Ahora que ya sabemos quién ha ganado las elecciones y empezamos a tener una idea bastante clara de los resultados, vale la pena resaltar el profundo desequilibrio que existe ahora mismo en el corazón del sistema político americano.
Como recordareis, antes de las elecciones hablé en cierto detalle sobre el sesgo conservador del colegio electoral, y cómo una victoria por la mínima no iba a ser suficiente para que Joe Biden ganara. El estado decisivo en las elecciones, el que iba a darle el elector número 270 en el colegio electoral, estaba con toda seguridad en un estado más conservador que la media del país. Ahora mismo, Joe Biden le saca tres puntos de distancia y casi cinco millones de votos a Trump. Aún falta contar una cantidad de votos considerable en California (sobre un millón y medio), Illinois (medio millón) y Nueva York (750.000 votos), y picos importantes en una variedad de estados; la distancia final probablemente rondará los siete millones de votos y algo más de cuatro puntos de diferencia.
Si miramos la lista de estados por distancia entre los candidatos, el lugar que le dio a Biden la victoria fue Wisconsin, donde ha ganado por seis décimas. Eso quiere decir que, en unas elecciones donde el margen entre los dos candidatos hubiera sido tres puntos y medio, Biden hubiera perdido las elecciones, a pesar de haber sacado más de seis millones de votos más que su oponente.
Miremos ahora al senado, hogar de decepciones demócratas y cámara donde casi seguro morirán todos los planes de gobierno de Joe Biden durante los próximos dos años. Cada uno de los 50 estados de la unión es representado por dos senadores, haciendo que los estados menos poblados estén muy sobrerrepresentados. California tiene 68 veces más población que Wyoming, pero ambos tienen dos escaños. Si en enero los demócratas llegan a ganar la segunda vuelta para ocupar los dos escaños de Georgia, los dos partidos tendrán el mismo número de senadores, 50. Los senadores demócratas, sin embargo, representarán a 41 millones más de personas que los republicanos, ya que los estados con menos población son muy rurales, y mucho más conservadores.
El problema del senado, sin embargo, va más allá. No sólo los demócratas tienen problemas descomunales para formar mayorías, sino que además el reglamento de la cámara exige que cualquier ley debe recibir 60 votos antes de poder cerrar el debate y ser aprobada. Dado el sesgo ruralista del senado y el peculiar ciclo electoral de la cámara, que renueva un tercio de sus miembros cada dos años, la única manera de que los demócratas puedan formar una mayoría para gobernar es si son capaces de enlazar dos elecciones apabullantes seguidas. La última vez que lo vimos requirió una guerra tremendamente impopular (2006) y el hundimiento completo del sistema financiero (2008) más la deserción de un senador republicano moderado, y la mayoría les duró apenas unos meses.
Haciendo el problema aún más intratable, es el senado quien confirma los nombramientos para todos los tribunales federales, incluyendo el tribunal supremo. En años recientes, el partido republicano ha adoptado la estrategia de no permitir a un presidente demócrata nombrar jueces cuando ellos tienen mayoría en la cámara, y llenar la judicatura de conservadores cuando controlan la presidencia. Eso ha dejado al supremo con una súper mayoría de jueces nombrados por republicanos (6-3), y todo indica que tendrán bien pocos remilgos para torpedear legislaciones progresistas y limitar los poderes de una presidencia demócrata.
Se dice a menudo que Estados Unidos es más conservador que Europa, y por eso no tiene un estado de bienestar desarrollado. El problema, en años recientes, creo que es distinto: Estados Unidos es un país de centro izquierda, pero sus instituciones son de centro derecha. Los demócratas han ganado el voto popular en las presidenciales en siete de las últimas ocho elecciones (Clinton dos veces, Gore, Obama dos veces, Hillary), pero solo han tenido mayorías suficientes para gobernar sin vetos del partido rival durante un año. Incluso si bajamos el listón a tener mayorías en las dos cámaras (sin alcanzar 60 senadores), los demócratas han tenido control unificado del gobierno seis años (dos años bajo Clinton, cuatro bajo Obama) comparado con ocho años para el GOP (dos bajo Trump, seis bajo Bush). Los republicanos han tenido control de ambas cámaras del congreso durante seis años bajo un presidente demócrata, por sólo dos en dirección contraria.
