Este fin de semana Donald J. Trump, presidente de los Estados Unidos, líder del mundo libre y troll de Twitter con armas nucleares, decía esto:
Para los que andáis perdidos en el mundo conspiranoico-fantasioso de este señor:
Joe Scarborough es un ex-congresista republicano metido a periodista, uno de los presentadores del programa matutino en MSNBC.
Scarborough es un never-Trumper, uno de los republicanos críticos con Trump desde antes de las elecciones del 2016. Dejó el partido formalmente el 2017.
Hay un amplio sector de enajenados mentales en las cloacas de internet pro-Trump que están convencidísimos que Scarborough asesinó una mujer en el 2001. La historia, no hace falta decirlo, es una completa, total, y absoluta invención.
Eso no ha detenido al presidente de los Estados Unidos, que ha tuiteado sobre ello varias veces.
En cualquier universo medio coherente con guionistas menos alocados, el hecho de que el jefe del ejecutivo de una superpotencia se ha pasado el fin de semana jugando al golf y aullando en Twitter acusando de homicidio a un periodista que le cae mal sería visto como un escándalo demencial, una emergencia política de primer nivel y/o una señal clara de que gente muy amable en batas blancas van a ir al despacho oval con una camisa de fuerza a recoger un paciente. En Estados Unidos durante la era Trump, es un domingo cualquiera, aparte de los 100.000 muertos por coronavirus que lleva el país.
Si tuviera tiempo y estómago podría enviar cada día un artículo siguiendo a grandes rasgos este mismo patrón. James Fallows, uno de mis articulistas favoritos en The Atlantic, hizo algo parecido, escribiendo “cápsulas temporales” cada día durante la campaña electoral del 2016. Fallows, al acabar la serie, señalaba con resignación que su trabajo sería más útil como registro histórico que como periodismo o serie de artículos de opinión; el enorme, inacabable, incansable torrente de insultos, irresponsabilidades, mentiras, fantasías, y estupideces de Trump durante la campaña (Fallows llegó a 152 artículos) simplemente habían abrumado a los medios que cubrían la campaña. Trump soltaba tal cantidad de idioteces y hacía tantas cosas salvajemente insensatas que no había manera de dar a ninguna la cobertura mediática que merecían. Si un político tiene cuatro polémicas de las que acabarían con la carrera política no de un senador sino de un concejal de pueblo de Soria cada día, es imposible que la prensa puede dar a cada una suficiente importancia.
Esta estrategia, por cierto, tiene un nombre. En palabras de Steve Banon, director de campaña y estratega del presidente, Donald Trump “inunda la zona de mierda” (floods the zone with shit) para cortocircuitar la cobertura informativa.
Como todo lo que hace Trump, es muy probable que su comportamiento tenga más de una mezcla de incompetencia, diarrea verbal, arrogancia suprema y estupidez que una estrategia racional. A pesar de ello, el torrente incesante de mierda que sale de la Casa Blanca hace muy, muy, muy difícil que los medios puedan cubrir lo que hace o dice el presidente de forma razonable.
Hablemos, por ejemplo, del impeachment. Si recordáis (porque con lo que ha caído, parece que hablemos de la administración Coolidge, no de algo de hace tres meses), Trump fue acusado de amenazar al gobierno ucraniano con denegarles ayuda militar si no anunciaban una investigación contra el hijo de un rival político. Sabemos que eso fue lo que sucedió porque la transcripción de una llamada telefónica publicada por la misma Casa Blanca tiene al presidente haciendo exactamente eso.
Hubo gente esos días que utilizó, como símil, la posibilidad de que Trump decidiera denegar fondos federales para responder a emergencias a estados con gobernadores que le cayeran mal o que se negaran a perseguir o castigar rivales políticos. Una locura, dijeron algunos; Ucrania no es Florida.
Esta semana pasada Trump hizo exactamente eso en Twitter. Trump está obsesionado con la idea de que muchos estados quieren impulsar el voto por correo en noviembre no como precaución por si hubiera un rebrote de la pandemia, sino para cometer fraude electoral. En un par de tuits, Trump amenaza con retirar fondos federales a Michigan y Nevada si aprueban un sistema de voto postal.
Dejemos de lado el hecho que las elecciones en este país de locos son competencia estatal y que ya hay varios estados con voto postal universal. Trump está diciendo en voz alta que bloqueará fondos federales si no le hacen favores políticos que le ayuden a ganar en noviembre. Es decir, exactamente de lo que se le acusaba hace unos meses, pero en voz alta, en Twitter, en medio de un desastre natural en Estados Unidos.
¿Nivel de cobertura mediática? Me ha costado encontrar los enlaces sobre esta imbecilidad en particular, porque en los últimos cinco días Trump ha dicho tantas tonterías que es imposible abarcarlas todas. Mientras escribía estas líneas, sin ir más lejos, Trump ha vuelto a esto:
Porque total, puestos a decir tonterías, nada como volver a los clásicos. La prensa ya se ha hartado de repetir que es mentira, y a él le da absolutamente igual.
Los discursos de Trump son incoherentes, sus declaraciones son absurdas; los periodistas a menudo tienen que reconstruirlas para que se lean sentido o parezcan propuestas políticas más o menos coherentes. Eso lleva a que incluso intervenciones casi dementes sean “limpiadas” hasta que parezcan casi inofensivas, haciendo que Trump parezca mucho más normal de lo que realmente es.
Sobre cómo los medios pueden responder a estos delirios se ha hablado mucho; desde luego, no basta con fact checking. Repetir las mentiras de Trump (“Trump dice que Joe Scarborough es un asesino en serie”) no basta, ya que el hecho de que repitas la falsedad ya basta para contaminar el debate. Algunos medios han sugerido seguir el esquema de “bocadillo de verdades”, abriendo la noticia diciendo los hechos reales (“Una empleada de Joe Scarborough murió accidentalmente en Florida cuando el congresista estaba en Washington, dicen todos los informes forenses”), diciendo después que Trump miente sobre ello (y recalcar “miente”, no recurrir a “Trump dice”) y cerrando con otro párrafo repitiendo la verdad. El problema es que esto es válido para sus constantes mentiras, no los escándalos de corrupción, abuso de poder, incompetencia y demás, que son tan abundantes que no hay manera de explicarlos todos.
En fin. Aunque (insisto) dudo que esta sarta de burradas sea una estrategia premeditada del presidente, lo cierto es que Steve Bannon tiene razón cuando dice que hace casi imposible cubrir esta presidencia de forma medio racional.
Este es el panorama de la campaña del 2020, que promete ser muy edificante. Snif.
Bolas extra:
Todos los estudios señalan, por cierto, que el voto por correo favorece a los republicanos, no a los demócratas. La idea del fraude es una fantasía de Fox News y Trump, pero da igual.
Un juez ha declarado inconstitucional una ley de Florida que retiraba el derecho a voto a aquellos con condenas criminales que hubieran cumplido pena pero que no hubieran pagado aún las costas judiciales. Si, esa es una ley de verdad.
Y sí, hay muchos estados donde la gente con antecedentes penales pierde el derecho a voto.
La ley de Florida es especialmente delirante ya que el estado voto en referéndum una enmienda constitucional para que la gente con antecedentes criminales pudiera votar el 2018. Los republicanos (que controlan el legislativo) aprobaron la ley sobre deudas para evitar que eso sucediera.
Incluso si la enmienda entra en vigor por completo, los condenados por asesinato o delitos sexuales seguirán sin poder votar a no ser que el gobernador les restaure ese derecho individualmente.
Adivinad la composición racial de la gente que está en la cárcel en Florida, y adivinad a quién votan.