Los debates electorales suelen estar bastante sobrevalorados. Los votantes que los siguen con atención suelen ser aquellos que tienen cierto interés por la política. En una de esas paradojas de la democracia, la gente más interesada tiende a ser la menos persuasible, porque tienen posiciones ideológicas bien formadas y una fuerte identificación partidista, así que la audiencia cuando los candidatos se sientan a debatir ante las cámaras es, básicamente, gente que ya tiene decidido su voto.
A los medios, no obstante, les encanta cubrir debates, porque tienen los componentes que hacen una noticia atractiva. Pueden generar interés antes, anticipando lo que va a suceder, la previa del partido; un arco para los dramatis personae que subirán al escenario. El debate en sí es conflicto, enfrentamiento, el nucleo de toda buena narrativa política; es además una escena llena de riesgo, de potenciales imprevistos, en lo que cualquier cosa puede suceder. Tras la batalla, pueden hablar de triunfo y desolación, de reacciones, de consecuencias. Hay ganadores y perdedores (o pueden cubrir el debate sobre quién ha ganado) y el arco de la historia de lo que vendrá después.
Lo mejor, especialmente para cualquier periodista mediocre, es que toda la historia del debate puede cubrirse como quien hace crítica teatral. Es todo proceso, estrategia, percepciones, carisma, personalidad. No tienen que prestar la más mínima atención a esas cosas tan molestas en la política como leyes, datos macroeconómicos, fiscalidad, programas de gobierno o las consecuencias de que gane un candidato u otro. Es narrativa y más narrativa, sin más, no tienen que aprender nada nuevo. Es maravilloso.
Hay debate esta semana
Todo esto viene, por supuesto, porque este jueves tendremos el primer debate de la campaña de las presidenciales entre Joe Biden y Donald Trump, y los medios están gloriosamente dedicados a escribir, hablar, debatir y analizar lo que tienen que hacer estos señores para llegar a los corazones de América. La cobertura periodística de las presidenciales en Estados Unidos suele ser bastante burdo y alegremente ignorante de la realidad en un día bueno, con los medios más preocupados de hablar sobre estrategia, sondeos, y “cómo va la carrera” que sobre lo que proponen los candidatos. Esta semana, son todo florituras y vacuidades.
Hay motivos para pensar, no obstante, que este debate quizás acabe importando algo más que otros en elecciones pasadas. Uno de los candidatos es un señor mayor que suele perder el hilo de lo que estaba hablando, tiene problemas para recordar nombres, se inventa historias sobre su infancia, habla constantemente de familiares fallecidos y parece flirtear con la demencia. El otro es Joe Biden, que no es que sea exactamente la persona más coherente del mundo. Dado que uno de los temas centrales en esta campaña es cómo los periodistas descubren dos veces al mes que Biden es viejo y el otro es si Trump es un loco peligroso o no, tener a ambos en un escenario debatiendo puede mostrar a los votantes información relevante sobre su estado mental.
Estrategias
Este debate llega muy temprano durante la campaña (meses antes de lo habitual, con los debates empezando en octubre) precisamente porque la campaña de Biden quería poner sus cartas sobre la mesa lo antes posible. Es un artículo de fe en medios conservadores estos días de que el presidente es un fósil demente incapaz de hilar dos frases sin caer inconsciente por el esfuerzo. El GOP se ha pasado meses editando videos de Biden de forma chapucera para avivar el debate, y los medios tradicionales, como es habitual, están “cubriendo la polémica”.
Tras ganar las primarias, a Trump le dio por retar a Biden públicamente a debatir “cuando quiera y donde quiera”, jugando con este mensaje de que el ancianito de la Casa Blanca era demasiado débil y cobarde para atreverse a aceptar. Para sorpresa del propio Trump, Biden aceptó debatir lo antes posible, negociando las condiciones directamente con su oponente.
El mensaje de que Biden es viejo y senil ha sido el mensaje central de los republicanos durante toda la campaña (básicamente el único, de hecho), así que el debate representa una oportunidad tremenda para ellos. Si Biden (que lleva cuatro años sin debatir) está lento, torpe o espeso durante el evento, o tiene uno o dos momentos un poco dudosos que pueden ser viralizados con algo de edición creativa, pueden hacer un daño atroz, casi irreparable al presidente. Uno de los principales problemas de Biden en los sondeos es que genera dudas dentro de sus propias bases; de confirmarlas en el mayor escaparate político del país, los demócratas perderían la cabeza. Estaríamos hablando de si hace falta que encuentren un nuevo candidato de aquí a la convención y de todas las cosas horribles que hace el paso del tiempo al cerebro humano de aquí a noviembre.
