La gran ventaja de Mike Johnson cuando fue escogido Speaker de la Cámara de Representantes es que no le conocía nadie.
El buen hombre ganó su escaño en el congreso el 2016, y su carrera había sido la esperable de un evangélico medio de un estado sureño en un distrito hiperconservador: no armar ruido, votar cualquier idea reaccionaria que le pongan delante, y dar entrevistas en medios conservadores defendiendo la línea del partido. Johnson era quizás más religioso y más reaccionario que la ya de por sí alta media del GOP, pero no era demasiado estridente ni tan sediento de gloria como muchos de sus colegas más adictos a las cámaras. Dado que nadie fuera del mundillo realmente sigue los medios evangélicos (podcasts, revistas, etcétera) el congresista pasó la mar de desapercibido.
El día en que los republicanos finalmente decidieron dejar de apuñalarse por la espalda y nombrar a un Speaker, entonces, muy pocos eran conscientes que Johnson es increíblemente conservador. Es un tipo que hace diez años iba por el mundo dando discursos diciendo que debíamos volver a los valores del siglo XVIII, que ha sido activista contra el derecho al aborto y cualquier identidad sexual que no sea estrictamente “bíblica” y que quiere eliminar la separación entre Iglesia y estado. Todo lo que sale en la Biblia sobre ayudar a los pobres, por supuesto, no forma parte de su vocabulario.
Por supuesto, este es el programa ideológico de buena parte del partido. Los montañeses del GOP, el sector más ultra, sabían perfectamente quien era, y a los moderados les bastaba con que no fuera un cretino inaguantable y pomposo como Jim Jordan y Matt Gaetz. Así que le dieron su confianza, con la esperanza de que, dado que era una criatura del ala reaccionaria del partido, sus compañeros del Freedom Caucus no se aprestarían a apuñalarle por la espalda en el momento en que tocara gobernar.
Los hijos de la revolución, por desgracia, aún no se han saciado de verter la sangre de los infieles.
Negociando presupuestos (otra vez)
No sé si recordaréis, hace unos meses, cuando el antecesor de Johnson en el cargo, Kevin McCarthy, se vio forzado a sacar una prórroga presupuestaria de corta duración con votos demócratas para evitar un cierre del gobierno federal. Esta traición, sumada a un acuerdo similar para evitar que Estados Unidos se declarara en suspensión de pagos antes del verano, provocaron las iras del ala derecha del partido y su caída.
La esperanza es que, tras esa demostración de fuerza y los sopapos indiscriminados para nominar a un sucesor, los freedomitas al fin hubieran acabado por entender de que quizás tengan el poder de destruir Speakers, pero no para convencer o intimidar al senado o al presidente. Bien, la fecha límite para evitar un cierre del gobierno federal era este viernes, y parece que siguen igual de testarudos que siempre.
El plan original de Johnson, y una de las reivindicaciones del partido, era que el congreso iba a recuperar el mecanismo “tradicional” para aprobar presupuestos, con una ley de apropiaciones separada para cada uno de los doce departamentos del gobierno federal. Este mecanismo, en teoría, permite una mayor transparencia en el gasto público y da una oportunidad al congreso de revisar todo con más calma. Es también un sistema muy lento que requiere muchas horas de debate y votaciones. Dado que el partido republicano, con su infeliz anarquía y dentelladas internas, ha perdido varias semanas de plenos sin hacer nada, era materialmente imposible aprobar todas esas leyes, haciendo imprescindible una prórroga si querían mantener el gobierno funcionando.
A los del Freedom Caucus esto de las limitaciones espacio-temporales o las leyes de la física les parecen, sin embargo, una pobre excusa cuando exigen recortes presupuestarios gigantes. Le exigieron a Johnson que hiciera lo que le pedían, leyes de una en una y recortes colosales o de lo contrario votarían en contra de llevar la prórroga presupuestaria al pleno. Un argumento familiar para el Speaker, por otro lado, porque él estaba diciendo lo mismo hace seis semanas contra McCarthy.
En un ejemplo de libro sobre “las instituciones condicionan los incentivos de los actores” (o que el hábito a veces hace al monje), Johnson ha tomado la misma decisión que su antecesor, y pidió a los demócratas que le ayudaran. Utilizando una maniobra reglamentaria un poco inusual que permite al Speaker llevar una ley a votación directamente sin que su grupo parlamentario pudiera bloquearla pero exige una mayoría de dos tercios para que sea aprobada, sometió a votación una prórroga “limpia” de un par de meses sin recortes como le exigían los demócratas, postponiendo el cierre del gobierno federal hasta enero.
La propuesta ha sido aprobada con 336 votos a favor y 95 votos en contra. Los votos favorables incluyen a 209 demócratas y 127 republicanos. De los 95 votos contrarios, 93 son de congresistas republicanos. Es decir: el Speaker ultraconservador de la Cámara de Representantes ha aprobado unos presupuestos con más votos del partido de la oposición que de sus propios compañeros de filas.
