Ayer a mediodía voté en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Mi voto, por supuesto, contará más bien poco; Connecticut es cualquier cosa menos competitiva, y mi papeleta no hará más que abultar un poquito más el margen de Kamala Harris. La irrelevancia de mi acto cívico se amplía aún más si tenemos en cuenta el resto de las candidaturas en mi papeleta, que por complicada merece algunos comentarios.
Siete votaciones
En estas elecciones estoy votando a seis cargos distintos, más un referéndum de reforma constitucional, y tengo que marcar un voto por columna en la fila que quiera. Tenemos, de izquierda a derecha, presidente de los Estados Unidos, donde tengo cinco opciones, senador federal (cuatro), representante en el congreso (dos), senador estatal (tres), representante estatal (uno), y registrador de votantes (dos).
De estas seis elecciones, hay cuatro que tienen un resultado esencialmente incontestable. Harris ganará Connecticut, Chris Murphy sera reelegido senador, Rosa DeLauro ganará por treinta puntos, y los demócratas de mi pueblo son tan patanes que ni siquiera han presentado a nadie contra Joe Zullo, mi representante estatal1.
Senador estatal está un pelín más disputada; Cicarella, el candidato republicano, se las ha apañado para meterse en un escándalo por cobrar $123.000 en pensiones de invalidez como empleado estatal a pesar de tener otros tres empleos. El problema para su oponente es que es un distrito muy conservador, diseñado para apilar a los votantes más reaccionarios de New Haven todos juntitos para que no molesten. Connecticut es tan demócrata que incluso haciendo un gerrymandering entusiasta para concentrar republicanos te deja un distrito donde el GOP habitualmente gana por 10-12 puntos, así que Brandi Mandato tiene alguna posibilidad de ganar si todo sale bien.
Por cierto, os habréis fijado que hay varios candidatos que aparecen repetidos bajo más de un partido. Connecticut tiene “voto fusionado”, un sistema que permite que alguien se presente bajo más de unas siglas, agregando sus apoyos durante el recuento. Esto permite que terceros partidos, como Working Families, puedan aparecer en las papeletas haciendo explícito a los candidatos que nos gustan y los que no. Los requisitos para poder dar nuestro apoyo son bizantinos y a menudo exigen trámites idiotas (como recoger miles de firmas); Harris no aparece en nuestra línea por este motivo.
La enmienda constitucional tiene también su aquel. La constitución de Connecticut, a pesar de ser relativamente corta para Estados Unidos2, incluye una provisión que limita el voto por correo sólo bajo una serie de motivos justificados, cosa que provoca un sistema de solicitud previa complicado y simultáneamente abierto a abusos. La enmienda elimina esta limitación, abriendo la posibilidad de que el estado adopte un sistema de voto por correo universal como Colorado, Utah, Oregón, Vermont o California.
La última columna es la más absurda de todas, no obstante. East Haven, donde vivo, tiene “registradores de votos”, que son dos cargos electos (uno de cada partido) que se encargan de mantener el censo electoral. La inscripción a este no es automática, sino que exige registrarse previamente; tienes que presentar documentación demostrando tu identidad para que te incluyan en la lista y puedas votar en elecciones. Lo de registrarse es peculiar, y uno de los motivos por los que la participación electoral en Estados Unidos es tan baja. Que el censo electoral lo lleven cargos municipales electos es extraordinariamente chapucero y motivo de hilaridad ocasional en según qué distritos electorales (Bridgeport y Hamden, por ejemplo).
Un modelo para un estado
Toda esta explicación sobre los vericuetos de una papeleta electoral, voto anticipado, y quién gestiona las elecciones tienen una peculiaridad añadida: son únicamente válidos para un estado, Connecticut. Porque si hay algo que debéis tener en mente en estas elecciones es que en Estados Unidos no hay elecciones nacionales. Tenemos cincuenta sistemas estatales, cada uno actuando a su bola por completo.
Empecemos por algo tan básico como la fecha de las elecciones. En teoría son el cinco de noviembre; a la práctica, cada estado empieza a votar cuando le da la real gana. Estuve hace un par de semanas en Pensilvania llevando voluntarios para Harris, y en el estado llevaban días votando. En Connecticut hemos empezado ahora. En algunos estados (Alabama, New Hampshire) no hay voto anticipado; en otros se puede ir a votar un mes y medio antes (Vermont, Virginia). En los lugares más dementes (Florida, para variar), las fechas varían según el condado y sus filias.
