El victorioso partido demócrata
Un homenaje a una de las máquinas electorales más efectivas de occidente
Si habéis estado siguiendo la política americana durante los últimos años, aunque sea de refilón, os habréis topado con artículos y titulares como estos:
Traduciendo rápido, “por qué los demócratas tropiezan con el voto de clase de trabajadora”, “el largo adiós demócrata a la clase trabajadora”, “no ignoremos el verdadero motivo de los problemas demócratas con votantes de clase trabajadora”, seguidos de un “para recuperar la clase trabajadora, los demócratas deben ajustar su puntería”, “los demócratas se desangran perdiendo el voto de clase trabajadora, dice un libro”, y “érase una vez, los demócratas sabían como apelar a la clase trabajadora”.
Esta clase de artículos se han convertido en un clásico inagotable de la mediocracia americana, especialmente a partir del 2016 con la inesperada victoria electoral de Trump. Sus linaje, sin embargo, viene de mucho más atrás, empezando con la “silent majority” de Nixon y los inefables “Reagan democrats” de los años ochenta. Su mera abundancia, y las horas y horas de expertos hablando apesadumbrados sobre los buenos viejos tiempos de cuando los trabajadores del metal apoyaban, con gesto adusto, a sus líderes demócratas, sugieren que estamos ante un partido moribundo, desconectado con la realidad, incapaz de conseguir imponerse en las urnas, eternamente condenado al fracaso.
El desastre que no llega
Si miramos las últimas ocho elecciones presidenciales, sin embargo, y analizamos quién ha ganado el voto popular, el resultado es un poco distinto:
Los demócratas serán todo lo patanes que queráis (y son muy, muy patanes), pero si hay algo que saben hacer es ganar elecciones. A pesar de sus eternos problemas con la “clase trabajadora”, son capaces de conseguir el apoyo de la mayoría de los votantes de forma consistente.
El peculiar sistema electoral americano, por supuesto, también hace que no consigan ganar la presidencia con la misma consistencia:
Incluso con este gráfico, imaginad un partido político europeo que haya sido capaz de ganar un 87,5% de las elecciones en las que ha participado desde 1992. Le llamaríamos, sin duda, un modelo de éxito. Los demócratas, incluso con sus tropiezos, merecen un cierto respeto.
La historia que merece ser contada, sin embargo, no es una oda a los gloriosos líderes demócratas, sino a la interacción entre estas dos gráficas y los titulares de arriba. Los demócratas no “pierden” el voto de la clase trabajadora camino del desastre en las urnas, sino que lo “pierden” como una estrategia racional para ganar elecciones. Y por absurdo que parezca, les ha funcionado.
Espera, ¿quién es la clase trabajadora?
Antes de empezar, es obligatorio mencionar que los comentaristas políticos americanos hablan sobre la clase trabajadora de la misma manera que un niño de siete años describe un dinosaurio: saben que existe, están convencidos que eran la mar de importantes pero sus conocimientos científicos o experiencia de primera mano sobre el tema deja mucho que desear. Definir la “clase trabajadora”, a estas alturas del siglo XXI, es bastante difícil, pero el debate sobre el tema en los medios de este país es demencial.
En general, en la mayoría de artículos que os encontraréis, “clase trabajadora” es una manera de decir “hombre blanco sin educación universitaria”. Si tenéis un poco de suerte, el artículo incluirá hombres y mujeres blancos, y si el comentarista es especialmente rumboso, quizás ponga a latinos y negros en el mismo saco. Las conclusiones sobre el hundimiento demócrata se vuelven cada vez menos resultonas según vas añadiendo grupos, así que leed los datos con cautela. Aun así, es cierto que los demócratas han visto una progresiva erosión del voto entre aquellos que no tienen educación superior, provocando todos esos grandes aspavientos de los expertos.
Si miramos a estos votantes con ciertos detalle, no obstante, veremos que no son un grupo homogéneo. El subgrupo más republicano son gente que tienen ingresos considerables (más de $100.000 anuales) y tienen un pequeño negocio; es decir, propietarios de un taller, una empresa de jardinería, un concesionario o un restaurante. La pequeña burguesía de toda la vida, aunque este concepto a los comentaristas se les escapa totalmente. Los votantes con pocos ingresos y malos empleos siguen votando demócrata, aunque suelen abstenerse mucho más a menudo.
A medio camino hay una auténtica montaña de votantes que puedes meter en múltiples categorías (granjeros, obreros industriales, encargados de almacen, camioneros, electricistas, instaladores, jubilados….) que se decantan por uno u otro partido por múltiples motivos, desde religión a nivel de ingresos o preferencias culturales. Delimitar exactamente qué es un votante de “clase trabajadora” es harto complicado, y os garantizo que los artículos de arriba no lo hacen nunca.
Así que, a pesar de los pesares, vamos a volver al punto de partida: votantes sin educación universitaria, sobre todo blancos.
El nuevo caladero demócrata
Allá 1988, los demócratas se estrellaron en unas elecciones presidenciales por tercera vez consecutiva. El partido no había ganado unas elecciones con claridad desde 1964; Jimmy Carter necesitó el escándalo de Watergate1 para imponerse en 1976. La única derrota mínimamente ajustada fue la de 1968.
