Llevo unos cuantos días con varios artículos en mente. Quería escribir sobre mi visita a la biblioteca/museo de Franklin Delano Roosevelt la semana pasada. Tengo toda la intención de completar la serie de artículos explorando los problemas y debilidades del partido demócrata. Quiero hablar sobre los “acuerdos de Mar-A-Lago” y la malsana costumbre de demasiados analistas de intentar racionalizar a Trump.
Cada vez que tengo un ratito para escribir, sin embargo, los homínidos que habitan en la administración Trump sorprenden al mundo con algo increíblemente estúpido. Y, por desgracia, me veo obligado a dejar la senda de los artículos no-dedicados a esta gente y tengo que hablar sobre alguna de sus astracanadas, otra vez.
Amiguetes en un chat
Ayer al mediodía el editor del Atlantic, Jeffrey Goldberg, publicaba un artículo explicando una de las historias más extrañas de la política americana reciente. Goldberg cuenta que el 11 de marzo recibió una petición para conectar en Signal, una aplicación para móviles que permite enviar mensajes encriptados.
Para quien no la conozca, Signal es una alternativa a Whatsapp o Telegram creada por una fundación sin ánimo de lucro independiente, orientada a mantener la privacidad de las conversaciones por encima de todo. La aplicación es muy popular entre periodistas, que la usan para mantener conversaciones con sus fuentes, y (en mi experiencia) en el mundillo político, ya que permite discutir estrategia y cotilleos sin interferencias ni miedo a que tus mensajes acaben en la portada de algún periódico. Signal permite enviar mensajes que “caducan”, desapareciendo sin rastro al cabo de unos días.
Los estrictos controles de privacidad y la posibilidad de borrar mensajes hacen que Signal esté estrictamente prohibida para usos oficiales. Todas las comunicaciones internas de cualquier administración pública americana están sujetas a estrictas leyes de retención de datos. Si trabajas para un gobierno, sea cual sea, sabes que todo lo que escribes queda grabado en algún servidor, y que cualquier mensaje puede acabar siendo sujeto de una petición bajo una Freedom of Information Act (leyes de libertad de información), en la que un periodista, ONG litigante, troll aleatorio o político de la oposición puede pedir una copia y hacerla pública. Aunque no todos los mensajes están a tiro de esta clase de reclamaciones (FOIed, en jerga política local), todo el mundo que trabaja en el sector público sabe que cualquier tipo de comunicación escrita en una cuenta, aplicación, ordenador o teléfono que no esté conectado a los servidores oficiales es muy, muy, muy mala idea, cuando no completamente ilegal.
El mensaje que había recibido Goldberg provenía, en teoría, de Michael Waltz, el asesor de seguridad nacional de Trump. Que un alto cargo de la administración enviara un mensajito de texto a un editor era un poco extraño, y Goldberg al principio creyó que era un fraude o timo de alguna clase.
Para su sorpresa, al cabo de un par de días este “Waltz” le añadía a un grupo de Signal llamado “Houthi PC small group”. “PC” es la abreviatura de “principals committee”, o comité de “principales”, el término que se usa en la política americana para jefes de agencias con capacidad de decisión. Los houthis son el grupo de rebeldes en Yemen que se dedican a atacar barcos. El grupo se empezó a llenar de gente que se identificaba como J.D. Vance, el vicepresidente, Pete Hegseth, el secretario de defensa, Stephen Miller, el asesor de Trump, Tulsi Gabbard, la directora de inteligencia, Scott Bessent, secretario del tesoro, o sus asesores más próximos.
Ante la mirada atónita de Goldberg, los 18 altos cargos y sus asesores se pusieron a discutir la estrategia militar de la administración hace Yemen, debatiendo cuándo lanzar un bombardeo, criticando a los europeos por no resolver el problema, y hablando sobre qué opinaba el presidente. Tras varios días de discusiones, acordaron lanzar el ataque, y Pete Hegseth compartió, con gran detalle, los planes con objetivos, tácticas, unidades utilizadas, y básicamente todo lo que iba a suceder dos horas antes del bombardeo.
No fue hasta que hubo confirmación de que Estados Unidos había atacado Yemen que Goldberg finalmente se convenció que los mensajes eran reales. Tras verlos celebrar el éxito de la operación, abandonó el grupo discretamente. Nadie se había percatado que un periodista había estado leyendo la conversación.

Recapitulemos, porque esta es una pifia tan extraordinaria que casi duele.
Tenemos a un montón de altos cargos del equipo de seguridad nacional de Trump, incluyendo al vicepresidente, secretario de defensa y secretario de estado, utilizando una aplicación de mensajería privada para discutir estrategia militar.
Los teléfonos móviles oficiales de los empleados federales no permiten instalar aplicaciones externas sin un proceso de validación previo1; los del equipo de seguridad nacional aún menos. Es decir, toda esta gente está utilizando sus teléfonos personales, no terminales encriptadas y seguras blindadas por la NSA o instalaciones específicas para esta clase de comunicaciones.
Y los tipos se las apañaron para tener a un periodista durante dos semanas leyendo todo, y nadie se dio cuenta.
