Ayer murió Jimmy Carter, a los 100 años. Llevaba meses enfermo; escribí algo parecido a un obituario para Política & Prosa en marzo del 2023 (acabó publicado en diciembre del año pasado); mi primer homenaje en esta página fue hace casi dos años.
Para los que hayáis leído esos artículos, o el pequeño paréntesis que le dedico en el libro, sabréis que Carter me parece un presidente muy infravalorado, tanto en capacidad política como en su legado como gobernante. Su carrera fuera de la Casa Blanca fue también significativa, pero creo que todos sus logros posteriores son menos relevantes de lo que consiguió como presidente. No quiero repetirme demasiado sobre lo que escribí el año pasado, pero permitidme algunas notas sueltas.
Algunas notas biográficas
Carter era hijo de una familia de granjeros, algo relativamente inusual en la política americana, y se alistó a la marina tras licenciarse en la universidad. En vez de intentar ser oficial en un crucero o portaaviones, Carter decidió hacer carrera en submarinos. Se ganó fama de brillante, y dada su formación como ingeniero, fue seleccionado para participar en el programa de sumergibles nucleares en 1952. Una de sus misiones fue prevenir un accidente nuclear en un reactor experimental que sufrió una fusión del núcleo. Su carrera naval se vio truncada justo antes de embarcar en el USS Seawolf, el segundo submarino atómico del país, debido a la inesperada muerte de su padre. Volvió a casa a Georgia para ser granjero.
Su carrera política empieza casi una década después. Baptista devoto, partidario de la integración racial, ganó unas elecciones al senado estatal de Georgia en 1962. Intentó presentarse a gobernador en 1966, perdió, y lo volvió a intentar en 1970, con una campaña que flirteó a menudo con el racismo. Una vez en el cargo, sin embargo, cambió de tono radicalmente; este fue su discurso inaugural:
Fue un gobernador decente, pero gobernar un estado del sur, lejos de los centros de poder, no era algo que solía ser visto como una pasarela hacia la Casa Blanca. Carter era relativamente joven (52 años) y sin demasiada experiencia política; cuando anunció su candidatura a finales de 1974, nadie se lo tomó en serio.
Hacia la presidencia
Su campaña, sin embargo, fue tan afortunada como brillante. Para empezar, sus dos frases más repetidas (“nunca os mentiré” y “necesitamos un gobierno tan bueno como su gente”), junto con su imagen de alguien profundamente normal, un granjero de cacahuetes de Georgia, eran el antídoto perfecto para un país aún conmocionado con la presidencia de Richard Nixon. Su intuición más brillante, sin embargo, fue darse cuenta de que el sistema de primarias salido de las reformas de McGovern unos años antes daba un protagonismo inusitado a los dos primeros estados en votar, Iowa y New Hampshire. Así que, antes de que nadie empezara a dar mítines, Carter se dedicó a aparecer, visitar y hacer campaña en esos estados como un poseso, ganando ambos de forma inesperada, y catapultándole a la nominación.
Carter, como todo buen político, también tuvo suerte. Ted Kennedy flirteó con la idea de presentarse, pero el recuerdo de Chappaquiddick aún estaba demasiado presente y renunció a hacerlo. Jerry Brown, el gobernador de California (y eterno presidenciable) decidió empezar a hacer campaña demasiado tarde. El único rival de peso que tenía opciones, Mo Udall, decidió hacer una campaña nacional en vez de centrarse en Iowa y New Hampshire y lo pagó caro.
Su campaña presidencial fue mucho más difícil de lo que se recuerda. Richard Nixon había ganado las elecciones de 1973 61-37, imponiéndose en 49 estados. Aunque Gerald Ford cargaba con el lastre de su legado (y más aún tras su indulto), partir con 24 puntos de desventaja era un obstáculo considerable.
El mapa de los resultados de ese año es casi una ventana a otro universo:
Carter se impuso 50-48, un margen ajustado, y lo hace ganando en la vieja confederación. Un tipo que hablaba abiertamente a favor de la integración racial derrotó al partido republicano de Nixon y su política del resentimiento. Aunque es indudable que la corrupción y los escándalos republicanos ayudaron mucho, Carter hizo una campaña en la que combinó un mensaje de outsider, su imagen de ser un granjero honesto de Georgia y una extraordinaria, y casi olvidada, imagen de hipster relajado del nuevo sur. Era un candidato que citaba a Bob Dylan, era amigo de Willie Nelson y los Allman Brothers, y recibía perfiles elogiosos de escritores como Hunter S. Thompson.
Thompson también le llamó uno de los hombres más despiadados que había conocido:
Granjero, ingeniero nuclear, oficial de la marina, capaz de ser amigo con músicos de moda, impresionar a este tipo, y dar discursos radicalmente antirracistas (como este que referencia Thompson) que serían impensables hoy. Es una combinación de cualidades, mensajes y talento tremenda, y muy, muy inusual. Carter era un político distinto, sin duda.
En la Casa Blanca
Su presidencia, como señalaba el año pasado (y como explica James Fallows, que escribió discursos para Carter, aquí, mucho mejor que yo), fue desafortunada, en el sentido más estricto de la palabra.
