Gamergate o el origen del caos
En realidad, esto es un debate sobre la ética en el periodismo de videojuegos
La primera vez que alguien me pagó por escribir algo fue a principios de siglo, en la difunta sección de videojuegos de Terra. Eran aún los buenos viejos tiempos de la primera burbuja de internet, y creo que nunca nadie me ha dado tanto dinero por palabra como por aquel entonces. Probablemente será el mejor empleo que he tenido nunca (¿cobrar? ¿por jugar? ¿y escribir sobre ello?); afortunadamente, además, todas mis espantosas ideas sobre la industria se desvanecieron junto a los millones de dólares que se gastó Telefónica en el invento.
Sea por vicio, sea por nostalgia, siempre he seguido con cierto interés el periodismo sobre el sector, y cómo la crítica ha ido evolucionando de “esto mola mucho” a comentarios mucho más ilustrados sobre narrativa, diseño, influencias, y temas literarios. El videojuego tiene mucho de arte, y ver cómo empezaron a aparecer escritores francamente buenos y medios dedicados a hacer crítica más seria ha sido fascinante. Para mi desesperación, porque no aguanto ver estas cosas en video (y porque en el fondo soy escritor) gran parte de este comentario se ha desplazado a YouTube estos días, y los medios “en texto” han perdido mucha presencia.
El amante ofendido
Allá por el 2014, YouTube aún no era la fuerza dominante que es hoy. En agosto de eso año, un tal Eron Gjoni escribió un largo, farragoso y melodramático artículo en su blog (como se llamaban los substack entonces) enviando a parir a su ex-novia, Zoë Quinn. Entre lloriqueos y quejidos, el señor este se inventó la historia de que Quinn había tenido relaciones sexuales con Nathan Grayson, un periodista de Kotaku y Rock Paper Shotgun, a cambio de que este hablara favorablemente de su último videojuego, Depression Quest.
Nadie se acuerda del juego en cuestión; era un proyecto pequeñito sobre la experiencia de sufrir una depresión. Si tenéis curiosidad, está disponible aquí, y la verdad, está muy bien para lo que intenta hacer1. El artículo de Gjoni, no obstante, sí que tuvo una vida mucho más larga y complicada.
Una polémica familiar
Todo empezó, para variar, en 4chan. El cenagal de internet leyó el artículo con devoción y lo convirtió en una cruzada, lanzando una virulenta, atroz y misógina campaña de acoso contra Quinn y su familia. Le llamaron de todo, amenazaron de muerte, reventaron sus cuentas personales, y la forzaron a que tuviera que abandonar su domicilio. El ruido y la furia pronto alcanzó Twitter; Adam Baldwin (el hermano idiota de Alec) se apuntó con entusiasmo, aportando el hashtag con el que esta historia ganaría su infamia, #gamergate.
Los ataques a Quinn no tardaron a extenderse a otras mujeres (obviamente mujeres) de la industria. Anita Sarkeesian, una crítica que había escrito y publicado videos sobre clichés femeninos en videojuegos, se convirtió en la siguiente víctima. Briana Wu, una desarrolladora independiente, criticó a los tarados de #gamergate y fue sujeta al mismo tratamiento de amenazas y acoso.
Durante varios meses, una turba organizada de usuarios anónimos de 4chan, 8chan, Reddit y Twitter trabajaron de forma coordinada para hacer la vida imposible a todos aquellos que osaran intentar que sus preciosos videojuegos fueran tomados por “guerreros por la justicia social” intentando “feminizar” el hobby y llenarlo de “corrección política”. Su batalla, decían, era desenmascarar la conspiración de periodistas del sector y desarrolladores afines para imponer una agenda política progresista contraria a la identidad y cultura de los jugones. Con #Gamergate, querían forzar un debate sobre ética periodística en el sector de los videojuegos.
Esto, por supuesto, es una estupidez completa, diarrea dialéctica de tarados de 4chan para disfrazar una campaña de acoso demencial contra cualquiera que les ofendiera o les pareciera gracioso destruir. Lo interesante de #gamergate fue menos el contenido o el acoso en sí, sino lo que vino después.
Política y militancia
Uno de los primeros en cubrir #gamergate desde fuera de la industria fue Milo Yiannopoulos, un impresentable psicótico que por aquel entonces escribía en Breitbart. Su jefe, Steve Bannon, no tardó en darse cuenta del potencial de #gamergate. Primero, desde el punto de vista organizativo, como modelo para reventar debates y saturar las redes con mensajes iracundos, viralizando la indignación. Segundo, y no menos importante, como un canal que permitía llegar y movilizar a votantes jóvenes que no siguen la política con un mensaje reaccionario.