But her emaaaails
Es imposible leer este sainete sin recordar los correos electrónicos de Hillary Clinton y la remota posibilidad de que algún documento clasificado acabara siendo enviado en un servidor privado de forma accidental. Aquí tenemos a Pete Hegseth, entonces un comentarista en Fox News (sí, un tertuliano de Fox es secretario de defensa) hablando sobre el tema allá por el 2016:
Lo de revelar secretos oficiales accidentalmente parece un tema serio. Aquí tenemos un corte de CNN con media docena de cargos de la administración Trump que estaban en ese grupo de Signal hablando sobre el tema, y aquí un hilo con varias declaraciones más:
La reacción del Pentágono, tras algunas dudas, fue reconocer que los mensajes eran ciertos, porque obviamente lo eran, y Goldberg los tiene ahí, en su móvil. La respuesta de Hegseth, después de que la administración hubiera dicho que eran reales ha sido… insultar a Goldberg y negar su credibilidad.
Hillary Clinton, mientras tanto:
Consecuencias políticas
Ninguna. ¿Pero en qué clase de mundo vivís?
En la administración Trump, pifiarla de forma colosal e hipócrita es motivo de celebración y cachondeo irónico, especialmente si eso pone nerviosos a los progres. El departamento de justicia no investigará nada, aunque es probable que Hegseth y el resto del grupo estuvieran cometiendo varios delitos (como utilizar un canal inseguro para compartir secretos oficiales). El congreso, de mayoría republicana, dirá que todo es un error sin importancia y pelillos a la mar. Los demócratas harán algo de ruido, pero de la forma más torpe posible, exigiendo “investigaciones” en vez de pedir la cabeza de Hegseth.
Trump hará alguna burrada corrupta, criminal, estúpida o una combinación de las tres mañana. Todo quedará olvidado.
Implicaciones reales
Aquí la lista es mucho más larga.
Para empezar, parece obvio, por el contenido de la conversación, que los altos cargos de la administración Trump usan Signal de forma rutinaria. Por muy buena que sea la aplicación, es muy probable que varios gobiernos extranjeros estén leyéndolo todo tan contentos, viviendo felizmente en un iPhone o Android con media docena de programas de malware conviviendo en harmonía.
Nadie, en su sano juicio, va a compartir inteligencia con la administración Trump a estas alturas. Cualquier cosa que le das a estos patanes está en el Kremlin diez minutos después.
La discusión interna en el chat (porque estaban tomando decisiones en un chat) hace que Veep parezca un documental. El debate es lamentable, y todos se preguntan qué quiere el presidente.
Esta administración no cree que deben cumplir con ninguna ley. Los chats, insisto, vulneran descaradamente media docena de leyes que cualquiera que trabaja en un gobierno aquí tiene que seguir a rajatabla.
Coda
El secretismo de la administración, por otro lado, es extremo cuando le interesa. El departamento de justicia que lleva el caso de las deportaciones ha decidido negarse a contestar las preguntas del juez, alegando que se trata de secretos de estado y el presidente tiene autoridad absoluta en temas de seguridad nacional.
Por no responder, ni siquiera han explicado por qué la información es secreta. Quizás porque uno de los deportados era un líder de una banda criminal peligrosa, MS-13, originaria del Salvador, y según parece amigo de Nayib Bukele.
Trabajo para el estado de Connecticut desde hace unos días, y no os podéis imaginar la de veces que me han repetido lo de no usar el teléfono privado para nada. El “oficial” está limitadísimo. Y estoy en una agencia estatal en un rincón del país, no en el Pentágono.
Pues tengo dos apuntitos. Uno, Tulsi Gabbard. Viene a cuento precisamente de esta historia. Que si la señora era prorrusa, agente del Kremlin, tonta útil, vaya... sì, sí, tonta útil... para ella misma. Después de repetir *toda su puta vida* política (en todos los partidos que ha estado, que han sido todos, creo) lo moralmente intragable, políticamente despropositado, militarmente disparatado, etc. que era atacar Yemen, específicamente los Houthies (lo cual tiene sus puntos y desde luego lógica), la señora, SIN despeinarse, SIN cambiar de jeta, y SIN recordar nada de nada (esto es más que dejà vu), pide ahora, con dos ovarios, que todo el que pueda (países, se entiende), *que se sumen al bombardeo del Yemen*, estas son mis razones igual que antes tenía otras, ¿o son las mismas?, y toda contenta se va a la India a ver si los embauca. Seguro. Ni puto caso.
Dos, todo esto es familiar. No es nada nuevo. Mucho de lo que hace este hombre ya lo vimos con Aznar, salvando las distancias entre los países. Ministros lameculos,.todos vienen a lo que vienen, y lealtad perruna ante todo. Sobretodo es una incompetencia brutal, delincuente en sí misma, tienen asesores los que quieren, los mejores disponibles posiblemente, hacen lo que les da la gana lo mismo. Están buscados así adrede, y con un propósito evidente.
Trabajando en una agencia estatal? O sea, Muskito despidiendo cada día volquetes de trabajadores de agencias estatales y el amigo Senserrich recién contratado, tu contracorrientismo me reconforta, un abrazo.