El matonismo como estrategia
La Casa Blanca publica sus prioridades en política exterior
La semana pasada, la Casa Blanca publicó la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Es un documento corto (29 páginas), falto de detalle y, en ocasiones, espantosamente mal redactado. Comparado con documentos similares de administraciones precedentes1 (incluyendo el de 2017, bajo el propio Trump), es un panfleto ridículo, casi un documento de campaña.
Insultos
En Europa, el texto ha sido recibido, con razón, como algo insultante. Es increíble que un país como Estados Unidos dedique dos páginas en un documento oficial a lanzar una diatriba contra las instituciones comunitarias y a llamar antidemocráticos a muchos de sus miembros, especialmente de parte de una administración dirigida por un tipo que intentó dar un golpe de Estado hace cuatro años. Es también inaudito que hable abiertamente de apoyar a quienes “se oponen” a la trayectoria actual del continente, o que diga sin inmutarse que algunos estados serán “de mayoría no europea”. La administración Trump ha apoyado abiertamente partidos de ultraderecha en todo el continente, y esa es, por escrito y en voz alta, la postura oficial del gobierno de Estados Unidos ahora.
Los comentaristas que han recibido este documento como algo cercano a una ruptura, en todo menos el nombre, de la alianza transatlántica no están del todo equivocados. Más allá de los insultos, las puyas y la cómica rusofilia al hablar sobre la guerra de Ucrania, la Estrategia de Seguridad pone por escrito un cambio, no de los planes o la filosofía de la política exterior americana, sino una preocupante involución hacia un infantilismo que bordea el absurdo.
Matonismo infantil
La visión de la Casa Blanca sobre política exterior se resume en tres principios muy simples: la cooperación internacional es imposible; no hacer caso a lo que pida Estados Unidos implica castigo; y el país llegará a acuerdos con quien sea, siempre que traiga un beneficio económico claro. Esta administración ve las relaciones internacionales estrictamente como una negociación perpetua entre estados, en la que los actores más fuertes tienen el derecho (y la obligación) de usar su poder para extraer las condiciones más ventajosas. Las alianzas y organizaciones transnacionales son obstáculos que sólo sirven para limitar la capacidad de actuación de las grandes potencias, y están convencidos de que no ofrecen beneficio alguno. Toda gran potencia tiene derecho a sus aventuras neocoloniales, y América puede disponer de los países en su hemisferio como le plazca.
La administración Trump, cuando habla de “valores”, sólo se refiere a dos cosas. Primero, su histérica cruzada anti-woke y defensa de la “libertad de expresión”, que sólo parece ser un problema en democracias gobernadas por partidos que no sean de ultraderecha. Segundo, la idea de justicia es que, para ser amigo de Estados Unidos, tienes que pasar por caja, sea haciendo lo que te exigen (acuerdos comerciales absurdos, gasto militar a medida), sea pactando “inversiones económicas” con aquellos que la administración considera “campeones nacionales” (amigos y familia).
Hace unos días, hablando sobre Pete Hegseth y su afición a cometer asesinatos a misilazo limpio en alta mar, el senador Mark Kelly decía que el secretario de Defensa actuaba como la imagen que un niño de 12 años tiene de un líder militar. La política exterior americana no es más que una extensión de esta idea: todo es fuerza, beligerancia y bravuconadas, los débiles deben pagar tributo, y no hay nada que no se arregle con baboseo y montañas de dinero a mayor honra del imperio.
La mayor potencia nuclear del planeta está gobernada por un puñado de inadaptados con mentalidad preadolescente. Cualquier política exterior hacia Estados Unidos debe tratar al país como si fuera un niño malcriado armado con un lanzallamas y sin ninguna percepción de las consecuencias de sus actos durante (como mínimo) los tres próximos años.
