El dilema popularista
Los demócratas están de acuerdo en que están perdidos. Pero no cómo ni dónde.
David Shor es uno de esos famosos de Twitter que es sólo conocido entre aquellos completamente obsesionados con la política americana. Su fama empezó pronto, blogueando sobre datos y encuestas sobre las presidenciales del 2008, cuando tenía 16 años. Su buen ojo y capacidad de síntesis hizo que fuera reclutado por la campaña presidencial de Obama en el siguiente ciclo, preparando unos de los informes diarios más importantes para marcar su estrategia.
Tras la victoria de Obama, Shor siguió el camino tradicional de los consultores de élite en campañas presidenciales, pasando a trabajar en una empresa privada de sondeos de prestigio, Civis Analytics. Shor pasó a un segundo plano hasta el año pasado, cuando, en plena oleada de protestas tras la muerte de George Floyd, cometió la imprudencia de citar en Twitter un estudio de Omar Wasow que señalaba que en las presidenciales de 1968 los demócratas sacaron de media dos puntos menos en los condados donde hubo disturbios violentos tras el asesinato de Martin Luther King.
Una cita inocente, pero una turba de activistas furibundos se le echó encima, hasta el punto de asustar a Civis lo suficiente como para despedirlo… y hacer que Shor se hiciera inmediatamente mucho más famoso, poniéndole en el centro del debate estratégico en el partido demócrata. Por fortuna, el tipo es muy listo, así que vale la pena repasar el debate un poco, ya que de él depende la estrategia demócrata en los próximos años.
La teoría de David Shor
La tesis principal de David Shor es que el partido demócrata está atrapado en una cámara de resonancia de activistas, consultores, obsesos por la política y empleados excesivamente woke. En su opinión, el partido en los últimos años (empezando allá por el 2014) está cada vez más obsesionado con cuestiones identitarias, desde derechos sexuales a inmigración o discriminación racial. La insistencia de los activistas y flanco izquierdo del partido en hablar todo el santo rato sobre pronombres, las atrocidades de Cristóbal Colón, supremacismo blanco, heteropatriarcado y demás temas típicos de la “religión” woke (que no tiene nada de nueva - es fruto de la tradición mesiánica de la política americana) quizás motive a los universitarios progres de ONGs y fundaciones cercanas al partido, pero provocan que las bases tradicionales del partido (a saber, gente sin estudios superiores de clase obrera) se sientan excluidos, cuando no acusados de ser la fuente de todo mal.
Esta teoría ha sido recibida con entusiasmo por una parte significativa del partido, especialmente el ala más moderada - básicamente porque les da la razón. “Defund the Police” y toda esa palabrería estilo latinx, pronombres, y recordar a los ancestros nativos emocionará a los activistas, pero para un obrero de GM de Ohio al que le han cerrado la fábrica le parecerá una sarta de chorradas. El partido tiene que hacerse menos identitario, hablar más como seres humanos, y apelar a la gente normal, sin paridas postmodernas. Hablar mucho de lo que los votantes dicen estar a favor, poco de lo que los votantes recelan.
Esta idea revolucionaria ha recibido el nombre (un tanto sarcástico) de popularismo, y está en el centro de todas las guerras internas demócratas estos días.
A favor de Shor también juega que, si miras los datos demográficos en 2016 y 2020, el electorado demócrata parece haber cambiado de forma considerable. El partido ha perdido apoyo a patadas entre votantes blancos sin educación universitaria, y ganado votos a mansalva entre votantes blancos con educación superior. Incluso entre votantes de color, esta polarización del voto según niveles educativos es cada vez más clara. Esta tendencia, por cierto, es también visible en prácticamente todas las democracias occidentales, como señala este estudio recién salido del horno de Gethin, Martínez Toledano y Piketty. Estados Unidos va por delante, pero la tendencia es clara:
En España, por cierto, la tendencia es algo menos marcada, y el único país que parece ir en dirección contraria es Portugal.
Los límites del popularismo
Supongo que esperaréis que, como alguien que ha expresado cierta exasperación con el lenguaje estrafalario de la izquierda a veces y las obsesiones peculiares de las fundaciones progresistas, esté bastante de acuerdo con Shor. Es más, culpé la derrota de Bernie Sanders en las primarias del año pasado en gran medida en su obsesión por atraer el voto latino, negro, femenino, LGBTQ, etcétera, etcétera hablando de temas identitarios.
Pero como siempre que ves una teoría que parece que te da la razón, lo primero que debes hacer es parar, mirar los datos con calma, y comprobar si te gusta porque te suena bien o porque las cifras cuadran. El problema para Shor es que los números dan, siempre y cuando los cosas a martillazos antes.
