El Tribunal Supremo es un personaje recurrente en este boletín1, sin duda. Los jueces del alto tribunal no sólo han intervenido activamente en la agenda política durante toda la campaña electoral (tanto en su decisión sobre la 14º enmienda como retrasando lo indecible la sentencia sobre inmunidad presidencial), algo que es ya de por sí relevante, sino que además están, ahí tranquilamente, reescribiendo la constitución y medio ordenamiento jurídico como quien no quiere la cosa.
Esta semana, con algo más de tiempo, escribiré otro resumen de todas las sentencias del Supremo este año, porque han ejercido su peculiar papel de “legislador en la sombra” con entusiasmo. También hablaré de la sentencia sobre inmunidad presidencial, que seguramente se publicará hoy lunes2. Hoy me quiero centrar sobre un caso en particular de este viernes, porque es un ejemplo paradigmático sobre cómo actúa el poder judicial en Estados Unidos.
Reglamentos y jueces
El caso es Loper Bright Enterprises contra Raimondo, un aparentemente inofensivo pleito sobre regulaciones pesqueras. La disputa gira alrededor de una normativa del National Marine Fisheries Service (servicio nacional de caladeros marítimos) implementando una ley de 1976 enmendada en el 2007. La agencia estableció un servicio de inspecciones en barcos pesqueros que obligaba a los armadores a pagar los costes de enviar a un aguerrido funcionario federal a acompañarles en alta mar. Una empresa decidió que el texto de la ley no permitía esta clase de arreglo, al no estar descrito de forma explícita, y lo llevó a los tribunales. Si el caso os suena, hablé sobre él aquí con cierto detalle:
Resulta que varios millones de dólares en abogados y una montaña de recursos, pleitos y mociones después, el caso llegó al Supremo, que decidió utilizarlo para volar por los aires medio derecho administrativo federal de los últimos cuarenta años.
Desde 1984, la sentencia que servía como guía para definir la autoridad de las agencias federales cuando escriben reglamentos para implementar leyes del Congreso era Chevron contra el Natural Resources Council. Si el texto de la ley puede ser interpretado de manera razonable como que puede autorizar las actuaciones y reglamentos promulgados, los jueces deben darles el beneficio de la duda, entendiendo que una burocracia federal tiene más capacidad técnica que ellos para decidir cosas como cuál es la mejor manera de llevar a cabo inspecciones de barcos pesqueros en caladeros en alta mar. Este principio era conocido como la “Chevron Deference” (deferencia Chevron) y ha actuado como faro y guía de toda la legislación y reglamentos federales durante las cuatro últimas décadas.
La sentencia, escrita durante la administración Reagan, reza que los tribunales deben actuar con deferencia ante los expertos dentro del gobierno federal cuando redactan una normativa. En 1984, la administración Reagan estaba harta de que jueces federales heredados de los años del New Deal se dedicaran a tumbar los reglamentos liberalizadores escritos por los líderes de las agencias federales nombrados por el presidente, así que los conservadores aplaudieron Chevron con entusiasmo. En el 2024, los conservadores desconfían del deep state y/o la capacidad de reguladores federales para bloquear el derecho de los plutócratas de turno para contaminar un poco más, así que la mayoría reaccionaria del Supremo ha decidido revertir la sentencia. Esta corte no es mucho de respetar precedentes, y más cuando se interponen entre ellos y sus objetivos políticos.
Atribuyéndose poderes constituciones
Lo que hace Loper Bright es, básicamente, abolir la Chevron Deference. El Tribunal ha decidido que los padres fundadores establecieron, en su infinita sabiduría, que son los tribunales quienes deben tener la última palabra interpretando leyes. En vez de burócratas desconocidos trabajando en un sótano en alguna oficina con goteras en Washington los que deciden sobre sustancias contaminantes, estándares para aprobar medicamentos, protocolos de seguridad en reactores nucleares o los requisitos de señalización en una línea ferroviaria mixta con trenes operando a más de 79 millas por hora, quienes pueden y deben analizar y aprobar todas estas cosas son los jueces, que son los que pueden proteger al hombre común de los abusos del leviatán.
