Hyde Park, Nueva York, es un municipio de algo más de 21.000 habitantes a orillas del río Hudson, 150 kilómetros al norte de Nueva York, justo después de Poughkeepsie. Estos días un suburbio lejano de Nueva York, sede del instituto culinario de Estados Unidos, y unas cuantas granjas bucólicas y apacibles.
A finales del siglo XIX, Hyde Park era conocido como un apacible lugar de veraneo para familias acaudaladas de la gilded age; Frederick Vanderbilt, el magnate de los ferrocarriles, tenía una mansión enorme (ahora abierta al público como museo) en un risco con vistas al río.
Un poco más al sur, en una colina también a orillas del Hudson, los Roosevelt construyeron Springwood, la casa de veraneo de la familia.
El legado presidencial
Los Roosevelt eran indudablemente ricos, aunque nunca con el nivel de extravagancia de los Vanderbilt. Springwood sigue siendo, no obstante, un caserón enorme. Franklin Delano Roosevelt nació allí, en 1882, y la mansión sería su lugar de descanso y base de operaciones durante toda su carrera política.
FDR siempre fue un tanto egomaníaco, y durante su presidencia estuvo muy preocupado por su legado. Ya en 1939 empezó a construir una biblioteca cerca de la residencia para depositar los archivos y documentos de su mandato. En 1941, anunció que tras su muerte Springwood, así como sus archivos, documentos y muchas de sus pertenencias serían donados al gobierno federal, con la intención de que fuera convertido en un museo y biblioteca presidencial.
Roosevelt inauguró, como tal, esta costumbre tan americana de que los presidentes construyan una biblioteca para documentar su mandato. Los mandatarios suelen intentar legar un edificio que sea un reflejo favorable de su historia, con fortunas dispares. Las únicas medio inspiradas son, según dicen, las de Kennedy, Carter y Clinton. La de LBJ es maravillosamente brutalista, pero no es para todos los gustos. No he visitado demasiadas; uno tiene que ser bastante friki para comerse estos museos, y muchas de ellas están en medio de ninguna parte. Por muy admirador de Nixon o Eisenhower que sea, no me voy a ir hasta Yorba Linda o Abilene a ver sus casas natales.
El museo de FDR, sin embargo, es un poco especial. Primero, es el señor que tenéis arriba, en el título del boletín, alguien que considero admirable. Segundo, la mansión en sí es interesante, tanto por ser una reliquia de la gilded age como el lugar en el que Roosevelt se reunió con líderes mundiales y realeza, y donde tomó muchas de las decisiones que marcaron su presidencia. Tercero, al ser el primer museo de su clase, puesto en funcionamiento después de que el presidente falleciera, tiene la reputación de ser menos hagiográfico y más honesto que otras bibliotecas presidenciales.
Cuarto, y más importante, está a dos horas de coche de New Haven, así que pude acercarme hasta allí no hace demasiado, en una excursión la mar de agradable. Es una visita que merece la pena.
La mansión
La visita se divide en dos partes diferenciadas. Por un lado, tienes la mansión en sí, la residencia de los Roosevelt, el lugar donde creció, veraneó y gobernó el país. FDR no era demasiado amigo de Washington ni de la Casa Blanca1, y se escapada a Hyde Park a menudo2.
Springwood refleja en gran medida quién era Roosevelt en vida. Es un caserón a la antigua, con decoración que en los 1930s seguramente parecía horriblemente pasada de moda. Sólo la biblioteca, un añadido relativamente tardío (1915), es un poco menos victoriana. Los Roosevelt eran una familia antigua, y FDR siempre se vio a si mismo más como un aristócrata intentando servir al país que como un hombre moderno. Es un tanto irónico que alguien que dejó el país lleno de preciosos edificios art deco construidos durante el New Deal adorara su palacete decimonónico.
En la casa hay recordatorios constantes de que Roosevelt usaba una silla de ruedas. Hay varias visibles, todas ellas artilugios diseñados a medida del presidente, que siempre quiso ocultar su minusvalía al gran público. Hay un extraordinario ascensor manual, que el propio FDR operaba tirando de una soga para subir al primer piso. También hay varios recordatorios de las obsesiones del presidente, como su enorme afición a temas navales (su primer cargo importante fue subsecretario de la marina durante la Primera Guerra Mundial), pájaros, y jardinería.
El museo
La parte interesante de la visita es, sin embargo, el museo, un recorrido por la vida y presidencia de FDR. Como suele suceder en estos lugares, ofrece un repaso cronológico de la carrera política del protagonista. A diferencia de otros sitios, acabé con una visión bastante distinta del legado de Roosevelt, incluso después de haber leído múltiples biografías suyas.
La idea habitual de FDR, como político, es la de un joven prometedor de familia noble que, tras perder honrosamente las presidenciales de 1920 como candidato a vicepresidente, vio su carrera política truncada por la polio3. Cargado con amplias dosis de empatía tras años de dolorosa recuperación, es elegido gobernador de Nueva York en 1928 y presidente en 1932. Una vez en la Casa Blanca, revive el país con el New Deal y derrota al nazismo en la segunda guerra mundial.
La realidad es un poco más complicada. Roosevelt era increíblemente ambicioso, y lo fue toda su vida. Era, por supuesto, un marido espantoso, alegre y abiertamente infiel. Aunque era un político y orador extraordinario, y su campaña a gobernador en 1928 fue realmente una obra maestra, nunca fue alguien que tuviera grandes principios ni ideas demasiado claras sobre economía y finanzas.
Lo que siempre distinguió a Roosevelt, y lo que le hizo un buen presidente, era una enorme flexibilidad intelectual, que le permitió probar, probar y probar cosas hasta encontrar con algo que funcionara, y descartar sin reparos una mala idea si una iniciativa fracasaba. Era inteligente, sin duda, pero era especialmente sagaz reconociendo sus propios errores.
