Ayer por la tarde, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos anunciaba que iba a estimar el recurso de Donald J. Trump sobre inmunidad presidencial.
Si recordáis, Donald Trump iba a ir a juicio este mes de marzo, acusado de cuatro delitos relacionados con su intento de golpe de estado del 2020/2021. El expresidente quiere evitar por todos los medios ser condenado antes de las elecciones. Su estrategia de defensa, conocida y obvia, es poner tantos palos en la rueda como sea posible para aplazar el juicio, poder ganar los comicios, y o bien pedir a su fiscal general que retire los cargos, o bien indultarse a si mismo de todos los delitos.
Tras meses de pataletas y artimañas legales, el equipo de abogados de Trump acabó por utilizar su último cartucho: alegar que encausar a un expresidente es inconstitucional, ya que todos sus actos cuando estaba en el poder gozan de inmunidad presidencial completa. Es un argumento absurdo, y cualquiera que lea la constitución sin ser excepcionalmente lerdo, interesado o cínico llegará a la conclusión que la teoría legal esgrimida por sus letrados es una estupidez. Dado que de prosperar el recurso, sin embargo, no habría juicio posible, por motivos procesales debe ser resuelto antes que cualquier otro trámite legal. Trump pidió a la juez del caso que lo evaluara, y le dijo que no, recurrió al tribunal de apelaciones, y estos concluyeron también que podía ser encausado. Es un caso obvio, pero eso no impidió otro recurso, esta vez al Supremo.
El alto tribunal no tiene obligación alguna de tomar en consideración el caso. Simplemente, podían haber leído la excelente argumentación de la corte de apelaciones, decidir que era correcta, y dado que no hay ninguna otra sentencia en ninguna parte del país que esté en contradicción con ella (porque los presidentes no solían cometer delitos penales), dejarla en vigor. De hacer esto, los trámites judiciales podrían haberse reanudado de inmediato, y Trump probablemente se sentaría en el banquillo de los acusados en junio.
El Supremo, sin embargo, ha hecho lo contrario: van a evaluar el caso, fijando la vista oral para el 22 de abril. Es decir, el caso será revisado sin la más mínima urgencia, siguiendo el calendario habitual del tribunal; es muy probable que no haya un dictamen en firme hasta el verano. En caso de retirarle la inmunidad, Trump seguramente podrá aplazar el juicio hasta septiembre o incluso más allá. Es muy, muy, muy dudoso que pueda haber un veredicto de un jurado antes de las elecciones.
Es decir: con una pequeña comunicación judicial, sin argumentación alguna, el tribunal supremo básicamente ha decidido que Donald Trump, de ganar las elecciones, no sufrirá consecuencia alguna por sus crímenes federales. Y lo harán para decidir un caso en el que uno de los jueces del tribunal de apelaciones preguntó a los abogados del presidente si el jefe del ejecutivo podía envíar al SEAL Team 6 a asesinar un rival político y gozar de inmunidad penal, y estos respondieron que bajo su teoría legal, podía hacerlo.
Lo más probable es que el Supremo diga que la inmunidad presidencial no es absoluta, aunque sea para evitar que Joe Biden bombardee Mar-a-Lago dos días después. Lo que parece más que obvio, sin embargo, es que la supermayoría conservadora en la corte (6-3) han decidido hacerle un favor colosal al candidato republicano de cara a noviembre, y que si con ello van a permitir que un tipo que va por el mundo diciendo abiertamente que quiere ser un dictador no vaya a juicio por dar un golpe de estado, pues mira, cosas que pasan.
Es un escándalo en toda regla, y tiene un único culpable: Mitch McConnell, el líder de la minoría republicana en el senado, que ayer anunció que dejará el cargo en noviembre.
McConnell y los jueces
Desde el mismo momento en que fue escogido como líder del GOP en el senado allá por el 2007, Mitch McConnell ha tenido dos objetivos principales. Primero, bajar impuestos a los ricos, el pasatiempo favorito del partido republicano desde siempre. Segundo, y más importante, nombrar jueces conservadores en el tribunal supremo, con el el fin último de derrogar Roe v. Wade y eliminar el derecho federal al aborto.
Lo de bajar impuestos sólo lo pudo hacer una vez el 2017, con Trump en la Casa Blanca. Lo segundo también parecía complicado, ya que el GOP procedió a perder las presidenciales del 2008 y 2012. Eso, sin embargo, no desanimó al bueno de Mitch.
