Mañana se cumplen veinte años de ese once de septiembre. No creo que nadie que estuviera vivo entonces haya olvidado dónde estaba cuando se enteró. Fueron días de estar sentados atónitos ante el televisor, esperando noticias. De horror ante lo sucedido y temor ante lo que podría suceder.
El aniversario del 11-S este año es más importante, más allá de los números redondos. La caída de Kabul el mes pasado ha hecho que los eventos de ese día, y lo que vino después, tengan al fin un arco narrativo, un principio y un fin. La era del terrorismo, la guerra contra el terror, empezó ese 11 de septiembre. Veinte años después, con el fin de la ocupación de Afganistán, esa guerra ha terminado en derrota.
Las historias, a menudo, intentan dar sentido al mundo que nos rodea. Nos dan una narrativa, una explicación, un arco argumental; tienen un principio y un final. Por desgracia, estas historias pueden ser engañosas.
El ataque
El ataque contra el Pentágono y las torres gemelas fue inaudito, casi impensable, irreal. Nunca nadie se había atrevido a hacer algo así*; nunca esperábamos que pudiera suceder. Fue, además, una catástrofe televisada, irreal; un atentado en el centro de las dos ciudades con más cámaras y reporteros del mundo. Un horror compartido.
El hecho de que fuera un suceso extraordinario, sin embargo, no implicaba necesariamente que tuviera que marcar un antes y un después. El 11-S podía horrorizar a un país y causar un impacto traumático en los que lo sufrieron, pero no tenía por qué definir una era. Lo que vimos, sin embargo, es que Estados Unidos permitió, y lo hizo de forma consciente y voluntaria, que las acciones de un puñado de chalados suicidas decidieran en qué mundo íbamos a vivir a partir de entonces.
Imaginad un mundo alternativo en el que un condado de Florida no diseña una papeleta electoral que hace que miles de viejecitos voten accidentalmente a Pat Buchanan, y Al Gore es elegido presidente. Bin Laden y sus compañeros de armas no tenían 50 divisiones acorazadas en la frontera con México, listas para invadir el país. Por no tener, ni siquiera controlaban Afganistán por completo. El 11-S fue un horror, pero no representaba una amenaza existencial, ni para Estados Unidos ni para occidente.
La respuesta
Al Gore (o diantre, George W. Bush. Nadie le obligó a responder como lo hizo) tras los atentados, podría haber hablado sobre que era necesario llevar a los terroristas a la justicia. Ni eje del mal, ni choque de civilizaciones, ni cruzadas, ni la batalla moral de nuestro tiempo, ni nada por el estilo. Simplemente buscar, capturar, y ejecutar sumarísimamente a los culpables. Entrar en Afganistán, detener a los malos, irse, con objetivos limitados y tonterías las justas. Si se escapan, seguir buscando. Asumir que el terrorismo es horrible pero que es la estrategia de los débiles para provocar una reacción desmesurada de los fuertes.
Y no caer en la trampa.
Un mundo en que esto hubiera sucedido es un mundo donde no hay invasión de Irak, ni guerra civil en Siria o en Libia. No tenemos media docena de guerras de baja intensidad por medio mundo, con comandos occidentales pegando tiros. Pero no es sólo eso; es un mundo donde la política de Estados Unidos no se define entre un conflicto entre “patriotas” y gente que es “débil contra el terrorismo”. Es un mundo donde el partido republicano pasa de tener un candidato que habla castellano (mal) durante la campaña y defiende regularizar inmigrantes a ser un partido que define absolutamente todo en base a criterios de seguridad nacional. Es un mundo donde el enorme, gigantesco aparato policial-militar nacido del 11-S no alcanza las proporciones elefantinas actuales, y donde la política exterior del país no se convierte en una guerra eterna dirigida por megalómanos incompetentes.
La “era del 11-S” no era inevitable. Bush, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz y el resto de tarados al mando decidieron que el 11-S marcaría una época, y lo hicieron ante otras alternativas posibles, realistas, y sensatas. Ese otoño, los líderes del país podrían haber tomado cualquier curso de acción que hubieran querido sin coste político alguno y el mundo les hubiera seguido sin rechistar. Escogieron la invasión y ocupación de Afganistán e Irak, los secuestros, las torturas, la Patriot Act y demás, usando el 11-S como excusa para impulsar su agenda.
