El periodo de sesiones de la Asamblea General de Connecticut termina el siete de junio. Como os podéis imaginar, estos días hemos andado ligeramente liados, pasando muchas horas (demasiadas) de lobista por los pasillos del Capitolio. De la intrahistoria del periodo de sesiones escribiré, si hay interés, la semana que viene. Hoy toca algo un poco más ligero, respondiendo preguntas variadas y tocando un par de cosas interesantes que se han ido quedando en el tintero: la huelga de guionistas, el futuro del filibuster, y qué le espera a Biden tras el techo de la deuda.
Empecemos.
Las huelgas de Hollywood
Los guionistas de Hollywood llevan más de cuatro semanas en huelga. El contrato (convenio, en jerga local) del sindicato de actores con los estudios está a punto de caducar, y hay también una huelga en ciernes. Justo detrás, el sindicato de directores también va camino de un paro masivo.
Es decir, no hay nadie filmando nada en Estados Unidos, y parece que todos los trabajadores de la industria están o van camino de las barricadas. El motivo, como casi todos estos días, en Netflix, o más concretamente, la tremenda revolución del modelo de streaming en cómo se distribuyen contenidos audiovisuales.
El modelo económico tradicional en el mercado televisivo americano (simplificando mucho) solía ser de series de 21-22 episodios por temporada. Una serie estándar tenía una llamada writers room (un equipo de guionistas) con un contrato reglado para escribir un episodio piloto y tratamiento, y si alguien decidía lanzar la serie, otra serie de cláusulas estándar sobre semanas de empleo renumerado, número de guionistas y demás. Las series más cortas (HBO y sus temporadas de 8-12 episodios) tenían cláusulas distintas, pero la combinación entre piloto y serie posterior compensaba.
Una vez una serie se emitía en antena (o cable), los guionistas recibían los llamados residuals (pagos residuales), una cantidad de dinero variable dependiendo de la audiencia de la serie (Si alguna vez os habéis preguntado por qué los datos de audiencia en TV son públicos y medidos por una empresa independiente, este es uno de los motivos). El santo grial para un guionista era que una serie llegara a cien episodios, porque eso hacía posible venderla para syndication, es decir, que pudiera ser repuesta, con episodios medio sueltos, fuera de horarios de máxima audiencia o en TV por cable. Los escritores de series como Seinfield o Friends, que están constantemente en antena en medio planeta, se ganan muy bien la vida.
Netflix, sin embargo, rompió con este modelo. Los streamers no contratan series de 22 episodios, sino 8-12. También han abandonado la práctica de encargar un episodio piloto antes de producir una serie. Lo que suelen hacer es crear una mini-room con el creador y un grupo pequeño de guionistas para hacer un treatment (un plan general para la serie), y desarrollar o descartar la idea en este punto. Las mini-room duran mucho menos que los contratos tradicionales para pilots, por supuesto.
El punto realmente complicado en la negociación son los residuals. Ni Netflix ni ninguno de sus competidores hacen públicas sus cifras de audiencia, ni hay una empresa externa que produzca datos válidos aceptados por todas las partes. Esto quiere decir que las plataformas de streaming saben si una serie es popular o no (y tienen datos ultraprecisos sobre ello), pero todos los que han trabajado en ella no tienen la más mínima idea. Y dado que no hay información sobre número de reproducciones o emisiones, no hay residuals que valgan.
Para empeorar aún más las cosas, los contratos estándar para series estos días incluyen cláusulas que dan un pago fijo (modesto, pero un pago) si la serie está disponible en una plataforma de streaming. Las plataformas, sin embargo, pueden retirar esos contenidos sin más, haciendo que los creadores de una serie no vean un duro. Este ha sido el caso de Willow, que Disney + sacó en noviembre del año pasado (y que costó un pastizal) y fue retirada de circulación la semana pasada.
En general, la cobertura de los medios ha sido bastante favorable a los guionistas. Ayuda, y mucho, que la inmensa mayoría de periodistas que cubren la industria no dejan de ser escritores también (y frikis del cine), y que la inmensa mayoría de guionistas de Hollywood no ganan mucho dinero; si tienen sueldos dignos es gracias a su fuerte movilización sindical. También es bastante obvio, por supuesto, que los guionistas tienen razón.
El problema para la industria, en agregado, es que las plataformas de streaming probablemente se pasaron de frenada, en años recientes, encargando mucho más contenidos a costes mucho más elevados de lo que el mercado de TV podía aguantar- y ahora quieren recortar gastos para contentar a los accionistas. Todas ellas, por supuesto, siguen generando montañas de dinero, y los trabajadores quieren su parte.
