Hace un par de semanas, cuando el cierre del gobierno federal parecía inevitable, escribía por este boletín que el partido demócrata quizás iba camino de cometer un error. Aunque la idea de cerrar el gobierno no me parecía errónea, el motivo que iban a alegar para hacerlo, una serie de créditos fiscales para contratar seguros médicos en el mercado individual regulado bajo Obamacare, me parecía una estrategia peligrosa.
Básicamente, no creía que la opinión pública o los medios iban a comprar que algo tan menor en apariencia justificaba sumir al país en el caos.
Llevamos casi dos semanas de cierre del gobierno, y creo que toca cambiar de opinión. La estrategia demócrata resultó ser la correcta, hasta el punto de que es posible que, ahora mismo, estén ganando el debate.
Un mensaje sencillo
Por una vez, y sin que sirva de precedente, el partido demócrata ha hecho algo que nunca es capaz de hacer: no complicarse la vida. Los líderes del partido no se van por las ramas; dicen que lo único que quieren para votar a favor de los presupuestos es que el congreso revierta los recortes en sanidad para que nadie pierda su seguro médico. Si los republicanos quieren reabrir el gobierno con votos demócratas, tienen que votar a favor de mantener la sanidad a quien ya la tiene. Si mantienen el gobierno cerrado, es porque quieren dejar sin sanidad a 25-30 millones de personas.
¿Queréis reabrir el gobierno? Dinero para sanidad. Si no reabrís el gobierno, es porque queréis recortar la sanidad.
Nada más. Repetir esto hasta el infinito.
Una buena opción
Esta es una estrategia burda, pero tiene dos ventajas importantes.
Para empezar, aunque los comentaristas americanos suelen sorprenderse cuando esta clase de cosas suceden, resulta que recortar el gasto en sanidad es tan impopular en Estados Unidos como en cualquier otro país desarrollado. Los demócratas tienen, como punto de partida, estar a favor de algo que tiene un 78% de apoyo en los sondeos.
La mayoría de los votantes no prestan demasiada atención a los debates presupuestarios, así que muy poca gente (menos de un 40%) sabían que los subsidios en el centro del debate iban a desaparecer el año que viene. El cierre ha hecho que los medios tengan que hablar sobre los recortes, identificando a los republicanos además como la principal causa de que puedan desaparecer. Muchas aseguradoras están empezando a enviar cartas a sus clientes estos días anunciando que sus primas van a duplicarse o triplicarse el año que viene (la mayoría viven, por cierto, en estados republicanos), así que por añadido los afectados van a tener una cifra clara y tangible sobre el coste de esta medida para ellos, y alguien a quien culpar.
El mensaje demócrata, además, tiene la virtud adicional de poner toda la responsabilidad de lo sucedido en Trump y el GOP. Aunque no es algo que dicen en voz alta a menudo, suelen dejar bien claro que los republicanos pueden reabrir el gobierno ellos solos si así lo desean. Nada les impide cambiar las reglas del senado por mayoría simple, eliminar el filibuster (que exige 60 votos para cerrar el debate) y aprobar unos presupuestos con los recortes de sanidad incluidos.
Los demócratas sólo votarán a favor si no hay recortes. El cierre del gobierno es porque los republicanos quieren; los demócratas únicamente están pidiendo dinero para sanidad a cambio de sus votos.
La respuesta
La estrategia de la administración Trump ha sido, de momento, ponerse a despedir a gente a mansalva, congelar fondos en partidas destinadas a programas que los demócratas apoyan, y acusar a la oposición de obligarles a hacer todas estas cosas.
Los republicanos, sin embargo, se topan con un problema. Primero, la administración lleva meses haciendo despidos masivos (saltándose la ley) y desmantelando toda clase de programas que no les gustaban. Decir que el cierre del gobierno les “obliga” a hacer nada tiene poca credibilidad.
Segundo, los republicanos se están topando con ese problema clásico de todos los aficionados a los recortes: los votantes suelen estar a favor de reducir el gasto público en abstracto, pero suelen enfadarse mucho cuando les dan una lista de recortes en concreto. Dejando de lado la ayuda al desarrollo, algo que (inexplicablemente) es impopular en todos sitios y que demolieron en ya en marzo, hay muy pocas partidas presupuestarias cuya desaparición no vaya a indignar a nadie. El viernes, por ejemplo, la Casa Blanca anunció despidos masivos en el departamento de educación, que recayeron sobre todo en la agencia que se encarga de ayudar a niños con discapacidades. También despidieron a montones de gente en el departamento de sanidad, incluyendo a cientos de personas encargadas de combatir enfermedades infecciosas. Este recorte generó tal rechazo que dieron marcha atrás el sábado, alegando que fue un “error”.