Durante sus dos mandatos, Obama tuvo tres vacantes en el supremo. Las dos primeras fueron para substituir a dos jueces progresistas, Souter y Stevens, manteniendo el equilibrio de fuerzas en la corte intacto. La tercera se abrió el 13 de febrero 2016, en el último año de su mandato, tras la muerte del muy conservador Antonin Scalia. Los republicanos habían recuperado la mayoría en la cámara el 2014, en una elecciones desastrosas para los demócratas. En Estados Unidos, los jueces son nominados por el presidente y confirmados por el senado; la tradición, respetada durante más de doscientos años, es que si el candidato al cargo no es extremista o un patán inaceptable la cámara alta aceptaba su nombramiento.
Ese año, sin embargo, Mitch McConnell decidió que no importaba quién nombrara Obama, no iba a someterle a votación. Era un año electoral, decía. Los votantes iban a escoger un nuevo presidente en diez meses; lo justo era darles la oportunidad de que decidieran quién iba a nominar a un juez para un cargo vitalicio. No importaba que el electorado había reelegido a Obama el 2012 para que hiciera precisamente eso durante los siguientes cuatro años; McConnell era el líder del senado, y era él quien decidía si el nombramiento sería sometido a votación. El supremo tuvo un puesto vacante durante más de un año.
La apuesta de McConnell, por supuesto, dio resultado. Aunque Donald Trump perdió el voto popular en las presidenciales, una carambola electoral sin predecentes acabó dándole la presidencia. Una vez en el cargo, cedió las riendas a McConnell, que procedió a confirmar al muy conservador Neil Gorsuch inmediatamente después. Trump tuvo otra vacante poco después, con la jubilación del moderado Anthony Kennedy, dándole dos nombramientos a un tipo que había perdido las elecciones.
Quedaba una guinda final. El 18 de septiembre del 2020, es decir, a menos de dos meses de las elecciones, fallecía Ruth Bader Ginsburg, del sector progresista. McConnell, como líder la mayoría en el senado, se olvidó por completo de todos los argumentos esgrimidos contra Obama cuatro años antes, y procedió a confirmar su sucesora a todo correr. El 27 de octubre, a seis días de unas elecciones presidenciales, el senado le daba el cargo a la ultracatólica Amy Coney Barrett1.
¿Esa mayoría de seis jueces conservadores que le han dado una victoria crucial a Trump? Mitch McConnell es su principal arquitecto. La vacante de Scalia hubiera dejado el tribunal con cinco progresistas y cuatro conservadores, McConnell mantuvo la corte 5-4 para el GOP. La de RBG hubira mantenido el tribunal 5-4; McConnell lo convirtió en un 6-3. He mencionado el aborto; como explicaba el lunes, esta será, a buen seguro, la primera de un largo reguero de sentencias espantosas reinterpretando la constitución de forma reaccionaria.
El movimiento conservador americano ha entendido siempre que el Supremo de los Estados Unidos no es un tribunal constitucional al uso, sino que siempre ha funcionado como una especie cámara legislativa de tercera lectura, capaz de invalidar o reescribir leyes del congreso, derechos fundamentales, o cualquier cosa que se les ocurra. Sus nombramientos son vitalicios, así que sus mayorías suelen alargarse durante décadas, y más aún cuando sus magistrados suelen esperarse a abandonar el cargo hasta que el ocupante de la Casa Blanca sea de su partido.
Una mayoría 6-3 es, a efectos prácticos, una ventaja insuperable, y será casi inamovible hasta bien entrado este siglo. Los tres jueces confirmados por McConnell garantizan que su visión de Estados Unidos e ideas políticas van a persistir hasta mucho, mucho después de que el buen hombre esté criando malvas.
El hombre que destruyó el senado
El legado más importante de Mitch McConnell serán sus jueces, pero su impacto nefasto en la historia política americana va más allá. Tras la victoria electoral de Obama el 2008 en plena crisis financiera, con la economía en barrena y el desempleo subiendo a cotas nunca vistas, McConnell dijo que su principal objetivo, como líder de la oposición, era que Obama no fuera reelegido. Aunque el filibusterismo en el senado había sido utilizado en el pasado, fue McConnell el que instauró la práctica de bloquear cualquier ley que no tuviera sesenta votos (tres quintas partes de la cámara) de manera sistemática.
