Este sábado fue el tercer aniversario del asalto al congreso.
Vuelvo a esta fecha a menudo; la escena que abre el libro (ya podéis reservarlo), es precisamente ese día, las imágenes y gritos de esa jornada. No insisto en ella por capricho ni por ventajismo partidista (poca gente veo por aquí con dudas sobre a quién votar en las presidenciales), sino porque es algo que nunca, nunca, nunca debería haber sucedido.
Un evento excepcional
Las democracias desarrolladas, los países ricos, no tienen golpes de estado. Un vistazo a bases de datos sobre golpes de estado1 deja bien claro que esta clase de eventos no suceden en lugares como Estados Unidos2. En el 2021, sin embargo, Donald J. Trump intentó invalidar el resultado de una elecciones presidenciales primero utilizando toda clase de argucias legales y maniobras institucionales torticeras. Cuando eso fracasó y su vicepresidente se negó a seguirle el juego, el entonces jefe de estado y de gobierno animó a que una masa enfurecida de energúmenos se dirigieran al Capitolio a lincharle y evitar que los legisladores certificaran el resultado electoral.
Esto es, se mire como se mire, un golpe de estado. Lo imposible sucedió, hace tres años, y lo vimos en directo por televisión.
Desde entonces se han ido descubriendo más detalles sobre la conspiración del presidente y su lamentable, patética actuación el mismo seis de enero. Ayer mismo, por ejemplo, ABC News publicaba que Dan Scavino, el jefe adjunto de gabinete de la Casa Blanca ese día y alguien que ha trabajado para Trump durante más de tres décadas (y sigue siendo empleado suyo), le contó al fiscal en declaración jurada que Trump no mostró el más mínimo interés en detener el asalto. El infame tweet de ese día atacando a Pence durante el ataque fue escrito por el presidente personalmente. Cuando le comunicaron que habían trasladado al vicepresidente a un lugar seguro, su respuesta fue “so what?” (y qué), mientras se negaba a dar la orden de enviar la guardia nacional.
No fue un golpe de estado discreto y sin testigos. Hay pruebas a destajo, planes por escrito, correos electrónicos, declaraciones de decenas de personas que trabajaban para Trump, abogados del mismo presidente aceptando haber participado en una conspiración y llegando a acuerdos judiciales. Trump sigue insistiendo en todos sus discursos que sus acciones estaban justificadas porque él fue quien ganó las elecciones3, y que lo haría de nuevo.
El golpe que no cesa
Lo más preocupante, tres años después, no es que Trump siga con sus burradas. Tampoco los sondeos que lo dejan esencialmente empatado con Biden4. Lo que me inquieta y me intranquiliza, por encima de todo, es cómo el partido republicano parece haber normalizado lo sucedido casi por completo.
Pongamos, por ejemplo, a Elise Stefanik, la número cuatro de los republicanos en la cámara baja. Su distrito cubre una región del norte del estado de Nueva York, rural pero tradicionalmente bastante moderada; republicanismo yankee, sin excesos. En algún momento, allá por el 2017, Stefanik decidió abrazar el trumpismo para medrar en el congreso, convirtiéndose en una de las voces más leales al presidente. Ayer domingo, la entrevistaban en Meet the Press, donde le preguntaron si los participantes en el asalto debían pagar las consecuencias. Esta fue su respuesta5:
La palabra que utiliza Stefanik para referirse a las personas que han sido encarceladas por los sucesos del seis de enero tras una condena judicial en firme es “hostages”, rehenes. Sigue insistiendo que nadie hizo nada malo, y que el mayor crimen de todos es que alguien esté investigando a Trump por dar un golpe de estado.
Esta mujer no es una figura marginal en el partido; es la número cuatro en la cámara baja. El Speaker, Mike Johnson, fue uno de los legisladores que se dedicó a intentar convencer a sus compañeros de partido de que el congreso rechazara el resultado de las urnas. Los candidatos que se presentan en las primarias republicanas contra Trump, con la notable excepción de Chris Christie, se han negado a criticarle por sus acciones el seis de enero más que con indirectas y comentarios oblicuos sobre forma, no sobre el fondo.
El asalto al Capitolio fue el seis de enero. El veinte, Biden era investido presidente; Trump voló a Mar-A-Lago sin asistir a la ceremonia. El veintiocho de enero, Kevin McCarthy, el que era el número uno de la minoría republicana en la cámara de representantes entonces, fue a visitarle a Florida, y se hizo fotos con él. A los pocos días, los senadores del GOP fueron incapaces de repudiarle para siempre en su segundo impeachment. Nunca pasaron página, nunca le echaron del partido.
Josh Marshall escribía hace unos días que el golpe de estado de Trump nunca terminó del todo. El intento de mantenerse en el poder fracasó el seis de enero, pero la existencia de un facción política organizada que acepta y tolera el uso de la violencia y subvertir las instituciones cuando pierde las elecciones se mantiene. Stefanik, en esa misma entrevista, se negó a responder si aceptaría el resultado de las presidenciales del 2024, diciendo que quiere ver antes si son “unas elecciones válidas”. Esta clase de retórica se ha convertido en la línea oficial del partido, y lo será aún más cuando Trump consiga la nominación para presentarse de nuevo.