Tercero, la respuesta obvia de los demócratas es que es la Casa Blanca quien está tomando estas decisiones, no ellos. Lo único que piden es mantener el gasto en sanidad. Si los republicanos quieren reabrir el gobierno, controlan el ejecutivo, la cámara de representantes y el senado. Si están haciendo estas cosas es porque quieren. Algo que resulta ser cierto, así que es una postura fácil de defender.
El debate real
Es bastante fácil ver, a estas alturas, que los demócratas en este escenario no tienen incentivo alguno para cambiar de postura o negociar nada, porque realmente no tienen nada que negociar. Su postura es exigir a los republicanos que hagan algo increíblemente popular; están demandando el equivalente en política de salud a que sus oponentes estén a favor del bien y en contra del mal. No van a moverse de allí.
Dado que no hay negociación posible entre los dos partidos (porque los demócratas están ofreciendo “haz algo que todo el mundo quiere”), el debate real es dentro del partido republicano. A ellos les toca decidir si “ceden” ante los demócratas y hacen algo increíblemente popular, pero dándole una victoria a la oposición, o cambian las reglas del senado, aprueban los presupuestos con los recortes, y se comen el marrón de dejar a 25-30 millones de votantes increíblemente cabreados porque están pagando el triple por su seguro médico.
Si los republicanos fueran un partido político medio normal, la respuesta obvia es la primera opción. A cambio de darle una pequeña alegría a la oposición, evitas la galleta de recortar la sanidad en un año de elecciones. Los demócratas se vendrán un poco arriba y se pondrán medallas, pero la realidad es que casi nadie, aparte de cuatro frikis, están siguiendo el debate sustantivo sobre los presupuestos con suficiente atención como para entender que han “ganado”. De aquí un año, además, nadie va a acordarse de esta pelea, así que el coste político de ceder ante los socialcomunistas comeniños es minúsculo.
Pero el partido republicano, obviamente, no es demasiado normal. Tenemos, por un lado, de que esta gente puso unos recortes gigantescos en sanidad en el One Big Beautiful Bill trumpiano no por capricho, sino porque realmente quieren recortar la sanidad.
El GOP odia el gasto público, ayudar a los pobres, y eso de que los enfermos puedan ver a un médico. Esta clase de medidas era impopular en julio, y votaron a favor de ellas en bloque sin inmutarse lo más mínimo. Ceder ante los demócratas, en este caso, significa hacer algo que quizás los votantes quieren, pero que ellos, desde luego, detestan hacer.
El otro punto a tener en cuenta es Trump. El presidente odia ceder en nada, y menos en una negociación con la oposición. Hablamos de un tipo que tuvo el gobierno cerrado más de un mes durante su primer mandato porque se obcecó (estúpidamente) a que la mayoría demócrata del congreso financiara la construcción de un muro en la frontera con México. La idea de que su gobierno, este sobre el que dice tener poner omnímodo, hará algo porque esos matados de la oposición le han obligado a hacer nada es algo que va a rechazar de plano.
El paso obvio, entonces, sería echarse al monte, cambiar las reglas del senado, y aprobar los presupuestos sólo con votos republicanos. Y aquí el GOP se topa con el problema de que quizás no tengan votos suficientes en el congreso para hacerlo, porque hay una facción dentro del partido que quiere mantener el gasto en sanidad.
El ejemplo más sorprendente, y que más titulares ha generado, es Marjorie Taylor Greene, la inefable representante de Georgia. MTG es, casi siempre, una ultraderechista entusiasta conocida por cargarse a Speakers de su propio partido por ser demasiado colaboracionistas con los demócratas. En este caso, sin embargo, defiende mantener el gasto en sanidad, no se sabe si por un populismo trumpista sincero o porque odia profundamente al Speaker Mike Johnson (probablemente, una combinación de ambos).
Greene, casi seguro, no es la única legisladora que cree que aprobar los recortes es una idea horrible de cara a las legislativas del año que viene. Es muy posible, de hecho, que el propio Trump tenga dudas sobre ello, aunque tampoco está nada claro que entienda de qué va el debate en general.
Buscando una salida
Por ahora, los republicanos están hablando y actuando como si el cierre va a durar muchos días, insistiendo que no es culpa suya. Trump, en una maniobra legalmente cuestionable, está redirigiendo fondos para que las tropas sigan cobrando su sueldo. El senado va a seguir votando fútilmente la misma ley con los recortes una y otra vez, mientras la cámara de representantes ni siquiera va a estar en sesión esta semana.
