Creo que fue mi primer o segundo año en New Haven cuando, hablando sobre el tradicional partido de fútbol americano entre Harvard y Yale, alguien me invitó a un “tailgate”. La palabra me era completamente desconocida, más allá de la vaga idea de que era un componente de un coche (más concretamente, la puerta trasera abatible del espacio de carga de una pickup), y dada su significado literal (“verja de cola”) me pareció la mar de confusa1. Ante mi mirada perdida, mi interlocutor se extrañó que en Europa no hacíamos tailgating, y me explicó, pacientemente, en qué consistía esta costumbre americana.
Un tailgate es una fiesta con amigos y conocidos antes de ver un evento deportivo. Lo que hacen es acercarse al estadio dos o tres horas antes del partido, aparcar cerca del recinto, sacar una mesa, sillas, neveras, barbacoa, altavoces, sombrillitas y lo que sea, y beber y comer alegremente antes de que entrar al campo. El tailgate se refiere a la puerta de la pickup porque la idea es hacerla alrededor de tu vehículo, y las pickup son perfectas para traer todo lo necesario para montar una fiesta.
Si os preguntáis dónde está la pickup, la respuesta es muy simple: en el aparcamiento que rodea el estadio. Es decir, montar una fiesta con amiguetes en esos enormes, colosales mares de asfalto que suelen rodear cualquiera de estos edificios en Estados Unidos.
Esta no es una costumbre, además, de cuatro frikis o gente extraña. Lo del tailgating es una costumbre muy extendida; un sondeo reciente señala que al menos un 80% de americanos va a una tailgate al menos una vez al año. Hay estadios famosos por su cultura de tailgating, un mercado gigantesco de accesorios para tu SUV o pickup para tailgates, montones de páginas dedicadas a ello, y juegos, actividades, y divertimentos con alcohol para pasar el rato en ellas. Un 78% de los tailgaters se llevan un grill para cocinar (hamburguesas, salchichas, bacon… Hay todo un ritual y especialidades regionales), y se montan unas parrandas colosales que pa qué.
La costumbre, como muchas costumbres deportivas, nació precisamente en New Haven, en uno partido entre Yale y Harvard en 1904. Yale Field (y su estadio sucesor, el enorme Yale Bowl2), estaba en Westville, separado de la ciudad por el enorme (y precioso) Edgewood Park. En estos tiempos, la mayoría de asistentes a los partidos acudían al estadio en tranvía, pero algunos avispados decidieron ir temprano, llevar toldos y comida, y montarse una fiesta antes de empezar, evitando las bulliciosas multitudes alrededor del campus.
La idea se extendió con rapidez, con picnics muy alcoholizados fuera de estadios universitarios. No fue hasta después de la segunda guerra mundial, con la motorización del país y la proliferación de recintos diseñados por y para el coche, cuando los tailgate se “militarizan” y vemos las extravagancias actuales.
Hay varias cosas que me parecen fascinantes de todo este asunto. Primero, la idea de que alguien puede montar una fiesta alrededor de un coche en un mar de asfaltado rodeado de otros coches con gente también montando su fiesta ahí aparcados me parece extrañísima. La única vez que he ido a una tailgate acabé bastante convencido que esa era probablemente mi versión del infierno; es la forma más antinatural de montar una fiesta al aire libre que se me ocurre.
Segundo, los americanos beben mucho antes y durante eventos deportivos, y nunca (o casi nunca) pasa nada. La relación que tienen con el deporte es bastante más relajada y menos tribal que la que vemos en Europa. Se lo toman todo con mucha más calma.
Tercero, y más importante, el tailgating es una de esas costumbres “sociales” nacidas de decisiones de políticas públicas. Pongamos, por ejemplo, el NGR Stadium, hogar de los Houston Texans, y considerado uno de los mejores lugares de tailgating del país. Este es el aspecto que tiene el edificio y sus alrededores:
Podéis buscarlo en el mapa aquí, y buscar algo remotamente cercano a este estadio donde pasar el rato que sea accesible para un peatón. O buscar, sin más, una calle con un bar cerca. Recordad que las calles son todas así de acogedoras. Otro estadio famoso por sus tailgates es Arrowhead, en Kansas City. El entorno es, si cabe, aún más hostil para seres humanos:
Hay ciudades que tienen sus estadios en lugares medio normales, en barrios con escala más o menos humana y acceso con transporte público. Los dos grandes clásicos del beisbol, Wrigley Field (Chicago, abierto en 1914) y Fenway Park (Boston, 1912), están situados en zonas densas y con vida alrededor3, tienen bares, terrazas y calles llenas con gente paseando y divirtiéndose antes de los partidos. Las ciudades que han optado por construir sus estadios en zonas parecidas (Camden Yards en Baltimore, Oracle Park en San Francisco) tampoco tienen tailgating, sino una cosa más o menos racional y civilizada.
Es decir: no es que a los americanos les guste esto de hacer fiestas como bárbaros en estepas pavimentadas. Simplemente, los urbanistas del país no les han dado nada mejor, así que acaban sumidos en la barbarie.