Coaliciones extrañas
Estados Unidos no es un lugar donde veas gobiernos de coalición. La mayoría de cámaras legislativas del país son escogidas con distritos uninominales a una vuelta, creando sistemas estrictamente bipartidistas1. Aunque los partidos son débiles y poco disciplinados, suelen ser lo suficiente coherentes como para construir mayorías capaces de gobernar, o algo parecido a ello. Este año en la Cámara de Representantes, sin embargo, los republicanos están tan divididos internamente que han acabado con dos facciones enfrentadas con prioridades tan distintas como incompatibles entre ellas. Y estas dos facciones están poco menos que actuando, a efectos prácticos, como dos partidos distintos.
La cámara de representantes, por supuesto, no está organizada para acomodar más de dos partidos. Su reglamento ni se plantea distribuir comités, responsabilidades o turnos de palabra a más de dos formaciones. Ningún republicano moderado o freedomita montañés se está planteando crear un grupo parlamentario propio; nadie quiere perder poder institucional. Cuando toca votar, no obstante, tenemos estos 120-130 representantes del GOP que prefieren irse con los demócratas para evitar tonterías presupuestarias o cierres de gobierno, estos 90-100 legisladores que lo que piden es caos. El resultado final es esta especie de coalición de gobierno mal definida con un partido demócrata que tiene una mayoría simple en la cámara, aprobando leyes con el apoyo de GOP-no-caótico. El tipo que preside las votaciones y lleva la agenda es, extrañamente, un miembro del partido pro-caos.
Es una situación la mar de surrealista, el resultado de un partido republicano cada vez más fracturado. Años de polarización política han hecho que el GOP contenga a la vez una nutrida minoría de chiflados pirómanos y una mayoría (relativamente) cuerda que no quiere volar todo por los aires2. Los segundos han decidido abandonar a los primeros.
Esta situación, por cierto, no es nueva; en el congreso estamos viendo dinámicas parecidas como mínimo desde el 2010, cuando los demócratas pierden las legislativas. Ya entonces tuvimos a dos Speaker del GOP (Boehner y Ryan) probando toda clase de diabluras para forzar a un presidente y senado demócratas a aceptar recortes, fracasando en su empeño, y aprobando presupuestos con votos demócratas. Tras la victoria de Trump, los republicanos fueron incapaces de aprobar nada relevante a pesar de tener mayoría en ambas cámaras más allá de una bajada de impuestos, en gran parte debido a sus divisiones internas. Tras las legislativas del 2018, fueron los demócratas, desde la cámara de representantes, quienes tomaron la iniciativa en la colosal (y efectiva) respuesta fiscal a la pandemia. El discurso mediático americano suele centrarse en exceso en la figura del presidente, pero llevamos más de una década en que el congreso, a pesar de su excepcional disfuncionalidad, lleva operando de esta manera. Lo hace a trancas y barrancas, tarde, mal y a rastras, y de la forma más cutre y lamentable posible, pero más o menos está funcionando.
Regreso al pasado
Visto desde el punto de vista de diseño institucional, esta clase de peleas, algaradas y caos mal organizado me recuerda a las inmortales palabras de Ian Malcolm, “Life finds a way”, la vida se abre paso. Las instituciones americanas están diseñadas, de origen, para no tener partidos políticos; años de adaptaciones y pegotes las actualizaron para operar como un sistema bipartidista estricto, con una ley electoral mayoritaria. La sociedad americana, sin embargo, es demasiado compleja para ser contenida en sólo dos formaciones políticas, así que los partidos han acabado por fracturarse internamente.
Es decir: una vuelta a la incoherencia política interna de los partidos de antaño, antes de que Newt Gingrich rompiera el congreso y trajera consigo la era de disciplina interna en el GOP.
La paradoja, en este caso, es que quizás hay más bipartidismo hoy que hace quince años, pero ha pasado bastante desapercibido, incluso para los mismos políticos implicados. Años de crispación y berridos han hecho que nadie recuerde qué significa gobernar. El trumpismo y su reinado de terror dentro del GOP (y terror casi literal; el ala MAGA del partido, al fin y al cabo, intentó linchar al vicepresidente) han ocultado en parte las fracturas del GOP, y la reacción al trumpismo han disimulado la división entre universitarios y minorías étnicas dentro de los demócratas.
Pero hay un sistema de partidos más indisciplinado, incoherente, desordenado y mucho menos crispado ahí debajo detrás el ruido, el caos y la furia del día a día. Es difícil decir si acabará por consolidarse o si las elecciones del 2024, polarizadas bajo otra ola de trumpismo, acabarán por re-consolidar a los partidos de nuevo.
Creo que hay, de todos modos, ciertos motivos para el optimismo de cara al futuro.
Bolas extra:
Leer los comentarios de políticos del GOP horrorizados de que están otra vez a garrotazos es divertidísimo.
El ala montañesa del partido está enfurecida ante la traición y está saboteando leyes presupuestarias por otro lado, como era de esperar.
Brian Beutler señala que es posible que los demócratas hayan cometido un error no forzado prorrogando los presupuestos con dos leyes separadas con fecha de caducidad distintas.
Trump y sus muchachos están haciendo planes que suenan la mar de fascistas si ganan el 2024, por cierto.
Life finds a way:
Curiosamente hay algunos estados donde han aparecido esta clase de coaliciones entre republicanos centristas y demócratas. Algo se mueve.
Sobre cómo llegamos aquí, lo podréis leer pronto en el libro que está ya está escrito y cerca de ser anunciado oficialmente.