Comprando influencia por Washington
De todos los cargos de la fiscalía contra Sam Bankman-Fried, fundador de FTX, paladín del crypto, y estafador en masa ocasional, mis favoritos son, sin duda, todos los que tienen que ver con sus donaciones políticas. Dada su condición de cara amable del negocio, por un lado, y cantamañanas absoluto sobre la ética del “altruismo efectivo”, por otro, SBF tenía montones de ideas y preocupaciones políticas, y dedicó una cantidad considerable de tiempo, esfuerzo, y energía a construir una red de contactos en Washington.
Estas redes son, en general, tremendamente opacas. Los megadonantes como SBF suelen intentar construir una estructura de fundaciones, grupos de acción política y think tanks que o bien están directamente bajo su control o bien reciben copiosas cantidades de dinero de la red de influencia. La idea, sin embargo, es que la existencia de todo este andamiaje no sea visible en su totalidad. El dinero se utiliza para elevar la persona o causa que se desea publicitar, pero todo se hace detrás de bastidores para que su visibilidad parezca fruto del prestigio y talento del líder/movimiento, no una campaña organizada. En el caso del tinglado de SBF, que entre sus muchas virtudes se incluía una sed insaciable de publicidad, el experto y portavoz a elevar era el propio SBF, haciendo de su presencia una constante en Washington y los debates con hombres-de-Davos que deciden cosas.
El espectacular desastre de FTX, sin embargo, ha sacado a la luz gran parte de esta operación de influencia, dado que la compañía ha tenido que abrir sus libros ante un juez. Lo divertido es que, como gran parte del caso consiste en detallar cómo todos esos libros eran pura fantasía, la investigación ha acabado forzando a SBF y el resto de la pandilla basura de FTX a dar información detallada sobre sus cuentas y el funcionamiento de su operativo político.
El primer detalle de interés es que SBF nunca debe haber visto The Wire, ya que nadie en FTX parece seguir la ley de Stringer Bell de no poner nada por escrito cuando vas por el mundo cometiendo crímenes. Los tipos, aparte de tener un chat de Signal llamado “wirefraud” para discutir sus fraudes contables con los amiguetes, tenían otro con el muy sutil nombre de “donation processing” donde discutían sus donaciones políticas, así en privado.
Como he comentado alguna vez, la legislación establece límites estrictos sobre cuánto dinero una persona puede donar a un político o partido al año. Cuando eres SBF y quieres que la gente te coja el teléfono cuando llamas a Washington, lo que quieres es poner más dinero sobre la mesa, así que buscas formas de sortear este límite. La estrategia de FTX, en este caso, eran hombres de paja; hacer que empleados de la empresa donaran en masa a candidatos, utilizando fondos de SBF, o depósitos de clientes, o dinero de la empresa, porque total todo era más o menos lo mismo. Esto es, huelga decirlo, salvajemente ilegal, así que es muy de agradecer que los tipos lo pusieran por escrito en un chat, así todo juntito.
Aparte de dar dinero directamente a políticos, SBF tenía dos estructuras paralelas de donaciones a ONGs, think tanks, fundaciones y demás, una progresista, otra conservadora; dos ejecutivos de FTX, Nishad Singh y Ryan Salame, eran sus “líderes”. La cuestión, sin embargo, es que estas operaciones de influencia son menos efectivas si los donantes son super visibles, así que SBF no sólo se escondía detrás de Singh y Salame, sino que sus dos peones también donaban el dinero a través de PACs, ONGs extrañas y otras estrategias para ofuscar de dónde vienen los fondos. Como consecuencia, es muy probable que muchos de los receptores del dinero de FTX no tuvieran ni puñetera idea de que el dinero venía de FTX, haciendo de todo ese gasto para comprar influencia algo bastante inútil.
A pesar de su escandalosa obviedad, estas campañas de imagen e influencia en Washington pueden ser bastante efectivas. Cuando alguien como SBF empieza a ser invitado a todos los saraos en la capital, todo el mundo sabe que eso no es tanto porque SBF sea un genio, sino porque hay un montón de publicistas, lobistas y relaciones públicas donando montañas de dinero para que todo el mundo sepa quien es SBF. Mi sensación es que Washington es a menudo una ciudad donde todo el mundo finge ser un idiota ingenuo simplemente para que le inviten a fiestas y cenas con estos influencers y formar parte de la “vida social” de los que están más conectados. Aunque tiene mucho de pantomima, de élites hablando consigo mismas en la burbuja de la capital, lo que consiguen es estar en el debate, en la conversación, ser visto como alguien que debe ser consultado.
Y ya sabéis ese dicho de que en política si estás en la mesa es que formas parte del menú, así que esas comidas llenas de gente importante cuentan.
