El moderado
Uno de los detalles más importantes de la carrera política de Donald Trump es que, en muchos aspectos, es un político moderado.
Esto no es ironía, ni sarcasmo, ni nada por el estilo. En las primarias del 20161, Donald Trump se distinguió por estar a la izquierda de casi todos sus adversarios republicanos en prácticamente todos los temas que preocupaban al electorado. Trump prometió defender Medicare y Medicaid, flirteó con la idea de subir impuestos a los ricos y defendió una política económica férreamente proteccionista. Los únicos temas en los que estaba muy a la derecha del partido eran discriminación racial, inmigración y respeto a la democracia.
Que son bastante importantes si lo que te preocupa es no caer en el fascismo, pero ese es otro tema.
De todos los temas en los que Trump se dedicó a meter el dedo en el ojo a la ortodoxia ideológica republicana, en ninguno fue más directo e insultante que en política exterior. El ahora presidente repitió, una y otra vez, que la guerra de Irak fue un error, y que si llegaba a la Casa Blanca no metería al país en guerras estúpidas. Este es el motivo por el que el tipo se dedicó a insultar el heroísmo de John McCain, el halcón más conocido del partido, y (creo) la razón por la que no le pasó factura. Trump entendió que un sector enorme de las bases republicanas estaba harto de guerras, y que en unas elecciones en las que todo el mundo era intervencionista ser el único candidato aislacionista era una buena idea.
No estoy seguro de que el presidente Trump sea un pacifista. Lo más probable, como en casi todos los temas, es que esto le importe un comino, y que el buen hombre dirá lo que sea con tal de ganar elecciones. Su administración ha bombardeado gente al azar con el mismo entusiasmo que sus predecesores, a menudo con un éxito similar (escaso). Trump, durante su primer mandato, tuvo la suerte de heredar un mundo relativamente tranquilo, así que nunca tuvo que enfrentarse a una crisis en la que el uso de la fuerza más allá de ataques aéreos contra milicias de segunda fuera una posibilidad real.
Este no ha sido el caso durante el segundo mandato.
Guerra en Irán
No voy a hablar demasiado sobre la situación política y militar en Israel y su guerra con Irán. No soy un experto en la región en absoluto, y cuanto más leo sobre ella, más me doy cuenta de que no entiendo nada. Mi intuición es que Israel está ganando todas las batallas y seguramente acabe ganando la guerra, pero que no tienen ni la más remota idea sobre las consecuencias que puede tener su éxito. El coste en vidas civiles, atrocidades, crímenes de guerra y limpieza étnica es, por supuesto, completamente inaceptable.

Pero no quiero discutir sobre Israel2, sino sobre el impacto que la guerra está teniendo en la política americana en general, y en la coalición republicana en particular.
Ficciones e incompetencia
Para empezar, no os creáis ninguna historia o análisis que defienda la idea de que Trump estaba negociando con Irán como parte de una elaborada estratagema acordada con los israelíes para sorprender al régimen de Teherán con un ataque inesperado. Primero, porque esta Casa Blanca es esencialmente incapaz de montar nada parecido sin que se filtre de inmediato, segundo, porque todo parece indicar que el ataque a Irán les pilló casi completamente por sorpresa, y tercero, porque Netanyahu lleva meses haciendo lo que quiere y forzando a que Estados Unidos le siga. Trump ni ha sabido ni ha querido controlar o limitar las acciones de los israelíes, y ha ido a remolque desde el primer día.
Parte del problema es que Trump no tiene a nadie remotamente competente en su equipo de política exterior ahora mismo. Su secretario de defensa era un presentador de un programa en Fox News los fines de semana que presuntamente tiene problemas con la bebida. Su directora de inteligencia es una lunática sin experiencia alguna en política exterior. Su jefa de gabinete es una consultora política. El director de la CIA fue legislador seis años y estuvo un ratito como director de inteligencia en su primera administración, más preocupado de investigar a Joe Biden que de política exterior. Su asesor de seguridad nacional es otro ex-legislador sin experiencia que no sabe usar Signal. El vicepresidente es un protegido de Peter Thiel que ha sido senador dos años antes de llegar al ejecutivo.
La persona con más experiencia en el gabinete es Marco Rubio, alguien que tiene como mayor virtud política haber pagado incontables Fantas al presidente. No dudo que sea inteligente, pero entre expresar ideas coherentes y hacerle la pelota a Trump, nunca ha dudado en hacer lo segundo.
No estamos hablando, entonces, de colosos intelectuales o gente que estén demasiado capacitados para entender qué está sucediendo. En un país normal (léase: España), que el ministro no sepa gran cosa es un problema relativamente menor, porque el trabajo real lo hacen los secretarios de estado y directores generales; si es avispado, les hará caso y trabajará con ellos. En el bizarro mundo de la administración Trump, Rubio, Hegseth, Tulsi y el resto de la tropa han purgado a casi todos los funcionarios de carrera en puestos de responsabilidad en sus departamentos y están torturando alegremente al resto, así que buena suerte.
Trump parece ser consciente de este problema; según dicen, está ignorando por completo a Hegseth (defensa) y Gabbard (directora de inteligencia). El núcleo duro es Rubio, Wiles (jefa de gabinete), el vicepresidente Vance y el gusano fascista conocido como Stephen Miller. También, inexplicablemente, Steve Witkoff, un promotor inmobiliario amigo suyo que es emisario especial del presidente a Rusia y Oriente Medio. No es exactamente lo mejor de cada casa, pero los dos peores nombramientos se han quedado fuera.