Tenemos, entonces, un problema no sólo persistente, sino que tiene visos de empeorar. Estados Unidos tiene un sistema político donde el partido de centro izquierda necesita ganar las elecciones presidenciales por al menos cuatro puntos de diferencia para poder gobernar. El distrito mediano en el senado es probablemente entre cuatro o cinco puntos más conservadores que la media del país, así que para conseguir sacar mayorías en la cámara alta deben ganar dos elecciones consecutivas por esa distancia. Si por algún extraño milagro consiguen una mayoría (este año, si suena la flauta en Georgia), el senador mediano en la cámara será un tipo que representa West Virginia, un estado muy conservador, y completamente hostil a cualquier idea medio progresista. Si a eso le sumamos el persistente gerrymandering en la cámara de representantes, estamos ante un escenario donde los demócratas lo tienen extraordinariamente difícil para legislar de forma efectiva.
Por supuesto, los demócratas pueden adaptarse a este sistema moviéndose a la derecha, y presentando candidatos moderados en estados rurales. Hacer eso, no obstante, implica ofrecer ideas que son contrarias a lo que la inmensa mayoría de americanos parece estar votando una y otra vez en las presidenciales, aprobando medidas decepcionantes que se quedan a medias y no hacen feliz a nadie. Cuando es hora de votar de nuevo, las bases del partido se quedan en casa (léase 2010) y los republicanos recuperan el control.
El electorado quiere una cosa y vota por ello, pero las instituciones sólo dan resultados en dirección contraria, una y otra vez.
Lo más desesperante es que no estoy seguro de que los demócratas puedan solucionar este problema. Reformar el senado es casi imposible, ya que exigiría una enmienda constitucional, algo que los republicanos nunca aceptarán. Reducir el poder de los estados con menos población, sea incorporando nuevos estados (DC y Puerto Rico) o dividiendo en estados más pequeños (California, Texas, o Florida), exige controlar ambas cámaras del congreso y un coraje político un tanto suicida. Eliminar el colegio electoral es en teoría factible sin una reforma constitucional, pero su adopción requiere ganar elecciones en un puñado de estados muy conservadores o con un gerrymandering galopante. Lo único fácil de solucionar es el requisito de supermayoría en el senado (el reglamento de la cámara se puede cambiar por mayoría simple), pero incluso esa reforma exigiría convencer a senadores que voten perder parte de su poder político.
La vía de salida para el centro izquierda en Estados Unidos es un político innovador que reformule la coalición demócrata de manera que la haga competitiva en todo el país, pero sin traicionar demasiado los ideales del partido. El quién y el cómo, sin embargo, se me escapa completamente.
Bolas extra:
Si alguien os contara que hay un país latinoamericano que ha celebrado elecciones que según los observadores internacionales han sido impecables pero el presidente se niega aceptar los resultados alegando fraude, el fiscal general está ordenando investigaciones contra la oposición, el ministro de defensa ha sido cesado de forma fulminante tras oponerse a sacar tropas a las calles para responder a disturbios, la administración se niega a cooperar con la oposición en la transferencia de poderes, miembros del partido gobernante llaman a la oposición golpistas y traidores y se niegan a aceptar la derrota del presidente, mientras atacan la legitimidad de la votación yo creo que os preocuparíais. Bueno, esto es Estados Unidos ahora mismo.
El autogolpe fracasará, porque es básicamente imposible que Trump pueda revertir el resultado de las elecciones en los juzgados, pero estas algaradas no son inofensivas: siete de cada diez votantes republicanos creen que las elecciones no fueron libres y justas, a pesar de que hay cero evidencias de fraude.
Sobre por qué los republicanos le están riendo las gracias a Trump a pesar de que es obvio que ha perdido hablamos otro día.
Sobre fraude electoral, por cierto, tengo cierta experiencia, si recordáis. El estándar para anular unas elecciones es demostrar que ha habido suficientes votos fraudulentos para cambiar el resultado de unas elecciones, algo increíblemente difícil de demostrar. Aún más si te lo estás inventando todo.
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