El futuro del filibusterismo en el senado
Cambiando (mucho) de temas, que el senado de los Estados Unidos es un lugar disfuncional no se le escapa a nadie. La cámara alta no es sólo muy poco representativa (¡dos senadores por estado!) sino que además tiene una serie de reglas absurdas que exigen supermayorías para aprobar prácticamente cualquier cosa.
La duda es si esto es sostenible. La respuesta es que la primera parte sí, más que nada porque reformar la constitución es básicamente una quimera, pero la segunda, el filibuster, creo que tiene los días contados, aunque el cambio no sucederá con presidente o mayoría demócrata.
En general, las normas de funcionamiento del senado en años recientes siempre operan con el mismo patrón: cuando un partido quiere hacer algo con suficiente vehemencia, siempre acaban encontrando una excusa para sacarlo adelante por mayoría simple. En contra de lo habitual en estos casos, los demócratas fueron probablemente los que empezaron esta tendencia el 2009, cuando aprobaron la ley de sanidad de Obama vía reconciliación (una maniobra presupuestaria para evitar filibusters) con 59 votos, tras perder su supermayoría en el senado. En el 2013, hicieron lo mismo con nombramientos que debían ser confirmados por el senado en el ejecutivo y tribunales federales, excepto el tribunal supremo. En el 2017, el GOP hizo lo mismo para evitar que la minoría demócrata les bloqueara nombramientos al alto tribunal.
En los años de Biden, el mecanismo de reconciliación fue utilizado repetidamente para aprobar leyes, incluso en cosas que no tenían relación directa con el presupuesto. La cosa acabó a menudo con los letrados de la cámara decidiendo qué se podía incluir o no, para frustración de todos los presentes. Debido a la exigua mayoría (literalmente de cero votos) de los demócratas en el senado, no se atrevieron a volar el filibuster, pero el partido se está moviendo en esa dirección.
¿Por qué digo, entonces, que será el GOP quien elimine el filibuster? básicamente, porque los demócratas moderados (Manchin, Sinema…) son más conservadores en comparación al resto de su partido que los moderados del GOP son progresistas comparados con sus compañeros. Joe Manchin quiere bloquear leyes de su propio partido; Mitt Romney quizás quiere retocarlas, pero no votará tan a menudo en contra de algo que sus compañeros de partido quieran aprobar.
Así que es más probable que sean los republicanos los que se encuentren una ley que se mueren de ganas de aprobar con votos suficientes para aprobarla, siempre que eliminen el filibuster - y sean ellos los que cambien esta regla estúpida.
Tras el techo de la deuda…
Joe Biden ha sacado adelante una subida del techo de la deuda. La cámara de representantes aprobó el texto acordado ayer (314-117, con más votos demócratas que republicanos), sacando el tema de la agenda hasta después de las presidenciales.
Alguien preguntaba qué retos le quedan a Biden de aquí a final de mandato, y qué medidas puede sacar adelante. A la primera pregunta, básicamente aprobar presupuestos, aunque el acuerdo del techo de deuda ha creado un marco a seguir que hará más fácil el proceso (el acuerdo establece parámetros de gasto). A la segunda… pues no demasiado.
Lo repito a menudo: en el sistema político americano, el presidente es mucho menos importante de lo que parece. Durante la segunda mitad de su mandato, de hecho, casi molesta, ya que su campaña de reelección suele monopolizar la atención de los medios y el debate político desproporcionadamente.
Si el presidente habla a favor de una medida o ley, esa medida pasa a identificarse con el presidente; si el congreso la saca adelante, eso es percibido como una victoria personal suya y de su partido. Eso, por supuesto, es algo que la oposición quiere evitar, así que harán todo lo posible para torpedearla. Y dado que estamos ante un congreso dividido con una cámara en manos demócratas y otra en manos republicanas, pueden hacerlo con facilidad. De aquí a noviembre del 2024, por lo tanto, lo peor que le puede pasar a una ley en el congreso es que Biden haga campaña activa a favor de ella.
El congreso, no obstante, va a seguir legislando, y es muy posible que saquen varias leyes y reformas adelante acordadas por ambos partidos. Muchas de ellas serán o en temas no demasiado polémicos o tan sumamente técnicos que no tienen una identificación partidista clara. Con suerte, quizás se cuele alguna un poco más ambiciosa (como la reforma de los permisos ambientales…), siempre y cuando los medios no le presten demasiada atención y no se convierta en un tema de campaña.
¿Os acordáis de eso del secret congress que enlazaba hace una temporada? El gobierno federal americano es mucho menos disfuncional de lo que parece, aunque nadie le preste suficiente atención. O especialmente cuando nadie le presta demasiada atención.