Los republicanos
Los republicanos celebraron su convención esta semana. Tras años de luchas y peleas internas, el partido dio una imagen de unidad completa y absoluta, la de una formación convencida de sus ideas, de su candidato y de la inevitabilidad de una victoria electoral en noviembre.
En el partido no quedan disidentes ni voces discordantes; todos aquellos que osaron criticar a Trump, votar a favor del impeachment o pronunciar frases heréticas como “hay que respetar el resultado de las urnas”, “intentar dar un golpe de estado es mala idea” y “presentar a un condenado por 34 delitos es inaceptable” han sido purgados de forma inmisericorde. El GOP es un bloque sólido, impasible, inquebrantable en su lealtad a Donald Trump.
Las convenciones de los partidos no suelen ser espectáculos especialmente estimulantes, pero los republicanos este año realmente se distinguieron por su casi completa ausencia de promesas electorales sustantivas. Aparte de la insistencia generalizada en deportaciones en masa de inmigrantes (sí, un partido político en una democracia moderna está haciendo campaña hablando de expulsar a varios millones de personas del país a la fuerza), aranceles y eximir a las propinas de pagar el impuesto sobre la renta, no hubo apenas nada concreto. Mucha retórica sobre las maldades de Biden, promesas de producir más petróleo y gas natural (actualmente en máximos históricos), reducir el crimen (lleva tres años bajando tras el pico de 2020) y grandeza y gloria para América, pero no mucho más.
La convención tuvo, creo, tres momentos más o menos relevantes. El primero fue la nominación de J.D. Vance como candidato a vicepresidente. Este señor os sonará por haber escrito un libro francamente estupendo, *Hillbilly Elegy*, sobre la alienación de la clase obrera blanca en los Apalaches. También os debería sonar porque este fue el tipo en el que Peter Thiel (uno de los fascistas más cómicamente malvados del país) se gastó quince millones de dólares para conseguir que ganara unas primarias para ser el candidato republicano al Senado de Ohio.
Vance, como persona, me parece increíblemente irritante. Allá por 2016, era un anti-trumpista convencido, alguien que se refirió al entonces candidato como “heroína ideológica” y lo comparó con Hitler. En algún momento allá por 2020-2021, no sé si antes de que Thiel le regara de dinero para ganar un escaño en el Senado, cuando tuvo que adular a Trump para que le apoyara en esas primarias o después, sufrió una súbita, alegre y repentina conversión a algo que solo puede describirse como autoritarismo nacionalcristiano siendo benévolos, o fascismo si nos ponemos estrictos. Vance es alguien obviamente inteligente, e ignoro por completo si su alegre apuesta por el mal es postureo para hacer carrera política o si el hombre tuvo un accidente camino de Damasco (Ohio) y su fe tiene la furia del converso. No sé qué es peor.
Como candidato a la vicepresidencia, no es una elección demasiado inspirada. Ohio es sólidamente republicano, y en los Apalaches no quedan demócratas que convertir. Es un tipo blanco, intelectualoide y sin apenas experiencia política o profesional. Lo que Vance garantiza, sin embargo, es lealtad a toda prueba, viendo su espectacular adulación hacia el presidente, y tener a alguien en la Casa Blanca que sabe leer y escribir. En su contra, también es alguien que ha dicho un buen montón de fascistadas en tiempos recientes y que defiende abiertamente prohibir el aborto en todo el país.
El segundo momento de interés fue Hulk Hogan. No porque dijera nada remotamente interesante, el tipo se comportó como un auténtico chiflado, aullando y berreando como si estuviera en un espectáculo de wrestling. Trump siempre ha tenido una admiración desmedida por esta clase de espectáculos (y de hecho, participó como invitado en unos cuantos), así que supongo que traer a este tipo a pegar gritos y alabarle era un sueño de juventud. Para cualquier espectador neutral, sin embargo, creo que fue un recordatorio más de la profunda falta de seriedad de Trump y el GOP como organización política.
El tercer momento fue el cierre de la convención, el discurso de Trump aceptando la nominación. Su equipo de campaña había prometido, inexplicablemente, que veríamos un Trump transformado, alguien que ha visto la luz tras el terrible intento de asesinato del sábado pasado. El expresidente, sin embargo, tardó unos diez minutos en enviar esas predicciones a la basura.
