La revolución cultural del camarada Trump
La inexplicable guerra republicana contra las universidades del país
He hablado alguna vez sobre el complicado mundo de las universidades americanas. El sistema de educación superior en Estados Unidos es caótico, rebuscado e incomprensible para cualquiera que no sea medio consciente de la sutil forma en que la clase social se expresa en este país.
El desaforado elitismo inherente en el sistema, comprensiblemente, ha generado un resentimiento considerable en muchos lugares. Las universidades más prestigiosas del país (Harvard, Columbia, Yale…) son ricas, poderosas, e increíblemente selectivas. Son también, de muy lejos, los mejores centros de investigación del planeta, auténticos centros intelectuales sin rival en el resto del mundo.

Para un sector considerable de la derecha americana, lo de “intelectuales” es motivo y fuente de un profundo odio hacia esas instituciones.
Contra los gafosos
El movimiento conservador americano siempre ha tenido una cierta pulsión anti- intelectual. Sin meterme en todas las corrientes y debates de este mundillo, entre los ideólogos del GOP ha existido desde gente con una cierta desconfianza hacia las élites progresistas que se creían capaces de dirigir la economía a reaccionarios desaforados que se oponen al universalismo y los valores de la ilustración.
El trumpismo, como degeneración gonzo de toda esta historia, ha adoptado una versión caricaturesca de esta tendencia que cree que las universidades son centros de adoctrinamiento woke, núcleos de antiamericanismo afeminado, y contrarios a los valores tradicionales de trabajo, esfuerzo y ganarse la vida con el sudor de tu frente, no escribiendo informes y estudios sobre queers y transgénero en la Libia del periodo de entreguerras.
Durante la campaña (porque todo lo que hace Trump es algo que había dicho que haría) Trump habló, en varias ocasiones, sobre la necesidad de “reformar” las universidades. Las criticó por ser “dictaduras” de partido único, donde las ideas conservadoras eran censuradas y el antisemitismo campaba a sus anchas. Habló de que, una vez en el poder, las pondría en vereda.
Demoliciones
Lo que ha hecho ha ido mucho más allá. Como parte de su programa de recortes para eliminar “despilfarro” en el gobierno federal, la Casa Blanca esencialmente demolió todo el sistema de financiación de investigación académica del país.
A grito de eliminar estudios “woke” y “DEI” pagados con los impuestos de los contribuyentes, Trump ha reducido las becas de la National Science Foundation (NSF, fundación nacional de ciencia) de 2.000 millones anuales a apenas 989 millones. Los National Institutes of Health (NIH, institutos nacionales de salud) han perdido más de 2.700 millones de su presupuesto, con recortes adicionales el año que viene. Los hachazos han sido aún peores en la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA, administración nacional oceánica y atmosférica, que es un nombre maravilloso), la agencia que estudia cosas como el cambio climático, los programas dedicados a las artes o las agencias que estudian vacunas y epidemias.

Junto con estos recortes, la Casa Blanca se ha dedicado a recortar, bloquear o eliminar cualquier contrato de investigación científica con universidades que consideran que no hacen suficiente para “combatir el antisemitismo” o tener “diversidad ideológica” en su campus, cebándose especialmente en Harvard. También se han lanzado a un programa completamente delirante de identificar y expulsar del país por motivos de “seguridad nacional” a estudiantes extranjeros con una variedad ridícula de excusas (desde “antisemitismo” a “contrabando”), obviamente sin juicio ni garantías procesales que valgan. En el caso de Harvard, ha intentado prohibir a la universidad tener cualquier estudiante extranjero (motivación legal detallada: “por mis cojones”), están planteándose limitar el número de foráneos en todos los campus, y en un alarde de amor por la libertad de expresión, van a repasar las redes sociales de todo aquel estudiante que pide un visado, para asegurarse que no son “antisemitas”.
Oh, si el estudiante en cuestión ha borrado su presencia en redes o no tiene demasiado escrito, eso será interpretado como que está ocultando algo.
Desmantelando un sistema
Todas estas medidas serían cómicamente autoritarias ya de por sí, pero tienen el problema añadido de que es posible que acaben por hacer un daño atroz al mejor sistema de investigación del planeta, y una de las mayores fortalezas de Estados Unidos como nación.
Para empezar, el sector educativo es una industria enorme. Si medimos la educación superior como lo que es, un exportador de servicios, las universidades americanas exportan más (50.000 millones al año). Es muy probable que este año Estados Unidos hubiera exportado más educación que coches, en valor monetario, o que en cualquier industria que no sea gas y petróleo. Los estudiantes de licenciatura foráneos, además, pagan casi siempre la matricula completa, sin becas ni ayudas de ninguna clase, así que a menudo acaban subvencionando a los nativos.
El gran valor añadido, sin embargo, son los estudiantes de postgrado, que nutren los enormes y bien financiados programas de doctorado del país. Las universidades americanas, gracias a una combinación de economías de escala, generosa financiación federal, y el hecho de ser el centro del universo científico de occidente, atraen a los mejores científicos del planeta. Estados Unidos tiene más premios Nóbel que nadie porque importa a las mentes más brillantes, les da montañas de dinero, y les deja trabajar en instituciones con instalaciones fabulosas que forman parte de una red gigante de instituciones comparables.