La única defensa posible para el tailgating, en todo caso, es que los estadios de fútbol americano se utilizan muy poco a lo largo del año. La temporada regular de la NFL dura sólo 17 partidos, así que tienes al equipo local llenando el estadio 8-9 veces al año, quizás 10-12 si llegan lejos en los playoffs. Fenway o Wrigley se benefician de que la temporada de beisbol se alarga 162 partidos durante seis meses. Tener un estadio con 70.000 localidades en una zona concurrida de la ciudad sin actividad alguna 44 fines de semana del año es un desperdicio considerable, y dado que en este país no han descubierto aún el fútbol europeo para mantenerlos en uso todo el año, tiene cierto sentido construirlos a parir del centro en medio de la nada.
Pero claro, eso no disculpa la montaña de estadios de beisbol y pabellones de NBA y hockey (ambas ligas con montones de partidos en recintos que pueden albergar ambas competiciones y otros eventos) rodeados de enormes aparcamientos también. Simplemente es mal urbanismo.
Un poco de política
Sólo algunas notas breves sobre la campaña presidencial, ahora que las cosas se han calmado un poco.
Kamala Harris será la candidata demócrata, sin duda alguna. Como dije el lunes, nadie se atrevió a presentar una candidatura alternativa, y los delegados de la convención rápidamente anunciaron su apoyo. No es la candidata perfecta, pero es la opción más natural.
Muchos comentaristas y reporteros están muy tristes de que Harris haya consolidado apoyos con tanta rapidez. Se morían de ganas de una pelea titánica por el alma del partido demócrata en la convención, en directo, con las cámaras, haciendo historia. Imaginad las audiencias. Los demócratas, por supuesto, han hecho lo más racional, que es ahorrarse una batalla del que todos sabían el ganador. Saben que los medios quieren conflicto, pero que los votantes quieren orden.
Los sondeos, por ahora, dan algo de movimiento hacia Harris, algo que es bienvenido después de semanas de caída libre (relativa) de Biden. Digo relativa porque pasamos de -1 a -4, apurando mucho; incluso este mes desastroso sólo ha provocado tres puntitos de descenso.
Sin tener ninguna muestra decente post- cambiazo, no hagáis caso a las encuestas hasta mediados de la semana que viene. Mi predicción es que, con suerte, los demócratas habrán empatado, algo que sin ser extraordinario les dejará, a 100 días de las elecciones, con opciones de ganar. Tienen la convención (que será una buena presentación para Harris) y como mínimo otro debate presidencial, más una nominación presidencial que puede ayudarles.
Lo poco que tenemos en encuestas señalan dos detalles importantes. Primero, Harris puede ganar terreno en el voto joven (que Biden había perdido bastante), consolidar el voto afroamericano y cerrar la hemorragia con el voto latino. El voto “asiático” (que engloba a medio planeta, pero así va el censo) tiene también margen de mejora. Segundo, es posible que algunas de las ganancias de Biden respecto a Hillary en el voto blanco se difuminen, así que el riesgo de ganar en un lado y perder en el otro es real. El contexto del 2016, con una mujer como candidata (y alguien detestada por muchos, como Clinton) es bastante distinto al del 2024, pero veremos como evoluciona.
El tema de la edad del candidato, por supuesto, ha desaparecido. A la prensa sigue sin preocuparle que Trump parezca estar cada vez más perdido.
Sobre la estrategia republicana para atacar a Harris hablaremos otro día; aún están intentando coordinar un mensaje. Trump parece oscilar entre intentar colgarle todas las decisiones impopulares de Biden, decir que ha llegado al cargo por ser la cuota de mujer y negra, acusarla de haber ocultado la senilidad del presidente, llamarla loca progre de California y mofarse de cómo se ríe. Pueden ser medio efectivas, porque los medios siempre insisten en tratar los ataques de Trump como obras maestras, no insultos histéricos.
Kamala Harris parece estar disfrutando dando mítines y hablando en la campaña. Es algo digno de ver, tras tantos años de un hombre naranja enfurecido y un señor mayor durmiéndose. También quiere decir que, con suerte, podrá responder a ataques mejor que Biden.
Joe Biden dio un discurso televisado ayer explicando por qué no va a presentarse a la reelección. No dijo nada nuevo ni se explicó demasiado; repitió mensajes de campaña, pero poco más. También pareció muy, muy viejo, justificando su salida mejor que sus palabras.
O que quizás me estaba pidiendo alguna cosa indecente.
Cuando abrió, en 1914, con sus 71.000 localidades, era uno de los estadios más grandes del mundo, y sólo utilizado para deporte universitario. Han reducido la capacidad a 61.000, pero sigue siendo enorme.
Fenway tiene una autopista urbana detrás, pero relativamente bien oculta.
Botellón de toda la vida
El tema de las tailgates me lleva a una reflexión.
En el año 2019 estuve en Foxboro, realizando la peregrinación que todo aficionado a los Pats tiene que hacer una vez en la vida. Fue la última temporada de La Cabra con nosotros y jugamos un TNF contra los Giants.
La cuestión es que el partido empezaba a las 20:30 y ya a las 15:30 había gente en los aparcamientos alrededor del campo montando sus paraetas, los cual me sorprendió porque estamos hablando de un día entre semana, con gente que a media tarde ya se había ido de sus trabajos para estar en el campo bebiendo cervezas sin parar hasta que empezase el partido 5 horas después y durante las tres horas del mismo. ¿No se supone que los americanos trabajan muchas más horas que los decadentes europeos?
P.D. El caso de Foxboro supongo que será una de las pocas excepciones al escaso uso de los estadios de la NFL por ser tambíén el hogar del equipo de scoccer de Don Roberto.