La Iglesia Católica tiene en Estados Unidos una posición peculiar. El país tenía sólo un puñado de católicos concentrados en un par de estados (Maryland y Pensilvania) durante la guerra de independencia. Varias denominaciones protestantes entonces eran virulentamente antipapistas.
Aunque el país fue incorporando lentamente a más católicos según se iba expandiendo territorialmente, absorbiendo antiguas colonias francesas y españolas (Florida, Luisiana, Texas, Arizona…), fueron una minoría exigua hasta la década de 1840. La hambruna irlandesa provocó una migración masiva a Estados Unidos, con más de un millón de irlandeses cruzando el Atlántico en pocos años. En un país que por aquel entonces tenía apenas 17 millones de habitantes, este flujo generó una reacción política inmediata: un fervor anticatólico.
Construyendo instituciones
Los inmigrantes irlandeses eran vistos como una peste; una turba de borrachos incultos, desmadrados y potencialmente desleales, más apegados al Papa de Roma que a los valores americanos. El rechazo generó años de discriminación y marginación, dejando a la comunidad irlandesa excluida y a menudo dependiente de sí misma. En ese contexto, fueron las parroquias, hospitales, casas de caridad y escuelas católicas quienes actuaron como refugio. Excluidos de las instituciones, los inmigrantes crearon estructuras propias alrededor de la Iglesia. Es en estos años cuando se fundan muchos de los numerosos colegios, centros sociales, fraternidades, compañías de seguros y universidades católicas del país (Notre Dame, Villanova, Boston College…); una respuesta de los recién llegados a la hegemonía WASP del país.
Como sucede siempre en Estados Unidos, los irlandeses acabaron siendo reclutados primero como un bloque de voto urbano en décadas siguientes (como siempre, por el Partido Demócrata), ganaron poder político y reconocimiento (San Patricio nace como una fiesta reivindicativa en Estados Unidos) y acabaron siendo asimilados como un grupo más dentro del país. Las instituciones y estructuras católicas de esos primeros años, sin embargo, mantuvieron su papel integrador. Los inmigrantes italianos y polacos de finales del siglo XIX tuvieron un recibimiento parecido, y duras pugnas con las élites de origen irlandés, al cabo de unos años, para ganar poder político.
Una minoría influyente
Incluso con estas oleadas migratorias, el porcentaje de católicos en Estados Unidos nunca superó un cuarto de la población. En años recientes, a pesar del influjo de inmigrantes latinos (y la Iglesia recibiéndolos con entusiasmo), ese porcentaje ha caído al 19 %, en gran parte por el gran aumento de americanos sin afiliación religiosa. El porcentaje de católicos varía mucho de un estado a otro, siguiendo un mapa de la inmigración italiana e irlandesa: Massachusetts (29 %), Rhode Island (39 %), Connecticut (35 %) y Nueva York (29 %), con los estados del suroeste detrás.
Como en el resto de Occidente, el porcentaje de creyentes que acuden a misa al menos una vez al mes ha caído en picado (de un 71 % en 1970 a un tercio ahora). Los seminarios están vacíos.
Dentro de las denominaciones cristianas tradicionales, los católicos son, de muy lejos, el grupo más afín al Partido Demócrata. Aunque Harris perdió el voto católico en 2024 (Biden lo ganó en 2020), fue por un margen mucho más estrecho que en el resto. La doctrina católica no casa del todo con el Partido Demócrata en muchos puntos (aborto, homosexualidad…), pero es mucho más cercana a este en economía e inmigración. Incluso ahora, la Iglesia sigue viéndose como unos outsiders.
No lo son, por supuesto. Seis de los nueve jueces del Tribunal Supremo son católicos (una judía, Kagan; una protestante, Jackson; y Gorsuch, que es probablemente episcopal)1; más de un tercio del gabinete de Trump, incluyendo al vicepresidente (que es católico converso), son papistas también. Pero el hábito de llevar la contraria, así como el hecho de que, incluso ahora, uno puede hacer vida como católico, con colegios, centros cívicos, hospitales y universidades controladas por la Iglesia, les sigue dando cierta insularidad.
El nuevo Papa
Esto hace que la elección de un americano como Papa haya sido recibida con una mezcla de orgullo, curiosidad y desconfianza. El orgullo, obviamente, se deriva de que el buen hombre es de Chicago, fan de los White Sox y los Bulls, y un ejemplo de la mezcla de culturas y razas que define el país (sus abuelos son de ascendencia criolla; un abuelo nació en la República Dominicana2).
La curiosidad parte del hecho de que su biografía es a la vez muy americana pero muy católica: coro en la iglesia, un colegio regentado por agustinos, universidad católica (Villanova) de la misma orden. Fue profesor en otro colegio católico antes de ser ordenado sacerdote en 1982 e irse de misionero a Perú y acabar siendo obispo allí (su español es impecable, por cierto).
La desconfianza es un poco más complicada. Aunque el anticatolicismo del siglo XIX se ha extinguido, las denominaciones protestantes más reaccionarias sienten un profundo rencor contra esta insistencia de la Iglesia de ayudar a los pobres y no odiar inmigrantes. Hay toda una corriente entre los evangélicos que es agresivamente nacionalista, y que esta gente, siguiendo doctrinas woke de la teología de la liberación y marxistas varios, insista en querer acoger a los pobres y hambrientos y critique a los ricos, les parece profundamente antiamericano.