Detrás de estas derrotas estaba, por descontado, nuestro buen amigo Richard Nixon, su estrategia sureña, y sus apelaciones a “valores culturales” (cof, racismo, cof) para recuperar el voto republicano en el sur. La coalición resultante (sureños racistas, norteños moderados) resultó ser imbatible durante décadas; los demócratas ganaban el voto “trabajador” (esto es, no universitario) en agregado, pero la abundancia de voto racial resentido en el sur hacía que el margen fuera demasiado escaso. Los republicanos, mientras tanto, sacaban enormes mayorías entre el voto “acomodado” (universitarios2), permitiéndoles monopolizar la presidencia.
Tras dos décadas de morrazos recurrentes, el partido demócrata finalmente decidió experimentar un poco3. En vez de apelar al voto de “clase trabajadora”, empezó a dirigirse de forma más decidida al votante con educación universitaria. La campaña de Clinton fue, en muchos aspectos, lo de “conservador en lo económico, liberal en lo social” del tópico con varios apuntes de ley y orden y combatir el crimen, que esos días estaba fuera de control. La estrategia implícita era revertir la ventaja estructural del partido en el sur a base de romper la hegemonía republicana atrayendo votantes moderados en el norte y la costa oeste. El partido no consolidó definitivamente sus mayorías electorales hasta el 2008, cuando Obama añade a esta coalición el voto latino, creando la “coalición multicultural ilustrada” que ha definido el partido desde entonces.
Una estrategia exitosa
Los demócratas adoptan y consolidan esta estrategia primero, porque les sirve para ganar elecciones, y segundo, porque es probable que sea la única manera factible para poder hacerlo.
Volvamos a esa bonita tradición americana de darle la presidencia (dos veces) al partido menos votado. La coalición post-nixoniana tenía, entre sus múltiples virtudes, ser geográficamente muy eficiente. Los republicanos ganan con facilidad en los estados rurales, especialmente en el sur, que era más pobre y rural. El sistema constitucional americano sobrerrepresenta a estos estados, tanto en el legislativo (el senado) como en el colegio electoral. Esto quiere decir que el votante mediano en Estados Unidos, el tipo que te da la mitad más uno del electorado, no es el mismo que el votante mediano en el colegio electoral, que está considerablemente más escorado hacia la derecha4.
La única forma que tienen los demócratas de competir de forma eficaz es buscar desesperadamente esos votantes moderados, especialmente en los estados que están un poco a la derecha del centro en Estados Unidos (Arizona, Wisconsin, Pensilvania, Georgia, Michigan, Nevada…). Esto quiere decir ganar en los suburbios de las ciudades grandes de cada estado (Phoenix, Milwaukee, Filadelfia, Atlanta, Detroit, Vegas), apelando a las preocupaciones de gente con renta media-alta y educación universitaria.
Por supuesto, es posible que un mensaje populista tambien les sirviera para ganar elecciones; algo parecido a Bernie Sanders o John Fetterman, cada uno a su estilo. Los demócratas temen, sin embargo, que muchos de los votos ganados entre “trabajadores” (insisto en las comillas porque la definición sigue siendo nebulosa) vengan del sur, pero sin ganar estados nuevos, y no les den votos suficientes en esos estados justo a la derecha del centro que tanto necesitan. No que quieran correr el riesgo, ya que la estrategia de suburbios + minorías les ha servido para ganar de forma consistente.
Lo que nos queda es un sistema político donde el partido “de izquierdas” se ve forzado a moverse muy al centro para ser competitivo, y el partido conservador consigue aumentar su apoyo entre la “clase trabajadora” desencantada con la moderación demócrata, pero pierde constantemente. No me extraña que todo el mundo esté tan desencantado con el sistema de partidos.
Bolas extra
En el libro (que sale en apenas un mes) explico todo esto mucho mejor.
Los demócratas han conseguido recuperar el escaño ocupado por George Santos.
No voy a hablar demasiado sobre el impeachment al secretario de seguridad nacional, Alejandro Mayorkas, porque los cargos son nulos (básicamente, los republicanos no están de acuerdo con su gestión) y tiene cero posibilidades de prosperar en el senado.
Beyonce, artistas negros, y su exclusión de la música country.
Tras trabajar de forma incansable para que el GOP bloquee la ayuda militar a Ucrania, Donald Trump dice ahora que Biden le “dará” Ucrania a Putin. Hacer campaña contra un tipo que es absolutamente incoherente, nunca se preocupa lo más mínimo de ni siquiera fingir que dice la verdad y al que todo le importa un comino es complicado.
Nótese que este ataque de jeta absoluta ha recibido este nivel de atención en el NYT:
Aunque meter a un maestro de escuela y a un banquero de Wall St en el mismo saco es absurdo, pero ese es el “análisis” que abunda por aquí.
Esto es una abstracción; los partidos americanos más que “decidir” van probando cosas al azar. En el libro lo explico con detlle.
Probablemente entre tres y cuatro puntos; esto es, el GOP podría ganar presidenciales perdiendo el voto popular 48-52. Y de hecho, casi lo hizo el 2020.