Dos caminos para una presidencia
Un escenario muy pesimista, y otro muy optimista, para el segundo mandato de Trump
Con las elecciones ya firmemente decididas, el partido demócrata ha dedicado el resto de la semana a hacer lo que realmente les gusta, atizarse entre ellos. Desde el jueves, todas las facciones, contubernios, bandas, huestes y clubs de fans dentro del partido están lanzándose obuses y diatribas echándose la culpa de lo sucedido unos a los otros, en un proceso la mar de predecible que seguramente se alargará varios años.
Por ahora, no tenemos demasiados datos nuevos; el artículo post-electoral parece ser más o menos correcto, al menos en la idea general.
Trump ha ganado terreno sobre todo entre el voto latino, en parte por la torpeza demócrata, en parte porque todas las oleadas migratorias, tarde o temprano, acaban votando como americanos “normales”, y era muy, muy poco realista pensar que eso no acabaría sucediendo aquí también1. Lo vimos con irlandeses, noruegos, alemanes, suecos italianos, polacos, rusos, y esencialmente cualquier nacionalidad pasada; cuando te asimilas, empiezas a votar como el votante medio2.
Resultados
El único dato significativo medio nuevo es que podemos hacer ya una estimación más decente del voto total. El resultado final, una vez acaben de contar en la costa oeste (California recibe mucho voto por correo y aún les queda bastante por escrutar), seguramente rondará los 78 millones de votos para Trump, 76 millones para Harris, con una participación casi idéntica a la del 2020. Trump probablemente quedará un pelín por debajo del 50% del voto (una o dos décimas), Harris andará por 48,5% o similar. El estado decisivo en el colegio electoral acabó siendo Pensilvania, donde Trump ganó por algo más de dos puntos. El sesgo en el colegio electoral era prácticamente cero; el NYT estaba en lo correcto en sus sondeos en este aspecto.
Aunque el vuelco respecto a las últimas elecciones es considerable (casi cinco puntos), no podemos hablar de “victoria aplastante”, por muy abultado que parezca el margen en el colegio electoral. Trump ha ganado, pero 1,5 puntos de margen no es una mayoría abrumadora estilo 1972 o 1984; este sigue siendo un país increíblemente dividido, y estas elecciones, con una campaña distinta (esto es, Biden renunciando a presentarse el 2023) podría haber tenido un resultado completamente distinto.
El senado estará en manos republicanas, pero los demócratas aún tienen la cámara de representantes a tiro (difícil, pero no imposible); si el GOP la controla, será con un margen minúsculo.
Dos escenarios
Para hacernos una idea de lo que va a suceder durante los próximos cuatro años, creo que un buen punto de partida es imaginar dos posibles escenarios para una presidencia de Trump. Mi intención, en este caso, no es dar dos mapas probables y decir cuál me parece más correcto, sino identificar dos escenarios extremos sobre qué va a suceder y entender las dinámicas que pueden desembocar a ellos. Como veremos, los factores políticos y estructurales detrás de ambos son, en muchos sentidos, independientes unos de otros, así que la presidencia de Trump tendrá una serie de elementos empujándola hacia un lado y otros en dirección contraria. El resultado previsible es que nos quedemos a medias, pero creo que es útil entender los dos polos para explicar lo que vamos a ver.
En ambos casos estoy asumiendo mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso, por cierto; si los demócratas consiguen la cámara de representantes, el segundo escenario es mucho más probable que el primero.
Escenario pesimista: 1876
Tras la guerra civil3, los victoriosos estados del norte aprobaron una serie de enmiendas a la constitución para eliminar el régimen esclavista del sur y conceder plenos derechos civiles a los recién liberados esclavos. Durante más de una década, se toparon con una feroz resistencia en la vieja confederación; el gobierno federal, bajo la presidencia de Ulysses Grant4 estacionó tropas federales por todo el territorio, creó el departamento de justicia, y desmanteló el primer Ku Klux Klan.