Sólo un 31% de republicanos cree que Joe Biden ganó las elecciones del 2020 de forma legítima. Sólo un 14% cree que Trump fue responsable del ataque al Capitolio. Como comentaba Dan Pfeiffer, el GOP y sus bases básicamente han abrazado el golpismo. No se oponen a la democracia; simplemente se han autoconvencido que los demócratas están subvirtiéndola más que ellos.
Ninguna de estas cifras, ni estas actitudes, ni estos sondeos indican que lo que vimos el seis de enero fue algo definitivo, cerrado y que no puede repetirse. Los republicanos siguen ahí.
Insurrección y tribunales
Hablando de golpes de estado, el supremo ha admitido el recurso del presidente sobre el veto a ser candidato presidencial en Colorado por haber participado en una insurrección. La vista oral será el ocho de febrero, un calendario notablemente acelerado, vista la urgencia de la situación.
La reacción ante la sentencia de Colorado y el recurso de Trump al Supremo ha sido bastante curiosa. Todo el mundo da por hecho que el tribunal va a encontrar una manera de darle la razón al expresidente y permitir que se presente a las elecciones, porque este es un supremo muy conservador, Trump nombró a tres jueces y vamos anda qué harán estos patanes aplicando la 14º enmienda. Lo que nadie parece ser capaz de ofrecer, sin embargo, es el cómo, el argumento legal que utilizará el supremo para interpretar ese artículo de la constitución de manera que proteja al presidente. Nadie tiene un argumento legal medio serio y medio convincente sobre ello; no hay una excusa obvia, o un agujero legal claro. La expectativa no es sobre el resultado, que parece inevitable, sino qué van a inventarse para que una de las secciones más claras y obvias de la ley fundamental no sea leída como tal.
Porque realmente, si lees la constitución, lees los precedentes, lees todo el debate durante su aprobación, y miras los hechos Trump no puede ser candidato. No hay muchos recovecos donde esconderse.
Pongamos, por ejemplo, la teoría de que el presidente no es un “officer of the United States” y que la enmienda no le incluye. El congreso claramente opinaba lo contrario cuando amnistiaron explícitamente Jefferson Davis, presidente de la confederación, en 1978. La constitución habla sobre la “office of the President” y en los debates durante la ratificación de la enmienda parece bien claro que al jefe del ejecutivo le consideraban “officer” y se referían a él como tal.
La otra objeción es que la cláusula no es “autoejecutante”, es decir, que el congreso tiene que aprobar legislación para hacer que la enmienda sea efectiva. La constitución está llena de artículos que son válidos sin leyes asociadas, como la prohibición de que alguien nacido no-ciudadano sea presidente o la edad mínima para acceder al cargo. El supremo en teoría también podría decidir que lo del seis de enero no fue una insurrección, pero el problema es que este tribunal evalúa hechos, no constitucionalidad, y los tribunales de Colorado establecieron que eso fue lo que sucedió.
Lo que todo el mundo espera, yo incluido, es que algo van a inventarse, sea por forma, procedimiento, o alguna fantasía parecida6, y simplemente no aplicarán la ley. Aunque hay algunos expertos mirando el caso en detalle y las acciones del supremo y deseando muy fuerte de que esto no suceda7, Trump estará, casi seguro, en todas las papeletas.
Políticamente, no sé qué impacto tendrá en los sondeos, pero dudo que haga daño al expresidente; más bien lo contrario. Por un lado, Trump venderá cualquier sentencia favorable como una exoneración, declarando que el supremo le declara inocente de los cargos y dice que no hubo insurrección alguna y que el golpista es Joe Biden. Las bases del GOP se lo tragarán con entusiasmo. Por otro, cada día en que se recuerda a los votantes que Trump intentó dar un golpe de estado es un mal día para Trump, porque el electorado, fuera de los fieles al amado líder, creen que el asalto al congreso fue algo horrible. Los dos mensajes serán filtrados con la habitual torpeza de los medios, que hablarán sobre “victoria judicial para Trump”, dando la sensación de inocencia, no de culpabilidad o riesgo alguno.
Me temo que esto acabará en nada, y encima reforzará a Trump. Cosas de tener un supremo nombrado a tu medida.
Bolas extra:
El supremo se prepara para evaluar otro caso sobre el aborto. En este caso, si un hospital está obligado a ofrecer uno a un paciente en urgencias cuya salud corra serio peligro. Texas e Idaho dicen que no.
Hay un cierre del gobierno federal en el horizonte, pero parece que hay un acuerdo en camino. Sobre financiar a Ucrania aún no sabemos nada.
El secretario de defensa estuvo hospitalizado en la unidad de cuidados intensivos y nadie avisó a la Casa Blanca hasta varios días después.
En el libro explico en detalle el motivo de la deriva autoritaria del partido republicano. Lo podéis encargar aquí.
Sí, existen. Los politólogos están obsesionados con ellos. La más respetada (Cline) consideran el asaltado al Capitolio como un intento de golpe.
No tengo las cifras de renta por cápita para todo el mundo cada año, pero creo que la democracia más rica en renta por cápita en sufrir un intento de golpe de estado hasta el 2021 era España con el 23-F.
Perdió por seis millones de votos y 4,5 puntos de diferencia. No fue un resultado ajustado.
Los sondeos han mejorado para Biden estas dos últimas semanas, no obstante.
Elon sigue a malas con la gente de Substack y no deja incrustar tweets directamente en boletines. Es un encanto.