Tres debates sobre el cierre del gobierno federal
La política presupuestaria contiene multitudes
El gobierno federal está cerrado. El Congreso de los Estados Unidos, tras semanas negándose a negociar, consiguió su objetivo de quedarse sin presupuestos aprobados, así que el Ejecutivo ha cerrado sus puertas.
Ahora mismo, no hay nadie que tenga ni la más remota idea sobre cuánto tiempo vamos a seguir en este bloqueo. Los dos partidos están manteniendo las distancias, y la Casa Blanca parece estar encantada de que los funcionarios estén sin cobrar y anda toda ansiosa por echarlos. Es, como todo en la política americana en la era Trump, torpe, zafio y deprimente.
En el fondo del asunto está que cualquier negociación no debe poner fin a un debate, sino a tres conversaciones separadas. Porque en el cierre del gobierno federal hay lo que se negocia en voz alta, lo que se discute en el Congreso, y el conflicto real que está haciendo imposible un acuerdo.
En voz alta: la opinión pública
Las partes enfrentadas en cualquier debate político siempre quieren ganarse al electorado, y por ahora parece que los demócratas están ganando en este campo. En un sondeo del Washington Post, un 47% de votantes culpaban a Trump y al GOP, por 30% a los demócratas. Otros sondeos recientes son ligeramente más parejos, pero el diagnóstico es parecido en todos ellos.
El motivo es bastante sencillo. Para empezar, media administración estaba poco menos que celebrando el cierre, algo que suele señalar que el culpable eres tú. Segundo, los republicanos, tras décadas de trolleo impenitente, han conseguido que su marca esté asociada a esta clase de algaradas. Tercero, aunque el Partido Demócrata se ha metido en este embolado con un mensaje hilarante en su incompetencia, el GOP ha insistido en contraatacar con mentiras un tanto gastadas y las felices odas a la muerte del funcionariado de Russ Vought, cosa que hace más complicado convencer a nadie.
Antes de que empiece el optimismo, “ganar” el debate de la opinión pública no ha servido de gran cosa en cierres anteriores. Los demócratas suelen acabar las peleas presupuestarias con el electorado de su parte, porque en abstracto su agenda política es más popular. Esta “victoria” suele ser bastante inservible porque, por un lado, hay muy pocos votantes prestando atención y, por otro, los republicanos son bastante inmunes a la opinión pública. Los líderes del partido escuchan a sus bases primero (que sí prestan atención y votan en primarias) y al votante mediano después, y las bases no quieren negociar.
Lo que decide el resultado final del debate siempre acaba siendo la aritmética parlamentaria, no los sondeos. Está bien que los demócratas “ganen” y les ayudará un poco de cara a las legislativas del año que viene, pero no mucho más.
En el Congreso: sanidad
Los demócratas insisten en que lo que ellos quieren es que la Casa Blanca y los republicanos mantengan las subvenciones a las primas de seguros médicos que eliminaron en su ley presupuestaria, y mantengan el gasto en Medicaid. Esto beneficiará a 20-25 millones de personas, y es increíblemente popular. Los republicanos no quieren hacerlo, y hasta aquí llega la negociación.
Lo más divertido de todo este asunto es que sospecho que en privado los demócratas preferirían que los republicanos se coman el marrón de dejar sin sanidad a 25 millones de personas en un año de elecciones, y los republicanos en el Congreso, también en privado, se mueren de ganas de que les obliguen a no hacerlo.
A la Casa Blanca, por supuesto, todo esto le importa un pimiento. Los chiflados salidos de Heritage quieren usar esto como excusa para demoler departamentos enteros, y Donald Trump no quiere “rendirse”, que es de débiles. Así que no hay mucho de qué hablar.
El debate real: acuerdos creíbles
La cuestión real de fondo, sin embargo, es un poco más sutil. Ahora mismo, firmar un acuerdo presupuestario con la Casa Blanca requiere una supermayoría en el Senado y el acuerdo de ambos partidos. Los republicanos, sin embargo, pueden reventar lo acordado e imponer recortes presupuestarios unilaterales en cualquier momento, porque han dado una patada al tablero y cambiado las reglas.
La parte más obvia ha sido DOGE y las políticas de “ahorro” impuestas desde la Casa Blanca. Aunque en teoría no tienen autoridad legal para desmantelar USAID o el Departamento de Educación, lo están haciendo por las bravas, con el Tribunal Supremo mirando hacia otro lado. En el mismo Congreso, mientras tanto, los republicanos y la Casa Blanca han recurrido a una maniobra parlamentaria un tanto cuestionable, rescindiendo partidas presupuestarias. Las rescisiones sólo exigen mayoría simple en el Senado.
Lo que los demócratas no dicen en público (bueno, lo cuentan, pero no es su mensaje) es que no quieren firmar un acuerdo presupuestario de ninguna clase sin un compromiso creíble por parte de los republicanos de que no lo dinamitarán diez minutos después. Quieren que, si votan a favor de una ley, esta se cumpla.
La Casa Blanca, por supuesto, no quiere dar garantía alguna en este sentido, porque esto de cumplir la ley no les va. Dudo mucho que fueran capaces de prometer nada de forma convincente; Trump es tan errático que nadie le creería. El presidente no puede crear de la nada una norma que no pueda saltarse después1.
La salida lógica
La salida lógica, entonces, sería que en algún momento la Casa Blanca se canse de esperar, los controladores aéreos dejen de ir al trabajo sin cobrar, y los donantes republicanos se empiecen a irritar en serio. Los republicanos entonces pondrán gesto adusto e implacable, dirán que los demócratas son unos patanes antiamericanos (ya lo dicen ahora, pero vamos) y que se ven obligados a cambiar las normas del Senado para aprobar los presupuestos por mayoría simple.
Falta por saber cuántas semanas tienen que pasar antes de que todo el mundo acepte que esa es la salida más viable y honrosa para todos, y la cantidad de daño que harán a la economía y al país hasta entonces.
No me sorprendería, por cierto, que los demócratas, en su infinita sabiduría, decidan salvar a Trump de sí mismo otra vez y acaben rindiéndose antes de llegar a este punto, temerosos de que Vought haga más daño aún con sus recortes. Sería una decisión ingenua (Trump está rompiendo cosas igual, lo del cierre es una excusa), pero el pardillismo del partido es conocido a estas alturas.
O quizás Trump invade Venezuela mañana o comete alguna estupidez similar y toda esta lógica se va al traste, claro. Porque lo del mundo predecible y racional lo hemos dejado atrás.
Bolas extra:
Marco Rubio realmente quiere invadir Venezuela. Qué puede salir mal.
Por qué Estados Unidos está perdiendo la segunda carrera espacial.
Hay 42.000 policías, detectives e investigadores que habitualmente combaten crímenes variados en el gobierno federal que no están haciendo su trabajo porque Trump les ha puesto a deportar inmigrantes.
Los tarados de ICE hicieron una redada para detener inmigrantes en Chicago que consistió en rodear un bloque de pisos de madrugada, sellar las entradas, hacer que agentes armados entraran en helicóptero desde el tejado, y detener a todo el mundo. Más o menos como si estuvieran en Irak.
“¿Puede un Dios omnipotente crear una piedra que él no pueda levantar?” es una de las preguntas centrales de la ciencia política. Es casi imposible crear sistemas en los que un actor pueda autoimponerse limitaciones de forma creíble. Los últimos 250 años de diseños constitucionales son respuestas a esta pregunta.