Este proceso de refundación constitucional y democrática, de expansión de derechos civiles y libertades, se vio truncado tras las elecciones de 1876. Los republicanos (por aquel entonces, el partido abolicionista) acabaron por aceptar la retirada de las tropas del sur y la aparición de los regímenes segregacionistas en la vieja confederación. El Congreso primero, y el Tribunal Supremo inmediatamente después, reinterpretaron las enmiendas recién aprobadas de tal modo que fuera legal y aceptable desmantelar esos derechos recién conquistados. Sin tocar una coma de la constitución, gran parte de Estados Unidos dejó de ser una democracia.
El escenario pesimista para la segunda presidencia de Trump consiste en una involución del sistema democrático americano. El presidente, libre de cualquier restricción o corsé legal tras la infausta sentencia sobre inmunidad del Supremo, empieza a tomar decisiones cada vez más autoritarias. Empieza un programa de deportaciones a gran escala, con campos de concentración incluidos, lanza al Departamento de Justicia a investigar a políticos y activistas que se le oponen, desmantela la burocracia, despidiendo funcionarios de carrera para substituirlos por leales miembros del partido, e ignora abiertamente las leyes que le parecen molestas o inconvenientes. El congreso, bajo control republicano, no opone resistencia; los escasos congresistas que alzan la voz son purgados sin misericordia de cualquier puesto de responsabilidad, forzados a dimitir o derrotados en primarias. Los tribunales ocasionalmente bloquean alguna acción, pero el Supremo se inclina invariablemente del lado del ejecutivo.
En los estados del sur y centro, los republicanos esencialmente vacían de contenido cualquier conato de competencia electoral vía gerrymandering y proceden a ignorar derechos civiles y cualquier ley federal que les moleste. Los estados del norte empiezan a hacer lo propio con cualquier edicto u orden presidencial que les parezcan ofensivos. El gobierno federal protesta, pero acaba por dejarles hacer.
Las elecciones del 2026 están marcadas por disturbios en ciudades, con tropas federales enviadas a mantener el orden. Las autoridades hacen la vida imposible a muchos candidatos demócratas; la prensa empieza a inhibirse o ponerse de perfil. Los resultados, sin embargo, son lo de menos; el Congreso es cada vez más irrelevante, con el poder centralizándose en un ejecutivo incontrolable. Cuando llegan las presidenciales, dos años más tarde, el GOP ha convertido el gobierno federal en un instrumento de partido, y alterado las leyes en medio país para hacer que el colegio electoral les favorezca de forma grotesca.
Escenario optimista: patos cojos
Como he comentado otras veces, el cargo de presidente de los Estados Unidos tiene, en realidad, mucho menos poder que un primer ministro en un sistema parlamentario. Lo es por motivos institucionales, como el hecho de que no tiene iniciativa legislativa y que su lista de atribuciones constitucionales explícitas es mucho más limitada. Lo es también por motivos políticos, ya que los legisladores son escogidos por separado, tienen legitimidad democrática propia, y no tienen un partido fuerte detrás que pueda disciplinarles. A eso se le suma un procedimiento legislativo increíblemente complicado, dos cámaras con reglas dispares, y una de ellas operando con un requisito de súper mayoría para aprobar leyes5.
Todos estos elementos hacen que legislar en Estados Unidos sea mucho más difícil que en Europa, ya que el presidente tiene que luchar contra corriente incluso si tiene mayorías afines. Y empeorando aún más las cosas, en menos de dos años esas mayorías se enfrentarán a las urnas en unas midterms, así que ese poder es frágil. El Congreso, además, tiene un ancho de banda muy limitado, y no suele ser capaz de debatir más de dos o tres leyes importantes a la vez. Empeorando las cosas, muchos nombramientos del ejecutivo deben ser ratificados por el senado, algo que ralentiza la producción legislativa todavía más.
