No voy a marear la perdiz: el debate presidencial de ayer fue un absoluto, colosal desastre para Joe Biden. Un horror completo; una hora y media de balbuceos incoherentes, miradas confundidas, respuestas inconexas y debilidad mental. La clase de catástrofe comunicativa que hunden una campaña electoral para siempre.
La cosa fue como sigue: a Biden le hicieron una pregunta, miró a la cámara, y respondió con una lentitud extrema y cara de ser el ser más antiguo del universo intentando recordar qué había desayunado esa mañana. Eso fue así durante aproximadamente la primera media hora; después, el presidente se despertó un poco y pasó de parecer un dinosaurio a punto de ser extinguido por un meteorito a ser simplemente una persona extremadamente vieja y bastante incoherente que a veces sonríe a destiempo y contesta con niveles de energía aleatorios a cosas vagamente relacionadas con lo que preguntan.
Ha sido un debate tan espantosamente atroz que Kamala Harris, su vicepresidenta, ha dicho en una entrevista posterior que hay que concentrarse en todo lo que han hecho los últimos tres años y medio, no lo sucedido esta hora y media. Y esa es, probablemente, la mejor defensa posible de lo que ha hecho Biden hoy.
Trump ha estado también espantoso, ciertamente. Incoherente, mentiroso hasta límites delirantes, incapaz de dar una idea medio estructurada sin perderse, negando la realidad hasta el delirio, ha sido el mismo Trump de siempre. Pero ha sido un chiflado enloquecido con energía, alguien que, en contra del tipo que tenía al lado, no parecía estar esperando que le recogiera una ambulancia.
También, por cierto, se ha negado a contestar si aceptaría el resultado de las elecciones en noviembre en caso de ser derrotado. E incluso con esas, es imposible decir que no ha ganado el debate.
Es cierto que Biden tenía un resfriado considerable. Es cierto que sus respuestas han sido mucho más honestas que las de Trump. Pero el debate de ayer ha sido un desastre, una catástrofe absoluta para el presidente. Ante la mayor audiencia posible, delante de medio país, ha recordado a los votantes que su principal temor y preocupación sobre él, su edad y estado mental, están plenamente justificadas. El enorme, colosal riesgo de debatir ahora del que hablaba el lunes, la apuesta de cambiar la narrativa de la campaña, ha fracasado por completo.
¿Y ahora qué?
Hace una semana, cuando alguien me preguntaba si Biden sería candidato, mi respuesta era un sí rotundo. Biden quiere presentarse, no hay un candidato de consenso alternativo, el partido no quiere tomar el enorme riesgo de forzar su salida y meterse en una convención abierta con protestas en la calle y enormes conflictos internos. No había otra salida; nadie puede forzar que abandone la candidatura.
Hoy, no estoy tan seguro. Tras la catástrofe de hoy, es posible que haya gente de peso dentro del partido que al menos empiece a plantearse tener una charla con él. Gente de su propio equipo, de confianza; su mujer incluso. Quizás líderes de peso, expresidentes, senadores, Speakers pasados y presentes. No me extrañaría demasiado que los próximos días algunos empiecen a hablar entre ellos y plantearse hacer una visita a Camp David, Delaware, o dondequiera que Biden pase el cuatro de julio, y hablar sobre elecciones y candidaturas.
Ahora, claro está, es cuando vienen los problemas: la política no es una serie de Aaron Sorkin. Las cosas no funcionan así detrás de bastidores; la idea de que existe algo llamado “élites del partido” con poder de decisión o capacidad de forzar que un candidato renuncie es pura fantasía. Las “élites” no querían que Biden se presentara de nuevo, ni tampoco querían que Trump consiguiera la nominación. Los partidos en Estados Unidos (como explico en detalle en el libro), son cascarones vacíos, franquicias sin poder de decisión.
Incluso si las élites existieran como tales, las dificultades, tanto legales como políticas, de forzar la salida de un candidato son colosales. Biden fue el único candidato “real” en las primarias demócratas, y es el único que tiene delegados a su nombre. La convención es el mes que viene; sus delegados están legalmente obligados a apoyarle en la primera votación, y no hay nadie más. La única manera de que el presidente no gane esa votación es si él decide renunciar a la candidatura, y la única persona que puede hacerlo es el propio Joe Biden.
Y Biden quiere ser candidato.
La campaña ha cambiado
La cuestión, sin embargo, es que el debate fue realmente una catástrofe, y que todo parece indicar, por las reacciones que están recogiendo periodistas y medios, que el pánico entre cargo electos del partido es completo y absoluto. Hay mucha gente esta noche llamando a reporteros y diciéndoles, off the record, que quieren que Biden lo deje, y toda la mediocracia americana va a estar hablando sobre ello, sin cesar, no ya los próximos días, sino hasta la convención en Agosto. El debate va a ser, una y otra vez, la edad de Biden, y nada de lo que diga o haga Trump importará un comino; ni los delitos, ni el golpe de estado, ni sus delirios psicópaticos ocasionales. Va a ser “but her emails”, de aquí al infinito, solo que esta vez sobre un problema real, tangible e imposible de escapar.
Biden quizás sea testarudo, pero quizás acabe llegando a la conclusión que lo mejor para él y para el partido sea dar un paso atrás.
Incluso esa opción es peligrosa
Si eso sucediera (algo que insisto no es probable porque esto no es una serie de Sorkin), una renuncia ahora abocaría al partido a un horror en la convención. No hay un candidato alternativo claro; la opción más obvia es Kamala Harris, y nadie en el partido la cree capaz de ganar unas presidenciales a estas alturas. Hablaríamos de un proceso de selección abierto, con múltiples candidatos, con un partido dividido.
Incluso si por algún milagro nominan a alguien sin matarse (demasiado) entre ellos, el pobre tipo/tipa tiene que lanzar una campaña presidencial desde cero a menos de tres meses de las elecciones generales, sin legitimidad democrática alguna de haber ganado primarias, por debajo en las encuestas, y con una desventaja atroz en el colegio electoral. Es decir, no estoy nada seguro que tuviera mejores opciones que Joe Biden, incluso en su estado actual de fósil semiautónomo agonizante.
¿Un pánico excesivo?
Porque queda otro punto importante: En 1984, Ronald Reagan tuvo un primer debate atroz (donde también aparentó ser increíblemente viejo) con Walter Mondale, perdiendo siete puntos en los sondeos. Bob Dole barrió a Clinton en su primer debate en 1996, con una caída similar en los sondeos. Kerry barrió a Bush el 2004, y Romney le pegó un repaso colosal a Obama en su primer encuentro el 2012. Ninguno de los cuatro llegó a presidente. Los debates raramente condenan un candidato. Las elecciones están lejos.
Pero lo de hoy ha sido horrible. Realmente horrible. En otra escala completamente distinta a cualquier otro debate anterior.
Bola extra
Por cierto, ya que estamos, este debate fue hace doce años.
Cielos santo, qué caída en calidad, talento, honestidad, y competencia desde entonces. Qué horror.
Sigue siendo mejor Biden diciendo que el Kaiser les robó la palabra veinte y por eso usaban "dikiti" que Trump. Aunque los demócratas (y el propio Biden) deberían haber tomado la decisión en enero.
¿Es imposible la opción Michelle Obama?