La estrategia republicana, no obstante, tiene un pequeño problema: el político que estará ante un atril para llevarla a cabo es un señor que esta semana proponía un “campeonato de luchadores inmigrantes” como forma de entretenimiento, ha sugerido en múltiples ocasiones que si Biden debate bien es porque irá chutado de cocaína (dijo lo mismo sobre el discurso del estado de la unión) y parece obsesionado con la posibilidad de ser electrocutado en un naufragio de un yate de propulsión eléctrica y si eso sería preferible a ser devorado por tiburones (en serio).
El bueno de Trump nunca fue la persona más coherente del mundo, pero este año está siendo más delirante que de costumbre. Una teoría habitual (y creo que bastante sensata) en el debate sobre los sondeos es que muchos votantes han olvidado lo absurdo de la presidencia de Trump, con sus ruedas de prensa sugiriendo beber lejía para combatir el COVID, sus astracanadas constantes y sus constantes polémicas. Poner al buen hombre durante noventa minutos ante las cámaras quizás no sea la mejor idea, y más cuando su gran teoría sobre por qué debe ser presidente es que su contrincante es viejo, él ganó las elecciones del 2020 pero le robaron y quiere vengarse de todo el mundo, y lo dice todo el santo rato en voz alta.
Trump y su mundo
Tampoco ayuda que su campaña está siendo errática incluso para los estándares de paseo aleatorio lisérgico que nos tiene acostumbrados. Este titular en Politico es tan absurdo como completamente cierto:
Lo único que parece salvar a Trump una y otra vez es la devoción incansable de las bases republicanas y los patéticos lamebotas del partido, y que los medios parecen haber llegado a la conclusión de que nada de lo que dice tiene valor alguno y que todo da igual.
Allá por el 2007, durante las primarias demócratas entre Hillary Clinton y Barack Obama, el copresidente de la campaña de Hillary en New Hampshire tuvo la ocurrencia de sugerir que la admisión de Obama de haber probado la cocaína en sus años mozos eran motivo para negarle la presidencia. Las declaraciones crearon una enorme polémica, y la campaña de Clinton, avergonzados, acabaron forzando su dimisión y pidiendo perdón profusamente. Trump, esta semana, ha acusado directamente a su oponente de ser un cocainómano, y la mediocracia americana (y el GOP en bloque) ni se han encogido de hombros; lo han ignorado por completo. El tipo realmente ha roto el debate político en este país.
Una campaña más ajustada
Pase lo que pase en el debate, todo parece apuntar que Joe Biden ha recuperado terreno en los sondeos estas dos últimas semanas, y que la condena penal a Trump ha tenido un efecto pequeño pero apreciable en los sondeos. Ayuda que la campaña de Biden se ha dejado de remilgos y está llamándole criminal directamente:
Así que si Biden “gana” el debate no sabremos si es porque el debate importa o si la tendencia en las encuestas ya había cambiado. Si lo “pierde” tampoco sabremos si es el efecto pasajero de la condena en los sondeos difuminándose o un mal debate. Los periodistas debatirán mucho sobre ello.
Bolas extra:
He criticado duramente a la prensa por hacer demasiada crítica teatral y estoy aquí haciendo crítica teatral. Lo sé. Soy parte del problema. Si hablo sobre política fiscal no me abrirá el correo ni Dios, no obstante.
(El siguiente artículo será probablemente sobre política fiscal)
Trump ha recaudado montañas de dinero tras su condena (porque nada motiva a las bases más que tener a un criminal como candidato); la ventaja demócrata en fondos disponibles para la campaña se ha desvanecido casi por completo.
El fiscal general de Missouri denunciará al estado de Nueva York por condenar a Trump. No tengo ni la más remota idea sobre la teoría legal detrás de este caso, pero todo sea demostrar lealtad al amado líder.
Michael Flynn, ex-general chiflado, criminal condenado por mentir al FBI, indultado por Trump, y probable asesor de seguridad nacional si este fuera reelegido, se ha montado un chiringuito estupendo en forma de ONG/PAC pro-Trump que emplea a toda su familia y les paga unos sueldazos.
Deseando tus aportes sobre problemas fiscales, y más cuestiones légalo técnicas de EEUU. Gracias
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