Es una situación absurda. En cierres de gobierno “normales” (los que tuvimos durante la presidencia de Obama), los presupuestos se encallan porque una de las cámaras del congreso está controlada por un partido distinto al presidente o a la otra cámara, y están obligados a negociar entre ellos. En este cierre, un partido controla todo, pero insiste en que la minoría vote a favor de algo que pueden hacer ellos solos.
Las divisiones internas del partido republicano están manteniendo al gobierno cerrado, no los demócratas. Y como más tiempo malgasten intentando encontrar una salida, mayor coste político van a sufrir.
No nos emocionemos
Aunque, por una vez, el partido demócrata está haciendo algo más o menos bien, conviene no excitarse demasiado.
Habitualmente, cuando hay un cierre del gobierno federal, el debate político pasa a ser el tema en todos los medios, que cubren cada maniobra y declaración con fervor, ansiosos de hablar de negociaciones cruciales y momentos dramáticos. En esta segunda presidencia de Trump, el presidente está pegándole fuego a tantas cosas a la vez que el hecho de tener el gobierno cerrado es una historia enloquecida más en una rotación de caos y alaridos difícil de seguir. Tenemos soldados en las calles, la idea de que la Casa Blanca pueda decir que es una “insurrección”, el presidente persiguiendo judicialmente a sus enemigos, la guerra comercial contra el mundo, el Supremo jugando a los bolos con la constitución y las paridas de turno del presidente, para empezar, y eso sin contar el fin de la guerra de Gaza o bombardeos al azar sobre lanchas con civiles en Venezuela, o ICE deportando a gente al azar. Este fin de semana hubo gravísimas inundaciones en Alaska y nadie les ha hecho puñetero caso.
Así que los demócratas quizás están “ganando”, pero lo está haciendo de forma equivalente al de un equipo de balonmano ganando la Copa de Europa. Sí, saldrá en el telediario, pero serán 30 segundos, justo al final, y es probable que casi nadie se dé cuenta. Y, por supuesto, esta clase de “victorias”, incluso copando titulares, son menos importantes de lo que parecen; las elecciones están lejísimos, el congreso es una institución incomprensible y nadie se cree lo que dicen los políticos a estas alturas.
¿Es mejor esto que ser tratados como un felpudo, incapaces de oponer resistencia alguna? Por supuesto. Y si hacen las cosas bien, quizás sea el principio de un cambio de narrativa que mejore la horrenda imagen del partido. Paradójicamente, además, esta es una situación donde “perder” (el GOP aprueba los recortes) es quizás mejor para ellos que “ganar” a corto plazo.
La oposición está algo menos muerta que de costumbre. Hay manifestaciones previstas por todo el país este sábado. Quizás hay algo de esperanza. Quién sabe.
Bolas extra:
El tribunal supremo, con casi total seguridad, va a desmantelar este año la Voting Rights Act por completo. Esta es la ley de 1965 que, en mi libro (compradlo), señalo como el verdadero inicio de la democracia en Estados Unidos.
Su derogación permitiría reinstaurar sistemas de partido único en gran parte del país. Como sucedía antes de 1965.
Caleb Nelson, uno de los grandes defensores de hacer una lectura originalista de la constitución, ha escrito un artículo diciendo que la idea de que el congreso no puede limitar la autoridad del presidente para despedir o controlar agencias reguladoras es falsa.
Su análisis ha levantado mucho revuelo, porque Nelson es citado a menudo por los jueces de la mayoría conservadora del supremo. Mi intuición, mil veces repetida, es que el “originalismo” es un cuento, y que los jueces del supremo deciden primero qué quieren hacer (darle más poder a Trump) y después lo justifican usando argumentos esencialmente aleatorios. Es un tribunal político, no una instancia judicial. Siempre lo ha sido.
Muchas de las inversiones cruzadas y acuerdos entre empresas tecnológicas en inteligencia artificial son sospechosamente circulares. La clase de inversiones en las que el dinero va de un sitio a otro sin construir nada y bajo previsiones de ingresos y crecimiento descabelladas. Un poco como cuando los bancos creaban paquetes de hipotecas subprime que eran metidos en otros paquetes que estaban asegurados con obligaciones de deuda garantizadas con otros paquetes, ya sabéis. Qué puede salir mal.
Excelente articulo! Que elecciones locales en el futuro cercano te llaman la atención?
Viendo lo inestables que son las instituciones de USA a poco que hay un intento medianamente organizado de pervertirlas, la unica solución es empezar a meter en la carcel al gobernante que incumple la ley y dejarse de perdones presidenciales por "responsabilidad"