El debate vicepresidencial
El martes tuvimos el debate entre los dos candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos, J.D. Vance y Tim Walz. Los debates entre los dos segundos filas raramente son de demasiado interés, suelen tener poca audiencia, y no cambian la opinión de casi nadie. De todos modos, este tuvo unos cuantos detalles relevantes que merecen comentario.
Primero, fue casi normal. La presencia de Donald Trump en política presidencial estos últimos años ha sido tan increíblemente tóxica que ver una discusión en la que dos personas hablan como adultos, se tratan con respeto y no se ponen a aullar sobre cómo los inmigrantes se van a comer a tu gato de forma aleatoria parece casi extraño, maravilloso, idílico. Walz y Vance son dos políticos inteligentes, educados y capaces de comportarse sobre adultos, y debatieron usando formas y lenguaje de tiempos dignos de esos tiempos pretéritos del 2012, antes de que el troll anaranjado lo reventara todo.
No me cansaré de repetir (he escrito un libro sobre ello, que ya deberías haber comprado) que Trump no es un accidente, sino una consecuencia de décadas de cambios políticos en el sistema americano. Su autoritarismo, nulo respeto por los valores democráticos, racismo y demás son tradiciones que le preceden. Su aportación “original”, por llamarla de algún modo, es su extraordinaria desfachatez, su mala educación, su presencia bronca y grosera en todo lo que hace. Comparto la idea de que las buenas formas y el decoro son a menudo una forma sutil de excluir temas incomodos del debate. Lo que hace Trump, sin embargo, es algo más parecido a vomitar sobre el escenario, tirar huevos podridos y berrear como un gorrino iracundo sin la más mínima intención de respetar a nada ni a nadie, empezando por sus propios votantes. Su “estilo” ha infectado por completo al partido republicano, que se ha llenado de profesionales de la estupidez a todos los niveles. Ver a dos políticos hablar como alguien salido de la era pre-Trump fue casi un ejercicio de nostalgia.
Las buenas formas, no obstante, no impidieron que J.D. Vance fuera plenamente trumpista en su alegre tendencia a mentir, inventarse cosas y hacerse la víctima. Todo su debate consistió en una combinación de halagos a su líder, echar la culpa de todo a los inmigrantes, insistir que Estados Unidos es un infierno absoluto y arreglar todo con deportaciones y aranceles. Sus explicaciones sobre cada una están mejor motivadas que las de Trump (nada de comerse animales domésticos) pero el mensaje fue igual de irreal y fantasioso.
De todas las ideas y tics trumpianos que Vance (alguien que detestaba a Trump hasta hace un par de años) ha tenido que copiar, no hay ninguno más peligroso que el respeto por las instituciones democráticas. La última pregunta del debate (ya les vale a los moderadores) al candidato republicano era muy sencilla: ¿perdió Trump las elecciones del 2020?
A Vance le dieron múltiples oportunidades de decir lo correcto, pero se negó a contestar. Los candidatos republicanos a la presidencia y vicepresidencia del país no son capaces de aceptar, cuando son preguntados, el resultado de las últimas elecciones. Esta es la clase de respuesta que esperas escuchar en un país en desarrollo con una democracia frágil y varios golpes de estado recientes, no en la república más rica y poderosa del planeta. Pero así estamos.
¿Pero quién ganó el debate?
Sobre quién ganó el debate, vimos un fenómeno curioso ayer. El consenso entre los “expertos” en Twitter, comentaristas en TV y columnistas variados fue que J.D. Vance había dado respuestas más fluidas, se le veía menos nervioso y más confiado, y Tim Walz estuvo un poco perdido al principio, sólo recuperándose hacia al final con las preguntas sobre sanidad, aborto y no dar golpes de estado para intentar derrocar el régimen constitucional. El ganador había sido J.D. Vance.
Al cabo de un ratito salen los primeros sondeos y… básicamente, han empatado. El motivo es que, aunque Vance fue indudablemente mejor en estilo e interpretación teatral, la mayor parte de votantes no se fijan demasiado en estas cosas. Primero, porque valoran también sinceridad y autenticidad, algo que Walz hizo bien, y segundo, porque se fijan en el contenido, y los tres temas que Walz dominó resultan ser algunas de las cosas que los votantes valoran más. Por encima de todo, sin embargo, los televidentes aquí estaban, ante todo, para escuchar a su candidato. En un debate entre VP, la audiencia era, a buen seguro, frikis de la política que no van a cambiar de opinión porque un candidato hable algo mejor. En unas elecciones esencialmente empatadas, el resultado obvio es un empate.
