Washington contra Silicon Valley
Tras años de dejar que hagan lo que quieran, demócratas y republicanos se hartan de los gigantes de internet
Hay muy, muy pocas que un político puede hacer Estados Unidos sin atraer la inmediata oposición y críticas del partido contrario. Aparte de cantar el himno, decir que te gusta el beisbol y criticar al gobierno chino, en Washington no queda casi nada que atraiga ningún nivel de consenso.
A esta corta lista de temas que reciben el apoyo de ambos partidos, este año hemos añadido uno nuevo: criticar a los gigantes de Silicon Valley.
Es un cambio radical, casi completo, de lo que era Washington hace 5-6 años. Amazon, Google, Facebook, Apple, y Microsoft eran los adalides de la nueva era de innovación del imperio americano. La nube, inteligencia artificial, coches autónomos, streaming, redes sociales, videoconferencia, colaboración en la red; internet era el futuro y estos colosos eran la constatación de que Estados Unidos podía seguir innovando y manteniéndose en la cabeza de las industrias estratégicas del nuevo siglo.
El final del romance
No hay una fecha o punto de inflexión exacto que marque el cambio de opinión de los políticos en Washington sobre estas empresas, pero el final del romance para los demócratas seguramente llegó en el 2016. Facebook había permitido que terceros países distribuyeran cantidades ingentes de propaganda electoral, mientras que YouTube parecía haberse convertido sus algoritmos para servir contenidos del interés de sus usuarios en una máquina de radicalización para extremistas. Las elecciones presidenciales revelaron tanto el enorme poder de Facebook y YouTube para distribuir y amplificar basura informativa en el sistema político del país, como su total y completa falta de interés en tener en cuenta las consecuencias de sus acciones.
Después de las elecciones, cuando las dos plataformas empezaron a ser más agresivas moderando y purgando contenido ofensivo, los republicanos se dieron cuenta del enorme poder en manos de los administradores de esas empresas en distribuir mensajes. La afinidad del presidente por conspiraciones hizo el resto, y el GOP se sumó a las críticas.
El malestar de Washington con Silicon Valley, sin embargo, más allá. Amazon lleva años demoliendo a pequeñas empresas por todo Estados Unidos, entrando en nuevos mercados a cañonazos aprovechando su enorme riqueza. Es la tienda por defecto de internet en el país. Apple tiene un férreo control de su propio ecosistema, con peajes abusivos sobre terceros para entrar en su ecosistema y una tendencia enfermiza a intentar competir con ellos. Google y Facebook dominan de forma abrumadora el mercado de publicidad en internet, exigiendo a menudo condiciones abusivas a quienes usan sus plataformas y absorbiendo rentas monopolísticas que han dejado a los medios de comunicación de todo el país sin ingresos.
Curiosamente, sólo Microsoft, un viejo conocido en la maldad monopolística empresarial, parece haber esquivado las iras de Washington. Aunque sigue siendo inmensamente rica, la compañía no anda metiéndose en los charcos de sus competidoras y ni busca entrar en todas partes como antaño.
La demanda del departamento de justicia contra Google de esta semana, por lo tanto, no proviene de una excentricidad de Trump o de Bill Barr, sino es el resultado de varios años de irritación creciente en Washington.
Acuerdos y desacuerdos
Aunque el congreso, el departamento de justicia, y la Casa Blanca están de acuerdo en que es hora de hacer algo para reducir el poder de las cuatro grandes, donde no hay consenso a estas alturas es lo fuerte que deben atizarlas. A principios de octubre, los demócratas en la cámara de representantes presentaron un informe excelente (de veras, es muy bueno) de 449 páginas sobre las prácticas monopolísticas de Google, Apple, Facebook y Amazon. Los republicanos no apoyaron el informe, pero no porque quisieran defender a esas empresas, sino porque las querían criticar por motivos distintos (y no necesariamente contradictorios) a los demócratas, y ofrecer soluciones diferentes. Su informe alternativo (que es también un muy buen documento) deja muy, muy claro que comparten el análisis de los hechos y muchas de sus propuestas.
Dicho en otras palabras: si el año que viene el speaker y el presidente de la mayoría del senado quisieran sacar adelante una propuesta para modernizar las leyes antimonopolio de Estados Unidos, parece bastante factible que tendría votos para ser aprobada, gane quien gane las elecciones. La única duda sería su dureza, que dependerá de si los demócratas buscan un consenso amplio o no. Los republicanos sólo se oponen a eliminar arbitrajes y medidas de neutralidad de la red como líneas rojas; incluso en sus objeciones a dividir estas empresas para limitar la integración vertical, la crítica no es a la validez de tener eso en cuenta, sino al argumento bastante chapucero de los demócratas sobre cómo hacerlo.