Bannon y su grupito de cavernícolas radicales quizás no inventaran las turbas viciosas de internet, memecracias, acoso y derribo, ciertamente, pero #gamergate estalló en el momento exacto para sus intereses. Eran los primeros años de youtubers, creadores de contenidos y demás; es en estos días cuando el algoritmo siempre parecía acabar sirviendo contenido nazi a todo el mundo. Muchos de los “portavoces” del “movimiento” acabaron asociándose a la alt-right, y poco después, a MAGA. El cuasi-fascismo bro del trumpismo es un descendiente directo de #gamergate, al igual que las campañas de acoso e intoxicación en redes sociales que el trumpismo militante ha utilizado repetidamente.
Este movimiento, esta protesta, fue la semilla de muchas de las radicalidades que vinieron después, tanto en redes como fuera de ellas. Muchos de los militantes de #gamergate fueron instigadores del asalto a Capitolio el seis de enero del 2021.
Canales de comunicación
La parte que más me fascina de toda esta historia, sin embargo, es desde el lado de la comunicación política. #Gamergate es el primer y mejor ejemplo de la capacidad de la nueva derecha americana de hacer llegar su mensaje fuera de medios tradicionales, politizando hobbies para movilizar a nuevos votantes.
Se ha hablado mucho, tanto durante la campaña como después, sobre cómo Kamala Harris y los demócratas ganan con claridad entre los votantes que siguen la política de cerca y se informan en medios tradicionales (prensa, TV generalista, páginas establecidas), mientras que Trump y los republicanos se imponen entre los que no siguen las elecciones y dedican su tiempo a Youtube, podcasts y redes sociales.
La estrategia demócrata estas elecciones, vista con perspectiva, me recuerda a ese chiste sobre un borracho quejándose amargamente de que no encuentra las llaves de su casa mientras busca sin descanso alrededor de una farola. Cuando alguien le pregunta si ha buscado en otro sitio, que quizás las ha perdido en otro lugar, el borracho contesta que sí, quizás las ha perdido en otro sitio, pero es que bajo la farola es donde hay luz. #Gamergate fue un ejemplo pionero de la estrategia republicana de buscar votantes donde seguramente están, aunque fuera más difícil encontrarlos. Los demócratas, mientras tanto, siguen pescando desesperadamente bajo la farola de CNN y el New York Times.
Milo, Bannon y el resto de los dementes dando cursos de ética periodística metieron la guerra cultural que les convenía donde nadie estaba haciendo ruido, y acabaron por encontrar un enorme caladero de votos sin oposición alguna. La izquierda respondió con intelectuales llamando a todo el mundo machista y nunca se tomó el asunto en serio. Dos años después, Clinton se comió una campaña increíblemente hostil por su misoginia en redes sociales. Este mismo año, los demócratas andan la mar de sorprendidos de por qué no tienen a su Joe Rogan, todos los podcasts que no son “de política” hablaban bien de Trump y por qué hacer ejercicio, comer sano, los videojuegos, las apuestas deportivas o el boxeo son súbitamente de derechas. Quizás viene siendo hora de que la izquierda se tome estos canales en serio.
No toda la izquierda, por cierto, ha sido pillada por sorpresa. Mis colegas en WFP han estado montando saraos como “Real Housewives of Politics”, que han tenido cierto éxito movilizando a votantes. Hay políticos demócratas que entienden que deben estar en estos canales menos convencionales y hablar con estos influencers; Buttigieg y Fetterman son, invariablemente, los mejores en este aspecto. Pero cuando gente en teoría bien informada como James Carville se entera ahora que los medios tradicionales ya no son el mejor canal para llegar a los votantes, la verdad es que dan un poco de lástima.
Notas semi históricas
Los que me leéis desde hace tiempo seguramente sabéis que una de mis obsesiones siempre ha sido los orígenes de la primera guerra mundial. Esta semana terminé Dreadnought, de Robert Massie, un libro que cubre los años previos al conflicto, centrándose en la rivalidad naval entre el Reino Unido y Alemania.
