El viernes terminó el juicio en el senado estatal de Texas por el impeachment de Ken Paxton, el fiscal general del estado. Paxton es el típico producto del conservadurismo más rancio de Texas; la clase de persona que intentó en el 2020 que el supremo invalidara las elecciones presidenciales. Lleva en el cargo desde el 2014, y recién salió reelegido el año pasado con un 53% del voto, ampliando su margen de victoria del 2018 por casi cuatro puntos.
Os preguntaréis por qué un cargo electo como Paxton, republicano, en un estado como Texas, donde los republicanos tienen supermayorías en ambas cámaras y controlan todos los puestos electos a nivel estatal, estaba siendo sujeto a un impeachment. Bueno, resulta que Paxton es increíblemente corrupto, y lo es de la forma más obvia posible.
Los escándalos del fiscal
Esta es una lista no del todo exhaustiva de todas las acusaciones contra Paxton desde que llegó al cargo:
En el 2020, varios asesores y cargos dentro de la fiscalía denunciaron a Paxton por utilizar su cargo para proteger y favorecer a Nate Paul, uno de sus principales donantes, en varios casos sobre embargos hipotecarios, además de darle acceso a información confidencial y reabrió investigaciones para favorecerle. A cambio, Paul le pagó una remodelación de su casa y le dio un trabajo a la amante de Paxton.
De los ocho empleados de Paxton que pusieron la denuncia, tres dimitieron, y cinco fueron despedidos. Es ilegal tomar represalias contra funcionarios que presentan denuncias; sus despidos acabaron en los tribunales, con indemnizaciones millonarias.
En el 2011, cuando Paxton era aún representante estatal, aconsejó a Byron Cook, un colega suyo y a Joel Hochberg, un hombre de negocios de Florida que compraran 100.000 dólares en acciones de una compañía llamada Servergy sin decirles que si lo hacían él recibiría una jugosa comisión. Esto es alegremente ilegal, igual que ir vendiendo acciones a comisión sin registrarse como broker, y tiene una pena mínima de doce años de cárcel. El escándalo, en este caso, es tanto que Paxton fuera por ahí vendiendo cosas de forma deshonesta, sino que el caso lleve doce años en los tribunales, con la fiscalía retrasándolo tanto como sea posible. Paxton, obviamente, controla la fiscalía.
Un socio y amigo de Paxton, Charles Loper, ha puesto una denuncia contra Cook y Hochberg sobre una trama de derechos minerales que dice que le ha perjudicado. La trama involucra una empresa a la que Paxton representó antes de ser fiscal general. Cook y Hochberg dicen que el caso es una represalia contra la acusación de fraude anterior.
El impeachement
La cámara de representantes del estado de Texas tiene 86 republicanos y 64 demócratas. En junio, cuando Nate Paul fue acusado de ocho cargos de fraude financiero, quedó claro que Paxton había hecho todo lo posible para ayudarle. Todo el asunto parecía un quid pro quo obvio y escandaloso, denunciado con pruebas por sus propios subalternos.
El Speaker, Dade Phelan, lanzó una investigación, y encontraron básicamente de todo. Asesores de Paxton explicando cómo colaboraban, correos electrónicos de Paul a la fiscalía pidiendo que investiguen rivales, documentos internos pidiendo a Paxton que deje de ayudar a Paul, los datos de la cuenta “secundaria” de Uber de Paxton con visitas a Paul y a su amante y básicamente todo Dios en la fiscalía diciendo que Paxton estaba siendo corrupto.
Con esta montaña de pruebas en mano, la cámara de representantes votó un impeachment con veinte cargos contra Paxton, que salió adelante 121-23; 60 republicanos y 61 demócratas votaron a favor. Las acusaciones son tanto sobre el caso de Kent Paul como por retrasar investigaciones en su contra. Es decir, tenemos una mayoría abrumadora de republicanos diciendo públicamente que el fiscal general de Texas de su propio partido es lo bastante corrupto para que deba ser echado a patadas del cargo.
Una vez la cámara de representantes presenta un impeachment, es el senado estatal quienes deben votar sobre esos cargos1. Los republicanos tienen ahí una mayoría de 19-12. La mujer de Paxton es senadora, y no iba a poder votar en el caso contra su marido. Para destituir al fiscal, necesitaban 21 votos.
Tras nueve días de juicio, el viernes el senado votó sobre cada uno de los cargos. Dieciséis senadores republicanos votaron en contra de todos ellos, sólo dos votaron a favor en algunos casos. Los demócratas votaron a favor en casi todos los casos. Con sólo catorce síes, sin embargo, Paxton mantuvo el cargo.