No es cuestión de que Harvard, o el MIT, o Stamford, o Princeton sean centros de excelencia. Lo que distingue a Estados Unidos es que hay decenas de universidades estupendas y muy bien financiadas, todas con departamentos punteros, y varias decenas más de universidades públicas de “segundo rango” pero que tienen laboratorios, hospitales, y presupuestos colosales para hacer toda clase de proyectos en cooperación con otros centros parecidos y centros de excelencia semejantes dentro del gobierno federal.
Crear una red de este tamaño, con estos recursos, y con esta capacidad para atraer talento es increíblemente complicado, porque no es sólo cuestión de dinero. Requiere crear y mantener decenas de instituciones, gestores capaces de llevar proyectos de investigación puntera, programas para atraer y retener talento en todo el mundo, y hacerlo durante décadas, creando las economías de red necesarias para que funcione, por un lado, y la reputación necesaria para hacer que una llamada de John Hopkins, Georgetown o Berkley haga que un investigador haga las maletas de inmediato y cruce el océano para trabajar aquí.
La administración Trump, con sus alegres algaradas contra las universidades, sus intentos de purgar o deportar disidentes y bloquear la llegada de extranjeros, y su intención abierta de destruir el sistema de financiación de todo el sistema de investigación del país está destruyendo toda esta infraestructura.
Consecuencias
Como muchos de los recortes de Musk y Trump desde que han llegado al poder, el impacto no será aparente de inmediato. El año que viene un puñado de doctorandos escogerán quedarse en la India, o Francia, o en Madrid en vez de irse al MIT o Yale. Unos cuantos proyectos de investigación sobre superconductores, o matemáticas, o biología, o algo similar se quedarán sin dinero, y los avances se retrasarán varios años, o se harán en otro país. El fundador de una empresa revolucionaria de cohetes espaciales o coches eléctricos no estudiará ingeniería aquí e intentará fundar su empresa en otro sitio, donde no tendrá el mismo acceso a capital e I+D que hubiera tenido en Estados Unidos.
Y poco a poco, el abrumador dominio de Estados Unidos en innovación tecnológica, inteligencia artificial, y básicamente cualquier sector puntero reciente se difuminará, simplemente porque las universidades que nutren toda esa innovación habrán cerrado sus puertas a inmigrantes, perdido varios años peleándose con su propio gobierno para poder mantener su acceso a fondos y autonomía, y perdido su capacidad hasta ahora infinita de atraer a las mentes más brillantes del planeta a sus aulas.
Todo ello, por cierto, con un ahorro minúsculo de dinero, un error de redondeo en el presupuesto federal. La gran ventaja de este país es que es tan grande y rico que puede generar montones de recursos y economías de escala con poco esfuerzo. La jihad anti intelectual y anti woke del trumpismo toma prioridad a cualquier atisbo de racionalidad, una y otra vez.
Es desesperante.
Bolas extra
Hace unos días le preguntaron a Joni Ernst, senadora republicana por Iowa, por qué apoyaba los recortes de Medicaid (seguro para minusválidos y gente con poco dinero), algo que iba a costar vidas. Su respuesta, en un alarde de incompetencia política maravilloso es que “todos nos vamos a morir tarde o temprano”.
Si esto os parece horrible, el día siguiente Ernst pedía perdón. La respuesta es aún peor.
Para lo que no podéis escucharlo: Ernst menciona que la gente va a estar muy decepcionada cuando les diga que la Tooth Faery (el ratoncito Pérez, versión USA) no es real, y que los que quieran vida eterna, los anima que acepten su amo y señor Jesucristo, redentor. No, NO ES BROMA.
El tribunal de apelaciones bloqueó temporalmente la sentencia sobre los aranceles, así que siguen en vigor. La administración Trump insiste que los aranceles molan mucho y que van a usarlos para todo.
El MIT prohíbe al presidente del alumnado dar un discurso de graduación por haber dado un discurso pro-palestina el día antes. La Casa Blanca ha amenazado con retirar fondos al MIT por no combatir el “antisemitismo”.
No deja de resultarme sorprendente y paradójica esta necesidad de catalogar cualquier defensa de los derechos del pueblo palestino como "antisemitismo". Es como si el hecho de haber sido víctimas del Holocausto les confiriera todas las virtudes y, automáticamente, les hiciera incapaces de cometer algo parecido o les diera siempre la razón. Que el pueblo judío sufriera un genocidio no les hace automáticamente especiales ni inmunes a cometer barbaridades parecidas, como cada día podemos comprobar.
Maó va fer primer «El gran salt endavant» i després «La revolució cultural», dos fiascos descomunals. Trump vol fer alhora dues coses equiparables.
Se'm fa difícil imaginar els EUA convertits en una república bananera, però sembla que és el camí que estan triant.