Los demócratas tuvieron esa clase de supermayoría durante apenas 7-8 meses el 2009 (hasta la muerte de Ted Kennedy), y sacaron adelante una auténtica montaña de legislación, incluyendo la ley de sanidad. Una vez la perdieron, la producción legislativa se frenó en seco, y los republicanos incluso se dedicaron a bloquear nombramientos para cargos en la administración Obama hasta forzar a los demócratas a eliminar el filibusterismo para todas las nominaciones excepto para jueces del supremo2. Si os habéis preguntado alguna vez por qué Estados Unidos es tan ingobernable y tiene un poder legislativo tan disfuncional, dadle las gracias a Mitch.
Que el partido acabara escogiendo a un cretino sin aprecio alguno a reglas e instituciones el 2016 no fue un accidente. El partido llevaba una década dándole patadas a la constitución sin el más mínimo remordimiento.
La cobardía de Mitch
Tras el intento de golpe de estado de Trump y el asalto al congreso, los demócratas en la cámara de representantes lanzaron un impeachment de última hora contra el presidente. McConnell siempre ha detestado a Trump, al que considera un tonto útil que le ha permitido nombrar jueces, y esos días habló indignado sobre su nefasta influencia y sus intentos de invalidad el resultado electoral. Lo que no hizo, sin embargo, fue someter el impeachment a votación antes de que su mandato terminara, sino que lo retrasó hasta que Biden tomara posesión.
El senado podía votar a favor del impeachment, y con ello, inhabilitar a Trump para ocupar cualquier cargo público. McConnell decidió votar en contra, y con ello, arrastró a muchos legisladores con dudas del GOP a proteger al expresidente. En el discurso tras el juicio en el senado, McConnell habló sobre cómo los actos de Trump debían tener consecuencias penales, y habló con energía sobre cómo los tribunales ordinarios debían investigar y condenar al expresidente.
Tres años después, esos jueces por los que tanto luchó McConnell en el Supremo quizás sean quienes permitan que ese hombre al que tanto desprecia vuelva a la presidencia.
Un legado tóxico
Estos días veréis artículos hablando sobre el McConnell estadista, el McConnell líder del GOP, el McConnell que ha pactado con demócratas. Se hablará de él como un genio capaz de domar a su grupo parlamentario en el senado, en contraposición al caos constante de la cámara de representantes.
La realidad es que Mitch, con su cinismo, su falta de escrúpulos y su falta de respeto por las instituciones ha hecho más por romper las instituciones americanas que casi cualquier político americano desde Nixon; quizás incluso más que Trump. McConnell no tiene un legado de leyes; tiene un legado de jueces, instituciones rotas, y permitir que el hombre que dio un golpe de estado y envió una masa enfurecida que intentó matarle al Capitolio esté a dos pasos de ser el candidato del GOP a la presidencia.
Hará mucha compañía a Henry Kissinger en el infierno, sin duda.
Bola extra: presentando el libro
A mediados de marzo voy a estar por España para presentar mi libro “¿Por qué se rompió Estados Unidos? Populismo y Polarización en la Era Trump”, que ya podéis encargar y reservar en vuestra librería favorita.
Si queréis escucharme y verme hablar sobre su contenido, el lugar que ocupa Mitch McConnell en esta triste historia, y por qué Trump existe, podéis hacerlo en:
Barcelona: viernes, 15 de marzo, 19:00, Librería Obaga, C/Girona, 179.
Madrid: martes, 19 de marzo, 19:00, Librería Antonio Machado3, Pl. de las Salesas, 11.
Espero que podáis venir uno de esos días. Si salen más eventos y actos de presentación os mantendré informados. Por lo que comentan, el libro ha quedado la mar de bien.
El supremo, de forma un tanto inexplicable, ha tenido durante muchos años sólo jueces católicos o judíos. Ketanji Brown Jackson, nombrada por Biden, es la primera protestante en la corte desde la jubilación de Stevens el 2010.
McConnell la eliminó el 2017, para nombrar a Kavanaugh por 51 votos raspados.
Si mal no recuerdo fue allí donde presentamos La Urna Rota con Politikon hace diez años. Publico libros al ritmo que Kubrick filmaba películas.
Uff, es desolador. Ojalá sea posible un Four Freedoms que dé razones para el optimismo sobre el futuro de Estados Unidos y con él del resto del mundo