El discurso empezó más o menos bien. Trump explicó, con su peculiar estilo, cómo vivió el atentado y cómo la masa enfervorecida le aclamó por su fortaleza y valentía. Habló sobre cómo se había salvado por una intervención divina, aunque la divinidad en cuestión no parecía estar por la labor de salvarle la vida al bombero que murió a balazos en el público. Estos veinte primeros minutos no fueron exactamente inspirados, pero el tono de Trump fue distinto.
A continuación, las cosas empeoraron rápidamente. Trump empezó a saltarse el discurso del teleprompter con un largo, confuso repaso a todo lo que había sucedido en la convención hasta entonces. Dedicó un buen rato a explicar cómo Dana White había venido desde su yate en Italia hasta Wisconsin para dar un discurso, y se recreó en la grandeza y fortaleza de Hulk Hogan. Tras volver al discurso preparado hablando sobre “unidad” y “una América para todos” durante un par de minutos, empezó a divagar de un tema a otro, a lo suyo, en un paseo aleatorio de verborrea política que se alargó más de una hora.
Es decir: lo que hace Trump en todos sus discursos, sin excepción, incluyendo sus insultos favoritos, paranoias, mentiras, racismo y alabanzas a la figura de Hannibal Lecter (otra vez). Todos los mítines del expresidente son bastante aleatorios, pero esta fue una intervención especialmente indisciplinada, rancia, caótica y a menudo difícil de seguir o entender. La clase de oratoria, vamos, que de pronunciarla Joe Biden tendría a todo el partido demócrata pidiendo su cabeza de inmediato por pérdida de facultades.
Lo que sucede, claro está, es que cuando Biden ha tenido un debate espantoso todo su partido se ha lanzado a intentar cargárselo, mientras que con el GOP nadie se ha inmutado lo más mínimo. La inmensa mayoría de medios y analistas han dado el discurso como “Trump siendo Trump” y han pasado página, sin más.
Durante esta campaña, el obviamente muy anciano y no demasiado cuerdo Trump ha conseguido no parecer muy anciano y no demasiado cuerdo porque su oponente es aún más anciano y parece más perdido que él. Creo que el potencial contraste contra un candidato más joven, coherente y activo que Biden sería devastador para la imagen de fortaleza y dominación que está intentando proyectar.
La paradoja de la convención republicana fue la de un partido que estuvo cuatro días dando una imagen de fortaleza, de ser una apisonadora imparable camino a la victoria con un candidato indomable, pero que cuando ese candidato subió al escenario resultó ser un viejo adormecido con un discurso larguísimo, incoherente y antipático en extremo. Trump, ahora mismo, va por delante en los sondeos en todos los estados bisagra, a menudo con diferencias considerables. La imagen que dio el jueves, no obstante, fue la de alguien que puede ser derrotado a poco que tenga un rival medio decente.
Cosa que nos lleva a…
Los demócratas
La convención demócrata no es hasta el mes que viene, y Joe Biden sigue siendo por ahora el candidato a la presidencia.
A estas alturas, básicamente todos los cargos relevantes dentro del partido le han pedido educadamente que se vaya. Hakeem Jeffries, el líder de los demócratas en la Cámara Baja, se reunió con él en privado el jueves pasado para decirle que el grupo parlamentario quería que renunciara. El sábado fue Chuck Schumer, el líder del partido en el Senado, quien le repitió el mensaje. Nancy Pelosi, ex-Speaker, hizo lo propio el domingo. Biden respondió insistiendo públicamente que iba a ser el candidato el lunes; en días sucesivos, las reuniones y sus contenidos se han ido filtrando a la prensa. Cuando se les ha preguntado a los participantes sobre si era cierto que pidieron la renuncia, nadie lo ha negado.
Los partidos políticos americanos, como he contado más de una vez (¡leed el libro!) son estructuras muy débiles; no hay instituciones con poder real para forzar que un candidato renuncie, y no hay un contubernio secreto de líderes decidiendo estrategias. La única opción que les quedaba a los demócratas era intentar buscar una manera de presionar a Biden de forma coordinada, haciendo que su candidatura perdiera credibilidad debido a los ataques de su propio partido hasta hacerla inviable.