Divisiones
Uno de los chistes habituales que escuchas en los legislativos en estados donde un partido tiene mayorías legislativas abrumadoras es que el otro partido es tu adversario, pero que el enemigo son los miembros de la otra cámara. En Texas, la cámara de representantes, debido a varios azares del destino y un Speaker más o menos cuerdo, está controlada por la facción moderada tradicional de los republicanos, mientras que el senado está en manos de políticos del sector trumpista/MAGA del partido.
Un impeachment es, ante todo, un juicio político, no criminal. Durante todo el proceso en el senado, los abogados de Paxton se dirigieron no tanto a los legisladores que tenían delante, sino a los votantes de primarias republicanos en sus distritos. Hablaron sobre cómo los testigos contra Paxton eran burócratas amigos de lobistas, élites sin contacto con la gente del estado. También sugirieron repetidamente que el impeachment era una maniobra de la familia Bush (sí, esa familia de progres que han dado dos presidentes republicanos) para debilitar a un campeón de los valores conservadores. Todo era una venganza porque Paxton había derrotado a George P. Bush (nieto de Bush padre) en las primarias republicanas. Mientras tanto, varias PAC trumpistas anunciaban campañas contra todo aquel disidente de la verdadera fe que votara por echar a Paxton del cargo. El mismo Trump aplaudió el veredicto exonerándole.
Tenemos, entonces, la misma fractura que hemos visto en el GOP una y otra vez en la última década entre un sector populista-psicótico-reaccionario (táchese lo que no proceda) que incluye el sector más vociferante de las bases, y el tradicional republicanismo moderado institucionalista pro-empresa. Los miembros del primer grupo están dispuestos a apoyar a cualquier persona, por cómicamente corrupta que sea, siempre y cuando se comporte como un troll desaforado ultra reaccionario en público y haga todo lo posible para cabrear a los progres y combatir la agenda comunista-progre-woke-transexual y sean lo suficiente racistas.
Esta es la facción que está ganando, tanto en Texas como a nivel nacional.
El problema del GOP
Repasando lo que he escrito estos últimos años, y lo que llevo escrito del libro2, el partido republicano suele ser el actor principal. Lo es a pesar de que han perdido el voto popular en siete de las últimas ocho elecciones presidenciales (única victoria desde 1992: Bush, 2004) y que son, claramente, un minoría de los votantes de Estados Unidos.
Este es un sistema político que favorece al partido republicano, como he comentado repetidas veces. Es también un sistema político bipartidista donde la existencia de dos partidos (relativamente) cuerdos y con cierto contacto con la realidad es imprescindible para el buen funcionamiento de las instituciones. El GOP, desde hace tiempo, ha abandonado cualquier pretensión de cordura.
Se puede escribir un libro entero sobre cuándo y por qué el GOP se volvió loco3, pero es imposible recalcar suficiente lo increíblemente dañino que es para un sistema político que un partido decida que la corrupción no importa en absoluto. Para un amplio sector de las bases republicanas, da igual que uno de sus líderes esté recibiendo sobornos, almacenando documentos secretos en un baño de su salón de fiestas o dando un golpe de estado. Quienes hablen en contra del líder o son RINOs (Republicans in Name Only, falsos republicanos) o miembros del deep state, pijoprogres a sueldo de Soros, globalistas o traidores, y no se hable más del tema.
En una democracia “normal”, cuando un líder político se mete en un embolado legal de tan magnitud como para hacer peligrar las expectativas electorales del partido, sus compañeros de formación suelen hacer todo lo posible para o bien “convencerle” que se marche o bien defenestrarle de la forma más aparatosa posible. Esto es lo que sucede en la mayoría de partidos europeos, y lo que hacen los demócratas de forma rutinaria con sus propios líderes (véase: Cuomo, Spitzer, Franken, Benjamin…). En el GOP, ser acusado de cometer alguna barbaridad no sólo hace que las bases te amen más fuerte, sino que un nutrido sector de las élites del partido te defiendan a capa y espada.
Aunque los republicanos ya solían comportarse de esta manera incluso en los ochenta (cof, cof), esta tendencia a defender a sus líderes, por corruptos o estúpidos que sean, ha empeorado, y mucho, a partir del 2016. Cuando el GOP decidió nombrar como líder y candidato a la presidencia a un cretino corrupto y deshonesto, sus líderes aceptaron que era más importante decirle a las bases lo que quieren oír que preservar la reputación propia o la del partido.
Y aquí los tenemos hoy, a punto de nominar un golpista para elecciones del 2024, y dejando pasar como naderías casos de corrupción obvios y escandalosos. En fin.
La constitución de Texas sigue el modelo de la constitución federal, como sucede casi siempre en Estados Unidos. Eso hace que estados con menos de un millón de habitantes tengan barrocos legislativos bicamerales.
Sí, hay un libro en camino.
De eso va el libro, en gran medida.
¿Y no lo pueden procesar en un tribunal federal por corrupción?