Pongamos, por ejemplo, un estudio que Shor ha publicado hace poco sobre el cheque infantil. La teoría para muchos (entre los que me incluyo), es que lo mejor que pueden hacer los demócratas es hacer el cheque (un pago mensual por hijo), tan universal como sea posible, excluyendo sólo a las rentas más altas. Shor, sin embargo, dice lo contrario; un programa así, sin límites de renta, está en 49-51 de aprobación, y la cifra mejora marcadamente si bajas el límite.
El problema es que esta “mejora marcada” baja muy, muy lentamente según el límite de ingresos. Si se pone el límite en familias que ganen $125.000 al año, se queda en 50-50; sólo se queda en positivo si bajas de $75.000 (52-48).
Mirando el diseño de la encuesta, es fácil ver que la progresión no es tanto debido a una respuesta considerada del votante, sino que simplemente la pregunta se plantea como una “subasta a la baja”. La propuesta, además, se explica diciendo que viene del partido demócrata, algo que inmediatamente hará que la mitad de los encuestados la vean de forma negativa, porque el partidismo es así de maravilloso.
El gran problema de los datos de Shor es que sus sondeos (cuando da cifras) sobre retórica woke y apoyo a los demócratas casi siempre salen de encuestas donde cambiando la formulación de la pregunta los resultados pueden variar mucho, y siempre parecen partir de diferencias de 3-5 puntos que insiste que son cruciales. Por mucho que el marco mental parezca lógico y que la explicación de Shor suene coherente, siempre acabo con la sospecha que estamos rondando problemas de diseño de cuestionario y márgenes de error un poco demasiado cerca.
El falso centro de la política americana
Como todas las historias sobre voto y electorado que parecen sencillas y fáciles, el modelo de Shor se topa con que las cosas son un poco más complicadas de lo que parecen. Este artículo de Ian Haney Lopez repasa las más obvias, pero vale la pena repasar algunas ideas claves.
La primera, y más importante, es que el votante moderado no existe. Es fácil creer o pensar que el electorado es este continúo parsimonioso entre señores de derechas reaccionarios, señores de derechas católicos, señores de derechas liberales, moderados, izquierda moderada, socialistas de toda la vida, y comunistas que hacen biodanzas, pero la cosa es un poco más complicada. Los tipos que están en medio, los que cambian de partido de vez en cuando, son gente que no sigue la política, no tiene ideas demasiado formadas, y que cuando las tiene a veces son unos fascistas de narices. La gente más autoritaria del electorado occidental son estos centristas, insisto; son la gente más propensa a la anti política.
Esto quiere decir que, si eres un partido de izquierdas, “moderarte” quizás no te sirva para nada, porque lo que la gente en el medio quiere no es “estado de bienestar, pero menos”, sino que quiere “sanidad pública universal y fusilar de forma sumarísima a los que pintan grafitis en trenes”. Estos votantes lo del feminismo les parece una rareza, pero ni saben que esos debates existen. No son ideólogos; basan su voto en afinidad identitaria y confianza en el político, no en su programa.
Como señala Haney, Shor acierta al decir que los demócratas, en su infinita torpeza, a menudo lanzan mensajes que parecen dirigidos a ofender la identidad de estos votantes. Ir por el mundo hablando sobre “los problemas de la identidad blanca” no te hará amigos entre gente blanca que pasa de la política y que de golpe estás diciendo que el desastre que es el país es su culpa, ciertamente.
Donde Shor se equivoca es cuando dice que, dado que estos temas alienan a los “centristas”, los demócratas deben dejar de hablar de ello. Esto es absurdo, porque los republicanos van a seguir utilizando racismo y temas identitarios como arma arrojadiza; uno no puede salir del debate dándoles la razón, porque entonces perderán esos votantes anti-racistas woke universitarios que (no lo olvidemos) le dieron la victoria a Biden.
Descubriendo a Marx
La estrategia a seguir (que tiene bastante evidencia empírica detrás) es hablar de clase social y raza a la vez, no como temas separados. Los demócratas tienen que decir que el conflicto en Estados Unidos es entre 1% y el resto, y que los ricos utilizan las divisiones raciales como arma arrojadiza para distraer al personal.
Y sí, es tierno ver a la intelligentsia del partido demócrata, ala progresista, descubriendo el Überbau. Cuando decía el año pasado que Estados Unidos es el país más clasista que conozco no bromeaba; si hay un lugar donde el marxismo parece cuadrar más es este.
Bolas extra
Os preguntaréis también por qué los demócratas están hablando tanto entre ellos sobre el desastre electoral que viene, recuperar el voto blanco y demás a pesar de haber ganado las elecciones el año pasado con cierta suficiencia. El problema es que si no recuperan algo de voto blanco el sesgo conservador del sistema constitucional (léase, el senado) les dejará sin poder en pocos años, a pesar de que sigan ganando elecciones presidenciales.
El senado aplazó el voto sobre el techo de la deuda a diciembre. O sea, que la catástrofe no está aquí, pero la juerga para evitarla sigue.
Bridgeport me va a matar.
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