El NYT publicaba, hace unos días, un artículo fascinante sobre la historia de RT América, sus orígenes, crecimiento, y decadencia.
Curiosamente, no hay una fecha exacta en ninguna parte sobre cuándo empezó a emitir ni cuándo fue creada; hay constancia de que estaban emitiendo ya en el 2010, pero RT daba el 2014 como fecha de inicio de sus emisiones. La cadena estaba clasificada desde el 2017 como un “agente de influencia extranjero”, la clasificación que da el departamento de justicia para entidades, organizaciones o empresas que operan en Estados Unidos e intentan influir en la política americana.
RT cerró sus puertas hace un par de semanas, el tres de marzo. El motivo de su cierre no fue fruto de una decisión del gobierno federal, sino de las compañías de televisión por cable y satélite que llevaban su señal. Direct TV y Dish Network decidieron dejar de emitir sus programas; Ora TV, la productora que creaba buena parte de la programación de RT que no eran informativos, anunció que suspendía la creación de contenidos para la emisora. Una cadena de TV que no está disponible en ninguna operadora de cable o satélite, ni en YouTube, ni en ninguna plataforma de streaming es inviable, así que dejó de operar por completo.
Los periodistas de RT
La parte más interesante del artículo, en mi opinión, no es tanto quién financiaba RT (Rusia) o su modelo de negocio, sino sus contenidos. Los periodistas, expertos, redactores y presentadores que trabajaban para la cadena declaran, en su mayoría, que los propietarios de RT nunca les daban instrucciones específicas sobre de qué podían hablar o cómo tratar temas polémicos. No les exigían que hicieran programas especiales loando a Vladimir Putin o explicando el milagro económico ruso. La libertad editorial era casi completa; Chris Hedges, un periodista brillante, ex- corresponsal del NYT y ganador de un Pulitzer que presentó un programa de actualidad, explica cómo un día dedicó una hora a celebrar el centenario del “Ulises” de James Joyce sin que nadie objetara lo más mínimo.
Esto no implica, sin embargo, que RT no fuera una emisora de propaganda rusa; lo era. Lo que hacía RT, al igual que muchos medios de similar calaña ahí fuera, era reclutar y amplificar la voz de gente que fuera útil para su causa, no escribir ellos mismos el mensaje. El Kremlin no escribía argumentarios, ni nada parecido; simplemente puso una cantidad de dinero considerable en manos de Mikhail Solodovnikov, el jefe del chiringuito, y contrató a un montón de tipos con tendencias populistas, rollo antiestablishment, aficionados a llevar la contraria y con cierta admiración / nostalgia / devoción por extremismos pasados, sea la guerra fría, sea el conservadurismo reaccionario de la alt-right.
Ninguno de los periodistas y presentadores, por supuesto, eran chiflados o radicales; eran alternativos pero presentables, la clase de persona que “habla claro” y “dice las cosas como son”, ofrece “perspectivas distintas” y cubre temas que “no ves en televisión habitualmente”. Entrevistas a intelectuales “vetados en TV”, documentales sobre “guerras olvidadas” y hablar mucho del establisment, casta, el neoliberalismo, y demás.
No sé si os sonará familiar.
El sesgo del altavoz
La estructura de influencia del Kremlin no se reduce a RT y Sputnik, aunque ambos medios son por supuesto los dos actores más visibles en este aspecto. No sabemos hasta qué punto el dinero ruso ha financiado otros medios y páginas de internet, think tanks, conferencias, y demás. Europa y Estados Unidos están llenas de chiringuitos con dinero salido quién sabe de dónde, y “movimientos sociales” de ideas peculiares con financiación opaca. Sobornar políticos y funcionarios es caro, pero los intelectuales y periodistas pasan bastante hambre. Nadie pregunta demasiado fuerte sobre quién está pagando las facturas si es quien te da de comer.
Estos días algunos comentaristas de la verdadera izquierda americana exclamaban, en voz baja, sobre cómo es muy posible que un porcentaje pequeño, pero no insignificante, de la intelectualidad progresista americana hayan estado cobrando del Kremlin directa o indirectamente durante la última década. El comentario no es porque estuvieran con ganas de empezar una caza de brujas McCarthysta contra todos aquellos que han estado a sueldo de Moscú, que conste; nadie cree que gente como Chris Hedges o Lee Camp sean agentes del FSB o estuvieran diciendo exactamente lo que creen. Pero es un recordatorio, para activistas, expertos, políticos y reporteros ahí fuera de que a veces es tan importante quién controla el altavoz en el debate público que el mensaje y sus mensajeros.
Lo que hacía RT (y toda la lista de medios que seguro tenéis en mente en otros países) no es fabricar ideas, sino amplificar las voces que creen que pueden ser útiles para sus intereses. Cuando un periodista recibe una oferta de trabajo de un medio así y tiene libertad total para decir lo que quiera no está haciendo propaganda, pero el hecho de que sus opiniones tengan un altavoz mediático y no otras sí lo es.
Epílogo
Hace más de una década, cuando empezamos a escribir en Politikon y nos empezaron a llegar preguntas y peticiones de entrevistas de medios, tomamos la decisión de que íbamos a responder a todo el mundo excepto RT y Sputnik. Simplemente, no queríamos tratarles como un medio legítimo, porque no creíamos que un medio operado por Rusia lo fuera, por mucho que insistieran en la independencia editorial de sus periodistas. Éramos unos matados irrelevantes, sin duda, pero creímos que no actuaban de buena fe.
No acierto a menudo en estas cosas, pero esa vez sí acertamos.
OK, y cual es un ejemplo de medio de comunicación legitimo?