Tenemos, además, la división de la misma Iglesia católica dentro de Estados Unidos. No sigo con demasiada atención o interés las batallas entre órdenes y facciones estos días (como buen católico, no voy a misa), pero hay una tensión considerable entre sectores (minoritarios) del clero y creyentes que quieren una vuelta al tradicionalismo, y una mayoría conservadora pero menos reaccionaria. Hay grupitos por aquí obsesionados con hacer la misa en latín, por motivos que se me escapan por completo. No sé si porque este país está lleno de chiflados o por la competencia con los evangélicos (que están reclutando latinos como locos), pero la derecha católica en Estados Unidos hace que el Opus Dei parezca a veces una agrupación socialcomunista. El Papa Francisco estaba (y lo decía abiertamente) harto de ellos, y no me sorprende lo más mínimo.
Para variar, donde hay chiflados hay trumpistas, y ni con el papado nos escapamos de ellos. Cuando se han dado cuenta de que León XIV es un católico normal (es decir, conservador en lo moral, pero sin pasarse, y a favor de ayudar a los pobres), la peña MAGA ha perdido la cabeza. Laura Loomer, la conspiranoica favorita de Trump (e influyente en la Casa Blanca), nos brindaba este análisis:
WOKE MARXIST POPE. Eso es un tuit. Sí señor.
Lo de llamar a un Papa marxista nunca dejará de maravillarme, pero la ida de la olla ha sido generalizada. Incluso J.D. Vance, que tuvo a bien ser el último líder en reunirse con el Papa Francisco, le ha dado la bienvenida de la forma menos amigable posible:

Los trumpistas esencialmente odian a todo y todos, así que no es que sorprenda demasiado, pero sigue siendo igual de horrible.
La política
Sobre el impacto de tener un Papa no del todo reaccionario en la política americana, dudo que acabe por ser demasiado relevante. Bill Kristol (sí, el ex-neocon Bill Kristol3) se venía muy arriba ayer comparando el ascenso al papado de Juan Pablo II y su papel en la caída del comunismo con el potencial efecto de León XIV sobre el trumpismo, pero intuyo que se está pasando un pelín.
La política americana está tan polarizada que dudo que nadie cambie de opinión porque un Papa fan de los White Sox se oponga a deportar gente a un gulag en El Salvador. No creo que el Vaticano esté por meterse en batallas políticas en Estados Unidos, y dudo mucho que los republicanos las busquen. Los católicos quizás sean un 19 % del electorado, pero cuando las elecciones presidenciales son cosa de dos puntos cada ciclo, alienarlos parece mala idea.
Bolas extra
Stephen Miller, aparte de tener una cara cómicamente malvada y aparentar 55 cuando sólo tiene 39 años, es el peor fascista dentro de la administración Trump. Es, posiblemente, el asesor más influyente del presidente, y algunas voces hablan de él como un primer ministro de facto.
Hoy el tipo soltaba esta barbaridad:
Traduciendo: la Casa Blanca está estudiando suprimir el derecho de habeas corpus a los inmigrantes, justificándolo bajo el pretexto que Estados Unidos está siendo invadido.
Hay varios precedentes de suspensión de este derecho, siempre con autorización del Congreso. durante la guerra civil, Lincoln lo suspendió porque había una insurrección armada (supuesto recogido en la constitución). Los trumpistas quieren hacerlo por las bravas, sin más.
Lo repito, una vez más: no puedes suspender el derecho de habeas corpus a un grupo de personas limitado. Las autoridades, a partir de que existe esta suspensión, pueden detenerte y encarcelarte cuando quieran; basta que digan que eres inmigrante y no tienes derecho alguno, y por lo tanto no puedes acudir a un juez. Esta retórica es excepcionalmente peligrosa, pero es rutina con esta Casa Blanca.
También es rutina que combinen la maldad con el sainete: Trump ha nombrado a Jeanine Pirro como fiscal de distrito en Washington. Es otra presentadora de Fox News más en su administración (lleva más de una veintena). Es posible que su nombramiento sea ilegal, pero vamos, nada fuera de lo normal.
Aleatoriamente, hay 19 estados que nunca han tenido un juez en el supremo, incluyendo dos de las 13 colonias, Delaware y Rhode Island.
Aleatoriamente, es probable que naciera durante los cuatro años, entre 1861 y 1865, en los que la República Dominicana fue re- anexionada a España de forma fallida. Así que el Papa es medio español. Y sí, la historia de España en el siglo XIX tiene un montón de locuras extrañas.
Siento cierta debilidad por Kristol, alguien sumamente inteligente, que escribe maravillosamente bien, y que se ha vuelto un antitrumpista furibundo tras ser el intelectual de cabecera del GOP durante la administración Bush. Su “conversión” es, hasta donde sé, completamente sincera; sus ideas apenas han cambiado, pero el partido republicano se ha ido al monte. David Frum, otro ex-Bush, ha seguido una senda parecida.
A veces me parece que los cardenales en su gran mayoria, eligieron a este Papa para hacerle un contrapeso a Donald Trump y a la vez seguir de cierta manera lo iniciado por el Papa Francisco en la iglesia, pocos lideres en el mundo le pueden hacer sombra a Trump y uno de ellos es el jefe de Estado del Vaticano. Ademas de que el virus Maga esta esparciendose por el mundo y con ellos esa vision nativista de su vision del cristianismo. Veremos como se van dan dando las cosas en los meses por venir...