De hecho, cualquier componente del sistema electoral puede variar radicalmente según donde vivas. Las normas sobre qué necesitas para registrarte, si tienes que presentar un documento oficial con foto o no para votar, los horarios de los colegios electorales, quién decide cuántos hay y dónde, el diseño de las papeletas, horarios, y normativa sobre el recuento. En algunos estados, el voto por correo no puede ser abierto y tabulado hasta el mismo día de las elecciones (Pensilvania), provocando retrasos absurdos en el recuento. En otros, el recuento se va haciendo sobre la marcha (Florida), cosa que permite que el resultado sea público casi de inmediato. Hay sitios donde el recuento lo llevan los municipios, en otros los condados, en otros el estado; quién firma las actas o está presente durante el recuento varía también. El método para hacerlo es también del todo distinto, con cada jurisdicción comprando los tabuladores que les place sin un estándar nacional que les guíe. Y dónde se vota varía radicalmente; en ocho estados, todo el mundo puede votar por correo y recibe su papeleta (enorme) de forma automática3.
Por descontado, en cada estado se votan cosas completamente distintas también. Todo el mundo vota al presidente, senado y cámara de representantes estatal, con reglas casi homogéneas entre estados. Incluso con esas, hay un par de sitios (Nebraska y Maine) que asignan sus compromisarios en el colegio electoral por distrito al congreso, no en bloque, y hay un puñado de estados en el sur que escogen senadores con un sistema de dos vueltas.
¿El resto? Cada uno a lo suyo, por completo. Cogiendo una jurisdicción al azar, en Miami, Florida, este año votarán aparte de presidente y congreso, a legisladores estatales, secretario del tribunal estatal, auditor, alguacil, tasador de inmuebles (sí, el que hace el catastro es un cargo electo), recolector de impuestos, supervisor de elecciones, un juez del supremo, un juez de apelaciones, jueces del condado, comisionados del condado, miembros de la junta escolar, algo llamado distrito de desarrollo de no sé dónde. Hay seis referéndums constitucionales4 y un referéndum consultivo. Y aparte tienen que votar en las municipales.
Si tenéis ganas de mortificaros con sistemas de gobierno imposibles, buscad sample ballots al azar en Google para descubrir la infinita variedad de métodos que tienen en este país para torturar a sus votantes, desde diseño gráfico espantoso a tener que dar una dirección postal precisa porque en cada barrio están votando a cargos y referéndums completamente distintos. Los Ángeles tiene papeletas tan complicadas que tienen una página dedicada a generar lo que tienes que votar a medida. Connecticut, de hecho, es de los estados que menos cosas vota, algo que agradezco profundamente.
Una noche electoral “interesante”
A efectos de las elecciones presidenciales, que supongo que es lo que os interesa, todo esto quiere decir que cuando llegue el recuento la noche del cinco de noviembre, os lo tenéis que tomar más como unas elecciones europeas bizarras, no como unos comicios nacionales. Hay cincuenta sistemas electorales, cincuenta sistemas de recuento, y cincuenta batallones de abogados en cada bando dispuestos a litigar todo. Dentro de todos y cada uno de estos sistemas, existen además decenas de subdivisiones extrañas, a veces con normas distintas, otras veces no.
Si tenemos unas elecciones ajustadas, con recuentos, retrasos, pifias y horrores variados, esto se traduce a que la normativa aplicable y los problemas a solucionar serán muy distintos según donde sucedan. Un recuento en Michigan es completamente distinto que uno en Florida, y cuándo y dónde puede o debe intervenir un tribunal federal es bastante impredecible. Dada la afición del Supremo a cambiar su interpretación sobre la Voting Rights Act y su constitucionalidad en tiempos recientes, incluso qué es recurrible es una incógnita. Hay muy poca gente en cada estado que conoce y entiende la legislación electoral en profundidad; si hay un resultado disputado, los expertos van a ser muy pocos, y el chamanismo legal abundante.
Instituciones y estabilidad
Es curioso, por cierto, que los estados americanos han evolucionado hasta crear una variedad descomunal de arreglos institucionales y cargos electos, pero que al mismo tiempo algunos elementos clave del sistema electoral sean casi uniformes. Todos los estados, excepto Nebraska, tienen legislativos bicamerales y ejecutivos presidencialistas. En casi todas partes se escogen a candidatos en circunscripciones uninominales por mayoría simple; hay un número minúsculo de lugares con voto preferencial, y dos estados (Nueva York y Connecticut) con voto fusionado. No hay ningún lugar con listas proporcionales o nada remotamente similar.
