Ayer, durante un acto en la Casa Blanca, una periodista le preguntó a Donald Trump sobre el “TACO trade”, un apodo que los analistas financieros están usando estos días. “TACO” son las siglas de “Trump Always Chickens Out” (Trump siempre se hace el gallina) en política arancelaria. Los inversores han acuñado el término para referirse a la reacción de los mercados tras una amenaza arancelaria del presidente (desplomarse) y su inmediata recuperación tras su inevitable marcha atrás, siempre aplazando las tasas dos o tres meses.
Trump siempre ha tenido esta idea infladísima de sí mismo como un negociador implacable, y se lo ha tomado mal:
Por muy escocido que esté con el apodo, la política arancelaria de Trump desde el “día de la liberación” sólo puede calificarse como una errática sucesión de bravuconadas y gloriosos avances hacia la retaguardia. Estados Unidos está bramando y ululando que van a coser a todo el mundo a impuestos punitivos si no negocian su rendición ante su majestad anaranjada de inmediato, y el resto del mundo básicamente ha dicho que muy bien, fabuloso, pero que no hay nada que negociar. La administración responde con un aplazamiento, dejando los aranceles donde estaban, o en ese nuevo mínimo arbitrario del 10% que se habían inventado.
Es una política errática y en última instancia autodestructiva. La inestabilidad constante en qué impuestos los importadores van a pagar están haciendo un daño tremendo a muchas empresas, sin conseguir nada a cambio. El presidente, sin embargo, está demasiado enamorado de su propio genio como para bajarse del burro y cambiar de estrategia, al menos por ahora.
Hasta que un tribunal semidesconocido en un rincón del poder judicial, la “Corte de Comercio Internacional de Estados Unidos”, ha llegado con una sentencia judicial para bajarle de este a patadas.
De leyes y emergencias
La base legal de la orgía de aranceles aleatorios de la administración Trump proviene de una ley aprobada en 1977, la International Emergency Economic Powers Act. Según la interpretación de la Casa Blanca, la legislación autoriza al presidente a regular el comercio con terceros países en situaciones de emergencia nacional. Trump dice que tener un déficit comercial es una emergencia y que regular significa aranceles, así que eso le da toda la autoridad necesaria para intentar reformar la economía mundial a cañonazos.
No sé si recordareis, allá cuando Trump anunció su primera oleada arancelaria, que esta teoría legal me parecía cuanto menos dudosa1. No soy abogado ni experto en comercio exterior, pero dada la tendencia de esta gente a arrogarse poderes por las bravas y el hecho que la ley no menciona aranceles en ningún sitio, me parecía una teoría válida.
Un grupo de abogados libertarios enfurecidos y una docena de fiscales generales de varios estados (incluyendo Connecticut) tampoco lo vieron claro y llevaron esta teoría a juicio… y el tribunal ayer, de forma unánime, les dio la razón. Trump no puede invocar la International Emergency Economic Powers Act para imponer aranceles. El Congreso no le ha delegado esa autoridad en absoluto. Todas las tasas de “represalia” impuestas desde el dos de abril son papel mojado. El gobierno federal debe devolver el dinero cobrado a los importadores. Casi toda la guerra comercial de Trump es completamente ilegal.
Esto es, casi toda. No todos los aranceles han sido impuestos invocando esta ley; los aranceles sobre acero, aluminio y automóviles no caen bajo esta legislación y no están cubiertos por la sentencia. Hay otra ley de 1962 que permite imponer aranceles por motivos de seguridad nacional, pero el proceso para aprobarlos es mucho más laborioso, requiere justificación legal, y puede ser recurrido.
Así que, ahora mismo, este juego insensato de declaraciones altisonantes, amenazas, y negociaciones imperiales se ha ido, esencialmente, a la porra, porque la Casa Blanca no tiene autorización legal alguna para cambiar estos impuestos a las bravas. La autoridad fiscal está en manos del Congreso… por ahora.
Camino del Supremo
La administración Trump ya ha anunciado que va a recurrir la sentencia. Este tribunal tiene un rango equivalente a un juez de distrito, así que irá (si no estoy equivocado) primero a un tribunal de apelaciones (Circuit Court). De ahí será recurrido, sin duda, al Supremo.
Sabéis de sobras mi escepticismo sobre todo lo que venga del Supremo, un tribunal que tiene la persistente costumbre de inventarse lecturas de la constitución según le convenga. En este caso en particular, sin embargo, creo que es bastante probable que envíen a la administración a tomar viento.
Hace apenas tres años, en uno de los alegres partidos de Calvinball de la corte, dictaron una sentencia que hacía oficial una teoría judicial conservadora llamada “major questions doctrine”(doctrina de materias de calado, más o menos) por la que determinan que el ejecutivo sólo puede regular o tomar decisiones sobre una materia determinada si el Congreso lo detalla de forma explícita en una ley. El Supremo, en ese caso, lo estaba haciendo para prohibir que la agencia de protección ambiental pudiera regular emisiones de dióxido de carbono para combatir el cambio climático. Me parecería una pirueta excesiva, incluso para esta gente, decidir ahora que una ley que no menciona aranceles en absoluto puede ser invocada para imponer embargos comerciales a medio mundo por decreto.
De momento, los mercados estaban reaccionando con euforia. Si no estoy equivocado, la administración no podrá volver a darle a la manivela tributaria mientras se resuelven los recursos, así que habrá unas cuantas semanas o meses de calma, dependiendo de la prisa que tenga el Supremo.
¿Y ahora qué?
Políticamente, esto es embarazoso para Trump, pero es probable que sea bueno para su presidencia a corto plazo. El presidente no podrá autodestruir la economía con sus algaradas, o al menos no con estas algaradas comerciales. Por el contrario, esto hace la ley presupuestaria de los republicanos aún más peligrosa fiscalmente, ya que, sin los aranceles, el déficit fiscal de Estados Unidos será aún mayor.
No me extrañaría en absoluto, de todos modos, que la Casa Blanca intente encontrar alguna interpretación creativa de la ley de 1962 u otra norma olvidada del siglo XIX para volver a las andadas. Porque si de algo van sobrados en este país, son abogados creativos.
Bolas extra
No suelo poder decir que he visto las cosas más claras que Paul Krugman, pero la sentencia me ha sorprendido menos que a él.
La demolición de la ayuda exterior al desarrollo por parte de Musk va a matar, literalmente, a cientos de miles de personas.
Trump ha indultado a John Rowland, exgobernador republicano de Connecticut. Un tipo tan corrupto acabó en la cárcel por sobornos cuando estaba en el cargo, salió de la cárcel, y se las arregló para ser condenado otra vez por contribuciones irregulares en campañas electorales.
Trump está indultando a todo aquel político condenado por corrupción que se lo pida, la verdad, o vendiendo indultos abiertamente. Es bastante vergonzoso.
Elon Musk se va definitivamente de la Casa Blanca tras no haber logrado reducir el gasto público ni despedir a nadie de forma permanente, más allá de matar a cientos de miles de personas por todo el mundo en hambrunas y epidemias.
Para otro día, los extraordinarios pufos de criptomonedas de Trump.
“Increíblemente, es muy probable que Trump no tenga autoridad legal para imponer estos aranceles en absoluto.”
Gràcies Roger. Sembla que el naranjito no ha entés ni entendra que això de governar és complicat.
Te felicito por tu artículo de hoy con un tema que es de resonancia mundial. Hacen falta mas analisis y perspectivas sobre temas en concreto que a todos nos afectan y no como algunos medios que siguen empeñados en seguir analizando la vejez de Biden o los email de Hillary Clinton. Para cuando un proximo analisis de la nueva ley de presupuestos del GOP?