Hace unos días alguien bromeaba por Twitter que una de sus distracciones favoritas este verano era responder a fotos de conocidos de turismo por Europa “mira todas esas plazas de aparcamiento” o “¿dónde aparca la gente?”. El chiste, obviamente, es que en las zonas que uno va a visitar en ciudades europeas no hay sitio para dejar el coche, especialmente si uno compara con las zonas urbanas de Estados Unidos.
Pongamos, por ejemplo, esta bonita estampa de una zona poblada de Estados Unidos, Main Street, East Hartford, Connecticut.
Miremos, así al azar, la Main St. de Toledo, Ohio:
Viajemos ahora al centro de Santa Fe, Nuevo Méjico:
Miremos una zona más densa, como la West Main Ave. de Spokane, WA:
Podría estar aquí toda la noche poniendo imágenes de Google Streetview al azar de miles y miles de pueblos y ciudades americanas, y esencialmente siempre nos encontraríamos con la misma historia: calles anchas, edificios a menudo lejos de la acera y mucho, mucho, mucho sitio donde aparcar.
¿Dónde aparcas?
De las muchas ideas absurdas del urbanismo americano, la más persistente, absurda, simple y contraproducente son los mínimos obligatorios de plazas de aparcamiento. Casi cualquier ordenanza de urbanismo en Estados Unidos incluye, entre sus múltiples y ultra detalladas provisiones (porque no hay nada más autoritario y burocrático que una ordenanza de urbanismo en Estados Unidos) una lista de usos permitidos en casi cualquier sitio y un número específico de plazas de aparcar que debe incluir de manera obligatoria. ¿Restaurante, con barra de bar, 200 metros cuadrados? Veinte plazas. ¿Tienda de ropa, 300 metros cuadrados? Unas diez plazas para dejar el coche. ¿Edificio de viviendas, cincuenta apartamentos de tres habitaciones? Unas 135 plazas.
Una plaza de aparcamiento, sin embargo, tiene tres problemas fundamentales. Primero, ocupa mucho sitio; cada coche necesita unos 15 metros cuadrados, sin contar viales, rampas, y demás espacio asociado. Segundo, son muy caras; si se hacen al aire libre, ocupan mucho terreno, y si son en garaje, requieren edificación muy, muy cara. Tercero, y más importante, una plaza de aparcamiento es algo muerto, sin vida, sin actividad humana alguna. Es un lugar para almacenar cacharros de dos toneladas que necesitan infraestructuras mucho más anchas y amplias que cualquier peatón. Un aparcamiento, no importa qué aspecto tenga, es algo que drena la vida de todo lo que tiene alrededor. Es un lugar para máquinas, no para personas.
Almacenando coches
Las ciudades americanas, no hace falta decirlo, tienen mucho, mucho, mucho sitio para aparcar. El condado de Los Ángeles tiene 18,6 millones de plazas de aparcamiento que ocupan una superficie total de más de 500 kilómetros cuadrados. La ciudad dedica más espacio a estas infraestructuras que a vivienda. Una estimación reciente calculó que en Estados Unidos hay entre ochocientos millones y dos mil millones de sitios donde dejar el coche. En el país hay 276 millones de vehículos registrados, 108 millones turismos.
La cantidad de solares asfaltados en muchos municipios es cómicamente excesiva, ahogando cualquier posibilidad de que haya nadie andando en sus calles. Una comparación: en Estados Unidos hay 296 metros cuadrados de superficie impermeable (léase: asfaltada o cimentada) por habitante. En España hay 178.
La enorme parquificación de las ciudades americanas nace en los años cincuenta y sesenta, cuando muchas zonas urbanas empezaron a perder población hacia los suburbios. Los planificadores y políticos de la época decidieron que la mejor manera de ayudar a las oficinas y comercios en sus municipios era facilitar que las clases medias que vivían fuera del centro pudieran desplazarse al centro para comprar o trabajar. Debido a la baja densidad de los suburbios, la progresiva agonía del ferrocarril y tranvías (ayudado, a veces, por el sector de la automoción) y la enorme inversión federal en autopistas interestatales, muchos optaron por facilitar el acceso en coche, demoliendo lo que fuera necesario para traer vías de gran capacidad al downtown y construyendo aparcamientos a patadas, fuera directamente, fuera estableciendo regulaciones para que el sector privado lo hiciera.
Del efecto demencial de las autopistas urbanas hablamos hace una temporada; el efecto de los aparcamientos es más sutil. Las imágenes de arriba son una buena muestra de la clase de urbanismo que acaban produciendo, y son algo casi generalizado por todo el país. Lo insidioso, es que la existencia de almacenes de coches refuerza la necesidad de más almacenes de coches, ya que según añades aparcamiento menos densidad tienes y más desagradable es todo para un peatón. Una vez tienes varios edificios con mares de asfalto alrededor, ese barrio es casi insalvable.
Cierta esperanza
Por fortuna, hay un cierto cambio de tendencia en años recientes para eliminar estas normativas absurdas. Pongamos el caso de Hartford, una ciudad que no sólo construyó un número abrumador de autopistas cruzando la ciudad, sino que llenó todo el centro de aparcamientos hasta extremos ridículos:
Hace unos años, Hartford eliminó sus reglas sobre plazas mínimas de aparcamiento por completo. El efecto ha sido considerable, con un montón de solares vacíos ocupados ahora por viviendas, y mucho interés para recuperar zonas casi desérticas. Hay algo parecido a un movimiento incipiente, a escala nacional, en esta dirección, y aunque muchas de las ciudades más grandes siguen llenas de solares asfaltados. Por desgracia, muchos políticos siguen sin entender del todo la relación entre tener una cantidad finita de suelo urbanizable, dedicar cantidades ingentes de este a coches y precios de vivienda elevados, o el misterio de tener las calles hechas un erial y atascos constantes a todas horas.
Paradójicamente, es muy posible que las ciudades más receptivas a esta clase de cambios estén en sitios muy conservadores, por el mero hecho de que estás pidiendo menos regulación. Lo que está claro, sin embargo, es que el atroz urbanismo americano no es cosa de que les gustan los coches o que se urbanizan después, como se dice a menudo, sino de decisiones regulatorias contraproducentes.
Bolas extra:
Tendré que escribir más sobre el comité del seis de enero, porque el testimonio de la sesión de ayer fue de locos.
En el capítulo de “fenómenos sociales totalmente previsibles”, un estudio señala que hacer las leyes sobre armas de fuego más permisivas conlleva un aumento enorme de la tasa de crimen, no su descenso.
El supremo sigue a lo suyo, erosionando esta vez la separación entre iglesia y estado.
Los demócratas tienen esta extraña estrategia de apoyar a candidatos ultras en las primarias republicanas porque creen que será más fácil derrotarles en noviembre. Qué puede salir mal.
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Por favor, escribe sobre el 6 de enero y explica si todo esto que esta pasando ahora puede servir para algo y quitar al amigo Trump de la escena politica y evitar que se presente otra vez. Gracias