Es un día cualquiera a mediados de julio, y la política americana se mueve en ese ritmo letárgico del verano. La larguísima campaña de las primarias presidenciales se dirige, lenta pero inevitablemente, hacia los primeros debates de este ciclo. Nadie ha votado aún, y queda medio año antes de que nadie se dirija a las urnas. Los candidatos, sin embargo, llevan meses en eventos, reuniones, comidas, y mítines para activistas en el puñado de estados que serán decisivos de aquí a unos meses. En la sombra, operativos y notables del partido intentan ganarse las simpatías de todos esos legisladores y cargos electos estatales en Iowa y New Hampshire que pueden ayudar a movilizar votos.
Le llaman la primaria invisible, y es el primer examen inevitable, imprescindible, y necesario que todo candidato presidencial debe superar en su carrera a la Casa Blanca.
Hablemos de dinero
Este sábado fue, precisamente, uno de los días claves de esta competición en segundo plano; el día en que las autoridades electorales federales publican las cifras de donaciones y reservas de los candidatos el segundo trimestre del año. Es cuando todo el mundo pone las cartas sobre la mesa y vemos quién está recaudando dinero y movilizando recursos en apoyo de su campaña, quien está gastanto más de lo debido, y quién se está quedando atrás. Sin dinero, no hay publicidad, no hay eventos, no hay notas de prensa, no hay oficinas coordinando voluntarios, no hay personal para recaudar más dinero. Una campaña que se está quedando sin dinero es una campaña que puede meterse en una espiral de recortes que la deje en la cuneta, antes de haber empezado.
La noticia del sábado fue que la campaña de Ron DeSantis había recaudado una cifra considerable, pero estaba gastando muy por encima de lo que entraba - y se estaba quedando sin reservas.
Empecemos por la recaudación, porque las cifras son interesantes:
DeSantis está recaudando a un ritmo decente, 20 millones en tres meses; mejor que Biden y Trump, de hecho. Es el que más recauda de los políticos convencionales; Tim Scott y Haley están nadando en la mediocridad, y Chris Christie sigue siendo mejor atrayendo la atención de la prensa dando buenas entrevistas que consiguiendo el apoyo de los votantes. Mike Pence, en su papel de persona a quien todo el mundo odia y/o desprecia, cierra el grupo con cifras realmente atroces para un ex-vicepresidente.
Después tenemos a los tres candidatos raritos con dinero. En cuarto lugar tenemos a Doug Burgum, ese gobernador de Dakota del Norte que estaba pagando donantes. De esos 11,8 millones recaudados, 10,2 vienen de un donante llamado Doug Burgum (es decir, él mismo), haciendo un préstamo a su campaña. Por detrás tenemos a Vivek Ramaswamy, que finge ser una especie de equivalente republicano a Pete Buttigieg (joven, recaudando a patadas de Wall Street), pero que también ha donado cinco millones de dólares de su bolsillo.
La sorpresa relativa es Robert Kennedy Jr., que se ha convertido en el candidato de la gente que paga por Twitter, tech bros, y aquellos que insisten en que “piensan por sí mismos”, en una especie de versión bizarra de Ron/Rand Paul de este ciclo. El dinero le servirá para perder igual que ellos, y más ahora que se ha pasado al inevitable antisemitismo en el que acaban todos los conspiranoicos del país tarde o temprano.
Es el lado del gasto, no obstante, el que ha dejado a DeSantis en un mal lugar:
Doce millones en el banco no es una cifra irrelevante, obviamente. El problema es que la campaña claramente había planificado un nivel de ingresos considerablemente mayor del que ha tenido hasta ahora, y se ha visto obligada a empezar a despedir personal y recortar gasto; según Politico, se han librado de unos 10-12 empleados.
Espirales
La gente de DeSantis insistía, este fin de semana, que los recortes no son señal de nada; simplemente, están externalizando actividades de la campaña a los grupos de acción política (PACs) y comités adyacentes a la campaña. Todos los candidatos los tienen, y DeSantis es conocido por tener amigos muy poderosos que están regando con dinero a sus PACs. Aparte de la poco disimulada corrupción implícita en el tinglado, casi parece lógico.
Las PACs pueden hacer muchas cosas, pero tienen el inconveniente que no pueden llevar una campaña del mismo modo que el equipo oficial del propio candidato. No pueden coordinar mensajes, ni compartir datos, ni estrategias, ni nada similar. No pueden organizar eventos para DeSantis, ni hacer prensa, ni llevarles las comunicaciones. Es una forma ineficiente de presentarse a elecciones, y cualquier candidato medio sensato preferirá manejar el dinero él, no dejarlo a un grupo externo.
El problema más significativo para DeSantis en este informe, sin embargo, es que parece que se está quedando sin donantes potenciales. Dos tercios de la gente que ha dado dinero al gobernador de Florida han alcanzado el límite federal de donaciones y no pueden darle nada más. El bueno de Ron tenía una buena lista de millonarios amiguetes que podían darle varios miles de dólares de una tacada, pero las bases del partido, los pequeños donantes que son los que llevan el peso de cualquier campaña a largo plazo, le están ignorando por completo. Si no consigue revertir esta tendencia, DeSantis puede quedarse con un cascarón vacío que recauda poco y mal, dependiente por completo de un puñado de grupos externos financiados por un puñado de millonarios amigos suyos.
Y esos amiguetes, si ven que la campaña sigue sin levantar cabeza, pueden coger los trastos e irse a casa, dejándole sin campaña en absoluto.