Sí, esos señores con toga con nombramientos vitalicios que una vez en el cargo básicamente no pueden ser expulsados del cargo de no mediar un impacto cósmico o enfermedad terminal3. Esos son los verdaderos representantes de la voluntad del pueblo, no los líderes de las agencias nombrados por un presidente elegido democráticamente cada cuatro años.
Bajo Loper Bright, el Supremo entiende que las leyes redactadas por el congreso tienen una interpretación, la mejor interpretación posible, y que los jueces son los que mejor pueden dirimirlo. Si hay una ambigüedad o es necesario desarrollar un análisis técnico o científico sobre algún tema, el poder judicial le va a decir a los burócratas qué significa exactamente y qué pueden investigar.
Dicho en otras palabras: a partir de ahora, los tribunales federales de Estados Unidos tienen carta blanca para revisar cualquier reglamento, por complicado o técnico que sea, y decidir si se conforman a la ley, según su interpretación de esta. Si una ley de protección ambiental, por ejemplo, habla sobre “gases contaminantes” pero no lista al dióxido de carbono como un potencial problema, el juez puede decidir sobre el significado de “contaminante” y si ese gas en particular a él le parece contaminante o no, y cargarse la ley sin problema.
Legisladores con toga
Los republicanos tienen una mayoría 6-3 en el Tribunal Supremo, y este tribunal tiene muchísima libertad de acción para escoger qué sentencias judiciales va a revisar admitiendo recursos. Loper Bright abre la puerta a que la corte tumbe esencialmente cualquier reglamento que le plazca, ya que es esencialmente imposible para el congreso redactar leyes con suficiente detalle como para no tener que depender de despliegue normativo posterior. Siguiendo una vieja tradición del Supremo a lo largo de su historia, básicamente han declarado que la constitución da al poder judicial un poder casi ilimitado sobre qué puede hacer el ejecutivo cuando quiere implementar leyes.
Como señalaba Ian Millhiser el año pasado, durante los últimos años el Supremo ha declarado que la constitución dice que ellos son los que mandan, una y otra vez. Lo lleva haciendo desde 1803, cuando con en Marbury contra Madison decidieron, así a la tremenda, que la constitución dice que ellos son los que pueden invalidar leyes por ser inconstitucionales4. Con Loper Bright, han decidido que tipos con cargos vitalicios pueden decirle al presidente cómo hacer su trabajo sin limite alguno.
La sentencia tiene algunos detalles que la suavizan. El tribunal establece que invalidar Chevron no significa que todos los reglamentos litigados desde entonces son potencialmente ilegales, por ejemplo, un bonito detalle que no dudo olvidarán cuando vean algún caso jugoso. Lo que está claro es que esta sentencia abre las puertas a un tsunami de pleitos, litigios, demandas y lloriqueos de abogados y empresas de todo el país, que van a coser a pleitos absolutamente todos los reglamentos que se escriban a partir de ahora. En contra de las pretensiones del supremo y los republicanos de que esto protegerá “al hombre de la calle ante los abusos de la burocracia”, los que tienen el dinero y recursos para bombardear el sistema judicial con mociones y quejas serán las grandes empresas, que se van a poner las botas haciendo que gran parte del aparato regulatorio del país quede totalmente inoperante.
Como recordaréis, la administración Biden aprobó una ambiciosa ley de cambio climático que concentraba la mayor parte de sus esfuerzos en subvenciones y créditos fiscales para abaratar tecnologías limpias, no en regulación. La enorme afición de este Supremo a cargarse leyes medioambientales es uno de los principales motivos de que hayan adoptado esa estrategia.
Si Loper Bright os parece una sentencia preocupante, no os preocupéis, que no es lo peor que ha hecho el Supremo este año. Pero de eso hablamos otro día.
Bolas extra: el abuelete
La única bola extra es sobre Biden y sus problemas tras el horripilante debate del jueves. En los días posteriores el señor ha dado varios mítines, y lo cierto es que parecía otra persona, dando discursos con la misma energía y entusiasmo que la del Estado de la Unión, hace unos meses.
Su “milagrosa” recuperación, por supuesto, no ha apaciguado el debate en absoluto; durante todo el fin de semana, no se ha hablado de otra cosa en TV, prensa, podcasts, y en cualquier cenáculo político. Incluso las sentencias del supremo pasaron desapercibidas.
