El maravilloso mundo de los seguros médicos en Estados Unidos
Sobre cómo ponerse enfermo de la forma más económicamente eficiente posible
Donald J. Trump sigue nominando a tarados impresentables a su gabinete. El horror más reciente, y alguien que, increíblemente, puede incluso ser peor que un posible pedófilo cocainómano como fiscal general, es el inefable Robert Kennedy Jr. como secretario de salud y servicios sociales.
Kennedy Jr. es un cantamañas conspiranoico con aficiones dementes que además de creer toda clase de bobadas, es también un furibundo antivacunas. Los demócratas lo echaron a patadas de las primarias del partido el año pasado, en otro ejemplo más de la capacidad del partido para purgar tarados; Trump cortejó y peleó para que le apoyara en las presidenciales, en otro ejemplo más de cómo el GOP no ha visto un idiota que les repela. Este cargo ministerial es su bendito premio.
Dado que las noticias de Washington suelen ser básicamente un desfile de nombramientos enloquecidos confirmando que todo lo que Trump decía en la campaña iba en serio, hoy si me permitís haremos una pequeña pausa y hablaremos de esa cosa tan extraña que los americanos tienen con la que lidiar cada año, los seguros médicos.
Renovaciones
En Estados Unidos, más o menos la mitad de la población recibe su cobertura médica a través de un seguro de empresa como parte de su compensación salarial. Además, sobre uno de cada diez contrata un seguro privado en el mercado individual a través de los mercados regulados (y subvencionados, para la mayoría) creados por Obamacare.
Las pólizas de seguro médico, tanto individuales como empresas, suelen ser de un año. Esto significa que, por estas fechas, los departamentos de recursos humanos de todo el país están recibiendo una carta de su aseguradora con una voluminosa, detallada y en absoluto inofensiva oferta de renovación. Siendo como es el país con los mayores costes médicos del planeta, las aseguradas, casi siempre, tienden a pedir mucho más dinero, porque la cosa está muy mala, la inflación está fuera de control y esos malditos empleados insisten en ponerse enfermos e ir al hospital cuando les atropella un camión, cuando con una tirita tendrían más que suficiente. Los departamentos de recursos humanos, tras un profundo, resignado suspiro, cogen el teléfono, y empiezan a llamar a una aseguradora tras otra, intentando encontrar una oferta mejor.
No he encontrado datos exactos sobre la frecuencia con la que las empresas americanas cambian su seguro médico; mi intuición es que varía bastante según sector y tamaño de la empresa. Aun así, cada cierto tiempo, allá mediados de noviembre, todo americano ha recibido un correo electrónico citándole para una reunión o videoconferencia en la que alguien les explicará pacientemente que van a tener cambios en el seguro y que (inevitablemente) va a costarles más dinero.
Este año nos ha tocado a nosotros, y con ello, me pasé unas buenas tres horas leyendo pólizas de seguro, haciendo números, y estudiando pacientemente qué tipo de cobertura tendremos este año. El proceso de toma de decisiones es un buen ejemplo de la clase de decisiones absurdas que un americano medio debe tomar respecto a salud cada año.
Opciones y diseños
En general, un seguro médico en Estados Unidos se define en base a la combinación de cuatro números distintos: prima, copagos, franquicia, y gasto máximo total.
Primas:
Esto es lo que paga el asegurado cada mes. Para los que reciben seguro a través de la empresa, un porcentaje variable de la prima corre a cargo de su empleador. Ese coste no se considera salario, así que está libre de impuestos, algo que genera toda clase de distorsiones divertidas. En general, cuanto mejor sea tu trabajo, mayor será el porcentaje que cubran.
Esto puede ser un auténtico dineral, por cierto: de media, la póliza médica familiar en un seguro de empresa costó 23.968 dólares el año pasado. Los trabajadores pagan de su bolsillo sobre un 27% de esa cantidad1.
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