Un candidato imperfecto
Nadie sabe de quién fue la idea, pero en algún momento, a principios de año la campaña de Ron DeSantis decidió que la mejor estrategia para derrotar a Trump era atacándole desde la derecha. Como no me he cansado de repetir, Trump se impuso en las primarias del 2016 con una facilidad aplastante siendo el más moderado de todos los candidatos del GOP en multitud de materias, desde sanidad a pensiones, derechos de los homosexuales (en serio) o política exterior. Trump sólo se plantó en el ala derecha del partido en inmigración y en crimen; fue la combinación de estos dos temas y su inacabable habilidad de apelar al rencor, victimismo y resentimiento de los votantes lo que le dió la victoria.
DeSantis, inexplicablemente, ha apostado por atraer el voto más ultra posible en temas como el aborto, cualquier guerra cultural que podáis imaginar, educación, sanidad, y economía. Su ser “más trumpista que Trump” se ha traducido no en ser más populista, sino más reaccionario que este. En vez de aspirar a ser el outsider antiélites como finge ser Trump y combatir en el centro, Ron es un cejijunto malhumorado intolerante sin sentido del humor en uno de los extremos.
Empeorando las cosas, la campaña ha dejado claro algo que muchos en Florida señalaban desde hace tiempo: DeSantis es un tipo muy extraño y vagamente antisocial que odia hacer campaña, tiene el carisma de una acelga, y una voz profundamente irritante. Como candidato, ha cometido un error tras otro, ha tenido interacciones extrañísimas con múltiples votantes, y en general ha conseguido que muchos que le veían con curiosidad ahora le perciban con desagrado.
Un director de campaña con malos sondeos siempre suele tener el consuelo de decirse a sí mismo que cuando los votantes conozcan al candidato su opinión sobre él irá mejorando. DeSantis ha conseguido la proeza de que sus números vayan en dirección contraria:
Uno tiene que ser un político muy especial para tener como rival a un tipo que está acusado de múltiples crímenes federales, ha perdido tres elecciones seguidas y dio un golpe de estado antes de irse a casa y sufrir esta clase de humillación en las encuestas. El único consuelo de DeSantis es que Trump es todavía más impopular (está en -16), pero de poco le sirve cuando incluso con este panorama sigue a casi treinta puntos en los sondeos.
¿Está muerto Ron?
Aún es temprano. Las primarias siguen estando muy lejos, y la inmensa mayoría de votantes aún no están prestando demasiada atención. Hay ejemplos históricos recientes de campañas en crisis profundas y despidos masivos en verano que acabaron por ganar las primarias, como John McCain el 2008.
Vale la pena recordar, no obstante, que John McCain el 2008 es el único ejemplo de esta clase de resurrección, el senador era mucho mejor político que DeSantis, y acabó perdiendo en las generales igualmente. Ahora mismo necesita quizás no un milagro, pero sí un cambio de estrategia enorme, ejecutado perfectamente, y que incluya, a ser posible, un transplante de personalidad y nuevas cuerdas vocales. A lo mejor sucede, pero es improbable.
Para la gente del GOP que quiere un candidato que no sea Trump en las generales, la existencia de una campaña como la de DeSantis es ahora un obstáculo importante. El gobernador de Florida tiene demasiado dinero y recursos como para ignorarle; su mera presencia hace que mucho más difícil que otro candidato pueda emerger como alternativa. Es el equivalente republicano al perro del hortelano.
¿Quién puede derrotar a Trump?
Ahora mismo, creo que la mejor teoría sobre el tema es la de Dan Pfeiffer, ex-director de comunicaciones bajo Obama. Su teoría es que el favorito para ganar la nominación es Trump, y que ninguno de los candidatos actuales que se enfrentan a él han conseguido generar los apoyos, atención o energía para derrotarle. En teoría, DeSantis era una alternativa aceptable de Trumpismo sin Trump, pero ha resultado ser demasiado torpe para aglutinar al partido y plantarle cara.
Así que el único que puede derrotarle en las primarias es alguien que no es candidato aún y entre en escena tarde, una especie de salvador de última hora que pueda responder a la llamada para salvar el partido en el último momento. Ese candidato debería contar con la aquiescencia del resto de presidenciables fracasados, y entrar en escena tras una o varias noticias catastróficas que golpeen al ex-presidente, como ser acusado de otra montaña de delitos federales del estilo de haber dado un golpe de estado. Pfeiffer menciona a Glen Youngkin, el gobernador de Virginia, pero alguien como Greg Abbott (gobernador de Texas), Kristi Noem (Dakota del Sur) o Joni Ersnt (senadora por Iowa) quizás pudieran funcionar también.
Suena bonito y digno de un guión de cine. También tiene el inconveniente que hay aún menos precedentes históricos de candidatos entrando tarde en el ciclo y salvando al partido del desastre de escoger un patán. En el GOP literalmente no ha sucedido nunca1. Los demócratas lo medio intentaron en 1992 (Jerry Brown contra Clinton; salió mal), 1976 (Jerry Brown contra Carter; salió mal) y básicamente todo el mundo contra McGovern en 1972 (salió mal), con parecido éxito.
Es posible que suceda, porque bueno, el sistema de primarias actual sólo existe desde 1972 y no hay demasiadas elecciones en las que fijarse, pero es harto improbable.
Así que tenemos unas elecciones con Trump en el horizonte. Otra. Vez.
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Goldwater se impuso por sorpresa al favorito, Nelson Rockefeller, en 1964. Los esfuerzos para pararle se vieron obstaculizado por el rechazo de Henry Cabot Lodge Jr., quien debía detenerle, rechazó ser candidato.
"Las PACs pueden hacer muchas cosas, pero tienen el inconveniente que no pueden llevar una campaña del mismo modo que el equipo oficial del propio candidato. No pueden coordinar mensajes, ni compartir datos, ni estrategias, ni nada similar."
Buenos días Roger, tengo una duda. ¿Quien y/o como se controla que eso que no se puede hacer no se haga?. Gracias.