El problema para Trump es que se enfrenta a un problema doble. El de la guerra en sí, el dilema entre intervenir o no, y si debe apuntarse al carro de Bibi o intentar frenarle. Dentro de Estados Unidos, tiene un partido dividido entre republicanos tradicionales, más intervencionistas, y el sector “MAGA” que se creyó el no intervencionismo de Trump y es completamente contrario a involucrarse en el conflicto.
División
Normalmente estas batallas internas dentro del partido republicano suelen ser bastante discretas, o terminan con cierta rapidez. Trump dice cuál es la línea oficial del partido, el GOP cierra filas y niega haber creído nunca otra cosa, y los cuatro ilusos con principios son purgados o se van ellos solitos. En este tema en particular, sin embargo, Trump no tiene una respuesta rápida o coherente, así que tenemos un ruidoso debate público intentando influir al presidente.
La gracia es que, en este caso, los aislacionistas seguramente tienen la razón y tienen mejores argumentos. El principal portavoz de esta corriente resulta ser, además, un polemista increíblemente hábil e inteligente (a la par que un tanto antisemita), Tucker Carlson, al que Ted Cruz tuvo la genial idea de darle una entrevista/debate de dos horas.
Tucker le abrió en canal. Con argumentos a menudo falaces y tramposos (porque hablamos de Tucker Carlson, alguien que no deja de ser un fascista), pero la tunda ha sido considerable3.
Decisiones
Cuando Donald Trump se encuentra con un dilema político de difícil resolución que puede tener costes políticos, su maniobra más habitual es siempre la misma: anunciar que tomará una decisión en dos semanas. Y eso es lo que ha hecho otra vez.
Cuando se trata de política interior, la estrategia de aplazar medidas es algo que le ha funcionado más o menos bien. Trump anunció que iba a presentar su plan de sanidad mejor que Obamacare en dos semanas allá por el 2016, al fin y al cabo; incluso durante la campaña del 2024, cuando alguien le preguntó sobre ello, dijo que anunciaría su plan “muy pronto” sin inmutarse. El presidente controla la agenda, y siempre puede soltar alguna estupidez que lleve el debate a otra parte. En una guerra abierta entre dos potencias militares en una zona volátil y clave para la economía mundial, sin embargo, esto de esperar dos semanas quizás no sea una gran idea.
Como de costumbre, el NYT y otros medios tradicionales (por no decir Fox News) están estudiando las posibilidades y racionalidad estratégica de esta maniobra de Trump, intentando dilucidar si es un arma negociadora potente o un subterfugio más en una estrategia de cambio de régimen. La realidad, creo, es más prosaica: Trump está esperando a que el problema se solucione solo, y no tener que decidir nada, para evitar que su partido se fracture internamente.
La cuestión es que, en este caso, no estoy seguro de que eso sea necesariamente una mala opción. Dentro de Estados Unidos, evita tener que decantarse entre parecer débil o pusilánime ante la amenaza de Irán, o traicionar las bases de MAGA.
En Oriente Medio, intervenir en Irán quizás destruya el programa nuclear del país y provoque un cambio de régimen (que es el objetivo de Israel, probablemente), pero no tenemos ni idea sobre qué viene después. Irán es un estado más sólido que Siria, Irak o Libia, pero dadas las experiencias recientes con esta clase de intervenciones, meterse es un riesgo horrible. Presionar a Netanyahu para que detenga los ataques puede acabar por convencer al régimen que la única forma de evitar ser atacados es acelerar la obtención de armas atómicas. Y dado que Israel va absolutamente por libre, no está claro que Estados Unidos pueda limitar sus acciones; la ambigüedad estratégica, en este caso, hace que Bibi sea más proclive a escuchar, ya que está intentando conseguir algo de Trump a cambio.
Riesgos políticos
Más allá de lo que pueda suceder sobre el terreno (donde, insisto, no tengo demasiada idea), el conflicto en Oriente Medio tiene para Trump un riesgo político evidente porque contradice dos de sus mensajes principales durante la campaña. El presidente prometió que iba a traer estabilidad y no meter al país en guerras estúpidas. Si no interviene, será acusado de ser un pusilánime y dejar el mundo arder, y si interviene, estará metiendo el país en un conflicto sin saber cómo va a terminar.
Los americanos no suelen votar según la política exterior, pero sí juzgan el carácter del presidente a través de esta. La imagen de Biden, sin rumbo claro y superado por los acontecimientos durante la retirada de Afganistán4 le hizo un daño atroz en los sondeos. Irán correr el riesgo de convertirse en una trampa similar, especialmente porque esta vez, Trump no tiene todo el partido detrás.
Bolas extra:
Ayer fue Juneteenth, una fiesta federal que celebra el aniversario del día en que soldados de la unión llegaron a Galveston, Texas (19 de junio de 1865) y anunciaron a los esclavos que eran libres. La Casa Blanca se ha negado a celebrarla.
Trump se ha negado a llamar al gobernador de Minnesota tras el asesinato de un legislador estatal y su esposa porque no le cae bien.
El supremo ha decidido que prohibir cualquier terapia o tratamiento de afirmación de género a menores es constitucional.
Agentes de inmigración detuvieron a un candidato a la alcaldía de Nueva York porque… bueno, porque pueden.
Que explico en detalle en mi libro, por cierto.
Y quien se ponga a hablar de sionismo, antisemitismo, y las demás historias habituales en los comentarios le borraré lo que escriba. Si queréis hablar de eso, ancha es internet. Esta no es la página para discutir sobre esto.
Nótese que Carlson es increíblemente anti-Ucrania y pro-ruso. Sus ideas de política exterior suelen ser espantosas.
Una imagen ficticia, por cierto. La retirada era la decisión correcta y fue ejecutada bien, en vista de los planes heredados de la administración anterior.