo de dinero.
Trump reduce la condena a Carlos Watson, fundador de Ozy Media, evitando su entrada en prisión tas ser condenado por fraude.
Trump indulta Trevor Milton, fundador de la empresa de coches fallida Nikola, tras ser condenado por fraude.
A Trump le gusta indultar a gente que ha sido condenada por fraude, especialmente si han donado dinero a su campaña o tienen la costumbre de hablar bien sobre él.
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Hay una frase (creo que de Putin…) que ayuda a entender (sic) un poco la lógica de este chalado: “Trump no dice lo que piensa, Trump dice lo que quiere.” Es decir, le importan un pimiento los medios, si son legales o no, o si son factibles o no. Se trata, únicamente, de los fines.
Que Dios nos coja confesados.
De verdad no se entiende ni se entenderá tanto servilismo de muchisima gente en todos estos años y lo que es peor es que muchos otros están hincando la rodilla para ganarse el favor y/o perdón del amado lider, quiere reindustrializar Estados Unidos pero esta deportando a gente a malsava y maltratando a profesionales y cientificos con visas de trabajo o de estudiante cuando llegan al aeropuerto o van camino al supermercado. Roger, Como analizas la retirada de Trump de su candidata a la ONU y las elecciones especiales que se vienen? Hay una chispa encendiendose en el horizonte?
Gracias