Consecuencias
La parte buena de esta estrategia es que, a modo de consolación, Donald Trump probablemente no se la haya leído ni le importe demasiado. Al presidente la política interna de los países europeos le importa un pimiento, y dudo mucho que pueda explicar qué demonios es la UE incluso si le hacen un diagrama. El buen hombre sólo tiene como ideología una confianza ciega en su propio genio y una lealtad desmesurada a todo aquel que le haga la pelota. Aunque su administración está llena de chiflados con estas ideas (Hegseth y J.D. Vance a la cabeza, pero también Marco Rubio), sus planes suelen ser contradecidos por Trump cuando este se aburre o alguien insiste en que su brillante genio es hacer algo distinto esta semana. Estados Unidos va a pasarse de aquí a 2028 dando bandazos incoherentes y rompiendo cosas sin criterio, pero de aquí a tener un plan va un trecho.
La parte preocupante de este panfleto, sin embargo, es que parece claro a estas alturas que una parte importante, quizás mayoritaria, del GOP tiene la cabeza completamente podrida por tonterías que han leído en Twitter. Los postulados de esta estrategia de seguridad son la clase de bravuconadas y proclamas simplistas que uno aprendería en la “escuela” de las redes sociales: simplistas, contradictorias, sin matices, basadas en provocar y agitar. Es un texto amateur, de clichés, eslóganes y palabras vacías.
Élites y redes sociales
Leyendo este documento, escuchando a muchos líderes republicanos o incluso las argumentaciones en el Supremo, hay días en que me pregunto si el efecto más pernicioso de las redes sociales no ha sido la polarización de las masas, sino la idiotización completa de las élites políticas de medio Occidente. No hace mucho hablaba sobre cómo, para gente como Musk y Trump, Twitter es el mundo real. Empiezo a estar cada vez más convencido de que muchos de nuestros líderes de opinión, intelectuales y gente que debería saber de qué habla se han metido tal sobredosis de algoritmo y basura de redes que han perdido el norte por completo.
En Estados Unidos, este problema es especialmente grave en el Partido Republicano ahora mismo, porque Twitter, que tiene una influencia desproporcionada entre élites y periodistas, se ha convertido en una máquina de freír cerebros conservadores bajo Musk. Noah Smith ha argumentado, con cierta razón, que durante la era del peak woke de 2020-2021, Twitter pre-Musk tuvo un efecto parecido cociendo la racionalidad de media izquierda.
Esto quiere decir que, post-Trump, el GOP va a estar igual de perdido en su oligofrenia durante años. Quizás (mucho) más dividido (hablaré sobre ello pronto), pero igual de preso de su infantilismo y pensamiento mágico. No soy demasiado optimista.
Bolas extra:
Europa y la UE, por supuesto, tienen problemas colosales - y es posible que la UE legisle demasiado.
Netflix quiere comprar Warner Brothers. A Trump no le gusta Netflix, así que Paramount va a intentar una OPA hostil sobre Warner, con el yerno del presidente y los saudíes poniendo parte del dinero.
¿Os acordáis de ese presunto fraude hipotecario que Trump estaba utilizando para ir contra sus enemigos? Adivinad qué alto cargo de la administración tiene varias hipotecas a su nombre como “primera residencia” cometiendo exactamente el mismo “fraude”.
El asesinato de dos guardias nacionales en Washington DC ha sido utilizado como excusa para dejar de conceder la ciudadanía a inmigrantes de países “sospechosos”, incluso cuando ya habían cumplido todos los trámites.
Trump ahora dice que no quiere que el video en el que la Marina asesina a dos náufragos indefensos se haga público. Me pregunto por qué.
El Supremo parece que se va a cargar la idea de que el Congreso puede crear agencias reguladoras independientes dentro del Ejecutivo, ignorando cien años de jurisprudencia porque… bueno, porque desde cuándo la Constitución importa.
Al Supremo el gerrymandering de Texas, por muy racial que sea, le parece estupendo.
Hay días en que no dejo de maravillarme ante el espanto que son algunos proyectos urbanísticos en este bendito estado.
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Nota al azar: la tipografía y el diseño del de 1988 es estupendo, y me recuerda mucho al diseño de cierto RPG clásico.




Desde el día en que los suizos lo sobornaron con un peluco y un lingote de oro me estoy preguntando: ¿tiene EEUU canales de comunicación institucionales internacionales funcionales? O sea, ¿hay alguien capacitado para coger el teléfono si llama alguien para algo que no sea sobornar al jefe?
No me funciona el link de la Bola Extra sobre el fraude hipotecario. Estará roto?