Y todas estas decisiones, o casi todas, fueron completamente erróneas.
La locura
Dejando de lado la atroz incompetencia de la administración Bush y sus sucesores, la parte más grave y triste de esta época fue cómo permitimos que el 11-S tuviera consecuencias políticas, que definiera el tablero de juego. Recordad las freedom fries, las acusaciones de traición, la exigencia inamovible de respetar las fuerzas armadas y nuestros héroes; el patriotismo atonal, enajenado de la invasión de Irak.
Trump y la oleada de populismo demagogo, xenófobo y racista en occidente, son hijos del 11-S y de quienes lo utilizaron para gobernar. Hay un hilo directo entre la política del miedo de la era Bush, de “proteger nuestras fronteras” y de complots terroristas y la paranoia contra inmigrantes, woke y otros enemigos de occidente del trumpismo. Las amenazas son distintas, las apelaciones al miedo no han variado. La guerra para llevar la libertad y democracia al mundo árabe terminó con un tipo disfrazado de shaman asaltando el Capitolio en una insurrección de pandereta.
La tragedia del 11-S fue que los terroristas no sólo consiguieron sus objetivos, sino que quienes llevamos a la práctica su agenda fuimos nosotros mismos. Estados Unidos abrazó sus miedos, y estos le derrotaron.
Epílogo
El epílogo de esta guerra, y de esta historia, está aún por escribir. Joe Biden parece ser consciente que es necesario que Estados Unidos escape de la sombra de las torres gemelas. La imagen de decadencia del país, dentro y fuera de sus fronteras, es el resultado de años de errores y despilfarro, de rencor y miedo, fruto de ese día.
Los atentados hace 20 años no crearon las divisiones en este país, ciertamente. La política del miedo, del temor, de la desconfianza, de pánico y sombras de la era del 11-S no va a desaparecer tras haber dejado atrás a Irak, Afganistán, y el resto de las guerras. Y más cuando los comentaristas en Washington siguen obcecados en eternizarlas.
Sin embargo, soy relativamente optimista. La era del 11-S tiene bastante de generacional; sus responsables ansiaban una new American Century, seguir con la hegemonía global del país. Los que han crecido a la sombra del 11-S son los hijos del cinismo de los años noventa y las calamidades recurrentes de Irak, la gran depresión y la pandemia. Los nuevos líderes de Estados Unidos no han vivido en tiempos de gloria, sino de dudas y fracasos; de consecuencias de las decisiones de sus padres.
El país necesita nuevas prioridades. Quizás sea capaz de definirlas.
Bolas extra:
*Excepto Timothy McVeigh, o el atentado contra las mismas torres gemelas años antes, o Lockerbie, el cine Rex, o la pista revolucionaria y septiembre negro. El 11-S causó más víctimas, pero los atentados terroristas brutales no eran nuevos.
Por imaginar, Imaginad un mundo donde la CIA, el FBI y la NSA hubieran atado la media docena de cabos que los terroristas pusieron delante suyo y el 11-S no hubiera ocurrido.
Biden se pone serio con las vacunaciones: las empresas con más de 100 trabajadores deberán exigirles prueba de vacunación o test semanales de COVID.
El mandato es constitucional (hay amplios precedentes legales sobre ello) y creo que casi todos los analistas sobreestiman sus costes políticos. Un 75% de los estadounidenses mayores de 18 años han recibido al menos una dosis de la vacuna. La inmensa mayoría quiere que esto acabe y la medida no les afecta.
Sea popular o no, los demócratas se juegan el control del congreso en apenas un año, y lo que decidirá las elecciones será la pandemia y la economía. Todo lo que sea acabar con la primera ayuda con la segunda, así que más vale vacunar a todo el mundo cuanto antes, tan rápido como sea posible.
¿Os gusta Four Freedoms? ¡Suscribíos! Por $6 al mes tenéis acceso a artículos como este en abierto, y otros exclusivos para suscriptores, así como tertulias ocasionales. Esta semana no habrá tertulia porque el martes que viene tenemos elecciones en Connecticut (primarias municipales) y este fin de semana estaré liadísimo.
Y sí, todas las elecciones importan, incluso las primarias municipales. Pero eso es para otro día.