En los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando estaba claro que los aliados iban a ganar la contienda, los jefes del departamento de estado, tesoro y defensa de Estados Unidos, además del equipo de política exterior en la Casa Blanca, sabían que su trabajo iba a ser diseñar un nuevo orden mundial de cero. El país iba a salir del conflicto esencialmente intacto, con más de la mitad de la capacidad industrial del planeta en su territorio y todo el planeta en deuda con ellos. Eran, de muy, muy, muy lejos, el lugar más rico de la tierra, su economía estaba intacta y eran los únicos con armas nucleares. Quizás los soviéticos tenían más tanques, pero con un país agotado y una economía débil, nadie podía realmente objetar a lo que dictara Estados Unidos.
Tras años de horrores y dos guerras mundiales, tuvimos la buena fortuna que las élites políticas americanas estuvieron a la altura. Franklin Roosevelt, por temperamento y disposición vital, era alguien que siempre había desconfiado de soluciones abstractas o imposiciones, combinando un espíritu práctico con férreos valores democráticos. Muy enfermo ya en 1944, fueron los miembros de su gabinete y su sucesor Harry Truman quienes acabaron implementando sus ideas, y construyendo sobre ellas el largo ciclo de paz y prosperidad en décadas posteriores.

La piedra fundacional del “sistema americano” de postguerra (Naciones Unidas, Bretton Woods, OTAN, y todas su derivaciones posteriores) eran dos ideas muy sencillas. Por un lado, Estados Unidos iba a ocupar un papel central en el sistema, gestionando y regulando elementos claves del sistema financiero, monetario y estableciendo las normas sobre comercio, y derecho internacional. En 1945, esta posición era inevitable, dada la abrumadora hegemonía del país. En décadas posteriores, aún siendo el actor dominante con mucha diferencia del sistema, seguiría manteniendo este papel, bajo una condición implícita: ser un hegemón responsable, alguien que aunque puede dominar el sistema, opta por administrarlo de forma benevolente.
Un imperio que no ejerce como tal
La historia de occidente, desde 1945, ha sido básicamente la historia sobre cómo Estados Unidos ha aceptado este papel de forma tácita. Aunque era de lejos el país más poderoso de un sistema internacional construido a su medida, los presidentes americanos entendían que no debían explotar su posición, y de hecho debían cargar con sus costes de manera desproporcionada. Estados Unidos debía gastar más en defensa que sus aliados, y no quejarse demasiado cuando estos se refugiaban bajo su paraguas nuclear. Estados Unidos debía ayudar a estabilizar crisis financieras. Estados Unidos debía liderar la globalización y el comercio internacional. Aunque estas decisiones podían tener un coste a corto plazo, valía la pena pagarlo a cambio de mantener esa posición central en el sistema, construyendo un sistema de alianzas a su alrededor. El secreto de la hegemonía americana es que se basaba en consentimiento, no poder; en la idea de que el país líder en el centro era alguien en el que se podía confiar1.
Ahora, como podéis imaginar, tenemos eso de (disco sonando - música para súbitamente entre chirridos - aparece la jeta de Trump). Porque si hay algo que el recién reelegido presidente parece no comprender es la idea de que ser un cretino puede ser contraproducente a largo plazo.
Disputas y escaladas
El sábado Estados Unidos envió a Colombia un avión deportando centenares de inmigrantes ilegales. La deportación en sí era rutina; la novedad era que estaban utilizando un avión militar. El gobierno colombiano decidió rechazarlo, porque como estado soberano puede exigir que otro país no utilice militares en su territorio. La respuesta de Trump fue una diatriba enloquecida en Truth Social llamando de todo a Gustavo Petro, y la imposición de aranceles de un 25% a todas las importaciones colombianas, así como sanciones comerciales.
Esto es, básicamente toda la batería de medidas punitivas que un país tomaría contra otro en caso de invadir un vecino, cometer un genocidio o vender armas a terroristas - pero contra un aliado por la minúscula afrenta de no permitir que un avión militar aterrice en su territorio sin permiso.
En un escenario similar entre Colombia y digamos España o un país parecido, una disputa así tendría consecuencias modestas. Un hipotético Pedro Sánchez enajenado quizás impondría sanciones punitivas al ex-virreinato insolente y quizás congelara unas cuantas cuentas corrientes, pero por muchos aranceles que ponga2, las consecuencias para Colombia serían limitadas. Estados Unidos, sin embargo, es un mercado enorme que importa montañas de café, esencialmente controla todo el sistema financiero global y puede arruinarle la vida a medio país si se pone a sancionar con entusiasmo. Su posición dominante en el sistema internacional, fruto de décadas de liderazgo y (relativamente) contenido, significa que si quiere, puede imponer su voluntad.
Eso es, precisamente, lo que ha terminado ocurriendo; el domingo por la noche Colombia aceptaba la repatriación de inmigrantes con aviones militares. La Casa Blanca suspendía sus represalias. Petro, con buen criterio, sabía que no podía arriesgarse a volar la economía de su país por los aires por cuatro deportaciones.