Un problema difícil
Esto no quiere decir, sin embargo, que las empresas tecnológicas estén condenadas a comerse un marrón épico el año que viene. En el lado judicial, Google es posiblemente de las pocas empresas de este planeta capaz de gastarse más dinero en abogados que el gobierno federal de los Estados Unidos, y el juicio será larguísimo y muy, muy, muy complicado de ganar. La principal ley antimonopolio de Estados Unidos es una obra maestra de abstracción y elegancia legislativa, pero data de 1890. Los argumentos legales serán preciosos, pero me extrañaría si hay alguna clase de resolución en menos de cinco años o si el caso acaba en el supremo en menos de una década.
En el lado legislativo, a favor de las cuatro grandes juegan dos factores. Primero, el congreso de los Estados Unidos es capaz de sacar adelante leyes estupendas cuando se ponen serios, pero sigue siendo una institución profundamente disfuncional donde aprobar cualquier cosa requiere un pequeño milagro. Si los líderes de ambas cámaras no le dan prioridad a una propuesta y los comités donde debe ser debatida no le dedican su completa atención, una regulación de estas características es muy posible que se pierda por los pasillos de capitolio. Dado que es muy posible que los demócratas si ganan tengan otras leyes que quieren sacar adelante con mayor urgencia (cambio climático, estímulo fiscal, sanidad, pobreza infantil, infraestructuras, impuestos… la lista es larga) no estoy seguro de que el congreso tenga el ancho de banda para redactar nada.
Segundo, y casi igual de relevante, regular a las tecnológicas es muy difícil. Pongamos, por ejemplo, el duopolio de la publicidad, que es como Facebook y Google ganan dinero. En este mercado los consumidores son el producto, no el cliente, y no pagan nada. A los anunciantes, que sí son los que pagan, hoy les cuesta menos dinero comprar publicidad que hace 20 años. Los perdedores de este mercado son los productores de contenidos que usaban los ingresos publicitarios para financiar su negocio (léase: medios de comunicación), ya que nunca pueden ofrecer a los anunciantes la audiencia de los dos gigantes, y debido a las descomunales economías de escala de Google y Facebook, tampoco competir en precios.
En un caso antimonopolio convencional, el gobierno federal alegaría que el duopolio Facebook-Google utiliza su posición de mercado para cobrar precios abusivos a anunciantes. Lo que vemos, sin embargo, es lo contrario; las tecnológicas revientan el mercado por debajo. No es un monopolio fundado en prácticas deshonestas, sino en eficiencia, pero ha arrasado industrias enteras. Es también lo que financia todas las aventuras de estos dos colosos en otros sectores. Cualquier regulación tiene que encontrar una forma de que otras empresas puedan vender publicidad con márgenes parecidos, pero sin la escala o los datos sobre su audiencia de Facebook o Google. Buena suerte con ello.
Este mismo dilema se presenta en los mercados de aplicaciones en Android e iOS, por cierto (¿qué tiene que hacer Epic para competir? ¿crear un sistema operativo y ecosistema de hardware completo?), pero al menos aquí tenemos el ejemplo del PC, donde Microsoft no puede extraer rentas de sus desarrolladores porque todo el mundo puede vender software sin restricciones. Incluso con ese ejemplo, sin embargo, establecer hasta dónde acaban las medidas de seguridad y la libertad de Apple/Google de hacer lo que quieren con su sistema operativo y dónde empieza la extracción de rentas es complicado, en parte porque un app store es un servicio concreto y valioso para los usuarios de teléfonos móviles.
Y fijaros que ni siquiera he mencionado todos los debates de lo que hemos hablado en otras ocasiones sobre libertad de expresión y moderación de contenidos, que es aún más difícil de regular. Cualquier legislador que quiera afrontar esta batalla tiene un problema muy difícil entre manos, incluso con todo este consenso detrás.
Lo que está claro, al menos por ahora, es que para Silicon Valley la fiesta ha terminado, y eso de vivir sin miedo a la regulación es cosa del pasado. Lo que no sabemos es si ganarán esta guerra.
Bolas extra:
Este domingo a las 19:00 hora española (13:00 en Nueva York) habrá tertulia para suscriptores; enviaré el enlace más tarde.
Uno de los casos de regulación antimonopolio puestos como ejemplo por ambos partidos en el congreso es la Hepburn Act de 1906, una ley sobre neutralidad de la red… en ferrocarriles. Hablé sobre el tema hace un par de años aquí, y sí, es muy aplicable a internet.
El último debate entre Biden y Trump es mañana. Una innovación: Kristen Welker, la moderadora, podrá cortar el micrófono a los participantes, y este además permanecerá desconectado durante la primera intervención de dos minutos de cada candidato al principio de cada bloque. Todo para evitar que Trump vuelva a montar un número.
Trump afronta el último debate a 9-10 puntos de Biden en los sondeos, por detrás en todos los estados claves, y con un fuerte repunte de casos de coronavirus por todo el país. Uno de los peores brotes está en Wisconsin, un estado clave para ganar la presidencia.
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(Foto: Lewis Ogden)