Los republicanos, en 2016 (y 2024), fueron incapaces de coordinar una respuesta a Trump, porque los partidos americanos son débiles. Los demócratas sufren de las mismas instituciones anémicas, pero tienen en sus filas a la persona más hábil, persuasiva, brillante y testaruda de la política americana, Nancy Pelosi, que ha hecho de su misión en esta vida acabar con la candidatura de Joe Biden.
No porque le tenga tirria ni nada por el estilo; Biden y Pelosi son (eran) muy amigos. Pero la ex-Speaker es alguien que realmente quiere derrotar a Trump y ganar elecciones, y si eso exige pegarle una somanta de palos a un compañero de filas hasta que pida clemencia y se largue, pues se tiene que hacer y punto.
Mi intuición, ahora mismo, es que las filtraciones recientes (y el creciente número de deserciones públicas dentro del partido) han colocado a la candidatura de Biden en un agujero del que no podrá salir. El presidente estaba ya, pre-debate, por detrás en los sondeos; intentar remontar con casi todo el partido pidiendo a gritos que se largue es poco menos que imposible. Biden será testarudo y viejo, pero no es estúpido, y parece que finalmente está empezando a entender que ha perdido. Hace un par de semanas no creía que pudieran forzar su salida; ahora creo que es el resultado más probable.
Es un final triste, sin duda. Biden ha sido un muy buen presidente, y las tres últimas semanas han sido una humillación constante. Lo más lógico y sensato hubiera sido que hubiera renunciado el año pasado. La segunda mejor opción era dejarlo en el momento en que se enteró de que Nancy Pelosi estaba liderando los esfuerzos para echarle. La tercera mejor opción era haberlo hecho el lunes, antes de que las filtraciones dejaran claro que tiene todo el partido en contra.
Si renuncia, y los demócratas ganan en noviembre (algo no del todo imposible contra Trump), la reputación de Biden ganará muchos enteros. Cualquier otro escenario dejará su legado por los suelos, tristemente.
Sobre quién sucederá a Biden lo dejamos para otro día; es muy probable que acabe siendo Kamala Harris. Veremos.
Bolas extra
La renuncia de Biden, de producirse, será después del miércoles. Benjamin Netanyahu visita Washington ese día, y el presidente le detesta profundamente; no quiere darle la satisfacción de su caída antes de verse las caras.
Biden está cabreadísimo con Barack Obama, por cierto, que le está dejando a la estacada por completo.
Una semana después del atentado, no tenemos un parte médico oficial sobre las heridas de Trump, algo que es bastante inusual.
El asesino parece ser un hombre joven resentido que ansiaba una muerte gloriosa más que tener una motivación política.
Joe Biden ha prometido que pondrá un techo a los precios del alquiler si es reelegido presidente. Es una idea espantosa.
Hoy es un día estupendo para comprar “Por qué se rompió Estados Unidos”, por cierto.
Al final renunció antes del miercoles. Parece lo mas sensato.
Leal... era Pence. Desde luego fue hasta más leal que Biden con Obama. Así le fue (a Pence). Trump lo machacó e hizo bastante por joderle, aparte ponerlo pingando que, hay que reconocerlo, se le da de puta madre, es faltón y zafio, nivel barriobajero cum mugre. Vance no es que sea leal... yo diría que más bien en un lameculos. De hecho, el propio Trump alardeó de lo mucho que Vance le estaba lamiendo el culo. Exactamente la clase de gent(uza) que quiere Trump.
A mí ese tío (Vance) me hiela la sangre. Me da un dejà vu a Truman o Johnson. Trump poco más joven que Biden es. Y este tipo, efectivamente no amplía ninguna base electoral. Está ahí porque de todo lo que tenía Trump es el más lameculos con enorme diferencia.
Un tipo que habla abiertamente de atacar a Irán. De mandar a csgar a los ukronazis, que efectivamente es un agujero negro de corrupción. Yo es lo que veo claro, si hay que ir a la guerra contra Rusia, efectivamente el cáncer ucraniano es ante todo un estorbo. Mejor directamente, claro que sí. Y de China, pues eso.
El majadero de Trump hasta dijo que era su seguro de vida. A mí me da que es todo lo contrario.