En realidad, el partido en la Casa Blanca suele tener una ventana de oportunidad muy, muy estrecha para aprobar legislación. Toman posesión en enero, y los trámites legislativos casi siempre impiden llevar nada al pleno hasta mediados de otoño. Con suerte, mayorías amplias y un partido medio disciplinado, un presidente puede aspirar a empezar a aprobar leyes en octubre-noviembre; a poco que tengan márgenes estrechos y tengan legisladores con ganas de protestar (y hablamos de GOP, un partido que se pasó meses intentando escoger un líder el año pasado), las negociaciones pueden irse hasta enero o febrero. Una segunda ronda de legislación puede empezar a ser tramitada, si nada se ha estrellado, pero cuando llega el verano los legisladores están más preocupados por las midterms que por arriesgarse a aprobar nada. Con mucha suerte, Trump tendrá entre 15 y 18 meses de producción legislativa, y eso si mantienen su mayoría en la cámara de representantes.
Una de las expresiones más estrambóticas de la jerga política americana es “lame duck president”, o “pato cojo presidente”. Se refiere a la situación a veces incómoda en la que se encuentran los jefes del ejecutivo en Estados Unidos cuando existe la limitación de mandatos y están llegando al final de su tiempo en el cargo. Es esa época cuando sus compañeros de partido en el legislativo se dan cuenta que si provocan las iras del líder del mundo libre este seguramente no puede hacerles gran cosa, porque ya no estará ahí de aquí unos meses. Es cuando todo político con talento empieza a hacer maniobras, charlas y postureo pensando en las primarias que vienen. Son los días en que nadie te escucha cuando hablas de planes a largo plazo, porque tu muerte política está a la vuelta de la esquina, y están pensando en tu funeral y herencia.
El momento exacto de “patificación” presidencial depende de muchas cosas, pero Trump llegará al cargo con sólo cuatro años por delante. Su partido sabe que, tras las legislativas, Trump deja de ser el líder real del GOP, ya que están buscándole un substituto. Eso quiere decir que antes de las midterms Trump habrá perdido gran parte de su capacidad de para forzar acuerdos, porque cuando empieza la sucesión su poder se desvanece. Esa ventana de 18 meses será mucho, mucho más estrecha. A poco que las encuestas vayan mal dadas y las elecciones parezcan complicarse, los incentivos del partido de seguir a Trump serán mucho más débiles. Legislar será muy complicado.
A pesar de estas limitaciones, Trump puede hacer mucho desde la Casa Blanca. El congreso, en su infinita torpeza, ha delegado una autoridad casi absoluta al ejecutivo en materia de aranceles, así que, si quiere su guerra comercial, la tendrá. En inmigración, la autoridad del ejecutivo es enorme, y las leyes ambiguas; las deportaciones masivas están sobre la mesa, y el Congreso, al menos a corto plazo, no puede influir demasiado sobre ellas retirando fondos para su ejecución. La política exterior está casi por completo en manos del presidente, al igual que el departamento de justicia.
Incluso con todo este poder en sus manos, Trump se enfrenta aquí también al factor tiempo. La burocracia federal no se distingue por su competencia en muchos temas, y dudo que mejore mucho si realmente se dedican a purgarla de disidentes, como es su intención. Es perfectamente posible que se pasen meses haciéndose un lío antes de implementar nada, y tras las legislativas, el congreso esté en manos de los demócratas y les ponga en vereda. Trump, además, tiene una encantadora tendencia a responder a lisonjería y peloteo, y decidir lento a poco que le coman la cabeza. Es probable, además, que los patanes que escoja para llevar su programa a cabo sean unos inútiles, porque el mundillo MAGA no se distingue por albergar demasiados genios.
Podemos acabar con dos años de pifias, legislación encallada, republicanos divididos y un presidente cada vez más errático que llega a las midterms envuelto en polémicas, con una recesión económica (porque toca una pronto) y todo el mundo con ganas de que se marche.
