Hace unos días en Portland, Oregón, se vivieron escenas dantescas. La policía migratoria (ICE, por Inmigration and Customs Enforcement, control de inmigración y aduanas) tiene un pequeño cuartel en la ciudad en un barrio apartado del centro, encajonado entre una autopista y el rio Willamette. En ese lugar claustrofóbico y sin escapatoria, un grupo de manifestantes se dedicó a acosar a las heroicas fuerzas del orden de esta forma desalmada:
No, no estáis delirando, ni me confundido de video. Hay un señor vestido de hechicero dirigiendo a un tipo vestido con un traje hinchable de rana para que avance lentamente hacia la entrada del edificio. Una falange de hombres vestidos como soldados con máscaras de gas y equipo antidisturbios retrocede lentamente ante el majestuoso anfibio, que procede a contonearse ante ellos.
Insurrectos
Estas son algunas de las reacciones de Stephen Miller, asesor de Trump y de facto primer ministro de Estados Unidos, ante estos hechos:


Creo que vale la pena recalcar que estas frases ni son fragmentos perdidos de un discurso de 1934 ni vienen de una novela. Son las palabras de alguien que está respondiendo a un puñado de manifestantes en una ciudad medianeja de la costa oeste llena de hipsters, incluyendo un tipo vestido de rana, tocando las narices delante de un edificio de ICE.
Miller ha soltado comentarios parecidos o peores sobre protestas similares en Chicago, donde pelotones de milicos de ICE se han dedicado a pasearse como tropas de ocupación por el centro de la ciudad deteniendo a gente que tuviera pinta de inmigrante indocumentado (léase: latinos) y lanzando asaltos aerotransportados en bloques de viviendas al azar.
Si algo se puede decir a favor de Miller, es que el buen hombre acompaña su retórica apocalíptica con hechos. Dado que este aguerrido defensor de la nación ve amenazas terroristas e insurrectos por todas partes, la administración Trump ha decidido movilizar a la guardia nacional y enviar tropas tanto a Portland como a Chicago.
O al menos, esa es la intención. Porque la cosa se complica un poco.
A mí la legión
Empecemos por la guardia nacional, una peculiar institución militar de Estados Unidos. En Europa normalmente se habla de ellos como “reservistas”, pero son algo más parecido a “soldados a tiempo parcial”. Los miembros de la guardia nacional reciben un entrenamiento similar a los “regulares”, pero en vez de permanecer en activo, pasan a ser “soldados de fin de semana”; tienen vida de civil normal, pero tienen que acudir a sus unidades varias veces al año, incluyendo un periodo de dos o más semanas de entrenamiento intensivo. La guardia nacional no está directamente bajo autoridad federal, sino de los gobernadores estatales. Constitucionalmente, son la “well-regulated militia” de la que habla la segunda enmienda.
Las unidades de guardia nacional no son domingueros barrigudos. El gobierno federal puede “federalizar” una unidad y utilizarla para misiones en el exterior, algo que hicieron a menudo en Irak y Afganistán en tiempos recientes. En general, son gente competente y casi tan bien equipada como los soldados a tiempo completo.
Esta no es la primera vez que la Casa Blanca decide movilizar a la guardia nacional. Hace unos meses, ante “terribles” disturbios en Los Ángeles (léase: nada), el presidente pidió al gobernador de California, Gavin Newson, que movilizara a la milicia.
Cuando este se negó, Trump invocó una ley que le permitía “federalizar” a la guardia en caso de “insurrección” contra la autoridad federal, algo que (huelga decirlo) era manifiestamente mentira. California llevó el caso a los tribunales, y un juez dictaminó, sin ambigüedad alguna, que el gobierno federal no tenía autoridad legal para hacerlo. Como es habitual, la Casa Blanca recurrió la sentencia de inmediato, y el caso sigue su lento andar al tribunal de apelaciones y (casi inevitablemente) el Supremo.
Eso fue hace un mes. Por aquel entonces, Stephen Miller era un jovencito de 40 años; dudo mucho que se acuerde de esa polémica. Así que cuando la semana pasada gente vestida de rana (insisto) se puso a desafiar la autoridad del gobierno con un mayor arsenal de armas atómicas del planeta meneando su oronda figura ante agentes de ICE indefensos, es natural que reaccionara con esta furia desatada.