No soy historiador, y no puedo juzgar el libro más allá de lo bien escrito que está y lo convincente que me parece, y es muy bueno en ambos aspectos. Lo que más me fascina, y es algo que siempre me sorprende de la historiografía de ese periodo, son las decenas de eventos, grandes y pequeños, que tuvieron lugar antes de la crisis de agosto de 1914, y como nadie, por aquel entonces, era capaz de juzgar su relevancia real en el camino a la contienda. Hay grandes escándalos, algunos muy sórdidos y con personajes que parecen importantísimos, como el caso Eulenburg, que quizás no eran tales - o quizás sí lo fueron, según otros análisis, pero no de la forma en que fueron percibidos entonces. Y después tienes cosas pequeñas, que parecen irrelevantes, pero acabaron importando muchísimo; Mayerling, o una entrevista del Kaiser, al azar, en un periódico inglés.
No soy de la opinión que podamos hacer demasiados paralelismos con la Europa de preguerra; una de las cosas que más me gusta es cómo explica que está escribiendo de una sociedad que es esencialmente otro mundo. Pero leer de historia, y más sobre la historia de ese periodo, siempre me recuerda que el mundo es un lugar increíblemente complicado, y que dirimir aquello que es importante y lo que no es muy difícil. “Por qué se rompió Estados Unidos” está escrito, salvando las distancias, desde esta perspectiva; a lo largo de la historia, políticos e instituciones han tomado decisiones que parecían razonables entonces, pero con consecuencias a menudo inesperadas, años después. Y lo que acaba sucediendo es, inevitablemente, el resultado de muchas de estas decisiones, y explicar cómo y por qué, aunque posible, es más complicado de lo que parece.
Vamos, que quizás el #gamergate no explica el potencial descenso de Estados Unidos hacia el autoritarismo. O quizás sí.
Mini-pausa
Este jueves es el día de acción de gracias, y como tal, jornada de familia, comida, y algo de descanso. Es también uno de los pocos fines de semana de cuatro días en el calendario laboral americano. Como (casi) cada año, vamos a aprovechar para ir a pasar unos días a Nueva York, ver un musical (Swept Away) y desconectar un poco. Esto quiere decir que voy a tomarme unos días sin escribir; desde las elecciones no he parado (ni aquí ni en el trabajo) y necesito una pausa.
La semana que viene, con suerte, estaremos de vuelta.
Bola extra
El triste, patético final de Rudy Giuliani, realmente el hombre más idiota de América.
Esto es, no es divertido. Es realmente sobre estar deprimido.
Siempre hay dos bandos a la hora de hacer algo (o màs, pero si hay más de dos suelen evolucionar màs o menos rápidamente a dos, polarizar le dicen), me refiero a grupos que están de acuerdo en algo pero discrepan en la forma de implementarlo. El adjetivo "realista" (de realidad, evidentemente) suele ser siempre el sistema de coordenadas, por descontado que todo el mundo tenemos problemas con interpretar la realidad. En este caso que nos ocupa, primero y si no estoy equivocado por los análisis que he estado leyendo, Harris lo hizo mucho mejor que la Clinton. Y Biden mucho mejor que ambas, de hecho Biden tiene la marca, creo. Por tanto no entiendo si se discute de ganar por restos o de movilizar a la gente, ambos casos han sucedido en la realidad, Biden obtuvo un resultado histórico, y Trump ganó su primera a los restos. Sí se puede movilizar a la gente, lo que no se puede es pretender movilizar con políticas incongruentes por no decir otra cosa. Ahora vienen con un alto el fuego en Líbano que buena cosa no ha de ser, si viene a estas alturas. Es que ademàs de dispararse al pie, encima dicen "no me he disparado al pie y no me seas idiota y lo digas". Esto creo que se llama "así se las ponían a Felipe II" (que total la cagaba lo mismo y por todo lo alto, el pentaquebrado).
No creo que la situación actual tenga nada que ver con la I GM, no veo casi ningún paralelismo excepto la estupidez humana, que lejos de ser infinita es muy previsible. Más bien a mí me recuerda más a otra serie de guerras estúpidas bien engrasadas ideológicamente que terminaron con la paz de Westfalia, que es el escenario adonde vamos, paralelismos los justos porque eran actores europeos y ahora los actores son globales y con trasfondos culturales mucho más dispares. Nadie en EEUU parece entender que todo el planeta están hasta los cojones de sus políticas y que se está abriendo una ventana para pasar de ellos olímpicamente, cosa que el payaso al cargo aprovechará para catalizar un colapso de primera si tenemos la suerte o desgracia según el punto de vista de que pueda terminar de joderlo todo.
Enhorabuena, creo que das en la clave de la situación actual. Pero si esto parece que está pasando en casi todo el mundo igual quizás el problema es más difícil de solucionar que simplemente darse cuenta de que esto está pasando, quizás el sistema favorece ese tipo de mensajes