Síntesis:
Lo más probable es que acabemos quedándonos a medio camino. Trump ha dicho una y otra vez que quiere 1876; los incentivos e instituciones del sistema político, sin embargo, hacen que su autoridad sufra una lenta erosión desde el momento en que llegue al despacho oval. Los tiempos de la política americana, con sus infernales ciclos electorales de dos años, imponen plazos difíciles de manejar a todos los actores, especialmente a aquellos con fecha de caducidad.
Veremos cuánto daño puede hacer Trump, lo cohesionados que consiguen ser los republicanos, y cómo está el país de aquí un año. Veremos (malas) leyes, casi seguro, y veremos decisiones ejecutivas atroces, pero no podemos estar seguros de su escala, ni la capacidad real del GOP para gobernar de forma efectiva. Trump fue un presidente excepcionalmente incompetente en su primer mandato; aparte de una bajada de impuestos, no sacó adelante reformas de calado. Quizás haya aprendido, quizás no, pero el escenario con el que se encuentra es más complicado, no menos.
La victoria republicana estas presidenciales ha sido un desastre, pero puede que no acabe en tragedia. Veremos.
Bolas extra: lecturas
Creo que, con los resultados electorales en mano, hay un par de artículos académicos que repasé en boletines recientes que son especialmente relevantes. El primero es este de hace un mes sobre la percepción de los votantes sobre la economía, y si la consideran un juego de suma cero o no. Muy, muy relevante para la evolución del voto latino.
Segundo, este del año pasado sobre políticas redistributivas y preferencias políticas, que explica relativamente bien por qué los demócratas han perdido gran parte del voto de clase trabajadora.
Y sí, me remito al libro; esto es algo a lo que le dedico bastante espacio.
La única excepción es el voto judío, por cierto.
Un presidente increíblemente infravalorado.
Y el procedimiento para “esquivar” las súper mayorías es complicado, en caso de querer usarse.
Vamos viendo el peligro real: ministro de Educación, Pablo Motos; ministro de Sanidad, Iker Jiménez; ministro del Interior, Bertín Osborne; ministro de Asuntos Exteriores, Pérez-Reverte; Chachi Jefe de la Eficiencia Burrocrática, Florentino Pérez; Grand Maestre y Gourou-Majeuresse de Paridas y Estrambotes, Ana Rosa Quintana; ministro de Incomunicación y Redes Asociales, Toni Cantó; Camarlengo Mayor de Lamiciones de Ano al Gran Mufti, Fedeggico Jiménez...
Menudo desfile de inútiles y subnormales con problemas mentales está nombrando este tío. Si quiere hundir en la mierda a los EEUU es imposible encontrar lunáticos peores... Dicen en el Kremlin que este tío es imprevisible...yo creo que la ha pillado el tranganillo todo el mundo. Dicho sea de paso, no se ve cómo puede traer la paz un tipo que nombra este gente y ha recibido más pasta en donaciones de contratistas del Pentágono que Harris. Se ve que dos guerras no llegan para Hacer América Jodida Como Nunca y oye, aún podemos tener seis o siete. O eso dice uno de los cargos confirmados.
Madre mia. ¿no podemos hablar de victoria aplastante? ¿Pato cojo?. Espero que esto sean talking points del discurso publico exigidos por contrato a los miembros del partido, porque como este analisis sea sincero acabamos de darle un nuevo sentido a la expresion "cope hard".
MAGA tiene la presidencia, las camaras, el supremo, la mayoria de los gobernadores, lideres de opinion, de la industria y una legion de militantes fanatizados. El trumpismo es a dia de hoy el movimiento politico mas poderoso politica economica e ideologicamente desde la epoca de Reagan y lo que hay que esperar es que marque una epoca, igual que ésta.
Y mucho me equivoco o esto significa no solo que cualquiera que quiera tocar poder en USA en los proximos años y decadas lo va a tener que hacer casi seguro de la mano de MAGA sino que ademas, y por este mismo motivo, el partido demócrata va a ir permitiendo que los principios del trumpismo se vayan infiltrando progresivamente en su discurso e ideario igual que ocurrio con el neoliberalismo en los ochenta.