El formato tradicional de los discursos sobre el estado de la unión (y sus equivalentes, no oficiales, del primer año) suele ser bastante simple.
Estados Unidos es un lugar maravilloso y los valores americanos son lo mejor.
Estos son todos los logros de mi administración hasta ahora.
Estos son los problemas que nuestro país tiene.
Pido al Congreso que pase estas leyes para solucionarlos.
Estados Unidos será un lugar aún más maravilloso cuando me hagáis caso.
Todo esto suele estar contenido en algo menos de una hora; un poco más para los presidentes a los que le gusta escuchar su propia voz (Clinton) o que hablan lento (Biden).
El discurso de Trump de anoche duró una hora y cuarenta minutos, el más largo de la historia, y siguió la siguiente estructura:
Estados Unidos era un erial repugnante hasta hace dos meses, cuando fui investido presidente.
Una sarta de invenciones sobre maldades de la administración anterior y recortes presupuestarios.
Mi programa de gobierno consiste en fantasías fiscales, aranceles e invadir Groenlandia.
La edad dorada de América va a llegar.
En otras palabras: ha sido una sopa de letras sin demasiado orden ni concierto, largo, farragoso, increíblemente lleno de mentiras y sin ningún anuncio, propuesta, o proyecto nuevo. Ha sido también inusual por la enorme cantidad de insultos del presidente a su predecesor, algo que estas intervenciones suelen evitar.
De todas las mentiras que ha soltado Trump, hay una que me parece significativa, porque es una muestra del agresivo, completo desprecio por la verdad y cinismo que ha mostrado durante toda su carrera.
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