Más allá del debate en sí, el debate post-debate sobre el debate suele tener más influencia que la propia discusión entre los candidatos. En este caso, Vance tuvo la desgracia de ser la persona en generar el titular de la noche:
Este es un debate que raramente genera titulares. Ya es mala sombra que lo primero que nombran todas las noticias informando sobre él sea a Vance en plan fascista.
Hablando de golpes de estado…
El juicio a Trump sobre su intento del golpe de estado el seis de enero del 2021 no empezará hasta (mucho) después de las elecciones, gracias al inefable trolleo de ese viejo enemigo de la democracia que es el Tribunal Supremo1.
Los trámites judiciales, no obstante, siguen su curso, y la juez del caso está ahora mismo intentando dirimir qué conductas y actos de Trump están cubiertos bajo la (absurda e inventada) definición de inmunidad presidencial del alto tribunal. En este proceso, les ha pedido a ambas partes que presenten sus argumentos para delimitar qué actuaciones son juzgables, explicándole por qué los hechos pueden ser considerados o no “actos oficiales” del presidente2. El fiscal del caso ha respondido con un largo escrito detallando la cronología de lo sucedido y argumentando por qué Trump estaba cometiendo múltiples delitos en el proceso.
La defensa había pedido a la juez que este escrito permaneciera sellado (es decir, no fuera público), porque (inserte verborrea legal aquí sobre cosas irrelevantes) y/o las elecciones estaban cerca y no debían interferir con la campaña. La juez les ha mandado a pastar, ocultado los nombres de varios testigos, y colgado todo enterito en internet.
Sabíamos bastante sobre lo que sucedió esos días de noviembre y diciembre, y de las maniobras para intentar subvertir el resultado de las elecciones. Este escrito incluye mucho más detalle, especialmente sobre la conducta y comunicaciones internas dentro del equipo de abogados de la Casa Blanca.
El mecanismo para dar el golpe de estado, para los despistados, era relativamente simple. Republicanos en varios estados con resultados ajustados que había perdido Trump, iban a nominar a “delegados alternativos” para enviarlos al colegio electoral. El Congreso, el seis de enero, debía ratificar los resultados, en una sesión presidida por Mike Pence3. El vicepresidente vería que algunos estados habían enviado “dos” delegaciones, y o bien declararía esos resultados nulos y la Cámara de Representantes sería quien escogería al presidente (Trump, dada la mayoría republicana) o bien decidiría aceptar los “delegados alternativos” y proclamar la victoria de Trump él mismo.
El seis de enero Mike Pence se negó a hacerlo, porque era dar un golpe de estado. El plan B de Trump fue enviar una masa enfurecida a bloquear las votaciones e intentar linchar a Mike Pence.
La defensa de Trump es que “había dudas” y que los “delegados alternativos” era en previsión de si algún estado tenía que cambiar sus resultados al descubrirse fraude o alguna fantasía similar. El informe del fiscal deja bien claro que los mismos abogados de Trump les llamaban “fake electors”, porque sabían que lo que estaban haciendo era completamente ilegal:
Lo de ponerlo por escrito es, obviamente, una de esas cosas que los criminales no aprenden nunca.
El documento incluye una burrada cósmica tras otra. Trump diciéndole a su hija “It doesn’t matter if you won or lost the election. You still have to fight like hell.” (no importa si se ha ganado o perdido las elecciones. Se tiene que luchar a todas). Trump y sus muchachos inventándose cifras de fraude electoral constantemente. Trump pidiendo en voz alta organizar disturbios para bloquear recuentos. Trump diciéndole a Pence que era “demasiado honesto”.
Que era un golpe de estado, vaya. Que es obvio, el presidente lo sabía, y tanto él como su VP siguen negando el resultado de las elecciones.
Los votantes: ¿y?
Los sondeos dan sobre tres puntos de ventaja a Kamala Harris a nivel nacional, y un empate técnico en casi todos los estados bisagra. Harris tiene que ganar por más de tres puntos para tener una ventaja sólida en el colegio electoral, así las elecciones siguen en el filo.
Los sondeos llevan aquí, sin apenas variaciones, desde la convención. Aparte de lo del golpe de estado, podría escribir cuatro páginas con todas las burradas que Trump ha soltado esta semana, todas ellas más que suficientes para enviar a una persona normal al frenopático. Nada parece alterar las encuestas.