La explicación obvia recae en las instituciones; la constitución federal establece un sistema bicameral y distritos uninominales (siguiendo el modelo inglés); los estados tienden a copiar el sistema. Los partidos crecen y se adaptan bajo este arreglo institucional, y eso hace que quienes sean elegidos no quieran cambiarlo. Las desviaciones se producen según el estado amplia sus funciones, pero el proceso de selección de políticos no se mueve demasiado.
Otro galimatías
Resumiendo, entonces: las elecciones en Estados Unidos no son una, sino muchas, con una votación presidencial adosada casi accidentalmente encima del resto del sistema. Si hay problemas en noviembre, las leyes para dirimirlo no es que sean complicadas, sino que serán casi aleatorias. Es lo que tiene tener 250 años de chapuzas constitucionales una encima de la otra. El sistema es un galimatias que a veces creo que sólo funciona porque nadie es capaz de entenderlo.
Bolas extra
La constitución estatal más corta es la de Vermont, que data de 1777. Es la única constitución en vigor que fue redactada y ratificada fuera de Estados Unidos; Vermont no es una de las trece colonias originales, y se integró en el país en 1791. Vermont fue de hecho un estado plenamente independiente entre 1777 y 1791; más que los pesados de Texas y sus veleidades soberanistas.
En cosas que hubieran aniquilado a otro candidato, pero no a Trump, el buen hombre se pasó diez minutos hablando de Arnold Palmer en un mitin, hasta acabar describiendo el tamaño de su pene. Está empatado en los sondeos con Harris.
El artículo del NYT que repasa todos los escándalos de su carrera es espeluznante.
Unas elecciones a un distrito en el congreso de Georgia en la que los demócratas están haciendo campaña contra el candidato demócrata. Una mujer ultraconservadora movilizó a republicanos para que votaran en las primarias demócratas, porque en Georgia estas cosas pueden hacerse, y acabó por ganar la nominación. El candidato republicano se enfrenta a un rival que le ataca por la derecha y un intento demócrata de ganar mediante un write in, literalmente un tipo que los votantes pueden inscribir en su papeleta en un espacio en blanco. Sí, eso se puede hacer.
Y este es un distrito que tuvo un representante demócrata hasta hace cinco años; el 2020 Zullo fue reelegido por quince puntos, y nadie más se ha molestado en presentarse. Dudo que sea ganable, pero al menos poned a alguien, corcho. Quizás me lio y me presento el 2026, con este plan.
Los estados tienen la mala costumbre de meter absolutamente de todo en sus constituciones; la más larga, la de Alabama, tiene 402.852 palabras; la de Texas, 92.025. En comparación, la constitución española tiene 18.000. La de Connecticut anda sobre las 16.000, es decir, larguita pero manejable.
Un sistema estupendo que deberíamos copiar, por cierto. Se estima que aumenta la participación en 5-8 puntos, y no parece favorecer a ningún partido en especial.
La constitución de Florida roza las 50.000 palabras.
De todo lo que has escrito sobreentiendo que en EEUU están tan centrados en sí mismos que nunca se han planteado mirar cómo se hacen las cosas en otros países (tanto para los votos como para los trenes, por decir dos cosas que te gustan). Porque no hay más explicación para mantener un sistema tan rocambolesco habiendo tantísimos otros sistemas que funcionan perfectamente bien bajo cualquier tipo de circunstancia.
El aparente caos electoral de las presidenciales dudo que tenga nada de aleatorio, me refiero al sentido último de que sea la propia constitución federal la que estipula que las cosas sean así, con su margen de folklore (y obviamente reformable con una enmienda). Siempre me han llamado la atención muchas cosas que aparentemente no se la llaman a tanta gente, como que los revolucionarios franceses de 1789, después incluso de haber participado en la guerra de independencia de EEUU o como poco involucrarse hasta los cojones, literalmente, viendo el resultado de ésta a nivel organizativo, partiendo de las teorías de girondinos y los jacobinos originales (màs o menos abiertamente filoanarcoides), acabaran pariendo las antípodas del federalismo americano y llevando a cotas de alucine un centralismo borbónico que nada tenía que ver con la eficiencia y todo con la legitimidad del ordeno y mando. Ídem de Italia, con toda la opereta de revolucionarios preunionistas que acabaron pariendo una mamarrachada administrativa que iba a ser Suíza II (y que funcionó tan de puta madre que tuvieron que traer a un agente del MI5 para engrasar el invento que acabó colgado de una gasolinera). Los seres humanos ya no es que tengamos problemas con la realidad, es que los tenemos con los folklores que fabricamos. Dicho sea de paso, muchas de las políticas estalinistas (sobre todo las represivas), eran todas de cuño zarista que el régimen anterior fue totalmente incapaz de implantar.