El New Deal era, en muchos aspectos, una cosa bastante más caótica de lo que imaginamos. FDR intentó esencialmente de todo, y hubo cosas que salieron bien (salir del patrón oro, seguro de depósitos bancarios, seguridad social) y otras que no funcionaron en absoluto (control de precios, concentración empresarial, corporativismo). Roosevelt más o menos acertó en diagnosticar que el problema central de la gran depresión era la deflación y una crisis financiera, pero nunca acabó de estar convencido que la mejor forma de salir del agujero era un estímulo fiscal. Durante los años treinta, Estados Unidos tuvo un par de recaídas económicas en medio de la recuperación fruto de una vuelta a la austeridad prematura cada vez que FDR se asustaba de que hubiera algo de déficit.
Roosevelt, al mismo tiempo, estaba convencido de que las desigualdades económicas eran un riesgo para la democracia, y aprobó múltiples programas sociales. Curiosamente, su administración entendió que los sindicatos tenían que ser fuertes para servir de contrapeso a los empresarios, algo extraordinario viniendo de un millonario de rancio abolengo. Muchas de estas medidas hicieron (relativamente) poco para salir de la crisis (porque los retornos a la austeridad acababan negando el gasto), pero fueron cruciales en los años dorados del capitalismo americano en los cincuenta y sesenta.
Lo que sacó a Estados Unidos de la gran depresión fue, indudablemente, la Segunda Guerra Mundial. La otra gran virtud de Roosevelt fue su tremenda claridad moral en percibir que Hitler era una amenaza, y en preparar a la opinión pública y economía americana para la guerra. Tras Pearl Harbor, el talento de FDR para experimentar, corregir y buscar resultados fueron claves - y eso incluye su alianza con los soviéticos.
Lo curioso del museo es que realmente da esta impresión, y lo hace de forma convincente, de que Roosevelt no era un genio, sino un tipo con muy buenas intenciones, muy listo, pero que a menudo iba un poco perdido. Deja muy claro, y creo que es la impresión correcta, que era alguien carismático y encantador, pero con un carácter y un temperamento inquebrantable. Pero incluso en este aspecto, no ocultan nunca sus abundantes lagunas morales, desde su dubitativa reacción al holocausto al internamiento de cientos de miles de americanos de origen japonés en campos de concentración4.
Cachivaches
Y por supuesto, están los cachivaches y artefactos. Esta carta, por ejemplo:
O múltiples borradores de este discurso:
Ver todos los borradores para varios de los discursos más famosos de la historia del país me encantó, no voy a negarlo. El discurso de arriba, el de las “Four Freedoms”, es por supuesto, mi favorito. Como alguien que escribe para políticos estos días, saber que la idea central de las cuatro libertades no aparece hasta el cuarto borrador me tranquiliza mucho.
Un buen museo
Hyde Park, por descontado, no deja de ser un monumento a un político, y como tal, es necesariamente parcial. Siempre me ha fascinado, sin embargo, la idea de que es a veces tan importante cómo nos contamos la historia real. Cómo recordamos a FDR, la gran depresión, la guerra, influye considerablemente en cómo los americanos se ven a sí mismos, y cómo perciben la historia del país.
Una de mis obsesiones sobre política americana es que los demócratas deberían hablar más como Roosevelt. Este es un tipo de una familia privilegiada que se presenta a la reelección diciendo abiertamente que el gran capital le odia, y que él agradece que lo odien (“welcome their hatred”).
Las “Four Freedoms” son una forma excepcional de explicar en qué consisten los ideales del New Deal, usando un lenguaje puramente americano.
A pesar de ser una figura respetada, sin embargo, los demócratas se han esforzado en olvidar muchas de esas lecciones. Quizás deberían acercarse a Hyde Park.
Bolas extra:
Según dicen en el museo, sólo existen tres fotos de FDR en su silla de ruedas. Aunque era público y conocido que era minusválido, la prensa siempre fue muy respetuosa en este punto.
Hablando de memoria histórica, Jefferson Davis, el primer (y último) presidente de la confederación, tiene una biblioteca-museo en Biloxi, Mississippi. Abrió en 1998. Y sí, esto es tener una casa-museo-homenaje al tipo que llevó al país a la guerra civil en defensa de la esclavitud.
Los inmigrantes deportados por Trump a El Salvador fueron liberados en un canje de prisioneros con Venezuela, y están de vuelta, libres, en su país de origen. Han estado presos casi cuatro meses, torturados, y deportados al país del que muchos emigraron huyendo de persecución política.
Los republicanos en la cámara de representantes iban a tener que votar una resolución sobre el caso Epstein. Temerosos de indignar al amado líder o sus bases, han preferido anular toda su agenda legislativa e irse de vacaciones.
Muchos os habéis suscrito a Four Freedoms tras el boletín de la semana pasada, animando la gente a apuntarse. Estamos casi al 10% de lectores suscritos ya, casi nada. Si os animáis, hay una oferta con un 40% de descuento.
La Casa Blanca, por aquel entonces, estaba bastante destartalada; durante la presidencia de Truman fue vaciada y demolida casi por completo en una renovación integral. Del edificio original sólo queda la fachada.
También pasaba largas temporadas en Warm Springs, en Georgia, donde fue tratado de su polio en un balneario. Murió allí, de hecho, no en Hyde Park, aunque está enterrado junto a su mujer y su adorado perrito, Fala.
No está claro que fuera polio.
Y lo espantosamente mal que trataba a su esposa.
Super interesante articulo! Como siempre. Yo he visitado la Library de Reagan en California, y me gustó bastante. Fue, una bonita excursión.