Como siempre que sucede cuando algún megadonante es pillado cometiendo algún acto horrible, estos últimos meses hemos visto la inevitable ola de políticos renunciando al dinero recibido por SBF, sea donándolo a una ONG, sea devolviéndolo a FTX de manera airada. En este caso, el clamor es un poco menor de lo habitual, en parte porque todo Washington parece que había recibido dinero de esta gente, en parte porque si los fondos tenían una procedencia fraudulenta (léase: FTX estaba usando fondos de sus clientes para untar políticos) puede que el juez obligue el retorno de las donaciones.
También, insisto, es el caso de que hay mucha gente que no está segura si alguna de las donaciones que habían recibido estos últimos meses venían de SBF y allegados o no. Cosa que tiene mérito, si la intención era comprar influencia.
California contra la contaminación ambiental
No sé si recordaréis un artículo de hace unas semanas sobre cómo un puñado de activistas en Berkeley, California, habían conseguido bloquear un aumento del número de estudiantes matriculados en la universidad porque el aumento de la población iba a tener consecuencias negativas sobre el medio ambiente. El veredicto judicial era tan absurdo que los legisladores del estado enmendaron las leyes de protección ambiental para excluir añadir más estudiantes como motivo para llevar algo a los tribunales, cosa que solucionó el problema, al menos a corto plazo.
La universidad aún tenía que presentar los planes para construir nuevas residencias y viviendas para estudiantes, claro. Y los aguerridos abogados de los demandantes aún podían llevar esos planes a los tribunales, alegando terribles impactos sobre el medio ambiente. En este caso, el impacto que alegan es que los estudiantes tendrán fiestas y harán ruido, y eso representa un impacto intolerable sobre los residentes de los tranquilos y apacibles habitantes de esta bonita ciudad. Ciudad que está llena de estudiantes desde 1868 cuando se fundó la universidad, no lo olvidemos.
Da igual. En una sentencia que resulta ser un ejemplo espectacular de respetar la letra de la ley de la forma más cejijunta y surrealista posible, el tribunal de apelación de California les ha dado la razón. Los estudiantes son ruidosos. El ruido afecta al medio ambiente. Tener estudiantes genera impacto ambiental sobre el resto de residentes, así que nada de construir residencias o viviendas que puedan albergar estudiantes. Chris Elmendorf tiene un buen hilo aquí desgranando la torturada lógica detrás de la sentencia, un ejemplo de libro de cómo los tribunales han cogido una ley aprobada por el entonces gobernador Ronald Reagan en 1970 y convertido en una arma arrojadiza capaz de bloquear cualquier cosa.
Básicamente, con esta lógica cualquiera puede bloquear cualquier proyecto de viviendas en California utilizando como excusa que los potenciales nuevos inquilinos son más ruidosos o alguna otra condición indeseable, sin más. El tribunal al menos ha abandonado el delirante argumento de una versión anterior de la sentencia en que se alegaba que el aumento de la población en sí mismo era motivo para torpedear un proyecto, pero el resultado final sigue siendo absurdo. El estado va a recurrirla, pero parece cada vez más claro que la ley de protección ambiental del estado debe ser reformada de arriba a abajo.
No que la ley haya conseguido evitar catástrofes medioambientales. Leed este artículo sobre el Salton Sea, por ejemplo, una de las sagas más absurdas del estado.
Policías contra su propia ciudad
Tengo que escribir un día de estos un artículo más largo sobre el espantoso, atroz sistema policial americano, pero el ejemplo de hoy en St. Louis, Missouri merece una explicación aparte.
En St. Louis, como en muchas otras ciudades de Estados Unidos, el departamento de policía es poco menos que una milicia de matones mal entrenados incapaces de combatir el crimen y que se comportan como un ejército de ocupación.
Hace un par de años, Tishaura Jones fue elegida alcaldesa de la ciudad, junto con una mayoría progresista en el pleno, bajo la promesa de reformar el departamento. La policía se lo ha tomado un pelín mal, hasta el punto de hacer campaña activamente para aprobar una ley estatal que retire el control del departamento a las autoridades locales y lo ponga de nuevo en manos del gobernador del estado.
La alcaldesa de St. Louis, es negra y demócrata, y la mayoría de los habitantes de la ciudad, son negros o latinos. El gobernador de Missouri es republicano y muy, muy blanco. Dos tercios del departamento de policía son blancos. Para acabar de redondear este bonito asunto, St. Louis sólo asumió el control directo de su departamento de policía el 2012; anteriormente estaba bajo control estatal, una reliquia de los días de la guerra civil. Kansas City (que está en Missouri, por cierto) sigue sin tener control de su propio departamento.
No todo en Estados Unidos es racismo, pero hay una cantidad francamente cómica de cosas que sí lo son.