Abandonando el liderazgo
La disputa entre Colombia y Trump ha sido cosa de un fin de semana; una pelea idiota sobre un tema casi irrelevante que se ha resuelto sin demasiadas consecuencias. El elemento importante a tener en cuenta aquí, sin embargo, no es tanto la pelea sino lo que significa: Estados Unidos ha amenazado a un aliado con explotar su posición dominante en el sistema internacional para forzarle a actuar. Se acabó eso de ser una potencia responsable que acepta las normas del sistema (escritas por ellos mismos a su favor, no olvidemos) para proteger a este y a su propio liderazgo. Trump quiere una política explotando cualquier ventaja que pueda obtener, sea contra amigos o enemigos.
Esto, sobra decirlo, es un error estratégico espantoso, especialmente en un mundo en el que Estados Unidos tiene un competidor real por primera vez en ochenta años3. Para sus aliados, especialmente en Europa, esto debería ser la constatación también de que la era de tener un socio dominante pero benévolo al otro lado del Atlántico ha terminado. Trump, al hablar de cosas como Groelandia, no está bromeando, y realmente quiere esa expansión territorial. Los artículos sobre la llamada al primer ministro danés son una locura, precisamente porque todo indica que esta será la filosofía de la administración en política exterior.
Idiotas (menos) peligrosos
La nueva actitud internacional de Estados Unidos se verá atenuada, probablemente, con la pronunciada estupidez de gran parte de la nueva administración. El nuevo secretario de defensa, Pete Hegseth, borrachuzo y sin experiencia alguna en política exterior, fue confirmado por una mayoría minúscula en el senado, y dudo que sea capaz de implementar nada coherente. Marco Rubio, el secretario de estado, es un político casi normal, pero tiene la fortaleza mental de una ameba. El resto del personal alrededor de Trump quizás estén chiflados, pero dudo que haya alguno lo bastante competente para hacer nada. Lo que hizo a la administración Bush (hijo) tan peligrosa era que estaba plagada de gente profundamente equivocada (Rumsfeld, Cheney, Negroponte, Rice, Tenet, Bolton…) pero con décadas de experiencia de gobierno. Los trumpistas carecen de esta clase de talento.
Pueden hacer mucho, mucho daño, por supuesto. Destruir la credibilidad del país, construida con grandes sacrificios, paciencia y energía durante ocho décadas, tendrá un coste atroz. Tras la catástrofe de Irak ya era difícil tomarse a Estados Unidos en serio; la reelección de Trump deja claro que no es cuestión sólo de líderes, sino de votantes.
Lo que está claro es que, ahora mismo, todo lo que dice y firma este país es papel mojado. Europa debería actuar en consecuencia.
Bolas extra:
El inspector general es un funcionario independiente en un departamento o agencia americana encargado de vigilar la legalidad de sus acciones y evaluar su funcionamiento. Trump despidió a quince de ellos el viernes por la noche, saltándose alegremente la ley.
Uno de los motivos por los que los camiones de bomberos son tan caros en Estados Unidos: un fondo de inversión privado ha comprado a todos los fabricantes, duplicado los precios, y ralentizado las entregas.
No ayuda en absoluto que los bomberos no pueden o quieren importar camiones de fuera, porque ya sabemos que son todo especialitos y necesitan sus juguetes enormes.
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“Confiar”, se entiende, si eres un país relativamente rico fuera de América Latina y no flirteas con el socialismo, islamismo o expropias empresas americanas. Que uno no monta un sistema así de bonito para que la gente se asilvestre demasiado. Aunque vale la pena recalcar que los países dentro del sistema americano han prosperado mucho más que los que estaban fuera. China sólo salió de su letargo cuando entró en la globalización americana.
De hecho, no podría hacer demasiado; la política comercial está casi toda en manos de la UE.
No nos engañemos: la Unión Soviética nunca fue una alternativa real.
A EEUU nunca le ha temblado la mano para ejercer su poder de forma coercitiva cuando fue necesario, no solo a "esa gente" sino tambien a sus aliados. Asi a vuelapluma puedo nombrar la crisis de Suez, el Plaza Accord, Alstom o Superlopez. Si me pongo a mirar alguna web de propaganda china seguro que me dan una lista potente.
Lo que si que pueda quiza parecer insolito es esta ansia por los gestos autoritarios; que la dominacion sea gruesa y publica, tanto hacia dentro como hacia fuera. Pero no me parece tan rara. Solo es una profundizacion de los vicios que lleva cultivando EEUU desde la victoria en la guerra fria. O a lo mejor simplemente es que vivimos en la era de los gymbros, no se.
Otro motivo de que se de con el palo tan cerca de casa es un posible sentimiento de acorralamiento en EEUU que, con razon o no, sienten que su hegemonia y liderazgo se ven mas cuestionados ahora que en el pasado y que sus clientes mas cercanos son insubordinados, inutiles o las dos cosas a la vez.
Todos los países deberían empezar de dear de comprar el petróleo en dólares, como primer paso.