Lo que sabemos, por ahora, es que Biden quiere seguir, y su familia, reunida en Camp David este domingo, están con él y le apoyan. También sabemos, porque inevitablemente han habido filtraciones, que dentro del equipo de Biden han habido acusaciones cruzadas sobre la preparación del debate y algunas voces expresando dudas. Las élites del partido (que no tienen poder real sobre Biden) le han apoyado en público pero tienen reservas en privado. Los donantes están a la espera de ver qué dicen los sondeos. El partido demócrata, en general, está oscilando desesperadamente entre el pánico y el fatalismo.
Por ahora, los sondeos dicen con cierta claridad que una mayoría de votantes no quieren que sea candidato, incluyendo la mitad de los demócratas - pero a su vez sólo parece haber perdido dos o tres puntos, como mucho, en los sondeos contra Trump. Es posible que muchos votantes ya dieran por asumido que Biden es un zombi ocasionalmente coherente, capaz de dar discursos medio decentes por las mañanas pero que mejor no sacarle a pasear después de la siesta, el debate confirmó lo que ya sabían, así que apenas nadie ha cambiado su decisión de voto. En unas presidenciales en las que los demócratas tienen que ganar por más de dos puntos para compensar el colegio electoral, no obstante, dos puntos extras de lastre son un problema tremendo.
El problema para los demócratas es este:
El día después del debate, Biden estaba a tres puntos de Trump. Todos los demócratas futuribles en el sondeo sacaban un resultado parecido, como mucho acercándose a dos puntos del expresidente. Lo único que variaba es el número de indecisos, señal de que el electorado no tiene ni idea sobre muchas de las alternativas5, y que Harris parece tener a menos gente con dudas que nadie sin mejorar a su jefe.
Veremos cómo siguen los sondeos; la convención está a siete semanas. El peor escenario posible para los demócratas, por cierto, creo que es este: las encuestas siguen dejando a Biden a tiro, así que tiene la tentación de quedarse, pero son lo suficiente malas para dividir al partido entre quienes quieren que se quede y están hartos de que se hable de su edad y los que que piden un debate.
Ironías finales:
La directora de la agencia de protección ambiental en 1984 que llevó a Chevron al Supremo, por cierto, era la madre de Neil Gorsuch, uno de los jueces de la mayoría conservadora que se ha cargado el precedente.
Y es el verdadero agente del caos en gran parte de “Por Qué Se Rompió Estados Unidos”, ya disponible en librerías de toda España.
Prometo escribir sobre las propuestas fiscales de Trump y quienquiera que sea el candidato demócrata en algún momento, pero el debate y el Supremo tienen prioridad.
El procedimiento de impeachment de un juez federal requiere mayoría simple en la Cámara de Representantes y de dos tercios en el Senado. En toda la historia del país sólo ocho han perdido el cargo de este modo; tres dimitieron; el último fue en el 2010, por sobornos y extorsión.
La constitución no incluye el judicial review en ninguna parte; todo ese armazón fue creado por el propio supremo.
Si sabéis quienes son cada uno de ellos sin buscarlos en Google, tenéis un problema y mejor que os dé un poco el sol. Sí, los conocía a todos.
No es un problema de personas. Si fuese un problema de personas, Trump no estaría ahí, estaría otro. Nixon era mucho más peligroso (para el sistema) y mucho más delincuente que él, y de ninguna manera hubiera llegado donde llegó sin hacer la carrera que tuvo que hacer. Trump no es nada, es literalmente un dibujo animado. Homer Simpson. Lo peor del debate no fue el espantoso espectàculo de Biden, lo peor del debate es que no se debatió realmente de ninguno de los gravísimos problemas de EEUU (este del artículo de hoy, sin ir más lejos), Biden porque como cada vez los gobiernos en Occidente tienen menos margen de maniobra ya hasta se acojonan de prometer lo que no van a cumplir, y Trump porque está ahí exactamente para decir imbecilidades e imbecilizar al personal.
Hay margen para cambiar todo: el mensaje, el programa y todo. Ni hace falta siquiera prometer la repolla, basta hacer ver que vas a *intentar* hacer algo.