Su administración aprobó un montón de medidas increíblemente positivas. Para combatir la inflación heredada de la administración Nixon, atacó el problema tanto desde el lado de la oferta como de la demanda. Trabajó para reducir precios liberalizando amplios sectores de la economía, especialmente en transportes (aviación, ferrocarril y carretera) aunque fuera Reagan el que acabara poniéndose la medalla. Impulsó medidas tanto para aumentar la producción de petróleo como de eficiencia energética que de haber continuado hubieran hecho a Estados Unidos autosuficiente a mediados de la década de los ochenta. Nombró a Paul Volcker en la Reserva Federal, el hombre que puso fin a la inflación de los setenta, aunque también quien acabara disfrutando de ese éxito fuera su sucesor. Renovó de arriba a abajo la administración federal, y aprobó la mayor reforma de la judicatura (con cientos de nuevos jueces federales) en décadas. En política exterior, selló los acuerdos de Camp David, mantuvo al país fuera de guerras estúpidas, y redefinió el compromiso de Estados Unidos con los derechos humanos.
El resto del mundo, sin embargo, parecía conspirar contra él. La revolución iraní a principios de 1979 provocó una segunda crisis del petróleo, disparando la inflación de nuevo. La toma de rehenes en la embajada y la invasión soviética de Afganistán se convirtieron en un extraordinario dolor de cabeza. Su propio partido, a pesar de gozar de amplias mayorías en ambas cámaras, estaba dividido entre conservadores sureños y liberales del norte. Su temperamento metódico y tranquilo, que tan bien describía el mismo Fallows en 1979 en otro artículo, era el tono correcto para ser el candidato post-Nixon, pero no para el país convulso y lleno de dudas de esa época, el de Taxi Driver y El Cazador.
Su mala suerte se extendió incluso a la operación Eagle Claw, el loquísimo intento de rescate de los rehenes enviando fuerzas especiales en una operación peliculera en 1980. Un helicóptero sufrió un accidente en el desierto, y todo se quedó en nada.
Carter siempre había sido un moralista. Su honestidad a menudo le llevaba a presentar ideas con un tono pesimista, increíblemente directo; su discurso más famoso (sobre la transición energética, el malaise speech), es un documento extraordinario1. Aunque su aprobación subió once puntos, se convirtió en el símbolo de una Casa Blanca que pedía sacrificios y daba lecciones, no un futuro mejor sin preocupaciones. Ronald Reagan, por supuesto, tenía otro mensaje, y otras ideas.
Un buen hombre
Por encima de todo, Jimmy Carter era una persona profundamente decente. Honesto, tranquilo, amable, una persona que nunca dejó de hablar claro. Perder las elecciones hizo que dejara su legado a medias (incluyendo, por desgracia, lo que podría haber sido un excepcional legado en medio ambiente), pero no le impidió seguir trabajando por un mundo mejor.
Carter no fue un gran presidente como Roosevelt o Johnson, sin duda, o alguien que cambió su país para siempre como Nixon. Su derrota electoral en 1980 truncó esas aspiraciones. Pero su victoria en 1976, y sus años en la Casa Blanca, representan un Estados Unidos que pudo ser y no fue, antes de que Reagan y su revolución conservadora solidificaran el legado cultural y político de Nixon para siempre.
Bolas extra
Parte del legado de Carter es la devolución del Canal de Panamá al gobierno panameño, algo que Trump dice querer deshacer.
Hay una guerra civil entre varios trumpistas y Elon Musk sobre inmigración, que ha acabado con el paladín de la libertad de expresión Musk echando a varios chiflados como Laura Loomer de su red social.
Historias de un meme, una famosa repentina, un pufo de cripto y esa cultura que es internet.
Wicked me parece un musical flojísimo con una o dos buenas canciones (“Loathing” y “Popular”; “Defying Gravity” es un peñazo grandilocuente). La película me ha parecido un muermo.
Hablando de Bob Dylan, A Complete Unknown es muy convencional, pero está bien.
¡Es muy buen discurso, por cierto! ¡En serio! Es un discurso que incluye la frase: “This is not a message of happiness or reassurance. But it is the truth.” y funciona. Su mala reputación viene por lo que Carter hizo una semana después, cuando exigió que todo su gabinete presentara su dimisión y acabó cesando a cinco de ellos. En vez de darse un impulso, la imagen fue de confusión, tiñendo el discurso en el proceso.
No sé muy bien qué pensar de él. De todos modos sí que vale como un punto interesante: el partido Demócrata, se puede decir casi desde Roosevelt, suele ganar tras una presidencia convulsa o cuasiconvulsa (o ultrarrrequeteconvulsa y regurgitante) republicana con alguien salido literalmente de una chistera, bastante desconocido (aunque ni sale de una chistera y es desconocido porque no se habla de él, pero es perfectamente conocido en la política), y que, obviamente, *parece* una ruptura con todo lo anterior, y de eso nanay. En todo caso una administración que abre válvulas de respiro. Es el caso de Kennedy (gana por los pelos, y hace ganar a Johnson tipo el Cid), es el caso de Carter, es el caso de Clinton (el más inútil de todos con amplia diferencia), es el caso de Obama. Y cuando presentan sus pesos pesados, o gente màs o menos conocida, desde luego con pedigrí administrativo (o así publicitado), el batacazo es rotundo, salvando a Gore que fue vía avería judicial.
Yo diría que es para reflexionar. Por cierto que lo de Irán sí fue cosa de EEUU, prefirieron a los curas antes que al Tudeh, que los disfruten, ya están nuclearizados. Y por cierto que Reagan World estaba pringado hasta el tuétano. En general que necesitasen desalojar a este hombre (Carter) con esos procedimientos es lo que me hace darle el beneficio de la duda.