La Casa Blanca empezó por pedirle a la gobernadora de Oregón, Tina Kotek, que ante la devastación de la zona de guerra en la que se había convertido Portland (Trump insiste en decir que es “peor que Afganistán”), que movilizara la guardia nacional para reprimir la insurrección. Kotek les dijo que patatas, a lo que Trump respondió federalizando las tropas y ordenando su despliegue en la ciudad. Como era de esperar, Oregón fue a los tribunales, y una jueza nombrada por Trump, Karin Immergut, bloqueó la maniobra de inmediato, diciendo que era obviamente ilegal.
Eso no disuadió a Stephen Miller, que está asustado de la hechicería capaz de lanzar batracios del tamaño de un adusto miliciano de la migra contra las fuerzas del orden. Así que la Casa Blanca ordenó que centenares de guardias nacionales de California (que siguen bajo control federal mientras se recurre la sentencia) fueran enviados a Oregón a luchar contra la amenaza de los profundos y/o antifa. La jueza Immergut, tras convocar a las partes a las diez de la noche este domingo, bloqueó la medida de inmediato. Simultáneamente, el gobierno federal está enviando guardias nacionales de Texas a Chicago; otro juez va a tener una vista de urgencia el jueves.
Como era de esperar, nuestro héroe Stephen se lo ha tomado mal.

Enemigos y excusas
Dejemos de lado que “insurrección legal” es un oxímoron como la copa de un pino, pero esto (escrito antes de la segunda sentencia, por cierto) es un alto cargo de un gobierno en teoría democrático diciendo que una sentencia judicial forma parte de un ataque terrorista armado contra la nación y que hay que enviar tropas. Trump, ayer decía que los reveses judiciales no le importaban, y que estaba dispuesto a invocar otra ley, la insurrection act de 1807, si fuera necesario para desplegar a tropas.
Porque, insisto, en Portland, Oregón hay decenas de personas, incluyendo un señor disfrazado de rana, en una mini- manifestación ante un edificio de ICE.
Los sondeos sobre desplegar la guardia nacional son espantosos para la Casa Blanca (42-58 en contra; 39-61 si, como dicen, también usan soldados regulares). Entre votantes independientes, los números andan sobre 30-70 en contra. El fervor antiinmigrante de la administración al menos estaba medio justificado por los sondeos y campaña electoral, pero lo de enviar un ejército de ocupación a ciudades demócratas a la tremenda es algo que el electorado rechaza. Miller y Trump hablan del país como si fuera un desastre postapocalíptico imposible que simplemente no existe y que casi nadie cree.
Creo que Trump es sincero, porque su cerebro a estas alturas es un puré de tweets dementes de redes sociales. Dudo mucho que Miller se crea nada de lo que dice. Lo suyo, en este caso, creo que es un intento descarado, abierto, y directo de criminalizar a todo aquel que se opone a la administración; una provocación abierta y descarada intentando que alguien queme el Reichstag de una vez. No lo consiguieron con el pobre Charlie Kirk (que, por cierto, parece casi olvidado por completo en los medios) y están intentando como sea que alguien, en alguna ciudad, la lie de verdad con agentes de ICE.
Temores
No tengo ni la más remota idea sobre lo que va a pasar. Quizás veamos una repetición de lo sucedido en California, donde el despliegue de la guardia nacional, lejos de conseguir una reacción hostil, fue acogido con indiferencia. Quizás la situación en Chicago, más volátil que en Portland, acabe en una escalada de protestas que la administración utilice para justificar mano dura contra enemigos reales o imaginarios.
Mi sensación, y aquí quizás peque de optimista, es que Miller y los suyos se están dando cuenta que nadie está comprando esta historia. Y empiezan a estar desesperados de que, tras haber conseguido consolidar el poder dentro de su partido, desactivar el congreso y tener al supremo cada vez más dócil, gran parte del electorado no parece creerse nada de lo que dicen. Pero dado que Miller parece ser tan fanático como dice ser, no es para estar tranquilo.
Bolas extra
Los controladores aéreos no están cobrando, debido al cierre del gobierno federal, así que muchos no van a trabajar. El resultado, retrasos cada vez peores en los aeropuertos.
Eric Adams, alcalde de Nueva York caído en desgracia, se ha ido a Albania. El hombre desde que anunció que no se presentaba a la reelección está pasando de todo.
Trump quiere que el tesoro acuñe monedas de $1 conmemorativas del 250º aniversario de la declaración de independencia con su jeta en las dos caras. No, esto no es coña: