Durante la semana pasada, en Estados Unidos hubo tres historias políticas paralelas.
Por un lado, tuvimos el viaje de Donald Trump por Oriente Medio, en el que se dejó agasajar por autócratas sin pudor, anunció toda clase de acuerdos de inversión ligeramente fantasiosos por valor de múltiplos del PIB de todos los implicados, y accedió a vender tecnología puntera a una dictadura sin motivo aparente.
Por otro, tenemos todo el debate en el congreso sobre la MEGALEY, el mote que ha acabado recibiendo la ley presupuestaria de Trump. La propuesta inicial contiene toda clase de recortes horribles y trucos contables torticeros que añaden miles de millones de dólares al déficit, suficiente como para provocar una rebaja en la calificación de la deuda del país. La ausencia de disciplina fiscal provocó una rebelión del sector conservador del GOP el viernes, que tumbaron la propuesta en comité, y forzaron una inusual repetición del voto el domingo a las once de la noche.
El tercer objeto de discusión fue Joe Biden, su decisión de no abandonar la campaña presidencial hasta mediados del 2024, y todo lo que se sabía y no se sabía sobre su estado mental durante su mandato. El origen de las historias fue la publicación de un par de libros sobre el tema, uno de esos postmortem de campañas electorales que vemos después de las elecciones presidenciales cada ciclo.

Biden: un señor anciano
Dado que Joe Biden, ahora mismo, no tiene cargo político alguno, no es candidato a nada, y no parece tener poder o influencia en la salud fiscal o la política exterior americana, parece relativamente obvio que esta tercera noticia es mucho menos importante que las otras dos.
Adivinad a qué han dedicado más tiempo los medios los últimos días, por un margen absolutamente abrumador. Hemos tenido una semana entera con un artículo tras otro en el NYT, Politico, Wapo y el resto de los medios, horas de debate en CNN, Fox y MSNBC, todos muy preocupados sobre quién tenía la culpa de todo y sobre si el partido demócrata debía pedir perdón y el daño electoral que esto les podía hacer el 2028. La noticia de que Biden ha sido diagnosticado con un cáncer de próstata (grave) este domingo no hará más que alargar la cobertura.
Periodistas y obsesiones
¿Por qué los medios americanos siempre acaban obsesionando con esta clase de historias irrelevantes? Mi sensación es que se debe a una combinación entre querer parecer equidistantes y no tener demasiada idea de lo que están hablando.
De la equidistancia he hablado otras veces, y dedico una cantidad de detalle considerable en el libro. La mayoría de los medios americanos son, en teoría, “apartidistas”, es decir, no tienen una línea editorial clara. Muchos periodistas ni siquiera votan en las elecciones para evitar tener sesgos1, y se preocupan muchísimo de no favorecer o perjudicar a un candidato o partido sobre otro y sólo informar. Esto tiene sentido cuando los dos bandos en una disputa son medio normales. En la era Trump tenemos a un presidente haciendo toda clase de burradas, ilegalidades y corrupción sin cesar, así que informar sin más acaba convirtiéndose en algo que puede parecer una cobertura crítica de la administración. Eso hace que los medios, de forma inconsciente, se lancen a cubrir cualquier escándalo del “otro” bando, por pequeño, irrelevante, o añejo que sea, para poder decirse a sí mismos que son “justos”.
Los demócratas no tienen poder alguno en Washington estos días, así que no pueden hacer demasiadas burradas. El partido no tiene demasiados tarados o extremistas, porque suelen ser bastante efectivos cerrándoles el paso. Así que el escándalo que han tenido que encontrar es el del presidente que ni siquiera fue candidato el año pasado, en unas elecciones que perdieron.
Complicaciones presupuestarias
Aparte de la equidistancia, la inmensa mayoría de reporteros simplemente no entienden el presupuesto federal ni tienen la más remota idea sobre nada que suceda fuera de Estados Unidos. Hay una orgullosa tradición periodística americana que está completamente obsesionada con hablar sobre estrategia política, pero que se aburre profundamente al hablar sobre las consecuencias de la aprobación de una ley o la victoria de un candidato.
La ley presupuestaria de Trump es increíblemente complicada porque muchas de sus provisiones tienen horizontes temporales variables y hay muchísimos detalles realmente complicados de entender. Tenemos, por ejemplo, los recortes del programa SNAP (Supplemental Nutrition Assistance Program), los cupones de alimentos para familias con pocos ingresos. Estas ayudas son gestionadas con los estados, que tienen poder de decisión sobre quién puede acceder a ellas y cómo (con ciertos límites). Los costes administrativos son pagados a medias entre el gobierno federal y los estados, mientras que las ayudas en sí van a cargo del gobierno federal.
La propuesta republicana no incluye recortes explícitos, sino una nueva fórmula para cubrir costes. Como incentivo para que los estados sean más rigurosos en la aprobación de las ayudas, el gobierno federal cubrirá entre el 75 y el 95% de la prestación, con la cifra variando según el porcentaje de errores detectados en los pagos. Además, harán que los estados paguen por un porcentaje mayor del coste de administrar el sistema.