A estas alturas, creo que el electorado americano se divide esencialmente en tres grupos. Hay un porcentaje pequeño, sobre un 20-30% del electorado, que están politizados, son partidistas y siguen la campaña obsesivamente con la misma devoción que uno sigue a su equipo de fútbol. Viven en su burbuja mediática, siguen a gente de su cuerda en redes sociales, y nunca van a cambiar de opinión. Un segundo grupo, menos numeroso, son adictos terminales que no sólo son partidistas, sino que leen todas las noticias en todos los medios para interpretar “cómo va la campaña”. Son este 5-10% de colgados que viven en Twitter o trabajan en política4 y que quieren drama y además tienen muchas opiniones sobre estrategia y todas esas cosas sobre demografía de la clase obrera, relatos y demás5.
El tercer grupo es el resto del electorado, ese 60-70% de votantes que su único sueño en esta vida es que la campaña se acabe de una puñetera vez. Llevan meses (años) evitando todo lo posible cualquier contenido político, no quieren saber nada sobre polémicas y quieren que les dejen en paz. La mayoría de este grupo son partidistas y saben más o menos qué quieren, pero no quieren enterarse de las bobadas que dicen los políticos. Trump, para ellos, es ruido de fondo; un cretino más o menos simpático que hace que la gente de los otros dos grupos de votantes se vuelva insufribles en cenas y comidas familiares. Cuando Vance dice una burrada, o el fiscal publica un escrito lleno de conductas escandalosas, no se enteran de ello, porque no quieren escuchar nada más sobre política.
Así que ya pueden salir historias horrorosas sobre Trump. Muchos votantes están tan hartos que no prestan atención.
Por supuesto, esto es una simplificación un poco burda, pero es un buen modelo mental para entender por qué la opinión pública, tanto en Estados Unidos como en otros países, parece estar tan fosilizada e inamovible, incluso en una campaña con cambios de candidato, intentos de homicidio, y un señor naranja demente que ha cometido decenas de crímenes.
Mucha gente apenas se ha enterado.
Y si gana Trump, no se llegará a celebrar nunca.
La definición de lo que es un “acto oficial” se la inventó el Supremo por completo, ya que no está en la constitución en absoluto, al igual que la misma idea de inmunidad presidencial.
El vicepresidente es quien preside el senado, en estas ocasiones.
O ambas cosas a la vez, como un servidor…
Si estás leyendo esto, eres uno de este grupo. Bienvenido al club.
Parece que Trump está decidido a probar que el término "tiene más vidas que un gato" se le queda corto. A estas alturas, no sé si está compitiendo por la presidencia o por el récord mundial de "más juicios abiertos mientras se hace campaña". ¡Quizá sea su forma de diversificar!
Hay cosas que obviamente son difíciles de explicar. Yo no comparto mucho del escándalo sobre Trump, en realidad, se va uno a YouTube y oye las bestialbarbaridades de Nixon, sin despeinarse (o de Reagan, ya puestos), Trump es un puto mamarracho al lado de ellos y un personaje de serie B de película de parodia de bajo presupuesto zafia a más no poder. Nixon sí dio un golpe de estado, Trump en el mejor de los casos lo intentó. Trump no ha aportado nada, a mi juicio, al circo, simplemente es el payaso que mejor se amolda a los requerimientos de chez GOP. Si no hubiera sido él, tendrían que haber buscado un subnormal parecido, me estoy acordando de la loca de Alaska, que no es tan distinta. Su toque personal, por llamarlo así, a mí me parece que es su *infantilidad*. Las burradas que dice en boca de Nixon, o de Bush, dan miedo, en boca de este tío dan risa si eres capaz de abstraerte de las organizaciones y clubs de intereses para- y filonazis que lo sostienen por detrás. Digamos que vende mejor las burradas, includo mejor que Vance. Y eso hace que Trump me dé miedo no por lo que dice, sino por lo inútil que es, en cambio Vance está ahí no sé por qué, por lameculos no, que hay legión, por cubrir flancos de electorado tampoco, porque claramente es la versión no infantil de Trump, así que sólo puede estar de sustituto, y algo me dice que nadie espera que de salir elegido Trump termine el mandato. Incluso que ni lo empiece.
Trump es lo que ellos llaman un loose cannon. Un anormal, que decimos en España. Vance no.