Los estados, a diferencia del gobierno federal, están obligados a equilibrar sus presupuestos cada año. Si quieren mantener las ayudas al mismo nivel que el actual, deben subir impuestos, algo que ningún estado con una cámara legislativa o un gobernador republicano hará para ayudar a gente pobre. Los requisitos de papeleo de SNAP son tremendos, y casi todos los “errores” no son por fraude, sino porque sus receptores no están al día enviando información sobre lo que ganaron el último mes o lo que pagan de alquiler. Si se aprueba la ley, es muy probable que el programa sufra un recorte de un 15-20% de gasto, que recaerá en familias que viven cerca o por debajo del umbral de la pobreza.
Todo esto lo sé no porque sea un experto en temas fiscales (no lo soy), sino porque hace años estaba en una ONG en la que ayudábamos a gente a hacer el papeleo de SNAP, y tenía que entender cómo funcionaba para hablar con legisladores sobre ello. El hecho de que los presupuestos siendo debatidos en el congreso incluyan recortes que pueden costar a una familia con pocos ingresos $100-150 al mes es obviamente importante, pero apenas ha recibido menciones en los medios; la información de arriba viene sobre todo de CBPP, que es un think tank que sigue estos temas.
Unos presupuestos irresponsables
La propuesta fiscal de los republicanos es, de por sí, un escándalo de irresponsabilidad fiscal delirante. Expliqué aquí el origen del problema; las rebajas de impuestos de Trump del 2017 fueron aprobadas con una cláusula que hacía que sólo estuvieran en vigor unos pocos años, gracias a una serie de reglas fiscales obtusas.
Los republicanos quieren evitar que la ley “caduque” y acabe en una subida de impuestos, para empezar, pero Trump prometió una bajada de impuestos, así que a las rebajas irresponsables del 2017 quieren añadirle un puñado más.
En teoría, el GOP se ha prometido a sí mismo que eso irá acompañado de recortes de gasto equivalentes, porque creen en la responsabilidad fiscal y esas cosas. A la práctica, recortar gasto es mucho más difícil de lo que quieren creer, porque casi todo lo que hace el gobierno federal es popular, y el gasto público en Estados Unidos ya es extraordinariamente bajo. Muchos legisladores republicanos, especialmente en escaños competitivos, tienen pánico a que la ley incluya recortes a Medicaid (sanidad para gente con pocos ingresos y minusvalías) o las ayudas fiscales a empresas de energías renovables que están creando empleo en su distrito.
Para aprobar la ley en la Cámara de Representantes, con su mayoría ajustada, los líderes republicanos han decidido que muchos de los recortes de gasto sólo van a entrar en vigor de aquí tres o cuatro años (después de las presidenciales del 2028), mientras que las bajadas de impuestos lo harán este mismo año. Esto, no hace falta decirlo, es increíblemente irresponsable; el Congreso, el 2029, tendrá todos los incentivos del mundo para eliminar los recortes y mantener las bajadas de impuestos.
Estados Unidos tenía, a principios de este año, un 4% de paro, y un déficit fiscal del gobierno federal del 6,3% del PIB. Un agujero presupuestario de esta magnitud es lo que tiene un país metido en una recesión económica enorme, no cuando está rozando el pleno empleo. Los republicanos, sin una crisis de por medio, quieren añadir un par de puntos más al agujero a corto plazo, en un país con una deuda pública por encima del 124% del PIB. Si no fuera por el hecho de que esta es la economía más productiva del mundo y el margen de subida de impuestos es colosal, esta es la clase de cifras que esperas de Argentina antes de pegarse otro morrazo, no de Estados Unidos.
Las agencias de calificación están con la mosca tras la oreja. El debate presupuestario y la trayectoria fiscal del país, sin embargo, son ahora mismo mucho menos importantes que relitigar las presidenciales del 2024 y la salud de Biden.
Curiosamente, las únicas voces medio sensatas en el GOP en materia fiscal son los ultras del Freedom Caucus, que forzaron aplazar la votación de la ley, y dicen que han conseguido que el texto final tendrá recortes más duros y más pronto que la primera versión del texto. El problema será qué dicen los moderados que no quieren esos recortes esta semana, cuando la ley irá al pleno, y qué sucederá en el senado.
Para otro día…
Sobre política exterior, me temo, tocará hablar otro día. La fascinación de Trump por los dictadores de Oriente Medio merece un capítulo aparte.
Bola extra
Donald Trump se quejó amargamente este fin de semana de que Walmart iba a subir los precios debido a los aranceles, exigiéndoles que se coman ellos el coste. Cosa curiosa, porque Trump lleva meses diciendo que los aranceles los pagan otros países y no tienen coste alguno para las empresas y consumidores americanos.
Trump es mucho más popular entre los votantes que no siguen las noticias en absoluto. Si no sabes nada de la actualidad, eres mucho más propenso a decir que hace un buen trabajo.
Trump ha decidido ir a la guerra contra la Biblioteca del Congreso, destituyendo a sus dirigentes. Los republicanos en el Congreso, por una vez, se lo han tomado a mal, porque la biblioteca de marras es claramente parte del legislativo.
Y sí, esto es profundamente estúpido.
Buenos días Roger, ¿Es cierto que la Agencia Federal del Ferrocarril ha contratado a una empresa de Elon Musk, para participar en la construcción de un túnel que conecte Washington con Baltimore y Virginia? Se dice que Musk va a retirarse de DOGE y que está recogiendo beneficios. Otro tema, a propósito de los que ocupan o no la actualidad, ¿se han publicado noticias sobre movimientos ‘inusuales’ en el mercado de valores a raíz de los tweets y contra tweets de Trump? Gracias.